La Literatura Española entre los Siglos XIX y XX: Un Recorrido por sus Movimientos y Autores Clave
En la segunda mitad del siglo XIX, España experimenta intensos cambios políticos y sociales, reflejados en el Sexenio Revolucionario, la Primera República y la Restauración Borbónica. Con la revolución de 1868, la burguesía toma el poder, imponiendo su perspectiva en la literatura, en coexistencia con otras corrientes.
El Realismo: Objetividad y Crítica Social
El realismo, originado en Francia, se enfoca en representar la realidad de manera crítica y objetiva, principalmente a través de la novela. Esta corriente aborda temas como los conflictos sociales y la vida burguesa. Una de las características de la novela realista es el objetivismo narrativo; el narrador describe la realidad como la ve, usualmente en tercera persona, usando recursos como el estilo indirecto libre y el monólogo interior. El lenguaje se caracteriza por ser sobrio y preciso, alejándose de los excesos románticos. En España, el realismo está influido por la tradición realista española (picaresca, novela cervantina, costumbrismo, etc.) y se divide en dos tendencias: una progresista, de tono más crítico, y otra tradicionalista, más idealizada. Sobresalen José María de Pereda, con Sotileza, y Juan Valera, con Pepita Jiménez. Las obras más destacadas del realismo español se encuentran en los autores progresistas, como Galdós.
El Naturalismo: Determinismo y Ambientes Marginales
El naturalismo, de carácter más radical y determinista, concibe la novela como un estudio científico de la sociedad, reflejando ambientes marginales y condicionados por factores como la genética y el entorno (determinismo). Hay un mayor detalle descriptivo, y el lenguaje tiende a la reproducción exacta del habla.
En España, aunque Emilia Pardo Bazán defiende el naturalismo en La cuestión palpitante, y algunos escritores introducen elementos naturalistas en sus novelas, el movimiento no cala debido al carácter conservador de los lectores, lo que hace que la novela evolucione hacia un “naturalismo espiritual”.
La Poesía y el Teatro Realista
La poesía propiamente realista surge como reacción a la actitud romántica, siendo más prosaica, rebajando su tono retórico y grandilocuente. Ese cambio se manifiesta en la lírica de Bécquer con sus Rimas, y Rosalía de Castro con sus Follas novas. De los autores realistas destacan Campoamor con Dolores y Gaspar Núñez de Arce con Gritos de combate. En el teatro se destaca la alta comedia, que representa los problemas cotidianos de la burguesía, con autores como José Echegaray y Joaquín Dicenta, aunque Galdós introduce un enfoque crítico en obras como Electra.
Crisis Intelectual y Social: El Deseo de Renovación
Entre los siglos XIX y XX, hubo una crisis intelectual y social. En España hay un malestar por lo poco que actuó la Restauración por su incapacidad de resolver problemas. En este contexto surgirán movimientos literarios que reflejarán el deseo de crítica y renovación.
El Modernismo: Evasión y Sensorialidad
El modernismo surge a finales del siglo XIX en Hispanoamérica, inspirándose en poetas posrománticos o del parnasianismo o simbolismo, dando lugar a un movimiento ecléctico. Los temas recurrentes eran el rechazo del presente a través de la evasión, el refugio en la intimidad y también el dolor de la existencia. Su lenguaje estaba lleno de sensorialidad y riqueza expresiva. El género más usado era la lírica. Los principales autores son Rubén Darío con Azul, Manuel Machado con Alma, y Antonio Machado, Valle-Inclán en sus primeras etapas.
La Generación del 98: Preocupación por España
Por otro lado, la Generación del 98 fue un pequeño grupo de escritores españoles de finales del siglo XIX, su nombre hace referencia a la fecha de la pérdida de las últimas colonias. Entre los temas, destaca la preocupación por España, reflejada en la búsqueda de sus raíces, en la descripción de sus tierras (Castilla) y en la indagación de su pasado, esto fue llamado “intrahistoria” (vida, mentalidad y costumbres de gente anónima) por Unamuno. Su estilo tiende a la sencillez. Entre los autores encontramos a Miguel de Unamuno con Niebla (cabeza intelectual del grupo y principal autor que introdujo la “nivola”), Antonio Machado con Campos de Castilla y autores como Valle-Inclán, Azorín y Pío Baroja.
La Novela a Principios del Siglo XX
En la novela anterior a 1936, hay una continuidad narrativa de finales del siglo XIX. Sin embargo, en 1902 se publican cuatro novelas que rompen las tendencias naturalistas y realistas, estas son: Amor y Pedagogías de Miguel de Unamuno, La voluntad de Azorín, Camino de perfección de Pío Baroja y Sonata de otoño de Valle-Inclán.
En estas novelas encontramos características como su brevedad, su configuración en torno a un personaje central preocupado por cuestiones filosóficas, por no tener un hilo conductivo, por la escasez de descripción.
Hay que señalar que, en la Generación del 14 o Novecentismo, también se producen renovaciones como la novela lírica de Gabriel Miró (Nuestro Padre San Daniel), la novela intelectual de Ramón Pérez de Ayala que convertirá sus narraciones en instrumentos didácticos y de denuncia (A.M.D.G) o la ruptura de todos los modelos novelísticos de Ramón Gómez de la Serna (El torero Caracho). También llega el auge de la G. poética del 27, donde algunos autores escriben novelas con la ideología revolucionaria como Max Aub, Ramón J. Sender o Rosa Chacel.
El Teatro en las Primeras Décadas del Siglo XX
En cuanto al teatro, se distinguen dos tendencias: el teatro comercial, sin voluntad crítica, ni búsqueda de innovación, destacando Jacinto Benavente (Los intereses creados); el teatro cómico, cuyo fin es el entretenimiento público, con autores como Pedro Muñoz Seca (La Venganza de Don Mendo) y el teatro poético con Francisco Villaespesa. Por otro lado, aparece el teatro renovador, donde destacan los autores de la Generación del 98 como Unamuno con obras filosóficas como Fedra o Valle-Inclán aportando el “esperpento” en Luces de Bohemia, adoptando una expresión desgarradora. En la Generación del 14 recalcamos a Ramón Gómez de la Serna con fórmulas vanguardistas en Los Medios Seres, y, por último, en la G. del 27 destaca Federico García Lorca que evoluciona de temas populares a obras surrealistas (El público). Su obra llegó a la culminación cuando se centró en mujeres que portaban un destino trágico en Andalucía: Bodas de Sangre y La Casa de Bernarda Alba.
La Influencia de la Primera Guerra Mundial y el Novecentismo
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) marcó el fin de la Europa liberal y afectó a España, aunque esta se mantuvo neutral. Durante el reinado de Alfonso XIII, la aparente estabilidad ocultó tensiones sociales que culminaron en el golpe de estado de Primo de Rivera (1923), cerrando el periodo de la Restauración.
En estos años se da a conocer un grupo de intelectuales con un nuevo modo de enfrentar la realidad y el arte. José Ortega y Gasset, junto con su Revista de Occidente, son los adalides de esta renovación. A la orientación de estos intelectuales, a veces llamada Generación del 14, se le conoce como novecentismo, pues se planteaban la superación de todo lo decimonónico mediante una actitud racional, rigurosa y disciplinada ante la actividad intelectual, política o artística. Además de Ortega, encontramos a Eugenio d’Ors, Manuel Azaña o Gregorio Marañón; narradores como Gabriel Miró o Ramón Pérez de Ayala; y poetas como Juan Ramón Jiménez. Los rasgos comunes de este grupo fueron el rigor intelectual, la tendencia a un arte puro, el cuidado en la elaboración de sus obras y la reflexión sobre el atraso de España.
Figuras Clave del Novecentismo
Entre ellos, destaca José Ortega y Gasset, quien expresó sus pensamientos en una prosa brillante. Sus ensayos abarcan un amplio espectro de temas y presentan una visión vitalista del mundo. Entre sus obras más destacadas se encuentran España invertebrada o La rebelión de las masas, donde analiza la sociedad contemporánea, así como La deshumanización del arte, donde recoge sus ideas estéticas.
Por su parte, Ramón Pérez de Ayala convierte sus narraciones en instrumentos didácticos para denunciar los males de la sociedad española. Critica el caciquismo en sus Novelas poemáticas de la vida española, la enseñanza en centros religiosos en A.M.D.G., y el concepto tradicional de honra en Tigre Juan. Estas obras combinan elementos de novela y ensayo.
Gabriel Miró, prosista de sensibilidad exquisita, fusiona la narración con la lírica en novelas como Nuestro Padre San Daniel y, especialmente, en sus libros de estampas, como El humo dormido. En estas obras presenta situaciones cargadas de emoción con una lengua llena de matices y sensualidad.
En poesía, el genio de esta generación fue Juan Ramón Jiménez. Comenzó en el modernismo, en su etapa sensitiva, muy influenciado por el simbolismo francés. De esta etapa destaca Soledad sonora, aunque su obra más popular fue Platero y yo. Posteriormente, evolucionó hacia un nuevo modo de concebir la creación, conocido como poesía pura, en su etapa intelectual. Este cambio comenzó con Diario de un poeta recién casado y continuó con Eternidades o Belleza. En estas obras, ofrecía una poesía que partía del conocimiento o que conducía a él. En los últimos años de su vida, Juan Ramón sintió haber alcanzado algo de ese absoluto que perseguía, y lo plasmó en una serie de creaciones muy cercanas a la mística, conocidas como poesía suficiente, con obras como La estación total o Animal de fondo.
La Posguerra: Miseria, Censura y Exilio
Al final de la Guerra Civil, en España hay una posguerra en la que el desarrollo de la cultura es obstaculizado por la miseria económica, el aislamiento internacional, la censura, la promoción de un arte de ideología nacional católica y el exilio de muchos autores que pertenecieron a diferentes generaciones.
La Poesía en la Posguerra
Tras la Guerra Civil, la poesía de los autores del 14 (Juan Ramón Jiménez) y el 27 (Guillén, Salinas, etc.) se escribió en el exilio y no pudo difundirse en España. En estos años Miguel Hernández se ocupó de la causa popular (Viento del Pueblo), después de morir, se publica Cancionero y romancero de ausencias. En los años 40 se dan dos tendencias poéticas: La “poesía arraigada” y “desarraigada” denominada por Dámaso Alonso. Los autores de la poesía arraigada rechazaban la dolorosa realidad que se vivía destacando poetas como Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o Luis Rosales (La casa encendida). La poesía desarraigada era una poesía existencial en la que los poetas dan expresión al dolor. Esta tendencia es iniciada por Dámaso Alonso con Hijos de Ira y Vicente Aleixandre con Sombra del Paraíso. Además, existieron otras líneas poéticas minoritarias como el “postismo” de Carlos Edmundo de Ory.
A partir de los años 50, surge la poesía social, que sirvió para despertar conciencias. En esta tendencia destacan Blas de Otero, iniciando en el desarraigo, con obras como Pido la paz y la palabra y Gabriel Celaya autor del poema que se considera el lema del movimiento: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
En los años 60 se abrirá paso a la “Generación del medio siglo” compuesta por autores denominados “Poetas de la experiencia” que crean obras con una variedad de temas y un lenguaje conversacional. Entre los poetas destacan Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo) y Ángel González (Palabra sobre palabra). En 1970 el crítico José María Castellet publicó una antología de poesía titulada Nueve novísimos poetas españoles en la que recogían poemas de nueve jóvenes autores que, con tonos y estilos diversos retornaban al espíritu de las vanguardias. Entre estos nueve encontramos a Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Por último, en los años 80 y 90 hasta la actualidad, se produce la difusión de la cultura “posmoderna” y se multiplicaron las corrientes: el “neoclasicismo” de poetas como Luis Antonio de Villena, “la poesía de la experiencia” de Luis García Montero, la “poesía del silencio” liderada por José Ángel Valente o el regreso del surrealismo de Blanca Andreu.
El Teatro en la Posguerra
En cuanto al teatro, entre los años 40 y 50 se dan dos tendencias teatrales: el teatro continuista que siguió las pautas de la “alta comedia” de Benavente de ambiente burgués y el teatro de humor con autores como Enrique Jardiel Poncela (El cadáver del señor García) y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa), quienes crean obras parecidas al “teatro absurdo”. A partir de la década de los 60 aparecen obras que representan la angustia de la condición humana y la denuncia ante la injusticia. En esta tendencia existencial, derivará más tarde en la preocupación social y destacarán Antonio Buero Vallejo (Historia de una escalera) y Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte).
Otros autores que se fueron sumando al teatro social fueron Lauro Olmo (La camisa)
Tras la década de los 60, se produce un rechazo al realismo social e inicio de un teatro experimental, inspirado en los renovadores del teatro europeo del siglo XX. Esta renovación consiste en casi destruir la acción y el uso de símbolos, lo que provocó que fuese denominado “teatro soterrado”, teatro escrito pero no representado. Destacan Fernando Arrabal, creador del “teatro pánico”, con obras como El cementerio de automóviles o Francisco Nieva con su “teatro furioso” (Coronada y el toro). En este periodo nace el “teatro independiente”, grupos de teatro que actuaban en escenarios alternativos con espíritu de vanguardia. Entre estos grupos destacan Els Joglars y Akelarre.
A partir de 1975, con la desaparición de la censura y el comienzo de una nueva política de financiación al teatro, se produjo una multiplicidad de tendencias teatrales. También resalta José Luis Alonso de Santos con su teatro de testimonio social con una cierta dosis de humor (La estanquera de Vallecas) o las obras de revisión del pasado de José Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!), así como otras que, con procedimientos austeros, presentan las diferentes etapas de la vida del hombre contemporáneo, como las de Paloma Pedrero o Juan Mayorga.