Pintura del Quattrocento
Las raíces de la pintura renacentista deben buscarse en el arte de Giotto. En este siglo, el retablo desaparece y con él la subordinación del tema a un conjunto. Sin dejar de tener una presencia constante, el tema religioso se trata como un tema profano. El paisaje, la belleza idealizada, el volumen de las formas y el sentido espacial son las dimensiones cardinales de la pintura renacentista. En el siglo XV el dibujo es un elemento capital. Esta prepotencia dibujística deriva en una apariencia plana de las formas. La luz se maneja con creciente perfección. El pintor del siglo XV está obsesionado por la captación de la profundidad. El paisaje se cultiva con pasión, sirviendo para obtener efectos de profundidad y encuadrar a las figuras. La composición es complicada; no es infrecuente introducir diversas escenas en un solo cuadro.
En Florencia, Fra Angélico representa el enlace con el gótico: su sentido curvilíneo y sus dorados recuerdan el estilo internacional, pero su concepción del volumen supone la irrupción de un nuevo elemento. Es el pintor de las Anunciaciones, en las que puede desplegar su temperamento tranquilo. Paisajes, líneas y colores muestran un gran equilibrio. Masaccio y Paolo Uccello: la preocupación por el volumen en las figuras de Masaccio y por la profundidad en los paisajes de Uccello descubren uno de los objetivos de la pintura renacentista.
En la última generación del siglo destaca Sandro Botticelli. Su dibujo, recorrido por trazos nerviosos, el movimiento que agita a todas sus formas, y la tristeza que asoma a todos los rostros que pinta, son a un tiempo expresión del talante del pintor y de la melancolía que invade la vida florentina de fin de siglo. Sus paisajes primaverales y la glorificación del cuerpo humano desnudo culminan los temas del Quattrocento, como puede comprobarse en El nacimiento de Venus. La evolución del arte desde Fra Angélico hasta Botticelli es clara: el movimiento, la idealización de la belleza del cuerpo, la intensidad de los sentimientos, la profundidad y la alegría de los paisajes, trazan los caminos de la pintura del siglo XV.
Pero en medio aparecen algunos maestros revolucionarios que anticipan valores del siglo siguiente, como Piero della Francesca, que en sus frescos sobre la Leyenda de la Santa Cruz muestra su capacidad para el manejo de la luz y de los matices delicados. Más revolucionario es el arte de Mantegna, en sus formas pétreas, en sus escorzos y en la profundidad de sus composiciones.
Cinquecento
El color se maneja de un modo más suelto, ganando importancia en detrimento del dibujo. Las formas adquieren un aspecto redondeado. Para obtener volumen, el artista utiliza múltiples recursos: sombreados, colocar el brazo delante del busto en los retratos, etc. Las escenas adquieren una profundidad que ahora parece natural. En el paisaje ya no es siempre primavera; los fondos neblinosos, las rocas, los crepúsculos, prestan matices románticos a las escenas. La composición es clara, con frecuencia triangular. Las figuras se relacionan entre sí, representándose una sola escena en cada cuadro.
Florencia continúa siendo la capital del arte, pero sus máximas figuras se trasladan a Roma. En general, los pintores educados en Florencia conceden al dibujo una importancia mayor que otras escuelas. Tres gigantes aporta esta escuela al Cinquecento: Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.
Leonardo da Vinci constituye el arquetipo de hombre renacentista. Dos de sus pinturas, La Última Cena y la Gioconda, son los ejemplos cimeros de la historia de la pintura. Ya en la Virgen de las Rocas somete al dibujo a un efecto de difuminado que presta volumen y aire enigmático a las figuras. En los rostros, una suave sonrisa introduce la misma impresión poco precisa en el campo de las expresiones. Todos estos valores brillan en su Última Cena, gran fresco recientemente restaurado.
La obra de Rafael es enorme. Anunciaciones y temas religiosos, retratos y grandes composiciones constituyen los tres capítulos de su obra. Su gran aportación estriba en su concepción espacial, en la profundidad y la amplitud de espacios en la que se mueven las figuras de las grandes composiciones, como podemos observar en su obra La Escuela de Atenas.
Con Miguel Ángel tendríamos que repetir los rasgos de su arte escultórico para definir los valores pictóricos de su aportación en la Capilla Sixtina, con las escenas bíblicas de la Creación y el Juicio Final. Con él, el dinamismo llega a su plenitud. En sus obras se encuentran todas las raíces del Manierismo. Los gigantes que se mueven carecen de suficiente espacio, y la atmósfera se torna angustiosa. Es un mundo dramático, bien diferente del equilibrio y optimismo del hombre del primer renacimiento.
Transición al Cinquecento
Tras las conquistas técnicas del Quattrocento, se aprecia una mayor preocupación por el contenido y una menor importancia de los marcos arquitectónicos y lo anecdótico. El dibujo pierde importancia y las figuras comienzan a ser modeladas por la luz. Las composiciones son sencillas, enmarcadas en figuras geométricas (los pintores buscan el auxilio de la geometría para agrupar a las figuras). El mundo está regido por el orden y las matemáticas. Se rinde culto a la belleza.
La Escuela Veneciana
En el siglo XV, los Bellini y Carpaccio ponen las bases de una escuela que va a caracterizarse por su culto del color, siempre prevaleciente sobre el dibujo. En el siglo XVI, una serie de grandes maestros como Tiziano descubren posibilidades que explotarán los artistas del barroco.
Las características de esta escuela son:
- El culto al color, prefiriéndose los tonos claros.
- Importancia de los temas secundarios. A la anécdota se le concede la misma atención que al tema principal.
- Exaltación de la riqueza. Palacios, música, joyas, definen el ambiente.
- Contemplación poética del paisaje, que se llena de luces y se siente con pasión romántica.
Tiziano es el retratista de la escuela (Retrato ecuestre de Carlos V) y el maestro de las formas blandas y redondas. En La Bacanal, convierte un tema mitológico en un cuadro social, y aprovecha la composición para colocar en un ángulo un espléndido desnudo femenino, obtener brillo en las telas y los vidrios, y efectos de luz azulada en los cielos y bosques.