De la Razón Crítica a la Razón Absoluta
La caída del Antiguo Régimen
En la primera mitad del siglo XVIII, el territorio europeo se dividía en dos esferas de influencia. El despotismo ilustrado, con sus tensiones mal controladas, y la nueva aristocracia económica, que reclamaba parcelas cada vez mayores de poder político e influencia social, atizaban el malestar de las clases más humildes, sembrando la semilla de la revolución. Mientras tanto, en las colonias norteamericanas se vivía una época próspera. Entre las minorías intelectuales, la mentalidad enciclopedista penetró aún más rápidamente que en Europa. En 1776, se proclamó la Declaración de Independencia. Este espíritu se extendió por toda Europa, donde la burguesía reclamaba libertad e igualdad contra el Antiguo Régimen. El neoclasicismo buscaba en la antigüedad griega y romana los orígenes de la cultura occidental. Los movimientos revolucionarios en Francia condujeron a la burguesía a encabezar la Revolución Francesa, abriendo las puertas de la historia contemporánea.
El 10 de noviembre de 1799, el poder pasó a manos de un militar, Napoleón Bonaparte. Así, el proceso revolucionario, tras derrocar y guillotinar al rey, culminó con el nombramiento de un emperador, un autócrata autoritario. Las obras de Napoleón consolidaron algunas conquistas revolucionarias: la reorganización de la administración y la justicia, la democratización del ejército, la promulgación del Código Civil, etc. Sin embargo, Napoleón se entregó a una feroz campaña de expansión militar por Europa y África. Toda Europa se unió contra Francia y contra Napoleón. En este contexto, nació el espíritu del romanticismo, resultado de la desilusión provocada por la Revolución Francesa.
En Francia y otros puntos de Europa se produjeron varios estallidos revolucionarios. En la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII, se producía silenciosamente la primera Revolución Industrial. La máquina de vapor comenzaba a aplicarse con éxito en la producción industrial.
Del espíritu ilustrado kantiano al impulso romántico de Hegel
La obra kantiana se ha convertido en un punto de referencia obligado en la historia del pensamiento. Sus ideas, que alcanzaron el éxito en vida del autor, fueron pronto eclipsadas por la rápida difusión del romanticismo. Hoy se ve a Kant como el padre de una filosofía contemporánea que toma la ciencia como modelo. Lo que conocemos no es la «realidad» como la entendieron los antiguos. Los objetos no son «cosas allí fuera», sino fenómenos. La realidad es representación en mi mente. El pensamiento kantiano representa la culminación de la Ilustración. Kant edifica una moral sin Dios, que se basta a sí misma, que no necesita ningún otro fundamento. Los humanos estamos forzados a perseguir indefinidamente metas que están, por definición, más allá de nuestro alcance. Kant anuncia las brumas del pensamiento romántico.
De Hegel se ha dicho que edificó el último gran «sistema» filosófico de la historia. La obra de Hegel da pie a interpretaciones contradictorias. La grandeza admirable de su sistema podría deberse al hecho de que se basa en un universo platónico de ideas, o quizá no es más que un gran castillo de palabras. Si «lo real es racional», si «la razón gobierna el mundo y, en consecuencia, la historia universal es racional», esto significa que todo está justificado, que lo que pasa es lo que ha de pasar y, por tanto, que cualquier esfuerzo humano por cambiar el designio histórico está condenado al fracaso. En la actualidad, se considera el pensamiento hegeliano desde una doble vertiente.
Además de satisfacer las inquietudes de la tradición filosófica, Hegel procura dar respuestas a las preguntas que preocupan a sus conciudadanos. Los idealistas, y sobre todo Hegel, alzaron la bandera del espíritu ante el estandarte ilustrado de la razón. Los casi doscientos años que nos separan de este punto decisivo de la historia del pensamiento moderno han representado un movimiento pendular constante de Kant a Hegel, de la razón ilustrada crítica, con un matiz escéptico, a la exaltación sentimental romántico-alocada.
Kant
El objetivo primordial de la Ilustración era conseguir la afirmación plena del ser humano como individuo autónomo, a través del ejercicio crítico de la razón. Este objetivo culminaría con las revoluciones del siglo XVIII: la independencia de las colonias americanas y la Revolución Francesa, que condujeron a la caída de los antiguos regímenes. Durante este mismo periodo, el conocimiento científico también progresó de forma espectacular y, junto con él, las aplicaciones tecnológicas.
El pensamiento filosófico moderno presenta una doble vertiente. Descartes propugna una visión mecánica del mundo, pero afirma la existencia en su seno de un alma libre. Se trata de una compleja coexistencia de dos realidades de muy difícil armonización, que da lugar a la inacabable polémica sobre la sustancia. Sin embargo, pese a la larga extensión de los debates sobre la cuestión, la filosofía no parece haber progresado lo más mínimo en ese terreno fundamental. El progreso científico ha reavivado también el interés por el método.
La crítica de Hume es particularmente dura: nada es definitivo ni seguro, el conocimiento científico es siempre provisional. Si no podemos afirmar que existe un mundo fuera, más allá de la ciencia, ¿qué clase de ciencia será la nuestra? Newton y Clarke consideraban que los conceptos fundamentales de la física formaban parte de la realidad de los objetos. Según Hume, acabaron siendo incognoscibles.
Los objetivos
La solución, según Kant, implica dar respuestas a las tres preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué he de esperar? Estas se resumen en una sola pregunta final: ¿Qué es el ser humano? Volvemos a encontrar a la persona convertida en el centro de la reflexión, en el «problema».