Pintura del Renacimiento
1. Pintura Italiana del Quattrocento
La pintura renacentista en Italia se desarrolló en paralelo a otras disciplinas artísticas. En Florencia, Masaccio adoptó una nueva actitud artística que rompió con la tradición gótica, aunque en la obra de Giotto existe un claro precedente.
Los pintores italianos buscaron la belleza, la perfección de las formas, como en el clasicismo griego hicieron los escultores, pero cada artista creó su propio canon estético. La belleza del cuerpo humano se idealizó y la representación de desnudos fue frecuente gracias a la temática mitológica.
También muestran un gran interés por la naturaleza y el paisaje, pero sin el detallismo de la escuela flamenca. También se interesan por los volúmenes y por la perspectiva, así como por la representación del movimiento y de los vestidos, que interpretan con mayor elegancia. Todo esto cabe enmarcarlo en un contexto clásico, por lo cual las composiciones empiezan a preocuparse por la armonía y se disponen geométricamente.
Temáticamente, aunque se practica la pintura religiosa, se tratan con gran profusión los temas paganos y mitológicos. Se produce una recuperación de la importancia del retrato, cada vez más realista, reflejo de la nueva sociedad y de la inspiración en las fuentes clásicas.
Estéticamente, durante el Quattrocento se da mucha importancia al dibujo, que predomina sobre el color, a la profundidad y al encuadre de las figuras. Había una gran preocupación por crear volumen, por dar sensación de espacio en el cuadro. Para conseguirlo se empleó la luz, los fondos de paisajes, las perspectivas arquitectónicas o los escorzos.
La pintura se independiza de su subordinación al conjunto; el retablo perdió importancia, así como el gusto por las escenas secuenciadas del gótico, en favor de la unidad de la obra. Las técnicas más utilizadas son, en un primer momento, el fresco y el temple, pero a finales del siglo XV se añade el óleo, lo que lleva a la desaparición del retablo en favor de la tela.
Escuelas del Norte S.XV
Las escuelas del norte se ubicaron en Venecia, Padua, Mantua y Ferrara, ampliamente influidas por las corrientes nórdicas de Rogier Van der Weyden y por la recuperación del lenguaje de las ruinas del mundo romano. Próxima a esta cultura se halla la obra de Andrea Mantegna, especialmente su conocida Camera degli Sposi del palacio ducal en Mantua. En Venecia destaca Giovanni Bellini, y en Ferrara, Cosme Tura.
En contacto con la pintura flamenca se halla Antonello da Messina, introductor de la pintura al óleo, con una pintura volumétrica cercana a Piero della Francesca. Finalmente, a finales de siglo, la Roma papal se convirtió en centro de arte donde trabajaron diversos artistas como Il Perugino, Il Pinturicchio, precursores de las formas pictóricas del Cinquecento de Rafael y Miguel Ángel.
1. Pintura Italiana del Cinquecento S.XVI
Se produce una sintetización del equilibrio y la armonía, un manejo libre del color convirtiéndose en un elemento autónomo en detrimento del dibujo, y la luz adquiere gran importancia, al igual que las sombras. Pero a medida que nos adentramos en la mitad del s.XVI la belleza y el equilibrio van desapareciendo, dando lugar a composiciones desequilibradas y asimétricas. Entre los autores más destacados encontramos a Leonardo da Vinci, a Rafael Sanzio y Miguel Ángel, ambos de la escuela romana, y Giorgione, Tiziano, Tintoretto y El Veronés de la escuela veneciana.
La Escuela Veneciana o Escuela del Norte S.XVI
Dentro de la escuela veneciana, caracterizada por el predominio del color en detrimento del dibujo y por acompañar a las pinturas con un paisaje de fondo que ilumina las escenas, destacan Giorgio da Castelfranco, conocido como Giorgione, Tiziano Vecellio, Jacopo Robusti il Tintoretto y Paolo Caliari el Veronés.
Pintura Renacentista del S.XVI en el Resto de Europa
Desde principios del s.XVI se expandieron con gran difusión las formas renacentistas pictóricas, aunque la influencia gótica dio como resultado una gran diversidad, desde tendencias italianizantes a las gotizantes. Los pintores tenían muy arraigadas las técnicas de los primitivos flamencos, en la observación de lo concreto, de los detalles, propios de la tradición gótica. La pintura alemana, la de los Países Bajos y la española representan el Renacimiento pictórico europeo.
Pintura Española del S.XVI
Igual que en la escultura renacentista, en la pintura española del s.XVI está ausente la representación de temas profanos, predominando los religiosos y los retratos, realizados principalmente sobre tabla. La dependencia de las formas italianas está presente en nuestra pintura, aunque conviven con restos góticos y con caracteres populares. En época de Carlos V no existió un arte centralizado, sino distintos focos artísticos, destacando las figuras de Pedro Berruguete, Juan de Juanes y Pedro Machuca; mientras que durante el reinado de Felipe II, El Escorial fue el foco de irradiación pictórica.
El Greco, Doménicos Theotokópoulos (1541-1614)
En el último tercio del s. XVI se produce el mayor esplendor de la pintura renacentista española, de la mano de Doménicos Theotokópoulos, el Greco. Nace en Creta donde recibe su primera formación y la influencia del arte bizantino, del cual tomará su alto sentido de la religiosidad que durará toda su vida. Aun siendo joven viaja a Venecia para seguir formándose; allí encuentra en su máximo esplendor la escuela de Venecia con Tiziano y Tintoretto encabezándola, de los que aprenderá el uso de los colores cálidos y la importancia de la luz. En Roma, aprendió y recibió la influencia de Miguel Ángel, como su manierismo pictórico. De este período son la última cena y la curación de un ciego.
En 1577, llega a Toledo, donde encuentra su mayor esplendor. De este período destacan su Anunciación, el Expolio, el Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana y el Entierro del Conde Orgaz. Tras esta etapa, el Greco sufre una evolución en su ánimo, que se refleja en su pintura con la precisión de los colores cálidos en pro de los fríos. De este momento son el Caballero de la mano en el pecho o el Cardenal niño de Guevara. En esta etapa final, acentúa las deformaciones de sus figuras, descompone y alarga las formas, distorsiona los cuerpos, siempre dentro de su espiritualización manierista. Sus pinturas se van desmaterializando, se agudiza la tensión mística y sus formas llegan a ser etéreas y fantasmagóricas. Retorna a modelos bizantinos reestructurados por la tipología manierista y por las actitudes nerviosas. El colorido se descompone, a la vez que adquiere tonalidades más grisáceas. Otras obras suyas a destacar son San José con el niño, la Sagrada Familia, la Verónica, la vista de la ciudad de Toledo, el Laocoonte, la Crucifixión, Fábula, y el sueño de Felipe II.