Ser Humano y Dios en la Filosofía de San Agustín
Concepción del Ser Humano
San Agustín, influenciado por el platonismo y el neoplatonismo, concibe al ser humano como una unión de cuerpo y alma. A diferencia de Platón, rechaza la preexistencia del alma, afirmando que es creada por Dios en el momento de la concepción. Para Agustín, el alma es superior al cuerpo y posee tres facultades fundamentales: memoria, razón y voluntad. Estas facultades reflejan la Trinidad divina del cristianismo: la memoria representa al Padre, la razón al Hijo y la voluntad al Espíritu Santo. Agustín destaca la independencia de la razón y la voluntad, lo que contrasta con el intelectualismo moral socrático. Reconoce que la voluntad puede oponerse a la razón, introduciendo la complejidad humana.
Ética y Felicidad
Agustín postula que la felicidad, entendida como la unión amorosa con Dios, es el bien supremo. El mal es considerado como la privación del ser y del bien, no como una entidad en sí misma. El pecado moral es una elección de la voluntad, producto de la libertad otorgada por Dios. Agustín enfatiza la libertad individual para elegir entre el bien y el mal, aunque reconoce la tendencia inherente al pecado transmitida por el pecado original. La gracia divina es esencial para superar esta inclinación y alcanzar la salvación. En oposición al pelagianismo, Agustín sostiene que la gracia de Dios es crucial; la iluminación divina guía la voluntad humana hacia el bien, evitando el mal y superando los bienes inferiores.
Concepción de Dios y la Creación
San Agustín defiende el Creacionismo, argumentando que Dios creó el mundo y el tiempo desde la nada, aplicando la Teoría del Ejemplarismo. Según esta perspectiva, Dios materializa seres concretos a partir de ideas eternas que existen en su mente divina, dando origen a entidades a lo largo del tiempo a través de gérmenes o razones seminales depositados en la materia. La entidad creada consta de materia y forma, siendo esta última la esencia que define su ser. Para Agustín, Dios no abandona su creación, sino que la cuida y gobierna a través de un plan expresado en la ley eterna. Aborda el problema del mal como carencia de ser o perfección, no como algo creado por Dios, y justifica el mal moral humano en aras de un bien mayor: la libertad.
Razón, Fe y Conocimiento
Aunque la existencia de Dios se sostiene por la fe, Agustín presenta argumentos racionales basados en el consenso humano y la perfección de la creación como indicios de un ser supremo. Destaca el carácter eterno e inmutable de ciertas ideas en el alma que contrasta con la naturaleza finita y mutable humana. En cuanto al conocimiento, Agustín distingue entre el sensible (generador de opinión), el racional inferior (ciencia) y el racional superior (filosofía y sabiduría), defendiendo la teoría de la Iluminación, que busca verdades eternas en la conciencia, iluminadas por la divinidad. En la relación entre Razón y Fe, Agustín aboga por su complementariedad. Aunque la fe debe predominar, la razón y la fe deben colaborar mutuamente, siguiendo el lema de “comprende para creer y cree para comprender”.
Ética y Felicidad en la Filosofía de Aristóteles
Búsqueda de la Felicidad
Aristóteles, con su enfoque teleológico, consideraba la moral y la ética desde la perspectiva de la búsqueda de la felicidad como el fin último de la vida humana. Para él, la moralidad se basaba en el concepto de eudaimonia, donde la felicidad no se limita a placeres momentáneos, sino que implica el desarrollo personal y la excelencia. Sin embargo, planteaba que el ser humano, aunque aspira a la plena felicidad, nunca puede alcanzarla debido a sus necesidades corporales y sociales. Siendo el Primer Motor el único que alcanzará la felicidad absoluta. Destacaba la importancia del desarrollo de virtudes para lograr una vida significativa.
Virtudes y el Término Medio
Estas virtudes, tanto dianoéticas como éticas, eran esenciales para acercarse a la felicidad. Aristóteles afirmaba que la virtud ética se manifestaba como un hábito adquirido por la práctica frecuente, buscando el término medio entre dos extremos viciosos, adaptándose a situaciones específicas y no siendo un estándar universal. Para Aristóteles, la felicidad se alcanza mediante la vida contemplativa y la práctica de virtudes éticas que perfeccionan aspectos racionales y sociales del ser humano. Sostenía que la virtud se encontraba en el punto medio, relativo a cada individuo, y se adquiere mediante la repetición de actos, convirtiéndose en un hábito que influía en la conducta. La prudencia era la mayor de las virtudes éticas, perfeccionando el entendimiento práctico y subordinando a otras virtudes como la templanza, la fortaleza, la justicia y la valentía.
Educación Moral y Política
Además, resaltaba la importancia de la educación moral mediante la templanza para disfrutar de placeres adecuados y rechazar los inconvenientes que podían llevar al hombre a ser esclavo de sus pasiones. Aristóteles también establecía una conexión intrínseca entre la ética y la política, argumentando que la construcción de una sociedad justa y virtuosa era crucial para que los individuos alcanzaran la felicidad. En su visión, la ética y la política se entrelazaban en la búsqueda del bien común y la excelencia colectiva.