La Estructura de la Realidad según Descartes
La Existencia de Dios y del Mundo
Entre las ideas innatas, Descartes descubre la idea de infinito, que identifica con la idea de Dios (Dios infinito). Con argumentos convincentes, Descartes demuestra que la idea de Dios no es adventicia (ya que no poseemos experiencia directa de Dios) y se esfuerza en demostrar que tampoco es facticia. Tradicionalmente, se ha mantenido que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito; Descartes invierte esta relación afirmando que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud: ésta no deriva, pues, de aquélla; no es facticia.
Una vez establecido por Descartes que la idea de Dios —como ser infinito— es innata, el camino de la deducción queda definitivamente expedito: La existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios. Entre los argumentos utilizados por Descartes merecen destacarse dos: en primer lugar, el argumento ontológico de San Anselmo1; y en segundo lugar, un argumento basado en la causalidad aplicada a la idea de Dios. Este argumento parte de la realidad objetiva de las ideas a que hemos hecho referencia en el apartado anterior y puede formularse así: «la realidad objetiva de las ideas requiere una causa que posea tal realidad en sí misma, no sólo de un modo objetivo, sino de un modo formal o eminente», es decir, la idea como realidad objetiva requiere una causa real proporcionada; luego la idea de un ser infinito requiere una causa infinita; luego ha sido causada en mí por un ser infinito; luego el ser infinito existe.
La existencia del mundo es demostrada a partir de la existencia de Dios. Puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Dios aparece así como garantía de que a mis ideas corresponde un mundo, una realidad extramental. Conviene, sin embargo, señalar que Dios no garantiza que a todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Descartes (como Galileo, como toda la ciencia moderna) niega que existan las cualidades secundarias, a pesar de que tenemos las ideas de los colores, los sonidos, etc. Dios solamente garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y el movimiento (cualidades primarias). A partir de estas ideas de extensión y movimiento puede, según Descartes, deducirse la física, las leyes generales del movimiento, y Descartes intenta realizar esta deducción.
Las Tres Sustancias
De lo anteriormente expuesto se comprende fácilmente que Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad: Dios o sustancia infinita, el yo o sustancia pensante y los cuerpos (mundo) o sustancia extensa. El concepto de sustancia es un concepto fundamental en Descartes y, a partir de él, en todos los filósofos racionalistas. Una célebre definición cartesiana de sustancia establece que sustancia es una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Tomada esta definición de un modo literal, es evidente que sólo podría existir una sustancia, la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos, pensantes y extensos, son creados y conservados por Él. Descartes mismo reconoció que tal definición solamente puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si bien la definición puede seguir manteniéndose por lo que se refiere a la independencia mutua entre la sustancia pensante y la sustancia extensa, que no necesitan la una de la otra para existir.
El objetivo último del pensamiento de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión, constituyen sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma respecto de la materia. La ciencia clásica (cuya concepción de la materia comparte Descartes) imponía una concepción mecanicista y determinista del mundo material, en el cual no queda lugar alguno para la libertad. La libertad —y con ella el conjunto de los valores espirituales defendidos por Descartes— solamente podía salvaguardarse sustrayendo el alma del mundo de la necesidad mecanicista y esto, a su vez, exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia. Esta independencia del alma y el cuerpo es la idea central aportada por el concepto cartesiano de sustancia. La autonomía del alma respecto de la materia se justifica, por lo demás, en la claridad y distinción con que el entendimiento percibe la independencia de ambas: «puesto que, por una parte, poseo una idea clara y distinta de mí mismo en tanto que soy una cosa que piensa e inextensa, y de otra parte poseo una idea distinta del cuerpo en tanto que es solamente una cosa extensa y que no piensa, es evidente que yo soy distinto de mi cuerpo y que puedo existir sin él».
Demostración “A Priori”: El Argumento Ontológico de San Anselmo
La demostración “a priori” más famosa de toda la historia de la filosofía es, sin duda alguna, el Argumento ontológico de San Anselmo, que fue el primero en usar este argumento para demostrar la existencia de Dios. Filósofos de la talla de Descartes y Hegel lo consideran válido y lo introducen en sus respectivos sistemas. Otros, como Sto. Tomás, Hume y Kant, rechazarán la validez del argumento, negando su fuerza probatoria. El lógico matemático Kurt Gödel recuperó el argumento ontológico como prueba racional válida para demostrar objetivamente la existencia de Dios, algo que escandalizaba a muchos de sus alumnos.
El argumento ontológico lo expone San Anselmo en su obra “Proslogion”, donde define a Dios como “el ser mayor que el cual nada puede ser pensado”. Es decir, Dios sería el ser más grande que podamos pensar, el ser perfecto. Ahora bien, si Dios es el ser perfecto, entonces tiene que existir, porque si no existiera no sería perfecto, lo cual es una contradicción, luego Dios existe. De otra manera: Si Dios, el ser más grande, existiera sólo como una idea del pensamiento, no sería perfecto, no sería el ser más grande, pues cabría pensar en un ser más grande aún que él, aquel que existiera en el pensamiento y además en la realidad, luego si Dios es el ser más grande que podamos pensar, entonces tiene necesariamente que existir en la realidad.
Descartes dirá que de la misma forma que la triangularidad es una abstracción a la cual le son propias ciertas características (por ejemplo, que sus ángulos suman 180 grados), a Dios le es propio existir en virtud de su perfección. Ya en tiempos de San Anselmo, sin embargo, se criticó la validez del argumento alegando que el paso de lo ideal (lo pensado) a lo real (lo existente) no está justificado, dado que dichos elementos no son homogéneos. La refutación de Kant en la “Crítica de la Razón Pura” señala que una definición no implica la existencia de algo. La cuestión es que en la propia idea de Dios de la que se parte, se presupone ya lo que se debería demostrar.
El argumento en cuestión lo formula San Anselmo como sigue, en el capítulo II del Proslogion:
“Así, pues, ¡oh Señor!, Tú que das inteligencia a la fe, concédeme, cuanto conozcas que me sea conveniente, entender que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Ciertamente, creemos que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado. Se trata de saber si existe una naturaleza que sea tal, porque el insensato ha dicho en su corazón: no hay Dios. Pero cuando me oye decir que hay algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, este mismo insensato entiende lo que digo; lo que entiende está en su entendimiento, incluso aunque no crea que aquello existe…. El insensato tiene que conceder que tiene en el entendimiento algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, porque cuando oye esto, lo entiende, y todo lo que se entiende existe en el entendimiento. Y ciertamente aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado, no puede existir sólo en el entendimiento. Pues si existe, aunque sólo sea también en el entendimiento, puede pensarse que exista también en la realidad, lo cual es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existiese sólo en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que aquello que es tal que no puede pensarse nada mayor. Luego existe sin duda, en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo cual nada puede ser pensado.”