Teatro y Novela Española: Tendencias y Autores Clave (1939-Finales Siglo XX)

Teatro Español desde 1939: Tendencias, Autores y Obras Clave

El impacto de la Guerra Civil sobre el teatro fue importante. Se produjo un aumento de las presiones comerciales y, sobre todo, ideológicas. Tanto en los 40 como en los 50, se escribió un teatro realista y comprometido que se volvería vanguardista en los 60.

Teatro de los Años Cuarenta

El teatro de este periodo representaba una realidad teatralmente falsificada y artificial, a la que se criticaba, aunque formalmente seguía las reglas clásicas. En la creación dramática encontramos dos líneas: el drama burgués, que es una continuación de la comedia benaventina, donde podemos citar a Joaquín Calvo-Sotelo. Son obras de correcta construcción y elegantes diálogos. El teatro de humor de Miguel Mihura, con Eloísa está debajo de un almendro, trataba de romper las formas tradicionales del humor; sin embargo, sus obras chocaron con una crítica y un público cerrados. Miguel Mihura, con Tres sombreros de copa, se caracteriza por la utilización de un humor absurdo. El público despreció esta obra, lo que le llevó a escribir un teatro de menor carga vanguardista.

Teatro Realista de los Años Cincuenta

La década de los 50 comienza con dos obras importantes: Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo y Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre. Este teatro transmitió un existencialismo que más tarde derivó en la preocupación social. Sus temas tratan los problemas de obreros y gente humilde, mostrándonos así las desigualdades sociales. Muchas obras no llegaron al escenario; esto se llamó “teatro soterrado”. Destaca el realismo: la escena imitaba espacios cotidianos con rasgos costumbristas. Sobresale de este periodo Antonio Buero Vallejo: sus obras están marcadas por temas humanos, ya sean de carácter existencial o realista. Su género preferido es la tragedia. Con ella pretendía la catarsis del espectador, para conmoverle y animarle a luchar hacia su destino. El diálogo: el lenguaje de los diálogos se caracterizaba por su densidad, hondura y precisión. El espacio estaba descrito con minuciosidad, porque los objetos, su disposición y el ambiente adquirían una significación concreta. Destacan El concierto de San Ovidio y Un soñador para un pueblo.

Teatro de los Años Sesenta hasta Final de Siglo

En esta época, el teatro continuó con la línea de protesta y denuncia de la injusticia social y el descontento político de corte realista. José Martín Recuerda estrenó Las salvajes en Puente San Gil para criticar el conservadurismo burgués de la época. Lauro Olmo obtuvo gran éxito con La camisa, donde reflejó los problemas de escasez vinculados con el paro y la inmigración. Sin embargo, el teatro de los años 60 fue fundamentalmente vanguardista, en la línea de autores como Samuel Beckett y el teatro del absurdo, y Antonin Artaud y el teatro de la crueldad. Francisco Nieva, con La carroza de plomo candente, caracterizado por el empleo de simbolismos, los elementos oníricos…; Fernando Arrabal, con El arquitecto y el emperador de Asiria, creador del teatro pánico de carácter provocador y rebelde, recogió elementos del vanguardismo y del teatro del absurdo. Dentro del teatro más comercial, cabría destacar a Antonio Gala, con Anillos para una dama. Surgieron los grupos de teatro independiente, cuya actividad se desarrolló al margen de los circuitos culturales establecidos (Els Joglars, Los Goliardos, El Teatro Experimental Independiente).

Teatro desde 1975 hasta Final de Siglo

Tras una etapa en la que, con la desaparición de la censura, se intentó llevar a escena todo aquello que había sido prohibido décadas anteriores (Valle-Inclán, Lorca…), se asentó un teatro caracterizado por autores consagrados. En esta época se pudo hacer un teatro en libertad, pero el público no asimiló los cambios, abandonó los teatros y rechazó las técnicas vanguardistas. En el teatro se dieron dos corrientes: el teatro más clásico y el teatro vanguardista o posdramático. En el teatro clásico destacan José Luis Alonso de Santos, con La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro, donde se aprecian aspectos de la sociedad actual; Fernando Fernán Gómez, con Las bicicletas son para el verano, también muy realista; y José Luis Sanchis Sinisterra, con ¡Ay, Carmela!, en la que se reflexiona sobre aspectos del propio teatro. En el teatro posdramático, influido por Heiner Müller, destacan Rodrigo García con Gólgota picnic y Angélica Liddell con Mi relación con la comida. También hay que nombrar a Juan Mayorga, en una línea indudablemente clásica.

La Novela Española de 1939 a 1974: Evolución, Autores y Obras

Novela del Exilio

En los años 30, los novelistas se habían orientado hacia un tipo de novela social comprometida con la política del momento que desembocaría en la Guerra Civil en 1936. Tras la guerra, muchos escritores partidarios de la causa republicana se vieron obligados al exilio, donde siguieron escribiendo y publicando, aunque su obra fue poco conocida en España a causa de la censura. Los más destacados fueron Rosa Chacel (Memorias de Leticia Valle), Max Aub (El laberinto Mágico) y Francisco Ayala (Muertes de perro). Tres temas destacan en estos autores: el recuerdo del conflicto bélico y de España, la presencia de los nuevos lugares en los que tuvieron que vivir y la reflexión sobre temas que afectan a la naturaleza y existencia del hombre. Ramón J. Sender fue el autor más representativo. En su obra destacó el compromiso ideológico. Su obra más destacada es Réquiem por un campesino español. Publicó 40 libros en el exilio, entre los que hay que citar Crónicas del alba, novela autobiográfica.

Novela de Posguerra (Años Cuarenta)

Por una parte, están los autores conformistas o adeptos al régimen, con novelas que narran la guerra desde el punto de vista de los vencedores. A esta corriente pertenecen escritores como Antonio Agustí (Mariana Rebull), Rafael García Serrano y la primera novela de Gonzalo Torrente Ballester (Javier Mariño). Como respuesta al hambre, la pobreza, la represión y la censura, surgieron dos novelas importantes en los años 40. Su importancia residió en la ruptura con la cultura oficial y el testimonio de una existencia desoladora y conflictiva. Son novelas realistas y existencialistas que expresan la lucha del individuo con el destino o con su contexto social. Una de ellas es La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, con la que se inició la corriente denominada “tremendismo”, al profundizar en los aspectos más crudos de la realidad: miseria, violencia, personajes marginales o tarados. Pascual Duarte es un campesino dominado por sus instintos vengativos y violentos, que acaba por convertirse en una especie de asesino en serie. La otra novela es Nada, de Carmen Laforet. Se trata de una novela con tintes autobiográficos que narra la vida de la protagonista que llega a Barcelona para estudiar. Se encuentra encerrada en un mundo burgués que le provoca angustia e insatisfacción. Hay que citar también, dentro del existencialismo, La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes.

Novela de los Años Cincuenta: El Realismo Social

Al comienzo de esta década, lo peor de la posguerra empezó a remitir y el régimen empezó a salir de su aislamiento. A este cambio contribuyeron escritores como Gonzalo Torrente Ballester, Wenceslao Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, etc. Las obras que inauguraron este periodo literario son La Colmena, de Camilo José Cela, y El camino, de Miguel Delibes. La noria, de Luis Romero, es una obra precursora del realismo social. La Colmena es una obra casi sin argumento. En el Madrid de posguerra, más de 300 personajes nos muestran, a través de múltiples y pequeños fragmentos, su vivir cotidiano, lleno de miserias y penurias. Dinero, hambre y sexo se convierten en las únicas preocupaciones de unos personajes alienados en esa gran colmena donde lo importante es sobrevivir. En El camino, Miguel Delibes empleó un estilo sobrio y sencillo para retratar el mundo rural castellano. El mismo estilo se empleó en Mi idolatrado hijo Sisí, La hoja roja y Las ratas. Se considera 1954 como el año central de la novela social, pues este año se dieron a conocer los autores citados anteriormente, y otros como Ana María Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, José Manuel Caballero Bonald, etc. Por estos años aparecieron también algunos ensayos que se han considerado manifiestos. Así ocurre con La hora del lector o Para una literatura nacional popular, de José María Castellet. Se planteaba que el escritor debía ponerse al servicio de transformar la sociedad. Estos autores se caracterizaron por unos rasgos comunes. Estéticamente, adoptaron dos actitudes: el objetivismo y el realismo crítico. El primero consistía en reducir al mínimo la presencia del autor que narraba lo que ocurría sin opinar; se reducía el protagonismo de los personajes y su análisis psicológico en favor del contexto social; caracterización externa de los personajes por lo que hacían y decían, por lo que el diálogo cobraba importancia; el argumento se formaba por la acumulación de pequeñas situaciones intrascendentes; concentración temporal y espacial (eran novelas lineales, sin saltos en el tiempo). El realismo crítico se parecía mucho al objetivismo, al que se añadía una mayor intención crítica y la utilización de personajes que representaban una clase social colectiva. Recibieron influencia de autores extranjeros como Ernest Hemingway, John Dos Passos, John Steinbeck o William Faulkner.

Los temas del realismo social incluyen: la dura vida en el campo (Los bravos, de Jesús Fernández Santos, y Dos días de septiembre, de José Manuel Caballero Bonald), el mundo del trabajo y las relaciones laborales en las que campesinos y trabajadores se mezclan (Central eléctrica, de Jesús Fernández Pacheco, o La mina, de Armando López Salinas), novelas de tema urbano (La Colmena, de Camilo José Cela), y otras que critican la sociedad burguesa (Juego de manos, de Juan Goytisolo) o reflejan la situación de la mujer en la posguerra (Entre visillos, de Carmen Martín Gaite).

La Novela Española de los Años Sesenta

La novela social evolucionó hacia la novela estructural, cuyo fin era analizar la personalidad del individuo. Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, inauguró esta nueva corriente. Destacan autores como Juan Marsé, con títulos como Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse y La muchacha de las bragas de oro, y Juan Benet, con Volverás a Región. En ellas encontramos denuncia social, un retorno al narrador omnisciente, monólogo interior, riqueza verbal, etc. Otros autores de décadas anteriores se pueden incluir aquí, como Camilo José Cela (San Camilo 1936), Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Gonzalo Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.), Juan Goytisolo (Señas de identidad) y autores jóvenes como José María Guelbenzu. El aspecto más destacado de este periodo fue la adaptación de las nuevas técnicas novelísticas procedentes del extranjero. El autor desaparece y la acción se ve desde el punto de vista de un personaje protagonista (o varios) (perspectivismo). La acción se relegó a un segundo plano y primaron situaciones concretas de carácter anecdótico. Se dieron juegos con el tiempo y la técnica de contrapunto (presentar varias historias que se combinan). Los personajes se muestran en conflicto consigo mismos o con su entorno, queriendo encontrar su identidad. Se dio mayor importancia al estilo indirecto libre y al monólogo interior en detrimento del diálogo.