EXPLICACIÓN DEL FRAGMENTO
El hombre posee el lenguaje, pero no porque lo haya inventado, sino porque le es natural. La voz (emisión de sonido, chillido o grito) no es exclusiva del hombre; la palabra, el habla, sí. ¿Por qué hablamos? ¿Algún fin debe tener esta capacidad? Nada en la naturaleza es casual o puramente mecánico. El fin del lenguaje es -entre otros fines- comunicar a otros qué consideramos que es la bondad, la justicia, etc. El lenguaje nos permite deliberar públicamente sobre los asuntos sociales, comunitarios. Lo bueno, lo justo, etcétera, son formas de virtudes morales y la base de toda sociedad humana. Estar de acuerdo en ellas – mediante la participación comunitaria- es necesario en cualquier sociedad, desde la más simple (familia) a la más perfecta (ciudad). En consecuencia, el hombre necesita de la ciudad para su supervivencia. Pero no se trata sólo de una necesidad material, económica o militar, sino que se trata incluso de una necesidad moral.
Hay que destacar la diferencia que hay entre el “gregarismo” (vivir en grupo) y esta sociabilidad natural de la que habla Aristóteles: el ciudadano vive por y para la ciudad, participa en los foros públicos, en la toma común de decisiones, acude a la asamblea. Este tipo de actividades son las que caracterizan al ser humano y lo separa de los animales, que pueden vivir en grupo sin “participar” del mismo.
FELICIDAD
Es una “determinada actividad del alma desarrollada conforme a la virtud”. La felicidad se alcanza con la realización de la función propia, o lo que es lo mismo, de la virtud, que consiste en el desarrollo de las capacidades intelectuales que conducen a una vida contemplativa y prudente (propia del sabio). Aunque no sea la única manera de conseguirla, sí que es la única manera de alcanzarla en su grado máximo. Sin embargo, Aristóteles se muestra realista recordando que para llegar a la felicidad debemos poseer, como meros medios y de manera moderada, bienes externos (un mínimo nivel económico), bienes del cuerpo (salud) y bienes del alma.
SUSTANCIA
Noción aristotélica clave en su concepción metafísica. Es la categoría principal que designa el ser de algo (ousía). Sustancia es lo que es necesariamente, es decir, lo que permanece inalterable a pesar de todos los cambios que puedan sobrevenir en sus propiedades. Así, sustancia es el ser individual, concreto, único.
La sustancia se diferencia de los accidentes, que serían todas las modificaciones del ser; esto es, sus características o atributos. De haber cambios en estos accidentes, no afectarían al ser o sustancia, que permanece inalterable. Por ejemplo, el individuo Juan puede modificar su peso corporal (de 70 a 60 kilos); puede crecer (de niño a adulto); puede aprender otro idioma o puede moverse, pero seguirá siendo el mismo individuo, el mismo ser.
Aristóteles distingue entre sustancia primera (materia) y sustancia segunda (forma). La primera sería el individuo concreto —Juan— mientras que la segunda vendría a ser la especie a la que pertenece dicho individuo; en este caso, la especie humana.
POTENCIA-ACTO
Son dos términos que explican el movimiento. Acto es la propia existencia del objeto, lo que el objeto ya es. Y potencia es lo que todavía no es, pero puede llegar a ser. Por tanto, potencia es la capacidad de llegar a ser aquello que algo es por naturaleza, y acto es la realización de esas potencialidades específicas de los seres. Cada ser, en un momento concreto, posee unas características y propiedades que constituyen su acto, y ese mismo ser, en ese mismo momento, posee unas posibilidades que puede desarrollar y que constituyen su potencia. El cambio se produce al convertirse en realidad lo que estaba en cada ser como posibilidad. Cuando lo que estaba como posibilidad se realiza, pasa al acto y cesa el movimiento.
RELACIÓN DE ARISTÓTELES CON THOMAS HOBBES
Dos filósofos bien distintos, con un “estilo de juego” también opuesto. Un griego como Aristóteles, un naturalista nato, contra uno de los clásicos de la filosofía política anglosajona. Y, en concreto, la competición entre ambos girará en torno a un problema antropológico. Si leemos la Política de Aristóteles, aparece una concepción del ser humano muy distinta a la que nos presenta Hobbes en el Leviatán
Para Aristóteles, el ser humano es un animal social por naturaleza. Lo que diferencia al hombre del resto de animales es la palabra, pero no entendida como facultad intelectual sino precisamente como capacidad que nos posibilita llevar una vida en común, confluir con otros semejantes en la polis. El hombre necesita de los demás para vivir y sólo es feliz cuando participa de la vida pública, es decir, cuando acude a los foros públicos en los que se toman las decisiones y toma un papel activo dentro de las mismas. La vida individual no es, para el filósofo griego, autosuficiente. Sólo la polis (la ciudad-estado), el grupo humano, es autosuficiente. El hombre es una célula más dentro del organismo, y sólo en compañía de otros semejantes puede alcanzar una vida plena y feliz. Aristóteles llegará a decir que el que vive aislado, será “una bestia o un dios”, una pieza al margen del juego que, por lo tanto, carece de sentido.
La tesis de Hobbes será precisamente la contraria. El hombre no necesita vivir en sociedad, sino que la sociabilidad es una dura y pesada carga, un precio que el hombre tiene que pagar debido a su debilidad. La vida en sociedad es tediosa, aburrida, y molesta. Se adopta el aforismo latino: “El hombre es un lobo para el hombre”. Los demás son el infierno cotidiano que debemos soportar, porque no tenemos el suficiente poder como para aislarnos de los demás. El individuo aislado es frágil y vulnerable, y su fuerza proviene de la asociación. Sólo unidos surge la fuerza, con la particularidad de que el otro representa siempre un peligro potencial del que debemos protegernos. Por eso, el individuo delega parte de sus derechos y libertades, para que el nuevo cuerpo surgido de la asociación, el Estado o Leviatán, le garantice la seguridad. La sociabilidad es necesaria sólo como un mal menor, no como un medio para alcanzar la felicidad, tal y como nos lo presenta Aristóteles