La Restauración borbónica en España: el sistema canovista y la alternancia política (1874-1898)

Durante el Sexenio se generó una sensación de desgobierno que algunos sectores sociales interpretaron como una amenaza al orden social liberal-conservador. Por esa razón, durante la “dictadura” del general Serrano en 1871, el ejército, la Iglesia y las clases altas y medias apostaron por una solución más parecida al contexto internacional y más conveniente para sus intereses de clase: la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII.

El proyecto restaurador

La Restauración, cuyo principal artífice fue Antonio Cánovas del Castillo, supuso el desarrollo de la monarquía borbónica y el desarrollo de un régimen liberal-conservador no democrático. Por una parte, se trataba de crear un sistema político compartido por todos los sectores burgueses, de forma que ningún grupo se viera obligado a recurrir al pronunciamiento militar o a la movilización popular para acceder al poder. Por otra parte, había que asegurar la exclusión de las clases bajas de la vida política, protagonistas, a su juicio, del desorden del Sexenio Democrático.

El Manifiesto de Sandhurst

En cuanto al programa político de los alfonsinos, se plasmó en el Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas en 1874 en nombre del futuro Alfonso XII. Recogía el principio monárquico, se defendía en virtud de la legitimidad histórica y no como fruto de la decisión de una asamblea política; se defendía una monarquía constitucional y se proclamaba un sentimiento patriótico, católico y liberal. Este manifiesto respondía a los intereses de quienes buscaban un orden liberal estable, así como poner fin al deterioro político, a la guerra carlista y a la insurrección cubana.

La puesta en marcha del nuevo régimen

La puesta en marcha del régimen fue obra de un Ministerio-Regencia presidido por Cánovas, con participación de figuras de procedencia política muy variada. Este gobierno preparó la llegada del rey Alfonso XII a España; revisó la política del Sexenio Democrático restableciendo el matrimonio canónico, limitó la libertad de imprenta y prohibió que los profesores universitarios explicaran en sus cátedras doctrinas contrarias al dogma católico y al régimen monárquico. En respuesta, se creó la Institución Libre de Enseñanza (1876).

Fin de los conflictos bélicos

  • La guerra carlista, que concluyó con la derrota del pretendiente don Carlos, el exilio de miles de carlistas y la abolición de los fueros en las provincias vasco-navarras.
  • La guerra de Cuba finalizó con el convenio de Zanjón (1878), pero no fue duradera, ya que la guerra reafirmó el nacionalismo cubano y abrió la isla a los intereses económicos de Estados Unidos.

La Constitución de 1876

Por último, se realizó un nuevo texto constitucional. La Constitución de 1876, vigente hasta 1923, ha sido la más duradera de la historia de España. El proyecto constitucional fue discutido en las Cortes de 1876, aprobada por sufragio universal masculino (87% de los votos). Los aspectos esenciales eran:

  • La monarquía era la pieza esencial del sistema político.
  • El rey amplió sus poderes: participaba en la función legislativa, podía convocar, suspender y cerrar las Cortes, nombraba a los ministros y disponía del mando supremo de las Fuerzas Armadas, lo que creó una relación directa entre monarca y ejército.
  • Se adoptaba la soberanía compartida entre las Cortes y el rey.
  • Se establecían unas Cortes bicamerales, compuestas por un Congreso y un Senado.
  • Se acordó la tolerancia religiosa: la religión del Estado era el catolicismo, pero se permitían otros cultos en el ámbito privado.

En 1876 se aceptó el sufragio censitario, que dio derecho de voto a propietarios y personas con títulos académicos, pero en 1890 se volvió al sufragio universal masculino.

El sistema político de la Restauración: el turno pacífico

En cuanto al sistema político, la estabilidad política de la Restauración se basaba en la alternancia pacífica en el poder entre dos fuerzas políticas, conservadores y liberales, considerados partidos dinásticos. Con esto se pretendía el fin del exclusivismo político, característico de la etapa isabelina, y la supresión del recurso al pronunciamiento militar o a la insurrección por recuperar el poder. Esto requería el acuerdo entre políticos para compartir el poder, y la Corona aseguraba su compromiso.

Los partidos dinásticos

Los partidos que protagonizaron la alternancia fueron el Partido Conservador y el Partido Liberal-Fusionista, fundado en 1880. Eran partidos de notables, sin afiliados ni estatutos, de modo que los vínculos entre sus miembros se establecían a través de lealtades personales; esto hacía que la unidad interna de los partidos fuera muy precaria. Sin embargo, cada fuerza política tenía un perfil específico y unas bases sociales relativamente distintas.

El Partido Conservador

Antonio Cánovas del Castillo fue el líder del Partido Conservador hasta su asesinato en 1897. Otros, como Francisco Silvela y Francisco Romero Robledo, se disputaron la jefatura del partido una vez desaparecido Cánovas. Su origen se encontraba en el grupo de alfonsinos creado durante el Sexenio Democrático; se formaron a partir de la integración de antiguos moderados, unionistas, alguna facción del progresismo y un sector católico. Su ideología se basaba en un liberalismo conservador y, entre sus bases sociales, predominaban los grandes propietarios agrarios y la alta burguesía industrial y financiera.

El Partido Liberal-Fusionista

El Partido Liberal-Fusionista, cuya figura central hasta 1903 fue Práxedes Mateo Sagasta, surgió de sucesivas incorporaciones de personas relevantes del Sexenio Democrático. Entre sus principales dirigentes destacaron Manuel Alonso Martínez, Arsenio Martínez Campos y Segismundo Moret. El progresismo de Sagasta defendía las bases socioeconómicas del régimen burgués. Durante la Restauración, abandonó la defensa de la soberanía nacional y aceptó la dinastía borbónica. Sin embargo, no renunció al sufragio universal masculino. El Partido estaba formado por progresistas, algún unionista y políticos descontentos con Cánovas; más tarde, se añadieron algunos republicanos. Sus bases sociales se hallaban en el alto funcionariado y las clases medias.

El funcionamiento del turno pacífico

En el Pacto del Pardo (1885), los conservadores y los liberales establecieron un sistema de rotación en el poder. Cuando el partido en el poder se veía sometido a fuertes presiones internas, el rey llamaba a gobernar al otro partido. Para conseguir el respaldo de las Cortes, se preparaban nuevas elecciones que eran manipuladas para que el resultado satisficiera al nuevo gobierno.

La representación parlamentaria se distribuía entre una mayoría del partido en el poder, la presencia de todos los jefes de las tendencias del otro partido dinástico y muy pocos diputados del resto de los partidos. El funcionamiento del turno se encontraba en base a dos condiciones pactadas: la implicación de la Corona como árbitro entre los partidos y el falseamiento electoral para crear las mayorías parlamentarias. Las elecciones se manipulaban mediante el encasillado de los candidatos, se repartían los distritos electorales entre los políticos dinásticos y mediante el pucherazo, que era un fraude electoral al que se recurría en caso de que no funcionase el acuerdo entre los partidos.

Principales reformas del periodo

Entre 1875 y 1881, los conservadores gobernaron de forma continuada, diseñaron la base institucional del sistema, tanto en lo que se refiere a la Constitución de 1876 como a la Ley Electoral de 1878, que restableció el sufragio censitario. En 1881, los progresistas llegaron al gobierno; la brevedad del gobierno liberal y la falta de cohesión interna impidieron a Sagasta desarrollar una política de reformas. Como fruto del Pacto del Pardo, se llevaron a cabo una tarea de modernización del Estado a través de reformas: el Código de Comercio y el Civil, que regulaban las relaciones privadas; la Ley de Jurados y de Asociaciones, y la Ley de Sufragio.

Conclusión

El pronunciamiento de Martínez Campos en diciembre de 1874, acogido favorablemente por el ejército y las fuerzas políticas conservadoras, significó la Restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII. El político clave del momento fue Antonio Cánovas del Castillo, que asumió la regencia hasta el regreso del rey en enero de 1875 y que diseñó el sistema político basado en dos grandes partidos dinásticos que se alternaban el poder. Este turno se cumplió hasta finales del siglo XIX, cuando la crisis de 1898 debilitó este sistema.