El Bronce Final en el Suroeste Peninsular: ¿Orígenes de Tartessos?

El Bronce Final en el Suroeste Peninsular: ¿Orígenes de Tartessos?

¿Los orígenes de la cultura tartésica?

Este es un momento de cambio, muy difícil de definir, con una fuerte controversia entre los diferentes especialistas. La mayoría sostienen que sí, que aquí tiene lugar el origen de la cultura tartésica. Otros, en cambio, dicen que no tienen nada que ver con el Tartessos del siglo VIII a.C. Lo que no cabe duda es que estamos ante una etapa formativa, en los momentos finales de la Prehistoria del suroeste peninsular. A partir de aquí llegan los fenicios y comienza la Protohistoria peninsular. Aunque hay que tener en cuenta el desfase con otras zonas, variándose según el territorio el comienzo de la Edad del Hierro.

I. EL BRONCE FINAL PRECOLONIAL (o Tartésico o Prefenicio)

En los últimos años hay una fuerte polémica sobre la cronología de este periodo, así como sobre su duración, dando cada investigador una fecha diferente. Para algunos especialistas, nos encontramos en una etapa larga que duraría desde el 1250 a.C. hasta mediados del siglo VIII a.C. Habría una continuidad con la Edad del Bronce y este periodo estaría dividido, según la cerámica, en un momento de formación, un Bronce Final clásico y un Bronce Final residual. F. Gómez Toscano, de la Universidad de Huelva, es el principal autor que defiende esto. Otros colegas de la Universidad de Sevilla, como J. L. Escacena, defienden que se trata de un periodo de escasa duración, desde el siglo XI al IX a.C., en un momento previo a la llegada de los fenicios, y lo que vendría a partir de este momento poco tendría que ver con lo anterior.

Hay que resolver otra cuestión, ¿estamos en un momento de continuidad o de ruptura con lo anterior? Existen diferentes teorías sobre esto. El autoctonismo (Universidad de Huelva) habla de continuidad y que nos encontraríamos con gentes del Bronce Final que entrarían en contacto con fenicios. El difusionismo (Universidad de Sevilla), por el contrario, habla de ruptura con lo anterior. Cuando los fenicios llegaran al sur peninsular, se encontrarían con cierta despoblación, con un territorio vacío.

Por tanto, ¿Tartessos sería una cultura autóctona con gentes que evolucionan o una cultura fruto de la difusión, con gentes foráneas que pueblan el territorio y marcan el cambio? Y si fuera una cultura autóctona, ¿esas gentes serían agentes pasivos o activos, adoptarían los avances con la llegada de gentes foráneas o evolucionarían por sí solos?

Esto es una discrepancia que va muy en la línea del propio desarrollo de la Arqueología en la segunda mitad del siglo XX. Los difusionistas hablan de que no todas las culturas o civilizaciones se han desarrollado por igual. Esto lleva a que, cuando han surgido avances en determinados lugares, hay que investigar si han sido por igual en todos los países o bien han surgido gracias a la difusión por parte de una cultura preponderante. En otras palabras, los difusionistas defienden que unos grupos superiores difunden sus avances mediante migraciones o mediante intercambios culturales. Esto implicaría, en el caso de Tartessos, que durante el Bronce Final hubo una serie de poblaciones que se establecieron o mantuvieron contactos con la Península Ibérica; lo que a su vez implica que o bien los autóctonos se marcharon o bien quedan absorbidos por la cultura preponderante.

Por otro lado, los autoctonistas defienden un desarrollo llevado a cabo en todos los países por igual, lo cual implica que, en el caso de los pueblos peninsulares, son ellos mismos los que llevan dentro de sí el gen del desarrollo y ellos, de forma autóctona, han dado lugar a la nueva fase del Bronce Final.

Poblamiento y Asentamientos

En cuanto al poblamiento y los asentamientos, se sabe poco de las poblaciones de este momento. Los datos y los estudios son escasos. La información arqueológica de la que disponemos viene principalmente de prospecciones superficiales (cerámica) y de algunas excavaciones, que constituyen sobre todo sondeos y pequeños cortes profundos para averiguar la secuencia estratigráfica y la ocupación del territorio. Hay pocas excavaciones en extensión y escasa información del urbanismo. El problema también está en que estos centros de estudio han sido lugares de hábitat desde muy antiguo hasta la actualidad prácticamente (ciudades históricas), lo cual ha provocado una pérdida de información. No obstante, podemos observar que cada lugar presenta una estrategia económica diferente, algunos se dedicaban a la minería, otros a la metalurgia, otros asentamientos tenían función de almacén, etc.

Los principales estudios que se han hecho han sido en la Tierra Llana de Huelva (entre Guadiana y Guadalquivir) por J. Campos y Gómez Toscano; en los Alcores-valle del Corbones por la Universidad de Sevilla; en el Valle Medio del Guadalquivir, sobre todo en La Saetilla en Palma del Río por Juan Francisco Murillo; en Extremadura y Portugal; y en el sureste peninsular.

Lugares de Hábitat

Por lo dicho anteriormente podemos deducir lo siguiente.

El territorio parece organizarse en “grandes” centros protourbanos, alrededor de los cuales encontramos aldeas dependientes con cabañas “circulares”, reconocidas como lugar de residencia, siendo estas muy rudimentarias y con técnicas poco desarrolladas.

En cuanto a los patrones de asentamiento de los yacimientos tartésicos, podemos observar que predominan en lugares elevados (para la defensa y control del territorio) y controlando las vías de comunicación (ríos, pasos entre montes…) y a fuentes de recursos (piedra, madera, comida…). Ejemplo de esto es el yacimiento de la Colina de los Quemados en Córdoba, que se halla en la elevación que hoy está ocupada por el Parque Cruz-Conde, cerca del Guadalquivir y de su valle, y de la Sierra.

Los lugares que destacan son Aznalcóllar (Castrejones-Cerro del Castillo), Niebla, Huelva (Cabezo de San Pedro), Mesas de Asta, Carmona, Setefilla y Córdoba (Colina de los Quemados). Cada asentamiento tenía diferentes estrategias económicas en función de los recursos de las zonas colindantes. Así destacan algunos donde predomina la minería y la metalurgia, otros con agricultura y ganadería, y otros con comercio y pesca.

El tema controvertido está en el hecho de si podemos hablar de un urbanismo. Para algunos investigadores, puede hablarse de casi protociudades, es decir, núcleos que van reuniendo características básicas para ser ciudades. Otros opinan que todavía no se puede hablar de esto. En estos asentamientos, mientras que para algunos hay restos de muralla que se identifican con esta etapa, otros la relacionan con el periodo orientalizante. En lo que sí existe acuerdo es en que estos asentamientos suelen estar elevados, controlando los alrededores, y se han podido identificar como sitios sacros. En relación a la existencia de murallas, también algunos investigadores dicen que podían existir una serie de acrópolis donde se controlaba a la población y al territorio. El problema está en si ese desarrollo urbano fue antes de los fenicios o con los fenicios.

El poblamiento es disperso y la estructura de hábitat documentada en la llamada “cabaña circular” o “fondos de cabaña”, modelo de edificio polifuncional. Eran estructuras bastante rudimentarias. Pero hay un problema, puesto que muchas de esas cabañas son de periodos más recientes (la mayoría fechadas en periodo orientalizante). Aunque Rocío Izquierdo vincula este tipo de hábitat a un grupo étnico. Sin embargo, la existencia de posibles murallas significa cierta evolución, ya que es una obra pública y que necesita de una gran mano de obra y de una jerarquización para llevarla a cabo. Algunos investigadores han hablado de la existencia de acrópolis o centros de poder. Por esto se ha creado una gran polémica entre los que creen que son rasgos propios de una protociudad y los que no lo piensan.

Territorio y Asentamiento

En cuanto al territorio y al asentamiento, decir que esta cultura está centrada en el suroeste peninsular, se extiende por el Guadalquivir y fuera de este, hacia el sur de Portugal y de Extremadura. Hay que centrarse sobre todo en las Tierras Llanas de Huelva, entre las desembocaduras del Guadiana y el Guadalquivir, ya que esta zona es una de las más conocidas por su investigación. Esta zona destaca por una topografía llena de elevaciones o “cabezos” que son el resultado de las aportaciones sedimentarias de origen marino y de naturaleza limosa que en ningún caso sobrepasan los 60 m de altura. En el s. XX se fueron desmontando dichos cabezos.

En los últimos años se han hecho rastreos del suelo para documentar la ocupación de determinados cabezos. Los materiales se han estudiado y hay una concentración de poblamientos en tres zonas importantes: Aznalcóllar, Niebla y Huelva. Éstos serían los grandes centros hegemónicos, alrededor de los cuales había una serie de poblados vinculados. Se tratarían de núcleos de población dedicados a actividades diferentes.

Aun así, los autores hablan de tres grandes núcleos de población:

  • Huelva: sería una zona portuaria para la llegada y salida de mercancías. Aquí establecerían contactos culturales con el Mediterráneo oriental, además de ser una zona de recursos pesqueros y explotación metalúrgica del bronce sobre todo (fundición de metales). Nos encontramos con una serie de asentamientos que muestran estructuras en torno a cerros o cabezos. El problema que presenta Huelva es que se desarrolla mucho en época orientalizante, por lo que el descubrimiento de restos anteriores es complicado. En cualquier caso, Huelva es el puerto natural de toda esta zona. Ya desde muy antiguo debió ser un pilar importante en el comercio, lugar donde confluirían gentes de todas partes (Atlántico y Mediterráneo) para realizar intercambios.
  • Niebla: constituiría una zona intermedia entre Aznalcóllar y Huelva, situado en la zona de Río Tinto. Aquí encontramos una muralla bastante amplia que encerraría un poblamiento disperso. Además, en su parte más elevada y protegida podría ubicarse una especie de acrópolis. Se ha documentado la existencia de una muralla que disponía de torreones circulares, pero para algunos investigadores, como Gómez Toscano, la muralla pertenece a esta época y para otros investigadores pertenece al siglo VIII a. C., en el periodo orientalizante. Según la investigación, los principales recursos de Niebla serían de carácter agropecuario, aunque también destacaría la importancia comercial al estar en una ruta importante (río Tinto,…). En torno a este núcleo habría asentamientos menores que estaban dedicados a la agricultura y a la ganadería, así como también a la metalurgia, como lugar de paso de la zona anterior, un ejemplo es San Bartolomé de Almonte.
  • Aznalcóllar: su principal fuente de recursos sería la explotación minera y la metalurgia del cobre y la plata posiblemente. Algunos investigadores afirman que tuvo muralla, perteneciente al Bronce Final. En el entorno de Aznalcóllar hay algunos núcleos de población subordinados al núcleo principal y también dedicados a la metalurgia del cobre fundamentalmente, aunque también de la plata. Esos núcleos serían Tejada (con caracteres más orientalizantes) y Peñalosa.

Estructuras de Hábitat: Cabañas ‘‘Circulares’’

Estos tipos de estructuras se documentan en una zona relativamente amplia, habiendo una dispersión geográfica y cronológica (entre los siglos IX-X y VII a.C.), por lo que continúan en el periodo orientalizante.

Los materiales constructivos son piedra local, barro (adobe y tapial), ramas,…, es decir, constituyen estructuras poco perdurables.

Hay dos tipos básicos: los fondos de cabaña con forma circular, con zanjas que se revisten con adobe y cubierta vegetal y una cobertura cónica, son una especie de refugio; y una cabaña más elaborada con zócalos de piedra e incluso fosa de cimentación, encima un alzado de adobe o tapial con una cobertura cónica y, en cuanto a la techumbre, hay muchas hipótesis (a dos aguas, etc.). Este tipo de cabañas sí puede dejar más restos. Los fondos de cabaña son reconocibles por el corte de la fosa y los restos de comida; las cabañas por los zócalos de piedra. En algunos lugares parece haber estructuras antes de la cabaña (talleres, entradas, escalones,…) y también dentro (el hogar,…)

Parece que la vivienda con zócalo predomina más en el valle del Guadalquivir (Sevilla y Córdoba), mientras que los fondos de cabaña abundan más en Huelva, pero esto no se puede establecer fijamente. En la cabaña del Cerro de Mariana en Sevilla se conserva una cabaña de zócalo. La concentración de hábitat aumenta en el golfo tartésico.

Estas cabañas solían estar revestidas, con suelo de tierra batida y, en cuanto a su funcionalidad (“valen para todo”, hay que atender al registro arqueológico), se llevaban a cabo, dentro de ellas, actividades domésticas, ya que se han encontrado fuegos en el interior, no siendo estas muy confortables. En otras ocasiones tuvo otra funcionalidad, para fabricación de alimentos o talleres metalúrgicos. En algunas ocasiones están precedidos y limitados por un empedrado y la cubierta era vegetal. No en todos los casos la planta es circular, también las hay rectangulares, algunos dicen que se da esta por contactos y otros dicen que es por evolución autóctona.

Las cabañas se distribuyen en poblados aunque de forma desigual. Cerca podemos encontrar una especie de “vertederos”. No hay vías o calles que articulen el tránsito.

La profesora P. Izquierdo plantea que se pueden vincular a gentes de origen atlántico (tanto peninsular como europeo). Además, si la cabaña circular se vincula a un tipo del Bronce final, ¿cómo se explica que siguen en época de los fenicios, cuando estos vivían en cabañas cuadrangulares? ¿Quiénes son entonces los que viven en estas cabañas? No tiene sentido que los fenicios vivan en tipos circulares aquí, cuando en todos sus asentamientos coloniales viven en estructuras cuadradas?

Algunos ejemplos los encontramos en los siguientes yacimientos:

Peñalosa y San Bartolomé de Almonte

Peñalosa se trata de un yacimiento arqueológico situado en Escacena del Campo (Huelva). El servicio arqueológico de la Diputación de Huelva llevó a cabo una prospección arqueológica a finales de la década de los 90, cuyo resultado fue el hallazgo de varios fondos de cabaña donde se constató la presencia cerámica a mano y bruñida típica del mundo tartésico prefenicio del Bronce Final, así como restos abundantes relacionados con procesos metalúrgicos y de transformación de mineral. Se trata, por tanto, de un asentamiento minero, fechado en torno a finales del siglo IX a.C. y abandonada en la primera mitad del siglo VIII. La presencia de un solo fragmento a torno relacionado con el mundo fenicio parece mostrar que la existencia de este poblado coincidió en el tiempo con la aparición en la zona de elementos fenicios e intercambios comerciales con el Mediterráneo oriental. Su abandono se ha puesto en relación con el yacimiento de Tejada la Vieja, a 4 km del mismo y con cronología que comienza cuando acaba Peñalosa.

San Bartolomé de Almonte (Huelva) fue estudiado en varias campañas entre los años 70 y 80. Nos muestra lo que debió de ser durante bastante tiempo el hábitat habitual de las poblaciones tartésicas, a pesar incluso de las actividades detectadas en este yacimiento. Se trata de un poblado de cabañas redondas que estuvo habitado entre fines del siglo IX e inicios del siglo VI, ocupando una amplia extensión de terreno, cifrada en unas 40 ha., en la que, sin ningún orden aparente, se distribuían las cabañas, silos para conservar el grano y hornos metalúrgicos; en la antigüedad se hallaba cerca de la costa del hoy colmatado Golfo Tartésico y es posible que fuese uno más de los que se asomaban a ese amplio entrante; se halla a 40 km de Tejada la Vieja y con un fácil acceso al mismo; y a partir de mediados del siglo VIII se detecta ya la presencia fenicia en él. En este centro se han hallado varios hornos metalúrgicos, que son simples hoyos en el suelo, a veces recubiertos de arcilla en su base; es probable que los hornos fueran al aire libre, aunque algunos autores piensan que, más que hornos, se trata de basureros a los que se arrojaban restos de fundición y otro tipo de desperdicios. Se ha sugerido que la explicación de éste y otros asentamientos podía radicar en la riqueza en cal del entorno, necesaria para la fabricación de los crisoles con los que extraer los metales mediante la copelación (aquí hay que decir que la copelación de la plata se conocía en momentos anteriores en la península, pero se abandona y los fenicios la vuelven a traer). Algunos vasos cerámicos toscos hallados en el yacimiento se han relacionado con estas técnicas metalúrgicas.

Lo que destaca de estos dos asentamientos es la pobreza constructiva y los indicios de que eran aldeas o lugares especializados para la explotación de recursos, en el caso de Peñalosa; y la producción minera, en San Bartolomé de Almonte.

Cabaña Cerro Mariana, las Cabezas de San Juan (Sevilla)

Esta cabaña (excavada parcialmente) detectada durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en 1998 en el yacimiento “Cerro Mariana” bajo la dirección de J. Beltrán Fortes y J. L. Escacena, fechada en el siglo VI a.C., presenta planta circular delimitada por un zócalo de piedras sobre el cual se dispuso un alzado posiblemente de tapial. El interior se pavimentó con una capa de tierra rojiza. El muro se ha conservado sólo parcialmente, y una trinchera de saqueo ha permitido seguir la planta casi completa. En el umbral, hecho con barro, se incrustaron en posición invertida siete conchas marinas alineadas transversalmente a la dirección del paso. Se accede al interior a partir de un porche empedrado similar al de las cabañas de Ronda.

Acinipo (Ronda, Málaga)

Se trata de un yacimiento estudiado principalmente por Pedro Aguayo. Se encuentra en la zona periférica de Tartessos. En él constan una serie de cabañas datadas entre los siglos VIII y VII a.C., sobrepuestas sobre cabañas de época anterior.

Acinipo (Ronda la Vieja) es un establecimiento que muestra la relación de las zonas interiores con la costa; aunque las comunicaciones no sean demasiado fáciles, a través de los cursos fluviales Acinipo tenía relación tanto con la región de Antequera (Aratispi) como con el valle del Guadalquivir y las costas gaditanas y malagueñas. Allí se ha excavado un poblado de cabañas circulares, por lo general construidas sobre un zócalo de piedras sin trabajar y alzado de tapial que, a partir del siglo VIII, convive con otras de planta rectangular y ángulos redondeados contemporáneas y semejantes desde un punto de vista funcional, aunque da la impresión de que cuando alguna cabaña circular entra en desuso su reconstrucción se hará en forma de cabaña rectangular. Sus pavimentos se realizan con tierra batida de color amarillento y disponen de un hogar circular en su interior. Es bastante probable que el modelo de vivienda rectangular proceda del mundo fenicio, habida cuenta que los fenicios construían estancias cuadrangulares y rectangulares en sus ciudades y centros. Ya en estas viviendas aparecen ánforas fenicias, platos de barniz rojo y cerámicas polícromas, aunque el predominio de las cerámicas a mano de tradición local sigue siendo masivo. A partir del siglo VII se observa un cambio de patrón urbanístico mucho más organizado, y basado, en el área excavada, en un muro maestro, de hasta un metro de anchura, al que se adosan tabiques mucho más estrechos que delimitan estancias rectangulares; los alzados también se realizaron en tapial. Los orígenes de estas técnicas se encuentran en los centros fenicios de la costa. En este centro se detectan, en esta fase, actividades productivas y artesanales, estas últimas caracterizadas por la aparición de las ánforas de tipo fenicio fabricadas in situ, lo que sugiere relaciones de interés entre esas poblaciones del interior y el mundo fenicio de los establecimientos costeros. Si hubo o no residentes fenicios en la zona es algo que no puede asegurarse con certeza absoluta, pero las prospecciones realizadas en la zona muestran, junto a los grandes asentamientos, como Ronda y Acinipo, toda una serie de pequeños establecimientos (¿aldeas?) de los que se han detectado en torno a veinte, de clara orientación agropecuaria. En un momento avanzado del siglo VI este asentamiento se abandona tal vez como consecuencia de un proceso de concentración de la población en grandes oppida, como los de la Silla del Moro, Arunda y Lacilbula, que constituirán la base del poblamiento de época turdetana.

Estas cabañas presentan un zócalo de cantería sin preparación previa, recurriéndose para la base a piedras de tamaño grande e irregulares; mientras que en la parte superior los tamaños se reducen y los cantos regularizan sus caras, a la vez que disminuye también la anchura del zócalo. En este caso es necesaria una pequeña zanja de cimentación para el trazado y sostén del murete, tal y como se observa en las sucesivas reconstrucciones de las estructuras, que arrasan parte de las paredes y pavimentos de las habitaciones infrapuestas.

En cuanto a los elementos de sostén de la cubierta, se han propuestos diferentes soluciones para la techumbre. Esta pudo ser cónica y apoyada directamente en las paredes sin necesidad de pilar central.

El acceso a la cabaña está precedido en algunos casos de empedrados que adoptan forma trapezoidal, y están construidos con piedras más gruesas en el contorno y menudas en el interior.

En Acinipo, las viviendas se alinean en “calles”, adaptando este modelo la distribución de las casas a la topografía, y contradiciendo en gran medida la idea tradicional de poblado de cabañas circulares en el cual las estructuras se dispondrían de forma azarosa sin respetar “trama urbana” alguna.

Niebla

La ubicación de Niebla es de gran interés porque se sitúa sobre un recodo del curso del río Tinto, que pone en comunicación el centro costero de Onoba con la zona minera, pero es también un punto clave en las comunicaciones transversales, que ponen en contacto la Tierra Llana onubense con el área de la antigua desembocadura del Guadalquivir. En las excavaciones y prospecciones realizadas allí se han identificado restos de una muralla del Bronce Final que ceñiría una parte de la población, aunque también había viviendas extramuros. Se han localizado escorias de plata en muchos de los sondeos realizados, lo que muestra la relación del asentamiento con el trabajo del mineral, razonable habida cuenta su ubicación. Los niveles de hábitat que han podido excavarse parecen datarse en su mayoría durante el siglo VII, aunque puede que algunos remonten más en el tiempo; presentan la habitual combinación de cerámicas a mano de tradición indígena con productos de tipo fenicio, como cuencos de barniz rojo, pithoi y ánforas. En cuanto a las técnicas constructivas, basadas en una mampostería regular y rectilínea, y en muros de mampostería con pilares de refuerzo intercalados, se ha sugerido también una importante impronta fenicia que quizá sea más profunda que una simple y genérica influencia, lo que implicaría, en opinión de alguno de los excavadores, la posibilidad de que haya habido residentes fenicios en Niebla.

En una de las elevaciones próximas a Niebla, en el Palmarón, se halló en 1934 lo que parece ser un túmulo que contenía una rica sepultura de cremación in situ en la que apareció un jarro y un “braserillo”, una bandeja o fuente de plata, placas de cinturón, una espada y lanzas, y quizá alguna pieza fenicia de barniz rojo; todo ello puede datarse a fines del siglo VII o inicios del siglo VI a.C.

Se habla también de una posible acrópolis amurallada y de la posibilidad de cabañas dispersas y restos murarios con bastiones semicirculares. Los especialistas de la Universidad de Huelva fechan el asentamiento en el Bronce final, mientras que los de la Universidad de Sevilla lo hacen en periodo orientalizante.

Hay una polémica entre los que sostienen que Niebla ya existe en el tránsito del segundo milenio al primer milenio a.C. y los que consideran que surge en periodo orientalizante. El problema es que los restos de muralla medievales impiden las excavaciones. Los materiales plantean discusión en cuanto a la cronología, pero lo que es seguro es que en el periodo orientalizante constituye un asentamiento importante.

Existe otro problema, y es que si antes de los fenicios hubo ya contactos con otros puntos del Mediterráneo. Esta discusión ha sido reavivada en los últimos tiempos y Gómez Toscano sugiere tres fases:

  • Contacto con Micénicos entre los siglos XIV y XII a.C.
  • Protofenicios, contacto con gentes muy diversas del Mediterráneo oriental, entre los siglos XI y X a.C.
  • Fenicios entre los siglos IX y VIII a.C.

Depósitos Metálicos y Prácticas Funerarias (¿inexistencia de necrópolis?)

En el sur peninsular, se han ido hallando una serie de depósitos de metales (armas sobre todo) asociados al agua. A partir de ahí, se han ido generando varias hipótesis. Algunas relacionan estos depósitos con prácticas funerarias, debido a la dificultad para reconocer necrópolis para este periodo, puesto que apenas se han encontrado, surgiendo la cuestión de “¿dónde estarían sus muertos?”.

Onuba y el Depósito de la Ría de Huelva (1923)

Uno de los depósitos metálicos más conocidos es el de la Ría de Huelva. Fue descubierto a fines del mes de marzo de 1923, al iniciarse el dragado del río Odiel con la draga Cinta; junto con el sedimento –formado por arcillas, arenas gruesas y conchas- sacó 7 espadas, iniciándose la extracción del Depósito de la ría de Huelva, que se vería finalizada en el mes de abril del mismo año. El hallazgo se produjo entre los 7,5 y 9,5 m de profundidad. En total se han hallado hasta 397 piezas, principalmente armas y adornos. Como armas se contabilizan: 83 espadas, 57 remaches de las cachas de las empuñaduras de las espadas, 24 puñales, 87 untas de lanza, 59 regatones, 15 puntas de flecha y uno o dos cascos. Como elementos ligados al adorno y vestido personal: 7 fíbulas de codo, 4 torques, 2 broches de cinturón, 10 botones, 10 anillas o eslabones y varias agujas. Importantes, a pesar de su escasa aparición, son un escoplo de bronce y varios fragmentos de cobre, hierro y restos de madera. Serían piezas elaboradas en el suroeste peninsular, no importaciones; aunque hay una clara influencia de las armas atlánticas.

En cuanto a la cronología, hay un consenso que lo sitúa en torno al siglo X a.C. aproximadamente; aunque algunas piezas puede que sean anteriores, de los siglos XII y XI a.C.

El depósito fue interpretado inicialmente como el cargamento de un barco de chatarra llegado de fuera o que partía de Onuba y destinado a la refundición. Sin embargo, la homogeneidad de las aleaciones y de los tipos de piezas que lo componen hace que se rechace actualmente esta interpretación. En la actualidad, se sugieren dos posibilidades:

  1. Según M. Ruiz, que sea un depósito votivo asociado a ritos de paso y de sucesión en el oficio dirigente. Un rito que marcase un territorio, en el que se ofrecía a las aguas armas sobre todo. Estaría vinculado con un grupo humano que reclama esa zona. La ría de Huelva es una boca física de entrada y salida de los ricos recursos minerales y ganaderos del hinterland onubense. El conjunto de dataciones obtenidas para este depósito acuático lo sitúan en el siglo X a.C., es decir, en el momento en que este emporio se estaba gestando en Huelva. No es por ello casual, en este caso y en el de otros hallazgos acuáticos de espadas en lengua de carpa, que estas se localicen en vados o desembocaduras de los principales ríos del SW peninsular. Reflejan posiblemente un proceso de territorialización, así como de control por parte de las élites locales, de aquellos puntos que facilitan el acceso a recursos que están siendo ahora objeto de creciente demanda. En este sentido hay que destacar un detallado estudio de los lugares de aparición de la armas similares a las de Huelva, en la Península, demuestra cómo estas eran arrojadas a las aguas en lugares estratégicos o enterradas junto a vados y lugares de obligado paso, como ofrenda votiva, funeraria o no, de armas a las aguas.
  2. La segunda hipótesis defiende que nos encontremos ante un mundo funerario. Es sostenida por autores como J. L. Escacena y M. Belén, entre otros. Se trataría de un rito en el que se podría quemar o no al difunto, se arrojaría al agua y con él se arrojan las armas. Parece que tiene paralelos con el mundo atlántico (Dinamarca, Inglaterra,…). Además, es una propuesta interesante porque explicaría la ausencia de tumbas en este periodo. En el periodo orientalizante sí encontramos ya una costumbre de enterramientos, por influencia fenicia.

¿Tumbas?

Han aparecido una serie de tumbas en estas zonas del ámbito tartésico, pero que se puedan fechar en el Bronce final muy pocas. Destaca entre ellas la del yacimiento Roça do Casal do Meio (Sesimbra, Portugal). También los restos hallados en Palma del Río, pero se encuentra en una zona periférica y se duda sobre su cronología.

La tumba de Roça do Casal do Meio fue excavada en los años 70. Se trata de una tumba compuesta por un corredor que va a acabar a una cámara semicircular de falsa cúpula por acumulación. Aquí se encontraron dos individuos inhumados, de gran complexión física (posiblemente jinetes, por el desgaste de las piernas, o tal vez guerreros). El ajuar es escaso pero muy interesante, puesto que puede mostrar contactos con gentes de fuera. Es posible que un individuo fuera enterrado antes que el otro. Pero la comparación de las características étnicas nos lleva a pensar que son individuos autóctonos, no foráneos.

Ciertos investigadores consideran que el ajuar allí encontrado constituye un ajuar de prestigio y destacado. Hablan de jefes que dominarían el comercio y las relaciones con otros pueblos foráneos.

Algunos autores, como M. Torres, sostienen la idea de que la inhumación fuera practicada junto con la práctica de arrojar los difuntos al agua. Escacena afirma que sólo se arrojaban al agua. En todo caso, sólo hay algunos enterramientos y pocos pertenecerían al Bronce Final, por lo que en el debate científico va ganando terreno la idea de los que sostienen que los enterramientos no dejaron ningún tipo de huella.

Las Estelas Decoradas

El de las estelas es un fenómeno que conlleva una gran problemática. El primero de ellos es el de su denominación. Inicialmente recibió el nombre de estelas de guerreros, pero ha sido una denominación abandonada puesto que no todos son guerreros; luego pasó a llamarse también estelas del sureste peninsular, pero es una denominación discutida ya que también han sido encontradas en otros lugares; y la denominación de tartésicas tampoco es muy aceptada, debido a que no se han encontrado en la zona nuclear tartésica ninguna de estas estelas. La denominación que se utiliza en los últimos tiempos es la de “estelas decoradas”.

El principal especialista de este fenómeno es Sebastián Celestino, que defiende un origen de estas estelas en Extremadura, donde aparecen por primera vez. Se trata de losas, algunas de las cuales irían en horizontal sobre el terreno, ¿enterramientos? A partir de ahí, expansión de las gentes que las hacen hacia zonas más ricas desde el punto de vista agrícola, serían sociedades itinerantes en busca de zonas de cultivo productivas. Se va evolucionando hacia esquemas más complejos. Otras funciones que se les da es la de marcadores territoriales, hitos de rutas ganaderas, elementos que recuerdan a un difunto,… Si hay un consenso en que es un fenómeno autóctono, de gentes del suroeste peninsular en los primeros siglos del primer milenio a.C. Esquema muy simple, pero de un discurso muy complejo que no sabemos interpretarlo. Las de Francia no se sabe cómo llegaron allí. Parece que suelen estar cerca de cursos de agua, pero no se sabe muy bien.

Uno de los temas más recurrentes de la prehistoria peninsular ha sido, y sin duda sigue siendo, el de las estelas decoradas del suroeste, debido a varios factores; en primer lugar, porque al haber aparecido descontextualizadas han generado un buen número de interpretaciones sobre su funcionalidad; pero también porque los objetos de adorno personal y de prestigio social representados en los soportes han servido en algunos casos para justificar rutas de comercio entre el Mediterráneo y el Atlántico antes de la colonización fenicia, abriéndose al mismo tiempo una discusión sobre el origen y la cronología de esos objetos foráneos; y, por último, porque los personajes representados, junto con los tesoros del Bronce Final, son en la práctica el único argumento que permite elaborar un ensayo sobre la organización social de estos pueblos previo a la consolidación del periodo Orientalizante. Pero tras más de un siglo de trabajos sobre las estelas, aún seguimos sin despejar un buen número de incógnitas que han obligado a abrir nuevas vías de investigación para intentar solucionarlas.

Según qué autores, los elementos que las decoran pueden tener un origen centroeuropeo, mediterráneo o atlántico; y dentro de los que defienden una procedencia mediterránea, hay quienes abogan por que esta se haya producido a través de los circuitos centromediterráneos abiertos a partir del Bronce Final, quienes defienden una raíz egea y, por último, quienes sostienen que proceden de los primeros contactos precoloniales fenicios. Todas estas hipótesis, que se completan con las diferentes propuestas cronológicas para el comienzo y el final del fenómeno de las estelas, dan una idea de la enorme complejidad de su estudio. Por ello, un nuevo estudio de las estelas debe tender a profundizar sobre el enfoque social y económico que representan.

Un problema también difícil de abordar es el del análisis de los territorios donde aparecen estos monumentos, en ocasiones muy restringidos a un espacio concreto e independientes de otros donde también se localizan, lo que podría mostrar no sólo variables de carácter social y cronológico, sino ambas a la vez. Si partimos de la base de que el paisaje es un producto de la vida social de sus habitantes, el problema en este caso es que apenas conocemos las relaciones de estos monumentos con sus hábitats y, por lo tanto, ignoramos la actividad humana que desempeñaron, que sólo podemos intuir a través del estudio de los medios disponibles en su entorno inmediato. El objetivo final debería tener como meta establecer los límites políticos de este fenómeno y su interrelación con los otros espacios donde se produce el mismo fenómeno. Estos presupuestos podrían ser viables si nos halláramos ante sociedades de base agrícola o industrial, pero se antojan más complicados si nos estamos enfrentando, como parece, con sociedades de base ganadera y claramente jerarquizadas.

 
 El hallazgo de estelas no ha dejado de ser un goteo constante desde la aparición del primer ejemplar de Solana de Cabañas publicado en 1898 por Roso de Luna, sobrepasando con creces el centenar de ejemplares al día de hoy. En total, hay 120 estelas repartidas en diferentes áreas geográficas que, por otra parte, cada día parecen configurarse mejor territorialmente.
 El de las estelas es un fenómeno muy dilatado en el tiempo y cuyas raíces se hunden en los comienzos del Bronce Final, si no antes, por lo que aquí sólo interesa detenernos en los últimos momentos de su desarrollo, que coinciden con la formación de Tartessos, para desaparecer en pleno Período Orientalizante, en torno al siglo VII a.C. Lo que nadie pone en duda es el autoctonismo del fenómeno, que hunde sus raíces, probablemente, en las estelas antropomorfas del Bronce Medio, por lo que la discusión se ha centrado en el origen de las armas y objetos de adorno y prestigio representados en las estelas que sirven para seguir la evolución cronológica e iconográfica de las estelas. En realidad, deberíamos hablar de dos grupos bien diferenciados, las losas y las estelas del suroeste. 
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 Las primeras se circunscriben a la Beira portuguesa y al valle del Tajo y se caracterizan por la presencia, invariable, de un escudo, una lanza y una espada representados en el centro de la losa y siempre con la misma disposición, es decir, el escudo, con la clásica escotadura en forma de >, centrando la composición, mientras que la lanza y la espada se disponen en horizontal sobre y bajo el escudo, respectivamente. La losa representaría, por lo tanto, el cuerpo del guerrero, mientras que las armas se dispondrían en su posición natural. Los soportes reservan el mismo espacio sin decorar en la zona superior e inferior, tienen forma rectangular y miden una media de 1, 70 m de largo aproximadamente, por lo que parece lógico que estuvieran destinadas a tapar cistas de inhumación; son las denominadas > que se encuadran en el Bronce Final. Con el paso del tiempo el fenómeno se extiende lentamente hacia el valle del Guadiana, incorporando paulatinamente objetos de prestigio y armas de evidente origen atlántico, como las espadas de > o los cascos cónicos de cimera. Pero a medida que estas losas se van extendiendo hacia el sur, comienzan a incorporar nuevos elementos de prestigio de clara raigambre mediterránea, caso de los carros, los espejos, los peines de marfil o las fíbulas, que sin embargo no alteran ni el sistema compositivo original ni el soporte; se trataría, por lo tanto, de una fase cronológica previa a la colonización fenicia en la cual comienzan a introducirse algunos elementos de prestigio que no parece que alteren el sistema social preestablecido. 
 Las estelas aparecen, pues, agrupadas en diferentes zonas geográficas que podríamos resumir en cinco: sierra de Gata, valle del Tajo/sierra de Montánchez, velles de los ríos Guadiana y Zújar, valle del Guadalquivir y sur de Portugal. A estas zonas habría que añadir el sureste francés, donde cada día se va conformando un grupo de estelas más numeroso. Salvo las escasas estelas que aparecen junto a los ríos Guadiana y Guadalquivir, la inmensa mayoría de los monumentos han sido hallados en zonas montañosas y agrestes muy propicias para la explotación ganadera. En este sentido, hay que destacar que más del 50% de las estelas han aparecido en el entorno del valle del Zújar/Guadiana, un territorio escabroso y no apto para la agricultura, carente de cualquier interés minero y, sin embargo, con unos pastos de gran calidad por sus ricos nutrientes, por lo que aún hoy vive de la ganadería extensiva. Las estelas más complejas y que a su vez incorporan los elementos más modernos son precisamente las documentadas en el valle del Zújar y en el del Guadalquivir, dibujándose así una ruta de penetración de las estelas y, por consiguiente, de los pueblos representados en ellas, hacia el sur peninsular. Por lo tanto, se podría deducir de la zonificación de las estelas que hay un movimiento lento pero constante en el tiempo desde las zonas más septentrionales del cuadrante suroccidental de la península hacia el foco tartésico que comienza a configurarse antes de la colonización fenicia. Tal vez serían precisamente los personajes representados en las estelas los que tendrían la capacidad de aportar la mano de obra necesaria para desarrollar el momento de máxima expansión económica del sur, de ahí la cada vez mayor cercanía de estos monumentos al núcleo tartésico.
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 Podemos hablar realmente de estelas cuando en el entorno de los valles del Guadiana y del Guadalquivir hacen acto de presencia soportes de menor tamaño que además reservan sin decorar y de forma apuntada la parte inferior para ir hincados en el suelo y facilitar así su posición vertical. Este hecho coincide además, y significativamente, con la introducción del antropomorfo en la composición iconográfica en detrimento del escudo, la lanza o la espada, que pasan a formar parte de su ajuar personal junto a un mayor número de objetos de prestigio, la mayor parte de ellos, además, de origen mediterráneo, caso de los carros de dos ruedas, los instrumentos musicales como las liras, los calcofones o los crótalos, las fíbulas de codo o los cascos de cuernos, que sustituyen definitivamente a los antiguos cascos cónicos de origen atlántico. Poco a poco la composición de las estelas cambia precisamente por el protagonismo que ejerce el guerrero en la escena, representándose los diferentes elementos también en su posición natural con respecto a este: las espadas al cinto, los escudos junto a la mano izquierda, el casco sobre la cabeza, el carro a sus pies, la fíbula a la altura del pecho o los peines junto a la cabeza. Este sustancial cambio, tanto en la forma de las estelas como en la rica decoración introducida, con el guerrero rodeado de sus armas y principales objetos de prestigio social, seguramente estuvo acompañado por la introducción de la incineración, el nuevo ritual de enterramiento ya extendido por todo el Mediterráneo en esta época y que debió implantarse primero entre los personajes más destacados, conviviendo durante alguna generación con el rito de la inhumación. 
 Los elementos exógenos de las estelas se han justificado casi siempre gracias a los primeros contactos de comerciantes de origen mediterráneo con la península antes de que se formalizase la colonización, lo que se ha venido denominando >. En realdad esto tampoco justificaría la presencia de estelas en el interior y su total ausencia en el denominado núcleo tartésico, lugar donde se deberían haber recibido estos primeros objetos de prestigio. 
 Deberíamos contemplar la posibilidad, por lo tanto, de que existieran dos espacios peninsulares independientes durante estas últimas fases del Bronce Final, como también parecen demostrar algunos objetos de alto significado arqueológico, caso de las fíbulas o los espejos, es decir, que en la Península Ibérica se estuvieran desarrollando a la vez e independientemente dos espacios de comercio o de contacto con el Mediterráneo antes de la colonización fenicia y griega; el primero a través del Estrecho de Gibraltar hasta remontar la costa atlántica, y el segundo desde la costa ligur y el Languedoc hacia el valle del Ebro. Si fuera así, podríamos entender mejor el futuro reparto de papeles en la colonización histórica de sendas culturas en la península. 
 Hay dos objetos que pueden avalar esa hipótesis; los espejos, que aparecen ya representados en las estelas básicas y que ofrecen una evidente analogía formal con los hallados en el depósito balear de Lloseta, datado en pleno Bronce Final; y las fíbulas de codo, documentadas en la Ría de Huelva y en el conjunto funerario de Roça do Casal do Meio. Sin embargo, un significativo número de estas fíbulas se encuentra disperso por buena parte de la Meseta norte.
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 Pero la mayor parte de los objetos grabados en las estelas es mucho más difícil de evaluar cronológicamente; el caso de las espadas es quizás el más significativo, pues amparándose en su alto esquematismo, y aunque algunas de las representadas en las estelas básicas pertenecen claramente al tipo de >, fechadas entre los siglos XI y IX a.C., han servido no sólo para adscribirlas a un tipo concreto, sino incluso para justificar la mayor antigüedad o modernidad de las estelas. Los carros, por su protagonismo, diseño y simbolismo, también han sido un tema recurrente a la hora de emitir una cronología sobre las estelas; lo que es importante señalar es que el carro aparece muy temprano, en las estelas básicas, antes por lo tanto que la figura del guerrero y coetáneo a los espejos y a las fíbulas, por lo que procedería del mismo ámbito comercial. Por último, las liras de las estelas también han sido objeto de estudio para intentar concretar su origen y cronología. En conclusión, podemos deducir de todos estos estudios pormenorizados de los objetos representados en las estelas del suroeste que cualquiera de ellos puede adscribirse sin demasiadas dificultades al ámbito cultural que más nos interese, pues espadas, lanzas, espejos, peines, instrumentos musicales o carros aparecen en todas las culturas mediterráneas entre el II y el I Milenio, y el alto esquematismo de los objetos grabados en las estelas nos permite desarrollar cualquier tipo de aproximación. 
 El objeto más significativo de los representados en las estelas es, sin duda alguna, el escudo con escotadura en >, el más antiguo y persistente de los elementos representados a pesar de que vaya perdiendo paulatinamente su importancia simbólica y decorativa a medida que las escenas se van haciendo más complejas. Curiosamente, no se ha podido documentar arqueológicamente en la península, aunque sí hay una significativa representación de ellos en otras partes de Europa. El escudo se ha convertido en uno de los ejes del estudio de las estelas gracias también al tamaño en el que fueron grabados, al minucioso detalle con el que aparecen diseñados y a su protagonismo escénico. La inmensa mayoría de los investigadores proponen su procedencia mediterránea, atlántica o centroeuropea, pero S. Celestino y otros defienden un claro autoctonismo, entre otras cosas porque ninguno de los escudos hallados fuera de la península remonta el siglo VIII a.C., una fecha demasiado moderna para los escudos grabados en las estelas básicas, donde mejor se representan. Parece obvio, según estos investigadores, que los escudos representados en las estelas no sólo serían más antiguos que los mediterráneos y europeos continentales, sino que por la persistencia de su diseño, podrían representar un signo de identidad entre las comunidades del interior. 
 Hay otros elementos que tienen un especial significado porque sólo aparecen en las estelas más meridionales y complejas, caso de las series de cazoletas, casi siempre en número de cinco, que acompañan al antropomorfo y que podrían interpretarse como los primeros sistemas ponderales documentados en la península. 
Mayor significado tiene el casco de cuernos, igualmente presente en las estelas más meridionales, sustituyendo así a los de cimera que se graban en las zonas del valle del Tajo. Los cascos se adornan con unos cuernos desmesurados que podrían estar
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simbolizando la heroización del personaje representado, e incluso alguna deidad guerrera. Estos elementos son ya contemporáneos a la colonización, pues como se ha dicho, el fenómeno de las estelas no parece extinguirse hasta bien entrado el Período Orientalizante, por lo que se puede descartar que los personajes estén mostrando atributos y símbolos de origen foráneo, aunque sin abandonar en ningún caso su tradición indígena; es una clara manifestación de la interacción entre sendas culturas.
 Tal vez el tema más espinoso de las estelas es el de su funcionalidad; para unos señalarían tumbas; para otros, lo que se graba en los soportes no es el ajuar del guerrero, sino su panoplia de combate con algunos elementos de adorno, por lo que interpretan las estelas como cenotafios; también hay quienes las interpretan, sin eludir su sentido funerario, como marcadores de rutas y territorios; pero la inmensa mayoría pasa de puntillas por tan espinosa cuestión. 
 Aunque hay leves indicios sobre posibles enterramientos bajo alguno de estos monumentos, el dato más relevante nos ha llegado recientemente de la mano de Murillo, Morena y Ruiz Lara, quienes en un artículo describen las circunstancias del hallazgo de las dos estelas procedentes del Cortijo de la Reina, encontradas a tan sólo 6 m de distancia una de otra y a unos 0,80 metros de profundidad. 
 El carácter guerrero de estas estelas es constante durante todo el proceso del fenómeno; sin embargo, es patente el mayor significado que van adquiriendo paulatinamente los objetos de prestigio en detrimento de las armas; es precisamente en estos momentos cuando aparecen escenas de cierta complejidad ritual como las que se representan en estelas como las de Ategua o Zarza Capilla III, y, lo más interesante, cuando hacen acto de presencia de formas significativa las estelas femeninas o diademadas, representaciones que se circunscriben una vez más, salvo la excepción de Torrejón el Rubio, el área del Zújar y del Guadalquivir. Las estelas diademadas, así denominadas por lucir un enorme tocado semicircular sobre la cabeza, pertenecen a un tipo muy homogéneo que aboga por su contemporaneidad; sin embargo, es evidente que son una derivación iconográfica de los guijarros-estelas de pequeño tamaño del Bronce Medio e inicios del Bronce Final. Lo que parece evidente es la importancia de este atributo que, aunque no se ha atestiguado arqueológicamente durante las fases del Bronce, sí es de enorme importancia en el Período Orientalizante, donde uno de los elementos más característicos de los tesoros áureos es precisamente la diadema, un tipo muy singular ausente en otros ámbitos mediterráneos. Por lo tanto, el reforzamiento del poder guerrero de los hombres no parece mermar el significativo papel social que debió desempeñar la mujer en este amplio espacio cronológico. También se interpretan como posibles divinidades femeninas. Personajes femeninos engalanados y con armas.
 Puede haber un cuarto tipo, las estelas mixtas, en el que aparecen figuras masculinas y femeninas en plano de igualdad (mismo tamaño,…). Algunos piensan en una interrelación entre hombre y mujer (¿se dan la mano?).
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 Escudos con escotadura y diademadas son símbolos cuya función sería identificar a un grupo o a una comunidad unida por lazos sociales y que comparten un territorio amplio a tenor de su dispersión; tal vez comparten una propiedad comunal bajo un control jerárquico de la producción y su uso, aunque aún estamos lejos de saber cuáles eran esos medios de producción, pues ni se han detectado explotaciones mineras en los diferentes entornos geográficos donde aparecen, ni puede desarrollarse una agricultura mínimamente extensiva, encontramos estas estelas en zonas donde, por el momento, sólo el excelente pasto existente parece justificar su presencia. Por otro lado, la estructura social que emana de una comunidad campesina es muy limitada, endogámica y conservadora; mientras que un sistema basado en la explotación ganadera, y por lo tanto compuesto por gentes viajeras y en general más abiertas a los impulsos externos, tienen una mayor capacidad de absorber otros hechos culturales y de transmitirlos entre los suyos. En definitiva estos personajes con atuendos guerreros que comparten socialmente la representatividad con la mujer, destacarían en la comunidad que representarían no sólo por ser quienes recibirían los primeros objetos exóticos o porque asumirían las nuevas tecnologías procedentes del Mediterráneo, sino porque también asimilarían y expandirían posteriormente el nuevo ritual funerario y religioso, sin abandonar en ningún caso sus raíces, conviviendo durante un considerable espacio de tiempo con la tradición atlántica anterior. De este modo, las estelas se convertirían en el único elemento de estudio entre la fase precolonial y la colonial, ya detectado a través de los posibles desplazamientos de gentes hacia el foco tartésico, ahora ávido de mano de obra para explotar los nuevos recursos que afectaban al interés de los colonizadores. 
Estela de Setefilla (Lora del Río, Sevilla)
 La mayoría de autores que se han ocupado del mundo de las estelas conceden una especial importancia a la estela de Setefilla, por constituir uno de los pocos ejemplares con contexto cultural bien conocido. Su hallazgo en 1927 y la adscripción de esta necrópolis tartésica a la edad del Hierro a raíz de su reexcavación en los años setenta crearon una corriente de opinión favorable a considerar la estela de época ‘‘orientalizante’’ o, como mínimo, bastante tardía. Por otra parte, su presencia en una necrópolis del Hierro hacía pensar en una reutilización del monumento y, por consiguiente, en una procedencia localizada en el mismo entorno geográfico de la necrópolis. La situación, sin embargo, no resulta tan sencilla como parece. 
 La estela apareció en 1927 muy cerca de la superficie del terreno en un espacio intertumular. Presentaba unas dimensiones de 1,70 de longitud por 0,45 m de anchura máxima. La estela presentaba una pátina más clara en el extremo más ancho, lo que, junto con la disposición vertical de la decoración grabada, sugería que en origen la losa estuvo hincada en posición vertical. La laja de piedra apareció volcada y cubriendo una fosa que contenía una inhumación y los restos de una incineración. 
 Aunque la información relativa al descubrimiento de la estela de Setefilla deja mucho que desear, parece acertada la idea de que la losa decorada pudo ser reutilizada para cubrir una doble sepultura de los siglos VII-VI a.C. Pero no sólo se reutilizó la
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estela del Bronce final para sellar un enterramiento del Hierro, sino que en la necrópolis de Setefilla se reutilizaron y transmitieron durante generaciones los mismos símbolos, un mismo recinto funerario y diversas tradiciones funerarias con el propósito, seguramente, de preservar una serie de rasgos distintivos que garantizaran una cierta continuidad en la transmisión de determinados emblemas de rango y jerarquía social. 
 La estela de Setefilla se atribuye al grupo más meridional de estelas decoradas del sudoeste, en la que la presencia regular de determinados motivos (figura humana, espada, carro, escudo, lanza) sitúan su máximo desarrollo en un Bronce final avanzado (siglos IX y VIII a.C.) de fuerte influencia atlántica. La distribución de este grupo de estelas, que coincide en líneas generales con la de las espadas y armas de tipo Ría de Huelva, guarda relación directa con rutas de comunicación e intercambio a lo largo del valle del Guadalquivir (Écija, Carmona, Montemolín, Ategua y Setefilla) y de su periferia inmediata (Alamillo y Bienvenida en la ruta de Despeñaperros (Ciudad Real), y Almargen (Málaga), en la ruta hacia Ronda, Antequera y vega de Granada).
 En el caso de Setefilla es difícil imaginarse la estela como un marcador de rutas comerciales, de vías de comunicación o de fronteras. Para valorar su significado y su presencia en un ámbito de uso funerario es preciso contar con otros datos que no se han tenido en cuenta, como es la complejidad del asentamiento durante la edad del Bronce. 
 La evidencia arqueológica de la necrópolis de Setefilla revela una intensa y deliberada ocupación del mismo ámbito funerario por parte de una población que, a lo largo de varias generaciones, establece y refuerza sus lazos de filiación y de desigualdad social a través de símbolos visibles sobre el terreno, que expresan relaciones de poder, territorialidad y probablemente demarcación étnica. Sólo la memoria a través de la continuidad ideológica garantiza una relación con el pasado que permite asegurar el poder de las élites sociales del Hierro. En este sentido, esta estela constituye, más que una losa funeraria, un indicador social de status y de jerarquía erigido en un ámbito destinado real o simbólicamente a la muerte. Aunque ‘‘reutilizada’’ o reintegrada en la necrópolis del Hierro, no se cree que la estela decorada procediera de muy lejos. La pequeña loma donde se emplazó la necrópolis de Setefilla no constituyó una zona de contraste ecológico o una frontera, sino un espacio sagrado de especial significado social e ideológico para la memoria colectiva de la comunidad tartésica local.
Estela de Almargen (Málaga)
 La estela de Almargen fue un hallazgo especial por varias razones: en primer lugar porque era la primera estela de este tipo documentada en suelo malagueño; en segundo lugar porque presenta aspectos iconográficos singulares que no encontramos en otras estelas andaluzas de la época. La losa fue recuperada en 1992 por Francisco Hidalgo De Rivas y Francisco Morón Cabello, quienes la habían encontrado hacía más de diez años en los márgenes de un carril en las inmediaciones del pueblo. 
 La losa tiene 1 metro de altura y 0,60 en anchura en sus medidas máximas, y un grosor entre 15 y 20 cm, de forma sensiblemente rectangular, salvo en su tercio inferior,
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donde disminuye progresivamente, que queda más acentuada ante la diferente tonalidad el color de la piedra que se piensa que debía ser la porción embutida en la tierra y que aseguraba su posición vertical.
 La superficie está decorada mediante línea incisa y consta de cuatro elementos: siendo los motivos centrales un escudo formado por tres círculos concéntricos presentando los dos exteriores escotadura en uve; a su derecha, y manteniendo la misma altura una figura humana en trazo esquemático, con hombros muy marcados y las manos abiertas al frente, las extremidades inferiores de perfil marcando movimiento. Sobre la figura, una uve invertida, a modo de gorro o casco cónico, quedando la cabeza representada por un escueto rehundido entre los hombros. Sobre el escudo una lanza o jabalina en posición horizontal, que tiene de singular, el no cerrar la punta de lanza en su parte proximal quedando representada con una > prolongada y tendida.
 Entre la jabalina y el escudo, otra figura pequeña representada por un semicírculo, que puede ofrecer dudas en cuanto a su interpretación. Para ser un espejo le faltaría el mango, y su silueta nos ofrecería la forma circular u ovoidal característica. Para ser un arco, se cree que quedaría excesivamente desproporcionada con respecto al resto de las figuras y, por otro lado, generalmente esta representación está acompañada de la flecha ensartada en él. La tercera opción que se contempla y se considera más acertada, es que se pueda tratar de una fíbula acodada. 
Estela de Carmona (Sevilla)
 Con el hallazgo de esta estela quedó comprobado que no sólo Extremadura y el sur de Portugal constituía el área donde se nos ofrecían las estelas decoradas. Pronto los hallazgos de nuevas estelas, han enriquecido aquel solitario punto en el mapa de dispersión de estos monumentos en Andalucía.  Fue descubierta hacia 1960 en el Cortijo ‘‘Cuatro casas’’ de Carmona. 
La pieza tiene una altura de 1,15 m, una anchura máxima de 0,99 m y un grosor máximo de 0,18 m. Es una estela de forma irregular aunque de tendencia cuadrangular, que presenta como elementos decorativos en su cara frontal dos figuras humanas muy esquemáticas, una principal de gran tamaño en torno a la cual se agrupa todo lo demás; una espada en vertical de empuñadura marcada y larga hoja de tipología imprecisa; un escudo formado por tres círculos concéntricos; un arco con flecha y un carro, como es habitual visto desde arriba, y en el que la caja aparece representada como un rectángulo con un eje que lo atraviesa y de cuyos extremos salen las ruedas. Otro divide perpendicularmente en dos el carro, en cuyo extremo se aprecia el uncimiento de los cuadrúpedos y estos mismos, representados por unas pocas líneas. La cara posterior no está decorada. 
La pieza está bien conservada apreciándose todos los dibujos, salvo la figura secundaria, con nitidez.
Estela de Ategua (Santa Cruz, Córdoba)
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 La Estela de Ategua fue descubierta en 1968 por la maquinaría agrícola en la confluencia del río Guadajoz con el río Guadalquivir. Juan Bernier es el primero en estudiarla. 
 Está elaborada sobre un soporte de caliza blanquecina, que no es de origen local, la cantera más próxima está a 25 km, por lo que encontramos una voluntad de buscar materiales buenos (son personas con riqueza y prestigio). Presenta una altura de 1,63 m, una anchura máxima de 0,78 m y un grosor máximo de 0,34 m. 
 En cuanto a la descripción iconográfica hay que decir que consta de tres registros:
– En el nivel superior aparece un personaje de gran tamaño realizado esquemáticamente a base de rigurosos trazos rectos; su torso aparece decorado con motivos geométricos, en los que se ha querido ver la representación de una coraza o un pectoral. Junto a él aparecen sus armas -espada, lanza y escudo-, un espejo y otro objeto que los investigadores identifican como peine o también como instrumento musical (phorminx). – En el nivel intermedio aparecen dos figuras, una tendida y otra de pie, esta última lleva sus manos a la cabeza en gesto de lamentación. Bajo esta escena aparecen dos animales, cuadrúpedos, muy esquematizados. – En el tercero hay un carro (visto desde arriba) y un carrista (podría ser el difunto o un heredero). Debajo a la izquierda hay un grupo de mujeres agarradas de la mano y a la derecha una serie de hombres agarrados de la mano también. Podría ser una danza ritual funeraria.  La parte baja de la estela acaba de forma triangular, apuntada, no presenta grabados y sería la parte de la estela que permanecería enterrada por debajo del nivel de suelo, en su colocación original. El reverso y los laterales apenas están trabajados, permaneciendo únicamente desbastados.
A partir de aquí se ha establecido una relación estrecha entre la representación de la Estela de Ategua y las representaciones de difuntos, y traslados de los mismos, encontradas en la cerámica griega del periodo geométrico (periodo caracterizado por elementos geométricos en la decoración. Al  final de este período se han recuperado grandes vasijas en las que aparece la escena de PROTHESIS, exposición del muerto, y EKPHORIA (momento en el que el difundo es trasladado desde su hábitat hasta el lugar de enterramiento). Esto nos indicaría que en la fase final de las estelas se recoge la influencia de las gentes del Egeo. El estilo geométrico y loa forma de representar el carro son claros indicios de ello, pero también el ceremonial funerario, basado en la quema del cuerpo en una pira, el sacrificio de animales y las danzas rituales. Para Bendala, la estela de Ategua es consecuencia del contacto con el mundo del Egeo.
ELEMENTOS DE CULTURA MATERIAL (¿FÓSILES-GUÍA?)
 Antes de la llegada de los fenicios a las costas del sur peninsular, los indígenas desconocían el torno de alfarero, por lo que las producciones cerámicas se realizaban a
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mano y se cocían en hornos que no alcanzaban la suficiente temperatura como para elaborar productos de alta calidad; eran hornos reductores sencillos que producían cerámicas negruzcas que permitían que éstas pudieran elaborarse en el entorno familiar, si bien y a tenor de los tipo documentados, ya existía un estilo común en un amplio territorio del suroeste peninsular que demuestra una cierta identidad cultural común desde momentos previos a la colonización. Tampoco se aprecia en las cerámicas ‘‘indígenas’’ una gran variedad formal y decorativa, aunque sí se detecta un sensible incremento de las producciones en paralelo al crecimiento demográfico que se documenta a partir del siglo IX en toda el área; a la vez, y como consecuencia de ese crecimiento demográfico, se aprecia una mayor presencia de los grandes recipientes para guardar los excedentes y posteriormente comercializarlos, al tiempo que aparece un nuevo tipo cerámico con decoraciones muy cuidadas que debe relacionarse con las necesidades de los nuevos grupos de poder y los ritos que los acompañan. Estas cerámicas con decoraciones bruñidas comienzan a escasear a partir del siglo VIII, cuando se generalizan las producciones a torno y se aprecia una mayor calidad en las cerámicas indígenas, sustituyéndose las bruñidas por otras pintadas que, sin embargo, mantienen las formas indígenas, una de las pruebas más evidentes de la interacción entre ambas comunidades. No obstante, hay que señalar que nunca se dejaron de elaborar cerámicas a mano en época tartésica, sobre todo los tipos destinados al almacenamiento doméstico o a las ollas de cocina. 
La cerámica bruñida
 El tipo cerámico más indicativo del Bronce Final prefenicio es la denominada cerámica con decoración bruñida, cuya dispersión abarca el valle del Guadalquivir, Huelva y el sur de Extremadura, donde por su especial situación geográfica se documentan tanto las bruñidas de influencia atlántica como las de origen suroccidental. 
 Las superficies de estas cerámicas son negras, si bien hay algunas variantes, como en el caso de las onubenses, en cuya superficie mate se aplica la decoración bruñida. Por otra parte, la decoración bruñida de las cerámicas del valle del Guadalquivir y Huelva ocupa el interior de los vasos, en contraposición con las que se distribuyen en la zona portuguesa, que lo hacen por el exterior, mientras que las que se documentan en Extremadura lo hacen indistintamente por ambas superficies. El motivo decorativo más significativo es la >, por las incisiones que van formando redes. Las pastas pueden ser grises, gris oscuro y la superficie brillante. No están mal hechas, están muy bien acabadas. Se vinculan a uso cotidiano. La sistematización de estas cerámicas se debe principalmente a D. Ruiz Mata, quien las divide en tres categorías:
– Formas abiertas: correspondientes a cazuelas de carena alta de donde arranca el borde, copas o tazas de paredes finas y cuencos de casquete esférico, especialmente abundante en época tartésica. – Soportes en forma de carrete con baquetón en el centro.
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– Los grandes vasos cerrados de almacén, entre los que destacan los de cuello acampanado denominados à chardon, que perduran hasta el final del período tartésico tanto a mano como a torno y que se documentan también en contextos funerarios y rituales. Aunque la cronología que se les atribuye no está exenta de polémica, parece que los vasos más antiguos no rebasan el siglo IX, si bien algunos como Mederos elevan su presencia hasta el siglo XI, mientras que dejan de producirse hacia mediados del siglo VI, ya con una presencia muy escasa (Profesor dice hasta siglo VIII, aunque está el problema de que las encontramos en los siglos VII y VI). Se encuentran fragmentos sobre todo, pero si se conserva el borde superior se pueden reconstruir. 
F. Gómez Toscano realiza una periodización de las cerámicas en tres horizontes:
– Horizonte Formativo (1200-1000 a.C.). – Horizonte Clásico (1000-750 a.C.). – Horizonte Residual (750-600 a.C.). Las cerámicas tipo ‘‘Carambolo’’
 El otro tipo cerámico que se ha considerado como el > de lo tartésico ha sido el denominado Guadalquivir I o >, por ser en este yacimiento donde se documentó con gran profusión en cantidad y formas, si bien ya se conocían algunos fragmentos procedentes de la necrópolis de Mesas de Asta. Aunque habitualmente estas cerámicas se han vinculado al momento prefenicio, hay quienes abogan por su presencia en paralelo a la actividad colonizadora, aunque parece más lógico pensar que se están utilizando formas claramente indígenas en las que se comienzan a aplicar motivos decorativos geométricos habituales en la práctica totalidad del ámbito mediterráneo en estos momentos. 
 Han sido muchos los investigadores que se han adentrado en su estudio, no coincidiendo precisamente en sus respectivas valoraciones culturales; también es verdad que las especiales circunstancias en las que fueron hallados los primeros fragmentos han limitado y supeditado su estudio.
 Son cerámicas a mano. Hay dos principales diferencias con el anterior tipo: son cerámicas con decoración con pinturas de tonos rojizos u ocres, pastas amarillas y anaranjadas; y aparecen motivos geométricos muy claros y delimitados (rombos, grecas, rosetas, motivos vegetales,…). La tipología que ofrecen estos vasos decorados con pinturas monocromas en rojo es similar a la descrita para las de retícula bruñida, aunque con algunas variantes; así, los tipos que sirven de soporte para estas decoraciones son principalmente cazuelas carenadas, vasos bicónicos, soportes en forma de carrete y grandes vasos cerrados.
 Su dispersión es muy significativa, pues es exclusiva de la zona nuclear tartésica, habiéndose hallado sólo un ejempla en El Algarve portugués, concretamente en el yacimiento de Nora Velha, en Ourique, mientras que un ejemplar que suele citarse procedente de Medellín no parece que se corresponda con estos tipos meridionales. 
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 El debate sobre la cronología de estas originales cerámicas está muy abierto, sobre todo a partir de su asociación en el propio Carambolo con cerámicas a torno fenicias y la analogía decorativa que muestran con los huevos de avestruz, lo que hace muy dudoso su origen indígena, no tanto en la forma como en la decoración. Los indigenistas han puesto estos motivos ornamentales geométricos en relación con los ídolos-placa calcolíticos, por lo que serían el reflejo de una antigua tradición de las gentes que habitaban el sur peninsular dos milenios antes de la llegada de los fenicios, aunque no pueden explicar la ausencia de este estilo decorativo durante el largo espacio de tiempo de la Edad del Bronce. En la actualidad, la mayor parte de los investigadores lo vinculan con el fenómeno geométrico del Mediterráneo, atestiguando, además, en la Península antes de lo que se pensaba, como han demostrado los lotes cerámicos hallados en Huelva recientemente. 
Por lo tanto, cada día hay más motivos arqueológicos para pensar que las cerámicas > son el resultado de los primeros momentos de la colonización fenicia, lo que justificaría su limitada dispersión y escasa duración, pues serían rápidamente sustituidas por otras producciones a torno de mayor calidad, como las pintadas figurativas. Una fecha entre finales del IX y principios del VII parece acorde con los contextos donde fueron halladas. 
La cronología ha dado mucho que hablar. En el siglo XX estas cerámicas se ven como tartésicas y con cronologías que van del siglo X al IX a.C. (coetáneas a las anteriores). Pero otros investigadores de la US, más recientemente dan cronologías más avanzadas, del siglo VIII a.C. Martín Almagro ve en la decoración una influencia del mundo Egeo del protogeométrico y geométrico griego y en la cerámica ática del siglo VI y V a.C. pero el problema es que estas son a torno y las formas no se parecen, por lo que si estuvieran imitándolas, ¿sólo imitarían la decoración?
Lo que sí suscita unanimidad es la condición exclusiva de estas cerámicas, utilizadas probablemente para contener bebidas destinadas al culto, siendo el vino uno de los candidatos mejor situados, toda vez que su introducción en la Península es paralela a la expansión de los motivos geométricos y, especialmente, a la colonización del Mediterráneo occidental. Todas estas circunstancias, tipo de vaso indígena, decoración inspirada en motivos mediterráneos, y uso exclusivo, parecen apuntar a la existencia de uno o varios talleres especializados en algún punto de la desembocadura del Guadalquivir o en la propia Cádiz, pues los análisis de pastas realizados sobre las cerámicas de este tipo halladas en Huelva demuestran que no fueron fabricadas aquí, sino que proceden de aquel entorno. Se habla de cerámicas de lujo, relacionadas con cuestiones rituales y con actividades sociales no cotidianas.
A partir de finales del siglo VIII comienza a percibirse una menor calidad en las cerámicas indígenas a mano, al tiempo que comienzan a escasear algunas formas características de la fase inmediatamente anterior, como las cazuelas y los cuencos con decoración bruñida interior y los >. Por el contrario, comienzan a hacer acto de presencia las cerámicas más comunes del mundo tartésico, las
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denominadas cerámicas grises, producciones a torno que en realidad no son sino la continuación de las cerámicas locales del Bronce Final, pero ahora realizadas con las tecnologías introducidas por los fenicios.
OTRAS PRODUCCIONES DEL BRONCE FINAL TARTÉSICO 
Toréutica 
 A pesar de la riqueza metalúrgica que preconizan todas las fuentes clásicas, no parece que Tartessos se caracterice precisamente por una especial abundancia de metales elaborados en los momentos más antiguos, por lo que llama poderosamente la atención la parquedad de los objetos elaborados en plata, el mineral que ha servido para justifica su auge económico y una de las principales causas de colonización. Por lo tanto, la práctica ausencia de plata en el suroeste peninsular en los momentos previos a la presencia de los fenicios es un dato más a tener en cuenta a la hora de valorar el desarrollo tecnológico de las comunidades indígenas; sin embargo, sí es reseñable el interés que muestran por las manufacturas en bronce, y ello a pesar de que no disponemos de documentación sobre las necrópolis o los lugares donde pudieron amortizarse estos objetos, pero a tenor de las numerosas armas rescatadas en los ríos y otros depósitos y ocultaciones del Bronce Final, parece que su importancia fue patente.
Aunque estas armas y otros objetos de adorno personal son de clara filiación atlántica, es más que probable que las halladas en el suroeste peninsular sean de producción local, siguiendo esos modelos que también se atestiguan en el Mediterráneo central, o al menos eso se desprende de su presencia en las estelas de guerrero de composición básica y del conocimiento que demuestran en la elaboración de la orfebrería. Así encontramos elementos en bronce como ‘‘asadores’’, cuencos, broches de cinturón, fíbulas (de codo),…
Orfebrería 
 La gran cantidad de tesoros, ocultaciones y otras piezas de oro descontextualizadas halladas durante el Bronce Final, son una muestra más que evidente de la tradición de la orfebrería en la Península Ibérica; sin embargo, y a pesar de que estas piezas proceden del cuadrante suroccidental, donde Portugal y Extremadura acaparan la mayor parte de los descubrimientos, no hay indicios de su existencia en el núcleo tartésico, lo que no deja de ser un dato de gran interés para entender, tal vez, uno de los motivos de la colonización mediterránea, a la vez que puede dar la clave para justificar los ricos hallazgos de origen oriental exhumados en esas tierras del interior, donde el oro siguió siendo uno de los elementos más destacados. Los famosos torques de oro macizo con decoraciones geométricas incisas, así como los brazaletes, las diademas y las espirales, transmiten una uniformidad cultural que se ve reforzada por otras manifestaciones como las estelas de guerrero o los depósitos de bronce que también caracterizan estas mismas áreas del interior. 
 Encontramos recipientes y joyas de oro y plata: cuencos, torques, brazaletes,…
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 Destaca el Tesoro de Villena, hallado en un contexto no muy conocido. En Alicante, muy lejos de la zona nuclear tartésica. Puede ser un posible ajuar de enterramiento o un depósito votivo. En cualquier caso testimonia que en la Edad del Bronce hay una importante actividad metalúrgica. 
Eboraria 
 De nuevo debemos a G. Bonsor el primer estudio de los marfiles procedentes de sus excavaciones en Los Alcores, a los que dedica una especial atención. Como ocurría con los bronces o con otros elementos introducidos por los artesanos fenicios, los marfiles han generado un gran debate sobre su significado, adscripción cultural y cronología, aunque parece obvio por los tipos que nos han llegado, realmente singulares dentro del ámbito Mediterráneo, que responden a una interacción artesanal cuyo resultado es un producto netamente tartésico, como ya propuso A. Blanco, quien sin embargo prefirió denominarlos orientalizantes. Los estudios más exhaustivos de los marfiles se los debemos a M.ª E. Aubet.
 Aunque la generalización de los peines de marfil se produce a partir de la colonización oriental, en la Península se conocen otros ejemplares del Bronce Final, caso de los documentados en la tumba de Roça do Casal do Meio, Cabeço de Vaiamonte, la Mola d’Arges o el procedente del Cerro de la Mora entre otros, elementos que además están asociados a fíbulas de codo, como ocurre en las representaciones más arcaicas de las estelas de guerrero. 
 Muchas son piezas de importación y están justificadas en las estelas. 
SOCIEDAD Y ECONOMÍA
 A partir de todo lo dicho, podemos establecer una serie de hipótesis:
– Nos encontramos ante una sociedad constituida en jefaturas y clientelas. Hay una serie de clanes, linajes, guerreros representados en las estelas,.. A partir de los cuales se estructura toda una sociedad en forma de clientelas. Pero ¿y los demás? ¿Hay esclavos, artesanos, campesinos,…? ¿Estos jefes son los propietarios y los que controlan el comercio? – Parece que la minería del cobre (importancia para obtener el bronce) y del bronce; y la metalurgia del bronce y sus mejoras y el oro es una de sus principales fuentes de riqueza, además de que dominan estas técnicas. – La ganadería, según las estelas, cobraría un peso muy importante.