Carlos I de España y V de Alemania (1517-1556): Herencia y Ascenso al Poder
Carlos I de España y V de Alemania, figura clave del siglo XVI, fue hijo de Felipe I “El Hermoso” (a su vez hijo de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y María de Borgoña) y Juana I “la Loca” (hija de los Reyes Católicos). Esta ascendencia le proporcionó una vasta herencia:
- Por parte paterna: Centroeuropa y el derecho al título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
- Por parte materna: Castilla, Aragón, Borgoña (una región de Francia) y las colonias en América e Italia.
Tras la muerte de Felipe “el Hermoso” en 1506 y la incapacidad de Juana “la Loca” para reinar, el Cardenal Cisneros asumió la regencia. En 1517, al alcanzar la mayoría de edad, Carlos viajó a Castilla para ser coronado, acompañado de sus consejeros flamencos. Este hecho generó descontento entre la nobleza castellana, que veía con recelo a los extranjeros. La situación se complicó aún más por la existencia de su madre, Juana, lo que generó dudas sobre la legitimidad de Carlos (muchos nobles preferían a Juana). A pesar de la oposición, Carlos I consolidó su reinado. En 1519, la muerte de su abuelo Maximiliano I le abrió las puertas al título de emperador del Sacro Imperio, consolidando su poder en gran parte de Europa. Ese mismo año, Carlos se trasladó a Aquisgrán para iniciar su carrera imperial.
Organización Política y Fiscal del Imperio
La organización política del reinado de Carlos I se caracterizó por dos aspectos fundamentales:
- Unión dinástica: La agrupación de territorios se basaba en los vínculos familiares y hereditarios.
- Autoritarismo: Se tendió hacia un modelo de gobierno centralizado y con fuerte poder real, cercano al absolutismo.
Para gobernar este vasto imperio, Carlos I se apoyó en tres instituciones clave:
- Audiencias: Tribunales encargados de la administración de justicia.
- Consejos: Órganos asesores, divididos en comunes (para todo el imperio) y territoriales (específicos de cada región).
- Virreyes: Representantes del rey en América y Aragón, con amplios poderes de gobierno.
Estas instituciones se extendieron por todos los territorios del imperio, incluyendo América. En Castilla y Aragón, además, existían las Cortes, asambleas representativas de cada reino. Las Cortes Castellanas tenían la función de jurar al rey y aprobar servicios (impuestos) o peticiones. Las Cortes Aragonesas, por su parte, gozaban de mayor autonomía y se caracterizaban por la ausencia de los Reyes.
Organización Fiscal:
El mantenimiento del imperio de Carlos I requería ingentes cantidades de dinero. Para financiarse, se incrementó considerablemente la presión fiscal. Dado que reinos como Aragón, Italia y los Países Bajos no aportaban ingresos significativos, la mayor parte de la financiación provenía de Castilla. Se crearon nuevos impuestos y se aumentaron los existentes, como la alcabala (impuesto sobre las ventas) y los “millones” (impuestos sobre alimentos). También se recurrió a préstamos de banqueros extranjeros, como la familia Fugger, lo que a la larga condujo a la bancarrota del reino. Otra fuente de ingresos importante fueron las rentas provenientes de las colonias americanas, de las cuales una quinta parte (el “quinto real”) se destinaba directamente a la Corona.
Al-Ándalus: De los Reinos de Taifas al Reino Nazarí
En el año 1031, el Califato de Al-Ándalus se fragmentó en numerosos reinos independientes conocidos como Taifas. Tras enfrentamientos internos, las taifas más poderosas (Toledo, Zaragoza y Badajoz) absorbieron a las más débiles. Los reinos cristianos del norte aprovecharon esta debilidad para exigir el pago de tributos (parias). Además, Alfonso VI de Castilla conquistó Toledo en 1085. Ante esta situación, las taifas solicitaron ayuda a los almorávides, musulmanes ultraortodoxos con un imperio en el norte de África. Yusuf ibn Tashufin llegó a la península en 1086 y derrotó a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas (Badajoz). En 1089, los almorávides iniciaron la conquista de los reinos de taifas. Sin embargo, la rigidez religiosa y los altos impuestos provocaron el resurgimiento de los segundos reinos de Taifas.
Posteriormente, surgió el Imperio Almohade (1146-1232). Los almohades unificaron Al-Ándalus e intensificaron los ataques contra los reinos cristianos. En 1195, el califa Yusuf II derrotó al ejército castellano de Alfonso VIII en la batalla de Alarcos. Esta derrota impulsó la unión de los reinos cristianos, que lograron una victoria decisiva sobre los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Tras esta batalla, surgieron las terceras Taifas y el Reino Nazarí de Granada (1246-1492). Los nazaríes lograron establecer un reino musulmán duradero gracias a la llegada de andalusíes de otros territorios, así como a pactos con los benimerines (del norte de África) y los reinos cristianos. La guerra de Granada (1482-1492) puso fin al Reino Nazarí cuando Boabdil entregó la ciudad a los Reyes Católicos en 1492.
Los Reinos Cristianos en la Edad Media: Organización Política y Sociedad
En la organización política de los reinos cristianos medievales, el rey ostentaba el poder feudal, asistido por una curia regia o corte. En el siglo XIII, aparecieron las Cortes o Parlamentos (León, 1188), asambleas donde se reunían los tres estamentos (nobleza, clero y representantes de las ciudades) para discutir y votar las peticiones económicas del rey. La administración local estaba en manos de la oligarquía urbana (pequeña nobleza y burguesía adinerada).
El régimen señorial (feudalización) se consolidó en los siglos XI y XII, debido a la erosión del poder monárquico, el fortalecimiento de la nobleza y la ausencia de un poder centralizado fuerte. El señor (noble) poseía la propiedad de la tierra (feudos), gracias al mayorazgo (derecho de herencia que concentraba la propiedad en el primogénito), y ejercía la autoridad legal, política y militar en sus territorios.
La sociedad medieval era estamental, con grupos privilegiados (nobleza y clero) exentos de impuestos y con tribunales y leyes especiales. El estado llano (campesinos libres y habitantes de las ciudades) carecía de privilegios y soportaba la mayor parte de la carga fiscal. Las minorías religiosas, como mudéjares (musulmanes en territorio cristiano) y judíos, tenían una presencia significativa.