Evolución Demográfica y Migraciones en España: Siglos XIX y XX

Crecimiento Poblacional en el Siglo XIX

La población española experimentó un lento crecimiento a lo largo del siglo XIX. Este incremento se apoyó en el aumento de la producción agraria, que permitió alimentar a más personas, y en la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias. El resultado fue un incremento que casi duplicó el total de la población, pasando, según el censo de Godoy de 1797, de 10,5 millones a comienzos del siglo a casi 20 millones según el censo de 1900, ya en los primeros años del siglo siguiente. Sin embargo, este crecimiento fue menor que el de otros países europeos debido a que aún estaba muy condicionado por una serie de características propias de un régimen demográfico antiguo:

  • Natalidad elevada (30-35‰): Predominio de una economía y sociedad rurales y la inexistencia de sistemas eficaces para controlar los nacimientos.
  • Mortalidad general muy alta (±30‰): Especialmente la infantil, debido a una dieta escasa y desequilibrada que generaba episodios de mortalidad catastrófica ligada a crisis de subsistencia (hambrunas como las de 1856-1857, 1868, 1882 y 1887) y a enfermedades infecciosas. Su incidencia, además, se veía favorecida por el atraso de la medicina y la falta de higiene privada y pública. Las epidemias de peste, tuberculosis, fiebre amarilla y, especialmente, el cólera, con mortíferas oleadas (1833-1835, 1853, 1859, 1865 y 1885), fueron muy frecuentes.
  • Guerras: Como tercer episodio catastrófico que diezmó la población y generó vacíos demográficos, encontramos las frecuentes guerras de este periodo: de Independencia, coloniales, carlistas, etc.

La esperanza de vida en 1900 era de tan sólo 35 años (Francia, Gran Bretaña y otros países europeos llegaban entonces a los 45) debido a la elevada mortalidad infantil y materna. Como consecuencia de todo ello, el crecimiento natural de la población era muy lento (0,5/0,432‰ anual) y presentaba oscilaciones bruscas.

Transición Demográfica

A medida que estas condiciones negativas fueron mejorando, coincidiendo con las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, la población experimentó un crecimiento más rápido, lo cual coincidirá con el cambio de un régimen demográfico antiguo a otro de transición.

Distribución de la Población y Éxodo Rural

La distribución de la población continuó con la tendencia de siglos anteriores: un despoblamiento del centro (excepto Madrid) y un aumento de población en la periferia, tanto atlántica como mediterránea, más desarrollada económicamente. Los movimientos migratorios interiores, del campo a la ciudad, lo que se conoce como éxodo rural, tampoco fueron intensos debido al lento proceso industrializador y a la escasa modernización agraria, que impedía aumentar los rendimientos y, así, alimentar a más población urbana. Se trató de una migración en cascada. Fueron las capitales de provincia y los centros industriales catalanes y del norte los que más crecieron a costa de provincias básicamente agrarias como Guadalajara, Almería, Teruel o Soria. Este fenómeno migratorio se intensificó durante la Restauración y durante la Dictadura de Primo de Rivera, cuando se activa el crecimiento económico y la industrialización.

Urbanización

En conjunto, el país pasó de un 10% de población urbana a un 30% que residía en núcleos de más de 20.000 habitantes a principios del siglo XX. Madrid, por ser el centro político de España, y Barcelona, principal foco industrial, fueron las ciudades que más aumentaron su población, al igual que Bilbao o Valencia. Poco a poco, las ciudades se vieron obligadas a emprender reformas urbanas, especialmente a partir del último tercio del siglo XIX, para absorber su crecimiento y modernizarse: derribo de murallas, apertura de grandes vías, ensanches, estaciones de ferrocarril, alcantarillados, alumbrado, etc. España siguió siendo un país marcadamente rural, pero la vida urbana influyó cada vez más en la mentalidad colectiva y se convirtió en el modelo a seguir.

Emigración Exterior

Las razones económicas, como la falta de empleo, la presión demográfica y la escasa formación, obligaron a una parte de la población a salir fuera de España. Esta emigración exterior procedió, en su mayor parte, de las regiones atlánticas (Galicia, Asturias, Cantabria y Canarias), donde existía un exceso de población rural y un inadecuado tamaño de las explotaciones agrarias (minifundismo). El perfil era varón, joven, soltero, de baja cualificación y dedicado a la agricultura. El destino fue a ultramar, principalmente a América Latina y, secundariamente, a Estados Unidos, Canadá, Australia y el norte de África. Fue permanente y asistida, favorecida por la limitación de obstáculos a la emigración en 1853 y la demanda de inmigrantes de estos países para explotar sus recursos económicos y construir grandes infraestructuras. Aunque de menor importancia cuantitativa, también hubo una emigración de carácter político (exilio de grupos en diferentes etapas como afrancesados, liberales, carlistas, republicanos, etc.). El momento de máxima emigración llegó en los primeros años del siglo XX, cuando más de un millón de personas probaron suerte al otro lado del Atlántico.