Literatura Española Post-Guerra Civil: Poesía, Teatro y Novela (1936-1975)

Lírica y Teatro posteriores a 1936

Tras la Guerra Civil española y la desintegración del grupo del 27, Miguel Hernández comienza con el desarrollo de una poesía de técnica depurada y sentimiento vehemente, arrebatado y sincero en El rayo que no cesa. En los 40, los poetas cercanos al falangismo escriben una poesía arraigada y formalista recurriendo a la métrica clásica y a temas de amor, patria y religión en revistas como Escorial. Luis Rosales recibe influencias surrealistas como se ve en La casa encendida. Con el grupo Cántico, Pablo García Baena retoma la poesía pura del 27. Carlos Edmundo de Ory, con el postismo, busca recuperar el surrealismo y la irracionalidad. En la revista Espadaña, Dámaso Alonso escribe una poesía desarraigada y angustiosa con contenidos existencialistas. En Hijos de la Ira escribe con un léxico coloquial una obra violenta y surrealista en la que transmite su angustia por distintos temas. En los 50 aparecen las denuncias sociales y se pasa del yo al nosotros. Blas de Otero, en Pido la paz y la palabra, invita a la protesta ante las desigualdades y la opresión. En obras como La poesía es un arma cargada, Gabriel Celaya usa un léxico vehemente y violento. José Hierro, autor de Cuánto sé de mí, inventa el reportaje (racional, cotidiano y realista) y la alucinación (irracional, sonámbula y visionaria). En los 60, Ángel González mantiene la crítica social y hacia el franquismo desde la ironía y el humor. En los 70, los Novísimos buscan la originalidad con la influencia del rock, pop, el cómic o el cine para exhibir su conocimiento cultural. A partir de los 80 se da una gran variedad de poesía. Algunos apuestan por personalizar la tradición clásica. Autores como Clara Janés escriben poesía del silencio. La poesía de la experiencia, de autores como Luis Alberto de Cuenca, buscan la esencia poética en la vida cotidiana y en la experiencia íntima. Usan un lenguaje sencillo. Los poetas de la diferencia, como Gregorio Morales buscan la trascendencia y la libertad creativa. La poesía de la conciencia es una vía para expresar un contenido ideológico, considerando el mundo actual como inhabitable y a la poesía como el arma para cambiarlo. En los últimos años los poetas jóvenes han encontrado en las redes sociales una vía de difusión de su arte. Estos autores desarrollan un lenguaje claro, directo y antirretórico y unos valores feministas y ecologistas. En los 40, Antonio Buero Vallejo inició un teatro de denuncia social con Historia de una escalera, confiando en el ser humano. Alfonso Sastre, con un estilo más combativo, escribió Muerte en el barrio. En los 60, dramaturgos experimentales como Francisco Nieva escribieron obras como Pelo de tormenta. Fernando Arrabal, con El cementerio de automóviles, cultivó un teatro surrealista y anti-lógico. Grupos independientes como Tábano difundieron obras vanguardistas. Con la democracia, autores como José Luis Alonso de Santos escribieron obras costumbristas y comprometidas, como La estanquera de Vallecas. José Sanchis Sinisterra destacó con ¡Ay, Carmela!, combinando adaptaciones clásicas y dramas históricos. En el siglo XXI, dramaturgos vinculados al Premio Bradomín, como Juan Mayorga en El chico de la fila de atrás y Angélica Liddell con Perro muerto en tintorería, han explorado conflictos humanos y temas provocativos.


La Novela Española de 1936 a 1975

Tras la Guerra Civil, la censura, el aislamiento y el exilio de muchos escritores marcaron la narrativa española durante dos décadas. La literatura quedó estancada, alejada de las corrientes internacionales y dominada por la propaganda del régimen franquista. Entre los escritores exiliados, Ramón J. Sender destacó con Crónica del alba, una serie de novelas autobiográficas sobre su infancia y la guerra. Max Aub, en El laberinto mágico, narró el conflicto desde diferentes perspectivas con un gran cuidado técnico y un fuerte compromiso con la libertad. Francisco Ayala, en Muertes de Perro, aborda el abuso de poder, la violencia y la degradación moral con ironía y parodia, dando un tono crítico a su narrativa. En los años 40, surgió una literatura propagandística que exaltaba a los vencedores, como La fiel infantería, de García Serrano. Sin embargo, también aparecieron novelas más profundas que abordaban la angustia existencial. Nada, de Carmen Laforet, reflejó la desolación de la posguerra a través de la historia de una joven atrapada en un entorno opresivo y lleno de rencor. Camilo José Cela, premio Nobel de 1989, inauguró el tremendismo con La familia de Pascual Duarte, una historia influida por la picaresca y el esperpento, donde los personajes actúan con una brutalidad instintiva. Otro gran novelista de este periodo es Miguel Delibes, quien muestra una profunda identificación con los más débiles y una fuerte crítica hacia quienes abusan de ellos. Su obra refleja una constante denuncia de la hipocresía religiosa, siempre desde su humanismo cristiano. En La sombra del ciprés es alargada, aborda el existencialismo y la visión negativa del mundo a través de la historia de un huérfano que intenta encontrar el sentido de la vida. En las años 50, la narrativa evolucionó hacia el realismo social, reflejando la vida cotidiana y las injusticias del franquismo. Se buscó una mayor objetividad, los protagonistas fueron colectivos y la acción se situó en espacios concretos. La colmena de Cela, revolucionó la literatura con su estructura fragmentada, presentando a cientos de personajes en un Madrid miserable y desesperado. Delibes en Las ratas, denunció la pobreza rural y el abuso del caciquismo a través de la historia de un niño que sobrevive cazando ratas. Sanchez Ferlosio, en El Jarama, empleó un estilo cinematográfico y diálogos triviales para mostrar la monotonía de la juventud. Ignacio Aldecoa, en El fulgor y la sangre, criticó la represión franquista y la falta de oportunidades en la España de la posguerra. En los años 60, la novela se abrió a la experimentación, incorporando técnicas como el monólogo interior y el flujo de conciencia, rompiendo con la estructura lineal y buscando la participación activa del lector. Luis Martin Santos, en Tiempo de silencio, combinó la crítica social con una prosa innovadora, mostrando la miseria y la falta de expectativas en la España de la época. Juan Benet, en Volverás a Región, creó un mundo simbólico con un estilo denso y descriptivo, donde la narración se detiene para profundizar en la psicología de los personajes y el entorno. Delibes, en Cinco horas con Mario, presentó un extenso monólogo en el que una viuda expone, sin darse cuenta, la hipocresía franquista y la grandeza de su marido fallido. Estos escritores sentaron las bases para la renovación de la literatura española, combinando la denuncia social con la experimentación formal. Gracias a ellos, la novela española logró integrarse nuevamente en las corrientes literarias internacionales y abrirse a nuevas formas de expresión.