Heráclito y Platón: El Flujo del Ser y la Dualidad de lo Inteligible y lo Sensible

Heráclito

El filósofo del cambio

Emparentado con la aristocracia dominante de su ciudad, Heráclito se presenta en sus escritos con un tono distante y autoritario. Existen relatos, algunos divertidos y otros contradictorios, sobre su personalidad, la oscuridad de su estilo, su misantropía, su melancolía – si todo fluye y se nos escapa, no hay nada que nos permita la alegría -, su apartamiento del mundo y su vegetarianismo. En las palabras de Heráclito, oímos la voz del primer filósofo que nos deja entrever algunas perspectivas claras de su proyecto intelectual.

El fuego escondido y el alma

Para Heráclito, el fuego es el elemento que mejor muestra el principio y el fondo inestable de la realidad. Esta idea de un fuego que jamás se extingue, establece límites y organiza el mundo nos remite a la antigua idea griega del eterno retorno. La intuición del fuego como creador de vida expresaba también el asombro ante esa forma de ser ardiente y arrolladora donde, por debajo de las cosas y las apariencias, se descubría el aliento del misterio. Por ello, el fuego es inteligente y causa de la organización de todas las cosas. No es extraño que el aliento del hombre, que manifiesta vida, esté relacionado con el fuego.

El río que nos lleva

La imagen más famosa de Heráclito para expresar el fluir continuo de las cosas es la de un río. Esta comparación del incesante cambio se manifiesta en la metáfora del río. Ya Platón, en el Crátilo, comentó: “No podrás sumergirte dos veces en el mismo río”.

La armonía de los contrarios

Bajo este epígrafe encontramos algunos pensamientos de lo más chocantes: “Dios es día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad hambre”. Esta aparente oposición reside en el lenguaje que la expresa. “Le pasa como al fuego que despide”, un fuego que transforma la materia y es ejemplo de esa divinidad que todo lo iguala. El mundo no es solo real en las supuestas cosas inmóviles o fijas, los sucesos ya determinados; el mundo es también el juego de los opuestos.

El Logos

El Logos tiene un significado de múltiples matices, una especie de razón universal que todo lo unifica y que está condicionado por las situaciones históricas, sociales y familiares que a cada uno le ha tocado vivir. Heráclito habla de los hombres de su tiempo; se refiere a ellos e intenta hacerles ver los posibles errores de los que se alimentan. Una consciencia crítica, educativa y reformadora, como si el Logos fuera una meta de la inteligencia. Un atisbo de verdad y claridad frente a lo falso y oscuro. “El pensamiento es común a todos”, no puede pararse en sus errores.

Platón: Lo inteligible y lo sensible

Lo inteligible

En cuanto a las Ideas, en la medida en que son el término de la definición universal, representan las “esencias” de los objetos de conocimiento, es decir, aquello que está comprendido en el concepto; pero con la particularidad de que no se puede confundir con el concepto, por lo que las Ideas platónicas no son contenidos mentales, sino objetos a los que se refieren los contenidos mentales designados por el concepto y que expresamos a través del lenguaje. Esos objetos o “esencias” subsisten independientemente de que sean o no pensados, son algo distinto del pensamiento y, en cuanto tales, gozan de unas características similares a las del ser parmenídeo. Las Ideas son únicas, eternas e inmutables y, al igual que el ser de Parménides, no pueden ser objeto de conocimiento sensible, sino solamente cognoscibles por la razón. No siendo objeto de la sensibilidad, no pueden ser materiales. Y sin embargo, Platón insiste en que son entidades que tienen una existencia real e independiente tanto del sujeto que las piensa como del objeto del que son esencia, dotándolas así de un carácter trascendente. Además, las Ideas son el modelo o el arquetipo de las cosas, por lo que la realidad sensible es el resultado de la copia o imitación de las Ideas. Para los filósofos pluralistas, la relación existente entre el ser y el mundo tal como nosotros lo percibimos era el producto de la mezcla y de la separación de los elementos originarios (los cuatro elementos de Empédocles, las semillas de Anaxágoras o los átomos de Demócrito); también Platón deberá explicar cuál es la relación entre ese ser inmutable y la realidad sometida al cambio, es decir, entre las Ideas y las cosas. Esa relación es explicada como imitación o como participación: las cosas imitan a las Ideas o participan de las Ideas.

Lo sensible

Por su parte, la realidad sensible se caracteriza por estar sometida al cambio, a la movilidad, a la generación y a la corrupción. El llamado problema del cambio conduce a Platón a buscar una solución que guarda paralelismos importantes con la propuesta por los filósofos pluralistas: siguiendo a Parménides, hay que reconocer la necesaria inmutabilidad del ser, pero el mundo sensible no se puede ver reducido a una mera ilusión. Aunque su grado de realidad no pueda compararse al de las Ideas, ha de tener alguna consistencia y no puede ser asimilado simplemente a la nada. Es dudoso que podamos atribuir a Platón la intención de degradar la realidad sensible hasta el punto de considerarla una mera ilusión. La teoría de las Ideas pretende solucionar, entre otros, el problema de la unidad en la diversidad y explicar de qué forma un elemento común a todos los objetos de la misma clase, su esencia, puede ser real; parece claro que la afirmación de la realidad de las Ideas no puede pasar por la negación de toda realidad a las cosas.