El Modernismo
El Modernismo es un movimiento internacional que abarca la literatura, pintura, arquitectura o las artes decorativas. Se desarrolló, aproximadamente, entre 1885 y 1915, y supone una reacción contra la estética realista que se venía imponiendo en Europa desde mediados de siglo XIX. Esta época, denominada como “Fin de siglo”, triunfó la filosofía positivista vinculada al capitalismo, al progreso tecnológico y los avances de la Revolución Industrial.
Influido directamente por el Simbolismo y el Parnasianismo francés, pero en realidad íntimamente conectado con la esencia del Romanticismo, el Modernismo en lengua castellana nace en Hispanoamérica con autores como José Martí o José Asunción Silva. Opuesto al prosaísmo realista, lo primero que llama la atención es el lenguaje lujoso que cultiva. Prosa y verso se pueblan de cisnes, orquídeas, góndolas y princesas orientales. Hay un gusto por las palabras extranjeras, por su sonido exótico y sus connotaciones de leyenda. Su mejor exponente será el nicaragüense Rubén Darío quien lo introducirá en España. Obras suyas como Azul o Prosas profanas causaron enorme impacto y grandes escritores españoles se dejaron seducir por sus novedades como Manuel Machado cuya obra más reconocida es Alma (1900).
La Generación del 98
Como Generación del 98 se conoce a un grupo de autores que cultivaron un tipo de literatura con algunos rasgos comunes. Se ha discutido largamente sobre su filiación u oposición al Modernismo. Hoy la crítica no los considera esencialmente distintos, sino que ve en el 98 la aportación española a ese movimiento amplio y cosmopolita que fue el modernista. Hay, al menos hasta los años 20 algunos elementos afines:
- Gusto por la prosa fluida, natural, antirretórica y alejada de la afectación.
- Los autores del 98 pretender renovar el género novelístico alejándolo del realismo y descubrieron en el austero paisaje castellano un motivo de inspiración.
- También compartieron una visión pesimista de la sociedad española.
Uno de los autores más influyentes fue José Martínez Ruiz, “Azorín”, que contribuyó a la creación del concepto de Generación del 98 con novelas como La voluntad (1902). Otro autor importante fue Miguel de Unamuno. En libros como El Cristo de Velázquez plasma sus inquietudes vitales, siempre en torno a la lucha entre la fe y la razón. Más interesantes se consideraron sus ensayos como En torno al casticismo, aunque quizá sean sus novelas lo más leído de su obra. Fueron importantes Niebla o San Manuel Bueno, mártir de nuevo alrededor del tema de la falta de fe.
El gran narrador fue Pío Baroja, autor de más de 60 novelas. Títulos como La busca o El árbol de la ciencia muestran una feliz síntesis entre el realismo al estilo de Galdós con las novedades del siglo XX.
Antonio Machado es el mejor poeta de este grupo. Su primer libro, Soledades (1907) respira un tono modernista, con inquietud por el cromatismo, los versos audaces, alejado de los cisnes y princesas de Rubén Darío. Al trasladarse a Soria, donde fue destinado como profesor de francés y donde se enamoró y casó, y en breve tiempo perdió a su mujer; su poesía derivó hacia temáticas menos íntimas, en su fundamental obra Campos de Castilla.
El Novecentismo o Generación del 14
Las primeras décadas del S.XX suponen, desde el punto de vista cultural, una fuente de creatividad arrolladora. Comparten espacio con los escritores finiseculares una nueva generación de intelectuales europeístas que forman la Generación del 14 o Novecentismo. El estallido de la Primera Guerra Mundial va a dar lugar a una serie de cambios sociales y políticos en toda Europa. La neutralidad española en el conflicto propicia cierta prosperidad económica, que no se tradujo en una mejora general de la población. El final de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y el advenimiento de la Primera República dan testimonio de la convulsa situación política en España
Lo que caracteriza a los autores novecentistas es, en primer lugar, el gusto por un arte racional, riguroso y analítico. Desprecian, por tanto, todo lo que recuerde a los excesos románticos, incluidas las nostalgias noventayochistas o el exceso de fantasía modernista. Defienden el arte puro, que Ortega llamará deshumanizado, desprovisto de sentimentalismo, autónomo, válido por sí mismo. Un arte que será además minoritario, dirigido a una élite que lo comprende y disfruta, lejos del arte para el gran público que fueron el romántico y el realista. Poseen, por último, un estilo cuidado, elegante, que busca la “obra bien hecha”, con un lenguaje pulcro y riguroso, sin dejar por ello de ser brillante.
De este movimiento destacan los pensadores y ensayistas, quizá antes que los escritores de ficción. De entre figuras como Eugenio D’Ors, Manuel Azaña o Gregorio Marañón sobresale José Ortega y Gasset. Ensayos como Meditaciones del Quijote o La España invertebrada le dieron pronto fama y tal vez es La deshumanización del arte su obra sobre estética más importante. En ella describe el arte joven como un arte deliberadamente difícil, creador y no imitador, artístico en oposición a sentimental, deshumanizado frente al anterior arte naturalista. Las características que él vio con lucidez en el arte de vanguardia. Su estilo elegante y claro, con frecuentes metáforas y otros recursos retóricos, han hecho ver en él antes a un escritor que a un filósofo.
No obstante, se puede hablar de algunos grandes novelistas en esta Generación. Hay que mencionar a Gabriel Miró, quien cultivó en títulos como Nuestro padre San Damián o El obispo leproso lo que se llamó novela lírica: obras en las que la trama cede terreno a una elaborada descripción de ambientes y a un exquisito tratamiento de la psicología de los personajes. También fue importante Ramón Pérez de Ayala, cuyo afán innovador dio lugar a la llamada novela intelectual (Tigre Juan, Belarmino y Apolonio), donde la acción no es lo más importante sino los diálogos y las ideas que en ellos se defienden. Merece ser recordado Ramón Gómez de la Serna, prolífico autor que introdujo el espíritu vanguardista y trasgresor en nuestro país. Aunque sus obras puedan parecer algo joviales (Las greguerías, por ejemplo), y de un cosmopolitismo superficial (las novelas) laten en ellas un espíritu trágico que tiene como protagonista la soledad radical del individuo.
Las Vanguardias
Bajo este título se conoce un movimiento cultural formado por autores nacidos en los años 80 del s. XIX, que buscan reafirmar lo propio del nuevo siglo XX rechazando lo característico del anterior: Romanticismo, Realismo e, incluso, el Modernismo.
Varios acontecimientos políticos van a protagonizar las primeras décadas del siglo. En Europa, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa; en España, el final de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y el advenimiento de la Primera República. Junto a ello, se vive también un periodo de efervescencia cultural y artística agrupado con el nombre de Vanguardias. Son movimientos de gran trascendencia futura que inauguran una nueva forma de entender el arte: ruptura radical, originalidad y deshumanización. Expresionismo en Alemania, Futurismo en Italia, Constructivismo en Rusia, Cubismo, Dadá y más tarde Surrealismo en Francia, Creacionismo o Ultraísmo en España, todos contribuyen crear una nueva sensibilidad contemporánea.
Las diversas vanguardias suelen darse a conocer en las revistas literarias mediante proclamas o manifiestos en los que atacan lo que consideran el arte oficial y afirman sus nuevas propuestas estéticas. Es rasgo general de las vanguardias la voluntad de experimentación, de desarrollar un arte nuevo, así como su hostilidad hacia la tradición y la negación de todo valor artístico pasado.
El Expresionismo
El Expresionismo se distingue del resto de movimientos en que no niega radicalmente la tradición artística, sino que acentúa rasgos ya presentes en el Naturalismo y en el Impresionismo. Para los expresionistas, el arte debe representar la realidad interna, para lo que se resaltan hasta la deformación aquellos aspectos que reflejan mejor las características físicas o psicológicas de lo que se describe. Surge lo grotesco, la caricatura o la máscara para reflejar una visión existencial dramática a través de un lenguaje desgarrado. La obra de Kafka es un ejemplo de narrativa impresionista.
El Futurismo
En 1909, se publica el primer manifiesto futurista, obra del italiano Marinetti, en el que defiende que el arte se debe al futuro y rechaza radicalmente el pasado. Este movimiento se caracteriza por la exaltación de la velocidad, la máquina, el belicismo, etc.
El Cubismo
El Cubismo comienza en literatura cuando Guillaume Apollinaire, su principal teórico, publica el ensayo Los pintores cubistas. El Cubismo literario debe muchas de sus características a la pintura: fragmentación de la realidad para reelaborarla libremente, desdoblamiento del punto de vista, superposición de planos o montaje arbitrario de los elementos del poema. El caso extremo de imbricación entre literatura y pintura lo constituyen los caligramas, poemas visuales que adoptan una disposición tipográfica que guarda relación con el contenido.
El Dadaísmo
El Dadaísmo surge en Zúrich en 1916 de la mano de Tristan Tzara, su principal impulsor. El Dadá lo niega todo, proclama la libertad absoluta en la creación y rechaza la razón. La propensión al absurdo, la exaltación de lo ilógico y azaroso o la búsqueda del primitivismo son algunas de sus características.
La Generación del 27
La Generación del 27 es un grupo de poetas que protagoniza uno de los momentos más valiosos de nuestra literatura: la Edad de Plata. Son poetas nacidos entre 1890 y 1900, que compartieron amistad y domicilio en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Se dejaron cautivar por el impulso renovador de las Vanguardias, principalmente el Futurismo y el Creacionismo, y luego descubrieron en el Surrealismo un cauce de expresión nada frívolo. En 1927, el homenaje al tercer centenario de la muerte de Góngora sirvió como momento fundacional y les dio el nombre.
Pedro Salinas
Pedro Salinas publica, dentro de la órbita del vanguardismo lúdico y deshumanizado, próximo al Futurismo, con temas urbanos, Seguro azar o Fábula y Signo. Sus mejores obras son las de los años 30, La voz a ti debida. Verso breve, tendencia al verso libre, austeridad de recursos y precisión en la voz son sus herramientas.
Jorge Guillén
Autor importante fue Jorge Guillén, quien en su primera etapa agrupó sus sucesivos libros bajo el nombre de Cántico. Próximo a la estética de la poesía pura, sin adornos, con un verso breve y asonantado. A partir de los años 50, el tono se hace menos optimista en las obras reunidas bajo un nuevo título: Clamor.
Gerardo Diego
Gerardo Diego cultivó las innovaciones vanguardistas, el Creacionismo, en obras como Imagen o Manual de espumas. También produjo poemas clásicos, Soria. Fue el gran antologador de la Generación, contribuyendo a su difusión.
Federico García Lorca
Federico García Lorca, quien más renombre internacional ha obtenido, mezcla con sensibilidad única elementos populares de Andalucía con una original modernidad, formando un estilo personal. Sus primeros libros obedecen al impuso de poesía neotradicional que se combina con imágenes audaces de gran modernidad como en Poema del cante jondo o en el Romancero gitano, pero debe su lugar en la historia, además de a su teatro, a Poeta en Nueva York, que con la estética surrealista cuenta la tragedia del hombre sensible dentro del monstruo de la gran ciudad. Asimismo, Lorca crea un teatro de alcance universal, de altísima calidad dramática. En su obra, se dan ciertos elementos de forma constante, entre los que destaca el tema del amor frustrado o imposible a través de unos personajes, casi siempre femeninos, que se muestran marcados por un destino trágico. En sus primeros años, escribe obras cercanas al simbolismo modernista (El maleficio de la mariposa) y varias farsas para marionetas como El retablillo de Don Cristóbal. Por influencia de las vanguardias, Lorca afrontará dos experimentos escénicos de difícil interpretación y compleja representación: Así que pasen cinco años y El público, esta última inacabada. Sin embargo, sus mejores obras son las que escribe en los últimos años de vida, tragedias y dramas rurales sobre el amor y la libertad. Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba conforman una trilogía dramática de la tierra española con un lenguaje intensamente poético que elevan al teatro lorquiano a su más alta cima.
La Poesía de Posguerra
La Guerra Civil deja un panorama desolador en las letras españolas. La rica efervescencia cultural de los años 30 da paso a unos duros años en los que los mejores autores están muertos (Lorca, Unamuno, Valle-Inclán), exiliados (Alberti, Guillén o Cernuda) o en el denominado exilio interior (Aleixandre). A esa dolorosa ruptura hay que sumar el aislamiento internacional y la censura, no demasiado férrea en el caso de la poesía, para completar un panorama muy triste.
La primera generación tras la guerra, conocida como “Generación del 36”, la forman autores como Luis Rosales (La casa encendida), Dionisio Ridruejo (Cuadernos de Rusia). Cultivan una poesía clasicista y serena, que tiene a España y a Dios como protagonistas. Pero, en 1944 se publica Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, que da lugar a la corriente “desarraigada”. Como poetas desarraigados hay que considerar también a Miguel Hernández con sus famosas Nanas de la cebolla, y Blas de Otero. Quién será una importante figura del movimiento que se va a iniciar en los años 50, la llamada “poesía social”. Sus autores conciben la poesía como un instrumento para la denuncia y el compromiso. Cultivan, por lo tanto, un lenguaje claro y un mensaje nítido. Gabriel Celaya con Poemas íberos será uno de sus máximos exponentes.
Esta poesía va perdiendo vigencia al final de la década, cuando surge una nueva generación, que unos llaman del medio siglo y otros de los 60, que derivará en un intimismo menos altisonante. La poesía pasa a ser un ejercicio de autoconocimiento del poeta. Hablamos de autores como Ángel González (Áspero mundo), Jaime Gil de Biedma (Compañeros de viaje), Claudio Rodríguez (Don de la ebriedad), quienes además de una sincera amistad, comparten algunos rasgos: tono conversacional, presencia de anécdotas cotidianas de las que hacen surgir temas universales y, sobre todo, una actitud moral ante la poesía.
Hacia finales de los 60, aparece un nuevo grupo de poetas conocidos como “los novísimos”, por la antología de José María Castellet publicada en 1970, Nueve poetas novísimos. Pese a su mucha diversidad, se pueden reconocer rasgos comunes como: el culturalismo y una vuelta a la experimentación vanguardista, sobre todo al Surrealismo. Además, destaca el cosmopolitismo de sus fuentes, que se abraca desde la poesía clásica hasta la europea más contemporánea. Algunos de sus representantes son: Pere Gimferrer (Arde el mar), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte) o Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street).
A partir de aquí, las últimas tendencias a partir de los años 80 son aún de difícil descripción por falta de perspectiva y por su heterogeneidad. Podemos advertir algunas como la poesía experimental de Jenaro Talens, el clasicismo de Luis Antonio de Villena o la poesía de la experiencia de Luis García Montero.
El Teatro de Posguerra
Por su parte, el teatro experimenta una severa censura del gobierno franquista, que influyó de manera fatal no solo en los montajes, sino en la creación dramática, lo que denominamos “autocensura”. Aunque hay un teatro en el exilio, con autores como Max Aub y sobre todo Alejandro Casona (La sirena varada), el panorama de los años 40 está protagonizado por dos formas de teatro muy distintas. Por un lado, la “comedia burguesa”, de obras bien construidas, donde hay una mezcla de intriga y sentimentalidad del gusto del público. Aparte de Jacinto Benavente, Joaquín Clavo Sotelo o José María Pemán cultivaron este teatro. Por otro lado, el “teatro de humor”, con Enrique Jardiel Poncela y sus situaciones disparatadas y cómicas como en Eloísa está debajo de un almendro. Miguel Mihura es el que mejor representa el humor absurdo y algo existencialista en obras como Tres sombreros de copa.
La Narrativa de Posguerra
Las décadas de los 40 y 50 en España coinciden con la posguerra. El panorama cultural estaba más bien desértico, dado que gran parte de la intelectualidad se había visto obligada a exiliarse y que la censura que imponía la Iglesia y el gobierno eran severos. No obstante, desde los férreos años 40 hasta los 60 se ve una progresiva apertura que permitirá la expresión más o menos crítica de sucesivas generaciones de autores.
La Narrativa en el Exilio
La narrativa en el exilio se nutre más de la nostalgia por la patria perdida y el dolor por la contienda que de la resistencia directa a Franco. Entre los muchos autores hay que olvidar al imaginativo Max Aub o al longevo y especialista en cuentos Francisco Ayala (Los usurpadores).
La Narrativa en España
En España, la censura directa, la autocensura de los autores y el miedo o imposibilidad de editar impidieron todo desarrollo normal de la narrativa. Por ello, fue un acontecimiento Nada, de Carmen Laforet, quien en 1945 plantea el conflicto existencial de una universitaria en un ambiente asfixiante de la Barcelona de posguerra. Sin embargo, en estos años 40, iban a surgir tres grandes autores de importancia capital en todo el siglo XX. En primer lugar, Camilo José Cela, quien en 1942 retrata con La familia de Pascual Duarte la violencia y deshumanización de sociedad española rural. Estilo inconfundible, vasta cultura y una delectación por lo sórdido que permite entrever un pesimismo existencialista son sus señas de identidad. A esta novela seguirán otras fundamentales como La colmena, novela coral de estilo realista y a la vez experimental donde retrata el duro Madrid de la posguerra. Otro autor de larga trayectoria que surge en los años 40 es Gonzalo Torrente Ballester. Salido de las filas de la Falange, su primera novela, Javier Mariño, es de las pocas novelas bélicas que todavía merecen la pena leer. Aunque quizá el autor que más mereció el elogio del público fue Miguel Delibes. Su palabra precisa, sus personajes universales y un estilo sobrio hicieron de él figura clave de la novela de la segunda mitad del siglo XX. Conocido por novelas realistas de ambiente rural como El camino, en los 60 dejó su huella en la experimentación con Cinco horas con Mario y es autor de obras ya clásicas como Los santos inocentes.
La Generación del Medio Siglo
A partir de los años 50 va a surgir una nueva generación de narradores, denominada “Generación del medio siglo” que se sienten algo más libres para expresar cierta crítica sobre la realidad y que van a dar lugar a lo que se llamó el “realismo social”. Serán novelas donde el narrador desaparece y cede su papel a los personajes. Aunque difíciles de distinguir en la práctica, se suele hablar de dos corrientes dentro de esta escuela. Una primera sería el objetivismo o neorrealismo, de la que El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio sería el mejor exponente. Otros títulos importantes son Tormenta de verano, de Juan García Hortelano, o Entre visillos de Carmen Martín Gaite. La otra versión de realismo social, el llamado “realismo crítico”, ofrece una expresión más cruda de la realidad. Los protagonistas ya no son burgueses ni universitarios, sino campesinos del vino (Dos días de septiembre, de José Manuel Caballero Bonald), u obreros de una presa (Central eléctrica, de Jesús López Pacheco).
La Narrativa Española Después de Franco
La muerte de Franco en 1975 es una fecha que se toma como referencia para hablar del arranque de la modernidad en España. Desde el punto de vista político, es trascendental, ya que supone el fin de la dictadura, el inicio de la transición y, en definitiva, la normalidad democrática. Sin embargo, desde el punto de vista de la narrativa, es más cuestionable que suponga un verdadero punto de inflexión. Desde luego se escribe con más libertad, sin censura ni autocensura, pero las expectativas de una explosión de talento oculto tras la opresión franquista quedan frustradas.
Un fenómeno importante son los innumerables premios literarios, que contribuyen a animar el panorama creativo. Algunos son institucionales, como el Cervantes, el más importante en castellano, el Nacional de las Letras o el Nacional de Narrativa, y otros son convocados por editoriales de prestigio como el Nadal o el Planeta. Si se quieren buscar algunos rasgos comunes a la rica y heterogénea variedad de las novelas de esta época, hay que mencionar en primer lugar un progresivo abandono del furor experimental de los 70 y una recuperación de la narratividad, del gusto por los argumentos nítidos, los personajes coherentes, la anécdota, la obra bien construida. También se revaloriza la novela de género, con auténtico auge de la novela negra y la histórica. En todo caso, se mezclan con libertad todos los subgéneros (novela rosa, ciencia ficción, humor, etc.) sin perder de vista muchos de los hallazgos de la novela experimental anterior. La guerra civil, la posguerra o el mundo rural siguen siendo temas frecuentados, pero la vida moderna, la ciudad o incluso la tecnología, la música rock o las drogas se incorporan con naturalidad a los argumentos.
Es imposible dar cuenta del enorme número de autores en activo estos años, pero se abordará la exposición ordenando los más importantes por generaciones, teniendo en cuenta que es una división a menudo arbitraria e inconsistente. Todavía en este periodo la figura de los grandes novelistas surgidos en los años 40 sigue siendo hegemónica. Camilo José Cela, que es una celebridad social y ya no solo literaria, escribe obras importantes como Mazurca para dos muertos. También lo hará Miguel Delibes con Los santos inocentes, obra maestra de ambientación rural, pero de técnica en cierto modo experimental. Por su lado, los autores de la generación del medio siglo, neorrealistas o realistas sociales, siguen publicando con regularidad y en algunos casos novelas de altísima calidad. Son, por ejemplo, Jesús Fernández Santos (Extramuros), Juan Goytisolo (Paisaje después de la batalla) o Juan Marsé (El embrujo de Shanghái). También los autores de la denominada generación del 68, que nacieron literariamente en pleno auge experimental, van a decantarse por una narrativa más tradicional sin abandonar la autoexigencia con novelas de mucha calidad. Es el caso de Manuel Vázquez Montalbán (Los mares del Sur), Félix de Azúa (Diario de un hombre humillado) o José María Guelbenzu (La tierra prometida).