El Problema del Mal y las Ideas Ejemplares
El mal plantea un gran problema para San Agustín y los cristianos, ya que si Dios, que es sumamente bueno y perfecto, ha creado todo, resulta difícil entender que haya creado un mundo imperfecto en el que hay mucha gente que sufre.
Para explicarlo, San Agustín distingue dos tipos de mal: el mal físico y el mal moral.
El Mal Físico
El mal físico se refiere a las catástrofes naturales, epidemias, enfermedades, etc. San Agustín afirma que este tipo de mal no existe, sino que se trata solo de la ausencia del ser.
Dios es bueno, por lo que toda su creación también es buena. Solo existen realidades más o menos imperfectas dependiendo de su cercanía o distancia respecto al modelo de las ideas. Se trata, por tanto, de una forma de ver el mal heredada de Platón.
El Mal Moral
En cuanto al mal moral, San Agustín sitúa su origen en la propia naturaleza del ser humano. En su opinión, los seres humanos poseemos una naturaleza dual: tenemos un alma que nos inclina hacia Dios y, por otro, un cuerpo que nos inclina hacia la sensualidad.
Pero, además de ser duales y, por consiguiente, imperfectos, los seres humanos somos libres. Y esta libertad es precisamente el origen del mal moral.
El hombre es libre para aceptar o no aceptar el mensaje del cristianismo. El hombre es libre de salvarse o condenarse.
Pero la libertad es algo propio de la voluntad y no de la razón. La razón puede conocer el bien y la voluntad puede rechazarlo, ya que es autónoma.
Es cierto que la voluntad tiende necesariamente a la felicidad y que el único objeto que nos puede hacer felices es Dios. Pero el hombre puede elegir apartarse de él.
El pecado original fue un pecado de soberbia y fue la primera desviación de la voluntad. Desde entonces, la voluntad se debilitó y es incapaz de volver a actuar correctamente por sus propias fuerzas. Para ello necesitaría de la gracia de Dios. Esto no debe entenderse como que la gracia actúa en contra de la voluntad, sino que es la que le permite al hombre recuperar la libertad perdida a consecuencia del pecado original.
Podemos hacer el mal sin la ayuda de nadie, pero para hacer el bien necesitamos la ayuda de Dios.
Pero ¿por qué Dios creó al ser humano libre sabiendo que iba a actuar contra él? No sería ser humano si no fuese libre.
Es el bautismo el que puede limpiarnos de todos nuestros pecados, incluso del pecado original.
Las Ideas Ejemplares
Como hemos mencionado anteriormente, San Agustín defendió una de las tesis fundamentales de la Iglesia Católica: el creacionismo, afirmando que Dios había creado toda la realidad ex nihilo (de la nada), y que antes de Dios no había nada. Al principio solo existía Dios, quien en su mente posee las Ideas, que, al igual que en Platón, son modelos de la realidad, eternas, absolutas, inmutables y universales. Tomando estas ideas como ejemplo (de ahí que se le denomine ejemplanismo de las ideas) es como Dios creó todo cuanto existe (la luz, los mares, las montañas, los animales, el ser humano, etc.).
La Existencia de Dios
El pensamiento de San Agustín, por influencia de Plotino, afirmó que la realidad está graduada según su nivel de perfección. En el nivel más alto, situó como ser sumamente perfecto a Dios, al que definió como Ser Absoluto, Verdad, Bien Supremo, Eterno e Inmutable.
Otras de sus características son que es Justo, cuyo conocimiento es omnisciente y cuya Bondad es fuente de la felicidad.
Dios es perfecto porque es la única realidad no compuesta. Paradójicamente, siendo Uno, Dios es también trino (Padre, Hijo y Espíritu).
Como podemos ver, no debemos equipararlo con cualquier dios filosófico, puesto que es el de la revelación cristiana.
En cuanto a las pruebas de la existencia divina, hemos de decir que San Agustín no consideró que fuera posible probar la existencia de Dios por vías exclusivamente racionales. En su opinión, el punto de partida debía ser siempre la fe en la verdad revelada.
En consecuencia, desarrolló tres pruebas para confirmar/iluminar la fe con la razón:
- En primer lugar, se basó en las huellas de Dios que encontramos en nuestro interior, es decir, las ideas eternas, necesarias e inmutables de Infinito, Perfección e Inmortalidad, que al ser nosotros finitos, imperfectos y mortales no hemos podido crear (de lo menor no puede venir lo mayor) y, por consiguiente, Dios ha tenido que poner en nuestro interior.
- En segundo lugar, la contingencia de su creación, cuyo ser no necesario requiere un creador necesario. Como Padre de la Iglesia, y en contra de la Filosofía Helenística, San Agustín defendió tanto el creacionismo
- Y por último, la fe de muchos en Dios (consensos Gentium), que pondría de manifiesto que si en todas las culturas existe una idea de Dios, este no puede ser una invención.
La auténtica prueba agustiniana de la existencia de Dios es la que parte de las ideas ejemplares (funcionan como modelo, como esencia de las cosas).
Ciudad de Dios y Ciudad del Mundo
Con Agustín comienza la filosofía de la historia en la cultura occidental. En contra de la visión cíclica de los griegos, San Agustín defiende un concepto lineal de esta.
La violenta entrada en Roma de los godos genera una grave crisis en el mundo occidental. Los paganos romanos responsabilizan a los cristianos de la caída del Imperio Romano y culpan a las prácticas de no violencia del debilitamiento de los ejércitos de Roma. El Dios cristiano es el culpable de la situación, con los dioses paganos Roma solo había conocido la supremacía y el progreso.
San Agustín escribe “La Ciudad de Dios” para defender a la Iglesia Cristiana de estos ataques. Este libro es una apología de los cristianos frente al paganismo.
La historia universal se presenta como la lucha entre dos ciudades: la ciudad del bien, de la luz, de Dios; y la ciudad del mal, de las tinieblas, del mundo.
A los seres humanos los divide en dos grupos: el grupo de quienes despreciando a Dios se aman únicamente a sí mismos; y, por otro lado, los que aman a Dios y le sitúan sobre todas las cosas. Los primeros son ciudadanos del mundo. Los segundos son ciudadanos del cielo, aquellos que eligen servir a Dios.
Las dos ciudades se encuentran entremezcladas a lo largo de la historia, aunque al final (el día del juicio final) se separarán, produciéndose la victoria definitiva de la ciudad de Dios.
No se puede identificar la Ciudad del Mundo con el Estado, ni la Ciudad de Dios con la Iglesia, ya que una persona perteneciente a la ciudad del cielo puede vivir bajo los principios de la ciudad del mundo, y viceversa. Algunos hombres y mujeres en el juicio final serán admitidos como hijos-as de Dios, mientras otros que aparecen como “buenos” no lograrán su salvación.
Cabe decir, que estas ideas referentes a las dos ciudades son reflexiones morales y espirituales, nada tienen que ver con una organización real.
La Relación entre la Razón y la Fe
La relación del cristianismo con la filosofía viene marcada, ya desde sus inicios, por el predominio de la fe sobre la razón.
Durante los primeros siglos de la Edad Media, la fe y la teología tenían una primacía absoluta sobre la razón y la filosofía, pues se pensaban que éstas por sí solas, no eran capaces de proporcionarnos un verdadero y completo conocimiento de la realidad, algo que sólo se alcanza a través de la fe, siendo la razón el instrumento que nos ayuda a profundizar en las afirmaciones de la fe. Esta actitud quedó reflejada en la frase el de San Agustín “Creo para entender, entiendo para creer” (“Credo ut intelligam”), y que se transmitió a lo largo de toda la tradición filosófica hasta Santo Tomás.
Fue él quien replanteará, nuevamente, la relación entre la fe y la razón, dándole a esta una mayor autonomía. A lo largo del siglo XIII, el desarrollo de la averroísmo latino (movimiento filosófico que surge en la segunda mitad del siglo XIII en París, basado en las enseñanzas y doctrinas propuestas por Averroes) había insistido, entre otras, en la teoría de la “doble verdad”, según la cual había una verdad para la teología y una verdad para la filosofía, independientes una de otra, y cada una con su propio ámbito de aplicación y de conocimiento. La verdad de la razón puede coincidir con la verdad de la fe, o no. En todo caso, siendo independientes, no debe interferir una en el terreno de la otra.
Santo Tomás rechazará esta teoría, insistiendo en la existencia de una única verdad, que puede ser conocida desde la razón y desde la fe.
Sin embargo, reconoce la independencia de esos dos campos, por lo que cada una de ellas tendrá su objeto y método propio de conocimiento. La filosofía se ocupará del conocimiento de las verdades naturales, que pueden ser alcanzadas por la luz natural de la razón; y la teología se ocupará del conocimiento de las verdades reveladas, de las verdades que sólo puede ser conocidas mediante la luz de la revelación divina.
Ello supone una modificación sustancial de la concepción tradicional (agustiniana) de las relaciones entre la razón y la fe. La filosofía deja de ser la “sierva” de la teología, al reconocerle un objeto y un método propio de conocimiento.
No obstante, Santo Tomás acepta la existencia de un terreno “común” a la filosofía y a la teología, que sería el de los llamados “preámbulos” de la fe (la existencia de Dios, la creación, la inmortalidad del alma…por ejemplo): se conocen por fe pero también pueden demostrarse racionalmente.
Como vemos, la posición de Santo Tomás supondrá el fin de la sumisión de lo filosófico a lo teológico. Esta distinción e independencia entre ellas se irá aceptando en los siglos posteriores, en el mismo seno de la Escolástica, constituyéndose en uno de los elementos fundamentales para comprender el surgimiento de la filosofía moderna