El Arte Románico: Espiritualidad y Poder en la Edad Media

Contexto Histórico del Arte Románico

El arte románico, que floreció entre los siglos XI y XII, es un estilo artístico autónomo que surgió durante la época clásica del feudalismo (aunque podemos hablar de prerrománico sobre el siglo X si hablamos de los Omeyas en la mezquita de Córdoba). Este período estuvo marcado por el renacimiento de la orden monástica benedictina, el auge de las peregrinaciones y el impulso de las cruzadas. A diferencia de lo que se pensaba en el siglo XVIII, el románico no es el resultado de un proceso degenerativo del arte romano, sino una síntesis de influencias antiguas, bárbaras, califales de Córdoba y orientales de Bizancio. Este estilo se extendió por toda Europa, convirtiéndose en el primer estilo internacional de la Edad Media.

La sociedad feudal, con el clero y la nobleza como principales mecenas (y sobre todo la Iglesia, que se sustentaba con las grandes donaciones y regalos del Estado, con los diezmos del tercer estado y la venta de bulas), impulsó la construcción de monasterios y castillos, que se convirtieron en los prototipos arquitectónicos de este período. Las catedrales también emergieron como símbolos urbanos, reflejando el poder y la espiritualidad de la época. El cristianismo fue el vínculo principal del período románico, creando un “Imperio Espiritual Románico” que trascendía las diferencias geográficas y políticas; también se dice que sustituyó al Imperio Romano en cuanto a poder político, militar, social, estatal, educativo, religioso y artístico. Las órdenes religiosas, especialmente los cluniacenses y cistercienses, junto con las peregrinaciones a Santiago de Compostela, Roma y Jerusalén, y las cruzadas, fortalecieron esta unidad espiritual y cultural.

Las peregrinaciones, en particular, fomentaron la construcción de nuevos núcleos urbanos y, por ende, edificios religiosos a lo largo de los caminos, especialmente hacia Santiago de Compostela, dando lugar a un “Arte de los peregrinos”.

En el siglo XII, la reforma cisterciense, liderada por San Bernardo, promovió la austeridad ornamental y las cruzadas, recibiendo influencias bizantinas que se reflejaron en la arquitectura de la época. Además, las cuadrillas volantes de artesanos, compuestas por pedreros, escultores y otros oficios, jugaron un papel crucial en la difusión del estilo románico, moviéndose por Europa para realizar encargos y compartir técnicas. Este movimiento artístico no solo unificó Europa bajo un mismo estilo, sino que también sentó las bases para el desarrollo posterior del arte medieval.

Arquitectura Románica

La arquitectura románica es el primer gran arte internacional de la Edad Media, desarrollado entre los siglos XI y XIII. Se caracteriza por ser un arte eminentemente rural, con una gran concentración en el norte de España, Francia y Alemania, especialmente en zonas donde no había presencia de otras culturas. En Cataluña destacan San Clemente de Taüll y Santa María de Taüll. En el sur de la Península no se desarrolla debido a la presencia musulmana, y tampoco en zonas con poca población, como Córcega o regiones nórdicas.

Las ciudades medievales surgen alrededor de castillos o fortalezas, equivalentes a las alcazabas en el mundo musulmán. Estos asentamientos, con el tiempo, se transforman en núcleos urbanos. A esto se suman las órdenes monásticas, que juegan un papel clave en la expansión del arte románico. La orden de Cluny promueve la riqueza y la ostentación en la iglesia, mientras que la orden del Císter se caracteriza por la humildad, austeridad y cercanía con las clases populares. Estas órdenes se mantenían gracias a donaciones, diserciones y segundones de la nobleza, es decir, hijos que no heredaban y eran enviados a la Iglesia para ocupar altos cargos.

El auge de las peregrinaciones impulsa la construcción de grandes templos adaptados a los peregrinos. En lugares como Santiago de Compostela se construyen iglesias de peregrinación, con plantas en forma de cruz latina y tres naves, siendo la central más alta y ancha. En el cruce de la nave principal y el crucero se sitúa un cimborrio con cúpula, y la cabecera termina en un ábside con absidiolos y girola, permitiendo el paso continuo de peregrinos sin interferir en el culto. Para facilitar la entrada y salida, se abren puertas laterales en los brazos del crucero. En Santiago de Compostela destaca el botafumeiro, un gigantesco incensario que se balancea para disimular el mal olor de los peregrinos.

Los muros de las iglesias románicas son gruesos, reforzados por contrafuertes adosados, debido al desconocimiento sobre las leyes del peso y la carga. Esta solidez les confiere un aspecto de fortaleza, símbolo de la fortaleza de Dios. La piedra es el material fundamental, con cubiertas exteriores de teja a dos aguas y techumbres interiores con bóvedas de cañón, sostenidas por arcos fajones y robustos pilares. Los vanos son escasos y de pequeño tamaño, ya que los muros deben ser muy sólidos. Un claro ejemplo de esta austeridad es Santo Domingo de Soria, donde apenas se abren vanos más allá del rosetón y dos ventanas pequeñas.

La decoración se concentra especialmente en las portadas y en los capiteles. En los capiteles, los escultores encontraron un espacio de libertad creativa, representando elementos vegetales, escenas religiosas y motivos procedentes de la mitología celta, extraídos de los bestiarios, libros medievales que recogían animales reales y fantásticos. Incluso pueden aparecer capiteles de temática erótica, ya que la iglesia utilizaba este recurso para aleccionar moralmente a los fieles. Entre los motivos decorativos más comunes encontramos el ajedrezado, la punta de sierra, los tacos, los besantes y el baquetón en zigzag.

Como ejemplos más representativos de la arquitectura románica podemos citar San Clemente de Taüll, San Martín de Frómista, San Isidoro de León y la catedral de Zamora.

La Iglesia de Peregrinación

La iglesia de peregrinación surge como un modelo arquitectónico que responde a la gran afluencia de peregrinos que recorrían Europa en los siglos XI y XII para visitar importantes reliquias. Los tres principales destinos eran el Santo Sepulcro en Tierra Santa, la tumba de San Pedro en Roma y, sobre todo, la tumba del apóstol Santiago en Galicia. La importancia de estas peregrinaciones no era solo religiosa, sino también cultural y política, impulsando la construcción de albergues, hospitales y monumentales iglesias a lo largo de las rutas, especialmente el Camino de Santiago, que llegaba incluso hasta Fisterra.

Según la tradición, tras la muerte del apóstol Santiago, su cuerpo fue trasladado a Galicia y enterrado en un arca de mármol, que siglos después fue descubierto por el ermitaño Pelayo gracias a un suceso milagroso en el cielo, conocido como el “campus stellae” o campo de la estrella. Alfonso II, rey de Asturias, mandó construir una pequeña iglesia sobre su sepulcro, que posteriormente sería ampliada por Alfonso III, dando lugar a la capilla de Coctesela, terminada en el año 899. En 997, el caudillo musulmán Almanzor saqueó la iglesia y se llevó las campanas y puertas hasta Córdoba. Más adelante, con la estabilización de la frontera tras el Califato de Córdoba, los reinos cristianos vivieron una época de prosperidad que facilitó la consolidación de las peregrinaciones.

En este contexto, surge la construcción de la gran catedral de Santiago de Compostela, influenciada por el modelo de Santa Fe de Conques en Francia. Fernando II ordena demoler la antigua iglesia de Alfonso III y encarga al maestro Mateo la dirección de las obras. Este construye la cripta y, posteriormente, el magnífico Pórtico de la Gloria, terminado en 1188, que ya presenta elementos de transición hacia el arte gótico, como el rosetón. La catedral presenta cuatro fachadas: al sur, la Platería; al este, la Quintana; al norte, la Quintanera; y al oeste, el Obradoiro. También destaca el claustro anexo a la fachada sur y las capillas que se fueron añadiendo con el tiempo, modificando la planta original. En 1322 se introduce el Botafumeiro, un gran incensario utilizado para contrarrestar el mal olor de los peregrinos.

Las iglesias de peregrinación responden a unas características comunes: grandes dimensiones, plantas de tres o cinco naves, crucero con brazos que incluyen absidiolos para cultos particulares, deambulatorio en la cabecera con capillas radiales y tribunas para facilitar el paso de peregrinos sin interrumpir las celebraciones litúrgicas. La nave central suele cubrirse con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones, mientras que las naves laterales llevan bóveda de arista.

Santa Fe de Conques es considerada el modelo inicial de iglesia de peregrinación: de planta reducida, con tres naves muy cortas, un ábside escalonado, deambulatorio con capillas radiales y tribuna elevada.

La catedral de Santiago de Compostela es la culminación de este tipo de construcciones, inspirada en los grandes santuarios franceses y recordando en algunos elementos la arquitectura asturiana y mudéjar, convirtiéndose en la gran joya del románico español, destino final de la ruta de peregrinación más importante de la Edad Media.

Escultura Románica

La escultura románica es un arte al servicio de la religión, que no busca el realismo ni la belleza estética, sino transmitir mensajes espirituales y doctrinas de fe a una sociedad mayoritariamente analfabeta. Se caracteriza por su antinaturalismo, simbolismo y un fuerte carácter didáctico. La Iglesia enseñaba que lo importante no era el exterior, sino el alma, y esto se refleja en la rigidez, frontalidad e inexpresividad de las figuras. No importa que la figura muestre dolor o movimiento; lo que importa es lo que representa.

La mayor producción escultórica del románico se encuentra en los elementos arquitectónicos: principalmente portadas, tímpanos, jambas y capiteles. Las portadas se abocinan, creando profundidad, y el tímpano es el espacio donde se concentra la mayor decoración. Un ejemplo destacado es Santa Fe de Conques. Además, la escultura también aparece en los capiteles, especialmente en monasterios como el de Silos, y en pilares multiformes y cuadrangulares.

Las composiciones están enmarcadas, adaptándose al espacio arquitectónico, y muestran jerarquía de tamaño (el personaje más importante es el más grande), isocefalia (todas las cabezas a la misma altura) y superposición de figuras para dar sensación de profundidad.

Los temas más representados en la escultura románica son religiosos. Destaca el Juicio Final, con Cristo en Majestad o Pantocrátor, rodeado del Tetramorfos: el hombre (Mateo), el león (Marcos), el toro (Lucas) y el águila (Juan). También aparecen los 24 ancianos del Apocalipsis, a veces como músicos, como en el Pórtico de la Gloria. Otros símbolos frecuentes son el Dextera Domini (la mano derecha de Dios), el Agnus Dei (Cordero de Dios), el Crismón (anagrama de Cristo con la X y la P griegas), la Alfa y la Omega (principio y fin), y la paloma como símbolo del Espíritu Santo.

Se representan también escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, como Adán y Eva, Daniel en el foso de los leones, el sacrificio de Isaac, la resurrección de Lázaro, milagros de Jesús, la Pasión, el Pentecostés, la Ascensión de María o historias de la Leyenda Dorada, es decir, vidas de santos. Además, hay temas profanos o mitológicos, como animales fantásticos procedentes de los bestiarios, y escenas de la vida cotidiana como la vendimia.

La escultura exenta románica puede ser de madera policromada, como los crucificados y vírgenes sedentes (por ejemplo, el Cristo de Batlló o la Virgen de Ger). Son figuras hieráticas, frontales, con actitud indolente y sin mostrar dolor. El Cristo suele vestir túnica y carecer de corona de espinas. En marfil, se realizan arquetas y pequeños crucifijos, con ojos y pies sobredimensionados, simbolizando la visión espiritual y la estabilidad.

Por último, la escultura en piedra destaca en el claustro de Silos, donde los capiteles muestran marañas vegetales, animales y escenas bíblicas. La pieza más importante es la Duda de Santo Tomás. En estos relieves, todas las figuras están dispuestas frontalmente, con jerarquía, isocefalia, encorsetadas en el marco arquitectónico, e incluso escalonadas para simular profundidad.

Pintura Románica

La pintura románica desempeñó un papel fundamental en la enseñanza religiosa, conocida como la “Biblia de los pobres”, ya que ayudaba a transmitir los pasajes bíblicos a personas que no sabían leer, a través de imágenes cargadas de simbolismo y espiritualidad. Esta pintura se encontraba principalmente en tres soportes: pintura mural al fresco, pintura sobre tabla y miniatura.

La pintura mural al fresco decoraba los ábsides y los muros laterales de las iglesias. Un ejemplo destacado es la iglesia de San Clemente de Taüll, en Lérida, en la zona pirenaica. En el ábside aparece representado un Cristo Pantocrátor dentro de su mandorla, rodeado por el Tetramorfos, es decir, los cuatro evangelistas en sus formas simbólicas: Mateo, el hombre; Marcos, el león; Lucas, el toro; y Juan, el águila. El Cristo sostiene el libro con la inscripción Ego sum lux mundi y su mano derecha aparece en actitud de bendecir.

En la pintura sobre tabla, el elemento protagonista es el frontal del altar, la única decoración de este elemento litúrgico. El altar en el románico era una simple losa rectangular de piedra sostenida por un pilar o dos columnas laterales. En el centro de la losa se depositaban las reliquias del santo titular. En iglesias humildes, en lugar de mármoles o planchas metálicas, se utilizaban tablas talladas o pintadas denominadas frontales. Otro elemento importante era el baldaquino, una estructura de cuatro columnas que cubría el altar y simbolizaba el sacrificio de Cristo. Por su parte, el retablo románico, aunque menos común, presentaba pequeñas dimensiones y tenía forma de friso corrido o templete con pequeños compartimentos.

La miniatura era otra forma de pintura románica, destinada a la ilustración de biblias y libros litúrgicos. Heredera de la tradición carolingia y otoniana, se realizaba sobre folios de pergamino elaborados con piel de cabra, oveja o ternera. El proceso comenzaba con un bosquejo, seguido de la aplicación de color y finalmente el contorneado en negro. Un tema recurrente era el de los jinetes del Apocalipsis, que traían las plagas y el castigo divino.

Las características generales de la pintura románica son la frontalidad, el hieratismo, la ausencia de naturalismo y la simetría. Las figuras aparecen perfiladas en negro, con colores planos y brillantes, principalmente primarios: azul para el cielo y el manto de la Virgen, rojo, verde para elementos vegetales, ocre, blanco y negro. Los fondos son irreales o geométricos, y se usan recursos como fondos cóncavos o convexos para dar sensación de profundidad.

Los temas son principalmente religiosos: el Pantocrátor o Maiestas Domini, el Juicio Final, la Ascensión de María, el Dextera Domini, el Agnus Dei, la creación de Adán, y escenas bíblicas diversas. También aparecen símbolos como la mandorla, la Alfa y la Omega o el libro con la inscripción Ego sum lux mundi.