La Península Ibérica en la Edad Media: Al-Ándalus
3.1. Evolución Política: Conquista, Emirato y Califato de Córdoba
La rápida expansión musulmana en la Península Ibérica se explica por la debilidad del reino visigodo, inmerso en luchas internas por la sucesión al trono. Estas disputas propiciaron la llegada de los musulmanes en el año 711, llamados por los hijos del fallecido rey Witiza para expulsar del trono al nuevo rey, Don Rodrigo. Este último se enfrentó al ejército musulmán, liderado por Tarik, en Guadalete, sufriendo una derrota decisiva. Este evento marca el comienzo de la conquista musulmana y el fin del reino visigodo.
Los ejércitos de Tarik, Muza y Abd-al-Aziz ocuparon en menos de tres años (711-714) toda Hispania, exceptuando la región montañosa del norte, de escasa riqueza y población. La zona ocupada de la Península Ibérica fue denominada Al-Ándalus, e integrada en el Califato de Damasco. La capital provincial fue inicialmente Sevilla, pero hacia el año 717 se trasladó a Córdoba, debido a su posición más céntrica.
La población local conservó sus derechos, lo que explica, en parte, la rápida ocupación, aunque debían pagar una contribución territorial. El único indicio de rechazo a la dominación musulmana fue protagonizado por los montañeses asturianos, apoyados por algunos nobles (Pelayo), quienes vencieron a los musulmanes en Covadonga (año 722).
Pronto surgieron tensiones dentro del grupo de la aristocracia árabe, entre los yemeníes y los qaysíes, y entre estos y los bereberes, quienes se sublevaron en el 740 debido a la discriminación en el reparto del botín. El hambre que asoló la submeseta norte hacia el 750 provocó la huida de muchos bereberes hacia el norte de África, estableciéndose una amplia zona despoblada en el valle del Duero, una “tierra de nadie”, que corrigió la frontera con los cristianos.
La presencia del poder islámico en Hispania se extendió desde 711 hasta 1492, aunque con diversas etapas. Inicialmente, el poder estaba representado por un emir o delegado de los califas omeyas de Damasco. A mediados del siglo VIII, tras la revolución abasida y la eliminación de los omeyas, un omeya huido se estableció en Al-Ándalus, inaugurando una nueva etapa: el Emirato Independiente, con capital en Córdoba. El emir solo reconocía la superioridad religiosa del califa, ahora en Bagdad, pero no la política. Las constantes de este periodo fueron las luchas internas protagonizadas por los distintos grupos sociales y religiosos (árabes, bereberes, mozárabes y muladíes) contra el poder cordobés.
En el año 929, el emir Abd-al-Rahman III se proclamó califa, rompiendo definitivamente con Bagdad y convirtiéndose en la máxima autoridad tanto política como espiritual. Con el Califato, el siglo X se convirtió en el periodo más brillante de la historia de Al-Ándalus, lográndose la paz interna y frenando el avance de los cristianos del norte.
Tras el reinado de su sucesor, Al-Hakam II, protector de la cultura y las artes, el poder cordobés quedó en manos de Al-Mansur (Almanzor), un primer ministro que suplantó al califa Hixam II. Almanzor obtuvo numerosas victorias frente a los cristianos, desde Barcelona hasta Santiago de Compostela. A su muerte, el Califato se desintegró hasta desaparecer finalmente en 1031. Al-Ándalus quedó dividido en un mosaico de pequeños reinos, las llamadas taifas.
3.2. La Crisis del Siglo XI: Los Reinos de Taifas e Imperios Norteafricanos
A la muerte de Almanzor (1002), el Califato se desintegró y desapareció finalmente en 1031, quedando Al-Ándalus dividido en más de treinta pequeños reinos, los reinos de taifas. Entre ellos destacaron los de Toledo, Zaragoza, Badajoz, Sevilla y Granada. Los reyes más poderosos fueron Al-Mutamid de Sevilla y Sulayman de Zaragoza.
Al-Ándalus, una vez rota su unidad, quedó a merced de los cristianos del norte. Esto explica que, desde mediados del siglo XI, comenzara la Reconquista propiamente dicha por parte de los cristianos, es decir, la ocupación paulatina de territorios que, con anterioridad, habían estado bajo el poder musulmán. La división del territorio musulmán provocó su debilidad militar y política. Los reyes cristianos generalizaron el cobro de parias (cantidades de monedas y objetos preciosos pagados mensual o anualmente) a todos los reyes de taifas, a cambio de mantener la paz. Esto obligaba a los reyes taifas a exigir a sus súbditos elevados impuestos, cada vez más impopulares.
La historia de esta etapa se resume en el esfuerzo de cada uno de estos minúsculos estados por conservar su independencia.
No obstante, a lo largo de este periodo hubo momentos en los que se reconstruyó la unidad de Al-Ándalus. En estos casos, el impulso provino del norte de África. Cuando el peligro era inminente, los reyes de taifas solicitaron ayuda a los sucesivos imperios norteafricanos: primero a los almorávides (1086) y después a los almohades (1195). La última invasión fue la de los benimerines (mediados del siglo XIII). En los periodos intermedios a estas invasiones, volvieron a formarse taifas independientes, sobreviviendo hasta 1492 solo el reino nazarí de Granada.
A finales del siglo XI, las expediciones contra los reinos del sur dirigidas por Alfonso VI de Castilla, la conquista de Toledo, el establecimiento cristiano en la línea fronteriza del Tajo, el incremento del pago de parias y la amenaza a los reinos de taifas, llevaron a las taifas de Sevilla, Granada y Badajoz a pedir protección al imperio norteafricano almorávide. Estos vencieron en la batalla de Sagrajas (1086) a los reyes de Castilla y Aragón, y después terminaron, temporalmente, con las taifas de Al-Ándalus, apoyados por los alfaquíes, contrarios a la política de los reyes de taifas por considerarla poco escrupulosa con las normas coránicas.
A mediados del siglo XII, los almorávides sucumbieron al enfrentarse en el norte de África a los almohades y, en el territorio peninsular, a los reinos hispanos de Alfonso VII (Castilla-León), Ramiro II (Aragón) y Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona). A su caída, se formaron las segundas taifas en Al-Ándalus.
A finales del siglo XII, tuvo lugar la invasión de la Península por los almohades, dinastía que surgió como oposición al fanatismo religioso de los almorávides. Tras la victoria frente a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (1195) y una tregua de diez años, los monarcas cristianos unificaron sus fuerzas y derrotaron a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Aunque la dinastía almohade subsistiría hasta 1269, sufrió serias derrotas en África causadas por la familia de los Banu Marin (benimerines). Desde 1224 se formaron las terceras taifas independientes. Excepto el reino nazarí de Granada (1238-1492), los reinos cristianos tomaron posesión de los restantes reinos de taifas (Sevilla, Valencia, Murcia, Niebla) en un breve espacio de tiempo.
3.3. Al-Ándalus: Organización Económica y Social
Desde el punto de vista económico, Al-Ándalus está asociado a importantes avances en el terreno agrícola, como el impulso que dieron al regadío, la difusión de cultivos como los cítricos, el arroz, el algodón o el azafrán, y la abundancia de huertas y vergeles.
En cuanto a la actividad artesanal, fueron famosos la producción textil (brocados cordobeses, tejidos de lino de Zaragoza…), la fabricación de papel y el trabajo de los cueros o de los metales preciosos.
Su comercio, basado en la abundancia de monedas (de oro, el dinar; de plata, el dirham), fue asimismo de suma importancia. En el ámbito exterior, los musulmanes de Al-Ándalus comerciaron con el resto del mundo islámico y con la Europa cristiana; también se aventuraron hacia el centro de África, de donde traían oro y esclavos negros. Paralelamente, potenciaron las ciudades, entre las que destacó Córdoba.
El grueso de los musulmanes llegados a la Península Ibérica eran bereberes, procedentes del norte de África y dedicados preferentemente a la ganadería en zonas montañosas. También había sirios y árabes, que ocupaban los puestos dirigentes. Los esclavos, sudaneses y eslavos, se importaban para el ejército desde mediados del siglo VIII hasta el X; en el XI consiguieron la liberación personal y se concentraron en las ciudades.
Entre los hispano-visigodos destacaban los judíos, con predominio científico y económico en las principales ciudades, dedicados al comercio; los muladíes, convertidos a la religión islámica, eran mayoría debido a la reducción de impuestos; por el contrario, los mozárabes, cristianos obligados al tributo de la capitación, se concentraban en Córdoba, Toledo, Sevilla y Mérida. Desde el siglo IX fueron emigrando a los reinos cristianos. Muladíes y judíos formaban la burguesía urbana, mientras que mozárabes y bereberes engrosaban el grupo de pequeños propietarios rurales.
3.4. El Legado Cultural de Al-Ándalus
Córdoba, capital del Emirato y después del Califato, fue un importante centro intelectual que acogió las corrientes de Bizancio, India, Babilonia o Persia. En la vida de los musulmanes, el sentimiento religioso tenía gran importancia. Se basaba en las verdades reveladas del Corán y en las predicaciones de Mahoma (Muhammad) recogidas por sus discípulos en la sunna. El sunnismo se difundió en Al-Ándalus por la escuela malekita, fundada por Malik en 795 y asentada en la intolerancia ortodoxa, coartando, por iniciativa de los alfaquíes (juristas-teólogos con cargos públicos), toda posible actividad cultural. A comienzos del siglo X, Ibn Masarra fundó en Córdoba la escuela masarrí, que da preponderancia a la razón personal sobre la tradición religiosa.
Abd-al-Rahman III, de gran sensibilidad, protegió a poetas, constructores y sabios procedentes de Oriente. La expresión literaria más cultivada fue la poesía amorosa. Un poeta representativo fue Ibn Hazm, cuya obra El Collar de la Paloma está considerada como la mejor obra literaria en lengua árabe. Entre los mozárabes bilingües se desarrolló una literatura en romance, aunque escrita, en muchos casos, en caracteres árabes. En el siglo X apareció la poesía popular con el zéjel y la muaxaja, escrita en árabe con elementos, como la jarcha, en lengua romance.
Los estudios filosóficos alcanzaron un gran desarrollo en el siglo XII, destacando la figura del filósofo musulmán Averroes. Al igual que haría Santo Tomás de Aquino con el cristianismo, Averroes trató de conciliar la filosofía aristotélica con la religión islámica. En Córdoba destacó también el filósofo judío Maimónides.
3.5. La Mezquita y el Palacio en el Arte Hispano-Musulmán
El arte islámico fue reflejo de su cultura. La prohibición de representar la figura humana hizo que apenas se cultivasen las artes figurativas, desarrollándose, en cambio, la arquitectura. Los arquitectos islámicos no solo construían edificios para satisfacer necesidades, sino que buscaban proporcionar placer. Por ello, el agua, la luz, el color o el sonido formaron parte integrante del espacio arquitectónico. Construyeron edificios de poca altura y de materiales sencillos (ladrillo, yeso, madera). Utilizaron como soportes pilares y columnas delgadas que sostenían bóvedas de crucería, de mocárabes, gallonadas, o de arcos cruzados, y arcos de herradura (por influencia visigoda), lobulados, de medio punto y mixtilíneos.
El edificio más significativo fue la mezquita, lugar de reunión de los creyentes. Constaba de un patio rodeado de arquerías con una fuente para las abluciones, una torre o alminar y una gran sala de oración dividida en numerosas naves perpendiculares al muro de quibla, orientado hacia La Meca.
Entre las construcciones más importantes destacan la Mezquita de Córdoba, levantada en tiempos de Abd-al-Rahman I y ampliada posteriormente; el palacio de Medina Azahara, construido en Córdoba por Abd-al-Rahman III; el palacio de la Aljafería de Zaragoza, del periodo de las taifas; el patio de las Doncellas del Real Alcázar de Sevilla, de época almohade; o el conjunto de la Alhambra, del periodo nazarí.