Mitos Platónicos: La Filosofía de Platón sobre el Alma y el Amor

ALGUNOS MITOS PLATÓNICOS


  1. El mito de la construcción del mundo por el Demiurgo [diálogo: Timeo]

El mundo ha sido hecho por el Demiurgo (=artesano, constructor, escultor; figura con caracteres de divinidad) según un “modelo”. Este modelo es lo viviente en sí, es decir, el mundo de las ideas que subsiste eternamente y no conoce ningún cambio o alteración. La copia es lo que fluye perpetuamente y nunca existe en plenitud. El Demiurgo ha querido que todas las cosas fuesen buenas y ha modelado el mundo a fin de convertirlo en una obra que resultara, por naturaleza, la más bella y la mejor. El mundo ha nacido, pues, de la providencia de este dios.

Este mundo es un ser vivo que posee alma. Para obtenerla, el Demiurgo mezcló lo Mismo y lo Otro y logró así una tercera sustancia. Después de haber combinado esas tres sustancias, dividió el alma del mundo siguiendo una serie geométrica pitagórica. Esta alma del mundo está colocada en el centro del universo y se extiende a través de todo el cuerpo y más allá de él.

El dios crea, entonces, las diversas clases de seres vivos. En primer lugar, la especie celeste de los dioses, modelados de fuego, que tienen una figura bien redondeada y avanzan siguiendo las reglas de lo Mismo. Al lado de estos verdaderos dioses se hallan los dioses de las leyendas de Homero y Hesíodo. Las aves constituyen la especie alada que se desliza por los aires; los peces, la que vive en el agua; sobre la tierra se encuentra la especie que camina.

En esta última se halla el hombre. Su alma es una parte del alma del Todo. Las almas han sido sembradas en los órganos del tiempo, cada una en el que le convenía. El cuerpo, en el que el alma se halla, es una mezcla de cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego.

Pero al lado del modelo eterno (ideas) y de su copia (las cosas sensibles), Platón ha colocado un “tercer género”, al que llama “el receptáculo”, “la nodriza”, “la madre”, “el vaso”, aquello “en que”: la khóra. Se trata de la “extensión”, pero no en el sentido moderno, geométrico, acuñado por Descartes, sino ese lugar “en que” las cosas están separadas unas de otras.

El tiempo es la imagen móvil de la eternidad, no una realidad que se baste a sí misma. La verdadera realidad en sí es la eternidad que pertenece al modelo sobre el cual fue formado el mundo. La eternidad es el modo de ser de las ideas, que no nacen ni perecen, sino que “son”: ni “eran”, ni “serán”, términos que conviene reservar para aquello que nace y progresa en el tiempo, pues estas expresiones significan cambio. El tiempo y el devenir son el dominio de la generación y de la corrupción: ambos imprimen a las cosas de la tierra ese carácter que les priva de la permanencia y de la inmutabilidad que sólo pertenecen al ser, a las ideas.


  1. El mito del carro alado [diálogo: Fedro]

Resulta muy difícil saber cuál es la naturaleza del alma, pero es posible, según Platón, dar una imagen de ella. Las almas constituyen un tiro alado en el cual un auriga conduce los caballos. Los caballos de las almas divinas son robustos y obedientes; en cuanto al tronco alado de las almas humanas, está formado por dos animales: uno es bueno y obediente, blanco y con ojos negros, bello y fuerte, prefiere la prudencia y la moderación, es amigo de la opinión verdadera y no necesita el látigo para ser conducido, pues la palabra alentadora le basta; el otro animal, por el contrario, es negro y con ojos grises, de mala estampa, partidario de la desmesura y de la vanidad y precisa de un látigo con puntas de acero para ser dirigido por el cochero.

Así, pues, el alma del hombre es, simultáneamente, conducida por el caballo blanco que la lleva hacia el camino del equilibrio, de la mesura y de la verdad, y arrastrada por el caballo indócil, que simboliza las pasiones humanas, fuentes de la injusticia y del desorden. No es, pues, el alma humana simple: lleva en sí la marca de la complejidad del hombre.

La primera parte del alma es la concupiscencia; de ella dependen los apetitos inferiores: el hambre, la sed, el deseo sexual; está localizada en el bajo vientre y su principio es la sinrazón y el deseo. Su virtud es la templanza o moderación. Es mortal.

El corazón alberga la segunda parte del alma mortal, de donde nacen las pasiones; tiene su sede en el diafragma; su principio es la ira y su virtud, el coraje. La ira puede ser aliada de la razón cuando ella reprime los deseos. Platón nos ofrece al respecto un ejemplo en el personaje de Leoncio, quien experimenta el impulso de ir a ver los cadáveres de los ajusticiados; lucha contra ese movimiento, pero termina por ceder a él y corre hacia los muertos al tiempo que injuria a sus propios ojos.

El espíritu o entendimiento es la única parte inmortal del alma; se ubica en la cabeza; su principio es la razón y virtud, la prudencia.

La virtud que en el individuo asegura su justo papel a cada una de las tres partes del alma es la justicia.

Esta división tripartita del alma no tiene solamente un alcance psicológico y ético; tiene también un sentido sociológico: para Platón, la ciudad ideal debe contener tres clases de ciudadanos, que corresponden a las tres partes del alma, y así como la justicia en el individuo asigna su papel a cada una de estas partes, así también la justicia social o política consiste en el mantenimiento de las tres clases de la ciudad en su respectivo lugar, de manera que ninguna se entrometa en las funciones de las otras.


  1. La metempsicosis o transmigración de las almas [diálogo: Fedón]

Este mito se inspiró muy probablemente en la tradición órfico-pitagórica. Las almas puras van, después de su muerte, a pasar el resto de su tiempo en compañía de los dioses; pero las almas impuras se ven entorpecidas por el cuerpo cuya existencia compartieron, convirtiéndose en esclavas de las exigencias de éste. Ellas vagan hasta el momento en que hallan un cuerpo en el cual se encarnan de acuerdo con los deseos que las animan. Así, las almas de los glotones, de los bebedores y de los impúdicos renacerán en el cuerpo de un asno; las de los ladrones y tiranos tomarán la forma de lobos, halcones y milanos. En cuanto a aquellos que ejercieron sus virtudes en la vida social y cívica y practicaron la justicia y la templanza, emigrarán hacia alguna especie animal del tipo de las abejas, las avispas o las hormigas. El alma del filósofo, en fin, se “desliga” del cuerpo por el hecho de haber practicado la filosofía.


  1. El mito del andrógino primitivo [diálogo: Banquete]

Este mito nos pone en presencia de uno de los “arquetipos” más difundidos y más significativos del inconsciente colectivo (C. G. Jung). En el Banquete lo expone Aristófanes, quien, como cada uno de los invitados, debe pronunciar en su turno un discurso sobre el Amor, su origen y su naturaleza.

Antiguamente –cuenta Aristófanes– la humanidad se componía de seres dobles, masculinos y femeninos a la vez, que poseían dos cabezas, cuatro brazos y otras tantas piernas; eran dueños de una fuerza prodigiosa y de un orgullo tal que intentaron enfrentarse con los dioses. Estos no podían tolerar su arrogancia ni hacerlos perecer porque tenían apego a los honores y ofrendas que aquéllos les consagraban. Zeus resuelve, en cambio, debilitarlos cortándolos en dos. Se efectúa, pues, la operación, en la cual coopera Apolo, y los andróginos quedan separados; el ombligo, que ellos pueden tener constantemente ante su vista, es la cicatriz de esa vivisección constitutiva. “Entonces –dice Aristófanes– cada mitad suspiraba por la otra y volvía a unírsele, abrazándose estrechamente, entramos con fervoroso deseo de convertirse en una, al extremo de que sucumbían por inanición y, en general, por incapacidad de actuar, puesto que nada querían hacer la una sin la otra. Zeus coloca entonces los órganos sexuales en la parte delantera del cuerpo de cada ser –pues los había dejado en la parte posterior– a fin de permitirles el apareamiento que asegura la generación de la especie o la satisfacción del deseo”. Así, cada uno de nosotros es el “símbolo”, la “contraseña” de otro ser. “Seguramente a partir de tan lejanos tiempos entró en el corazón de los hombres el amor de los unos a los otros. El amor vuelve a unir nuestra naturaleza primitiva e intenta fundir en uno solo aquellos dos seres y curar, de esta manera, la naturaleza humana”. En consecuencia, la causa del amor es “nuestra primitiva naturaleza, la que acabo de explicar, y el hecho de que éramos de una sola pieza. El deseo ardiente de esa unidad, el tratar de obtenerla, a eso se da el nombre de amor”.

Así, pues, la condición humana supone un desgarramiento constitutivo y originario. El amor es la fuerza en la cual y por la cual el hombre busca hacer cesar aquella separación; es, a imitación del logos, un esfuerzo para sustituir la división fundamental por una unidad que reencuentre aquella que antiguamente perteneció al ser que ya no somos.


  1. El mito del nacimiento de Eros [diálogo: Banquete]

Cuando llega el turno a Sócrates de pronunciar su discurso sobre el Amor, éste relata una conversación que mantuvo con Diotima de Mantinea, personaje real o legendario, que en todo caso es presentada como una iniciada, incluso como una sacerdotisa. Ella refirió a Sócrates el nacimiento de Eros. Fue engendrado el día en que nació Afrodita: “Los dioses celebraban un gran festín, y entre ellos se encontraba Recurso, hijo de la Prudencia. Cuando terminaron de comer, llegó la Pobreza con intención de mendigar, pues se había hecho una gran cena, y se quedó junto a la puerta. En esos momentos, Recurso, embriagado por el néctar (aún no existía el vino), penetró en el jardín de Zeus y, vencido por la bebida, allí se durmió. Y he aquí que la Pobreza, empujada por su desdichada situación, se propone tener un hijo de Recurso; se tiende, pues, a su lado y así se convierte en madre del Amor”.

Este parentesco de Eros nos permite comprender su naturaleza: “Como hijo de Recurso y de Pobreza veamos cuál es la condición de Eros. Por una parte es siempre pobre y, lejos de ser delicado y bello como se lo figura el vulgo, es todo lo contrario: rudo, desaseado, va descalzo; carece de albergue y no tiene más lecho que la tierra dura. Duerme a la intemperie, junto a las puertas o en los caminos. Pero como además se parece a su padre, está siempre al acecho de todo lo bello y bueno; es varonil, avanza vivamente con todas sus fuerzas en tensión, cazador extraordinario, creador incansable de estratagemas, apasionado por los inventos y fértil en recursos; dedica su vida entera a filosofar; es hechicero incomparable, mago y sofista. Yo añado que su naturaleza no es ni inmortal ni mortal. En el mismo día aparece floreciente y lleno de vida o bien se extingue; luego revive cuando tienen éxito sus recursos, gracias al carácter de su padre. Disipa sin cesar el beneficio de sus ardides, de modo que nunca está en la miseria ni en la opulencia”.

A partir de este instante pueden desarrollarse todas las nociones de Platón sobre el Amor. Éste no es ni mortal ni inmortal: es un intermediario o, según la expresión consagrada, un “demonio”, un genio. Como intermediario entre lo mortal y lo inmortal, está encargado de “traducir y transmitir a los dioses lo que viene de los hombres y a éstos lo que viene de aquéllos”. En cuanto el Amor es ese poder mediante el cual el hombre se esfuerza por eliminar aquella separación originaria que constituye su infortunio fundamental, intenta reconciliar al hombre consigo mismo y enlazarlo con lo divino: “es el vínculo que une el Todo a sí mismo”. Porque lo que el Amor ama no es tal o cual ser bello, sino la Belleza en sí: “La Belleza que reside en tal o cual cuerpo es hermana de la que se halla en otro; suponiendo que se deba perseguir la Belleza que reside en la forma, sería el colmo de la locura no considerar como una e idéntica la belleza que se encuentra en todos los cuerpos”. El amor nos une, entonces, a la idea de la Belleza; los cuerpos bellos y las almas bellas son sólo reflejos de aquélla. En cuanto a ese deseo de procreación que se halla en el corazón mismo del amor, no es más que el anhelo de inmortalidad que se encuentra en lo íntimo de cada ser: “La naturaleza mortal busca, según sus medios, perpetuarse e inmortalizarse; para alcanzar ese fin, dispone sólo de la producción de la existencia; constantemente deja un nuevo ser en lugar del antiguo y que se distingue de él”. La generación resulta así, con respecto a la inmortalidad, lo que el tiempo con respecto a la eternidad: es su imagen móvil.