El Desastre del 98: Crisis Colonial e Imperialismo

Antecedentes

Los problemas coloniales marcaron el inicio del sexenio. Ya en la década de 1860 se había producido una primera guerra cubana, pero fue en la década final del siglo XIX cuando estos problemas se agudizaron al coincidir con el auge del imperialismo europeo y el creciente expansionismo de EE.UU. En este contexto, la política de los gobiernos españoles ante las demandas de los independentistas fue insuficiente, resultando en un fracaso. La campaña de Melilla de 1893, siendo ministro de Ultramar Antonio Maura, inauguró un periodo de incertidumbre en la política exterior española que tuvo su proyección en la crisis del Caribe.

Puerto Rico

Puerto Rico no planteaba serios problemas, pues en 1872 había conseguido su autonomía, la esclavitud había sido abolida y tenía una economía saneada. El autonomismo se dividió en dos corrientes: una más españolista y otra más radical que se unieron en 1887 en el Partido Autonomista para volver a dividirse con posterioridad.

Cuba

En Cuba, las reformas adquirieron un carácter especial por el significado de la isla para España. En 1886 se había abolido de forma total la esclavitud. Maura propuso una amplia reforma administrativa y una ampliación del censo, pero estas medidas fueron rechazadas por los “antipatriotas”. El ministro fue tildado de “energúmeno” y “filibustero”, lo que le hizo dimitir y abrir una crisis del gobierno liberal. En el extremo contrario estaba el movimiento independentista, dirigido por el Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí en 1892. Se formaron, por tanto, tres corrientes: españolistas, autonomistas e independentistas.

Filipinas

En las islas Filipinas, España se tuvo que enfrentar a mestizos y nativos que criticaron la ausencia de reformas, lo que dio lugar al movimiento emancipador, del que formaba parte José Rizal, partidario de reformas. Este fundó en 1893 La Liga Filipina. Posteriormente, la sustitución del gobernador permitió a Maura introducir cambios.

La Guerra de Cuba (1895-1898)

En 1895 se produjo la insurrección nacionalista que dio lugar a la última guerra cubana, la cual tuvo dos momentos: entre 1895 y 1898 tuvo lugar la guerra entre el ejército español y los grupos independentistas nativos. Esta guerra se desarrolló en cuatro fases:

  1. La primera, con el inicio de la sublevación en 1895 y la muerte del líder independentista, José Martí.
  2. La segunda fase fue el momento de mayor avance de las tropas sublevadas, avance que el general Martínez Campos se vio incapaz de frenar.
  3. En la tercera fase, el general Weyler sustituyó a Martínez Campos con la misión de “guerra hasta el final”. En esta época se intensificó la interferencia de EEUU en el conflicto.
  4. La cuarta fase, con el general Blanco al frente y en un ambiente hostil de la prensa, desembocó en la intervención directa de EEUU en 1898.

Intervención de EEUU y Tratado de París

Las razones para que EEUU interviniese fueron la existencia de una larga tradición que reivindicaba la influencia en el Caribe y, en concreto, sobre Cuba y Puerto Rico. Además, la guerra hispano-cubana coincidió con el momento de máxima expansión del imperialismo de EEUU en el propio continente, en el Caribe y en Asia.

En febrero de 1898, la explosión del acorazado estadounidense Maine (puerto de La Habana) fue el pretexto para la declaración de la guerra. En medio de una fuerte campaña de presión contra el gobierno español, el embajador de EEUU, Woodford, presentó un plan de compra de la isla en marzo de 1898, que España rechazó.

La presión de la prensa y la diplomacia estadounidenses, que acusaban a los españoles de haber provocado el hundimiento, exaltó el fervor patriótico de los españoles y encendió aún más los ánimos. EEUU declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898.

Aun conscientes de la inferioridad militar, la flota española se enfrentó a la poderosa armada de EEUU. El resultado fueron dos derrotas estrepitosas: una en el Caribe y otra en Santiago de Cuba.

Las negociaciones de paz se plasmaron en el Tratado de París, por el que España reconocía la independencia de Cuba en diciembre de ese mismo año y cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam a EEUU. En febrero de 1899, España entregó al Imperio alemán las islas Carolinas, las Marianas y las Palaos a cambio de 25 millones de dólares.

El Regeneracionismo

La derrota generó un nuevo espíritu: el “regeneracionismo”. Este fue un examen de conciencia, un balance llevado a cabo por intelectuales y políticos, cuyos ejes básicos eran la dignificación de la política, la modernización social y la supresión del atraso cultural. Sus defensores más activos fueron políticos como Francisco Silvela y Antonio Maura.

Se formó en marzo un gobierno presidido por Francisco Silvela y con el general Polavieja como ministro de guerra. Ambos pretendían regenerar al país sin modificar el sistema restaurador ni el papel que hasta entonces había jugado la corona, el ejército o los partidos.

Por ello, hubo otro movimiento regeneracionista al margen del sistema, el de los intelectuales, protagonizado por personajes como Macías Picavea, Lucas Mallada o Joaquín Costa. Destacó un grupo sobresaliente de escritores que dio lugar a la llamada Generación del 98 (Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Azorín, etc.).

Joaquín Costa puso en práctica muchas de sus ideas a través de la Liga Nacional de Productores, donde estableció reformas agrarias, municipales, educativas o administrativas.

Se creó en 1901 la Liga Regionalista de Cataluña por un grupo de empresarios catalanes reacios a crear una Unión Nacional de Cámaras.

El regeneracionismo dejó de ser un peligro para el sistema restaurador y sus lemas fueron asumidos por los conservadores (Maura o Costa), los liberales (Canalejas o Alba), los republicanos (Costa o Madrazo) y el propio monarca Alfonso XIII. En este ambiente se creó el Instituto de Reformas Sociales, que respondió al nuevo monarca cuando el 17 de mayo de 1902 juró la Constitución.

Un Nuevo Siglo

Cuando Alfonso XIII subió al trono, ya habían desaparecido Cánovas (1897), Castelar (1899) y Pi i Margall (1901), y pocos meses después fallecía Sagasta (1903). Se cerraba así una etapa de la vida política de España y del siglo XIX que dejaba abiertos numerosos frentes para el nuevo siglo.