El Problema del Ser Humano
La visión que posee San Agustín del ser humano la toma de Platón a través del Neoplatonismo. Habla del hombre como de un alma que se sirve de un cuerpo mortal y terrestre. El auténtico yo humano es el alma, siendo el cuerpo una cárcel. San Agustín piensa que hay dos grados esencialmente distintos de realidad: la realidad inmutable (Dios) y la realidad mutable (la creación). En Dios no hay cambio ni mutación, pero sí en el mundo de las realidades creadas, que cambian porque no poseen la plenitud del ser.
El modo de ser de cada uno tiene su origen en el alma, la cual posee tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad. Todo ser humano es bueno por su origen, aunque sea defectuoso por naturaleza. La naturaleza humana ha sido corrompida por el pecado original, y el hombre se encuentra inclinado hacia el mal. San Agustín lo explicará mediante el Creacionismo traducianista: Dios crea el alma de cada hombre, de manera individual, a partir del alma de Adán. Nuestras almas son parte de su alma. De esta manera se nos transmitió el pecado original que cometió Adán. No es necesaria, por tanto, la preexistencia del alma (que sí es inmortal una vez ya existe) y la espiritualidad del alma no corre peligro (ya que existía el problema de que éstas hubiesen sido creadas en un proceso enteramente físico).
Con la explicación de la existencia del pecado original en el alma, se puede ver como el ser humano es una unidad dividida por la tensión entre el bien y el mal. Pero Dios no va a dejar solo al ser humano luchando contra el mal, para ello le concederá la gracia, un auxilio divino para obtener aquello que la ley divina promete. De esta manera, Dios nos da robustez en la voluntad (para no caer en la tentación y permanecer constantes) y ayuda en la iluminación de la inteligencia (para descubrir qué es lo correcto para conseguir llegar a Dios).
El Problema de Dios
El Dios de San Agustín de Hipona se ofrece como una realidad a la vez íntima y trascendente al pensamiento. Según el filósofo, Dios es más íntimo al hombre que el hombre mismo. Todas las vías agustinianas siguen el itinerario de lo exterior a lo interior. San Agustín insta a que el ser humano no se vaya fuera y que entre dentro de sí mismo, ya que en el interior del hombre mora la verdad.
Hay momentos en la obra de San Agustín en los que nombra el orden del universo como prueba de la grandeza de su creador y otros en los que utiliza como prueba de la existencia de Dios el consenso entre todos los hombres al admitir su existencia (razón que le presentó un gran problema por la aparición de los llamados ateos en contra de todo tipo de creencia religiosa). Sin embargo, la auténtica prueba de la existencia de Dios es la presencia en el hombre (contingente y mudable) de verdades universales, necesarias e inmutables, puesto que son ellas las que exigen la existencia de un ser necesario, inmutable y eterno para explicar su origen.
Agustín de Hipona desarrolla con amplitud el concepto de creación mediante la creación ex nihilo, es decir, a partir de la nada, utilizando, como en los demás temas, los moldes de la filosofía neoplatónica. Sin embargo, esta idea de creación será diferente al Demiurgo platónico. El mundo, cuya característica esencial es el orden, ha sido creado por Dios. Dios contiene eternamente en sí los modelos arquetípicos de todos los seres posibles. Para crear el mundo, Dios no ha tenido más que quererlo. Esta manera de creación difiere de la emanación neoplatónica que San Agustín no defenderá. Según la emanación, el mundo se ha creado de forma necesaria por la emanación del Uno de los cuerpos que contenía en su interior y que no pudo retener más tiempo. Para San Agustín, Dios ha creado el mundo de una vez, sin sucesión en el tiempo, categoría que pertenece al mundo creado, pero no a su creador.
Todos los seres han sido producidos desde el principio de la creación, pero en forma germinal, como razones seminales que deben desarrollarse en el decurso de los tiempos según el orden y las leyes que Dios mismo ha previsto. Según San Agustín, todo está presente desde el principio, aunque sea germinalmente.
El Problema de la Ética
El ser humano se caracteriza por una actitud de búsqueda que le lleva a ir más allá de él mismo, a autotrascenderse. Ese impulso se realiza en el ámbito del entendimiento y lleva al hombre a descubrir en su propio interior a Dios iluminando su alma y posibilitándole el llegar a la verdad. Pero ese impulso se da también en el ámbito del querer, de la voluntad. El hombre busca la felicidad, pero la felicidad no la puede encontrar en él mismo. El ser humano se ve obligado también a autotrascenderse en el ámbito del querer, ya que solo le puede hacer feliz algo que sea superior a él, y este algo sólo puede ser Dios. La voluntad humana tiende necesariamente a la felicidad y, como solo Dios es el objeto adecuado para proporcionarla, solo autotrascendiéndose puede llegar el hombre a ser feliz. Sin embargo, el ser humano es libre y responsable para decidir si va a seguir a Dios o le va a dar la espalda.
Para entender la concepción de San Agustín sobre la libertad, hay que tener presente su distinción entre libre albedrío y libertas:
- El libre albedrío (que nos concede Dios) consiste en la capacidad de decidir libremente entre el bien y el mal. Pero es una capacidad frágil como consecuencia del pecado original, a causa del cual, con frecuencia, se tiende al mal. El hombre solo podrá elegir y hacer el bien si recibe la gracia divina, don gratuito de Dios a sus elegidos.
- Con la gracia, el libre albedrío se transforma en libertas y tiende al bien. El libertas (máxima libertad) es el anhelo de amar el supremo bien y satisfacer así la búsqueda humana de la felicidad. Dios es el bien supremo. Con él, el hombre lo tiene todo y alcanza la máxima felicidad. Cuando el hombre anhela a Dios y lo ama, es cuando hace pleno uso de su libertad. Por tanto, el hombre más libre es el que realiza lo que es más necesario para su supremo bien.
Esta concepción de libertad habla también del mal, lo que le permite a San Agustín enfrentarse al problema del origen del mal. Aunque San Agustín fue seducido por el maniqueísmo en su juventud, finalmente adopta la concepción Neoplatónica por la cual describe al mal no como una realidad positiva, sino como una privación, una ausencia, una carencia del bien. Al no ser algo real, no puede ser atribuido a Dios. El mal, lo mismo que el bien, tiene su origen en el libre albedrío del ser humano.
El Problema del Conocimiento
San Agustín pensará que cuando un conjunto de estímulos modifican un órgano sensorial produciendo lo que se denomina percepción, esa modificación de los sentidos no llega al alma; suponerlo sería admitir que el cuerpo puede influir en el alma, cuando es al revés: el alma manda al cuerpo y éste la obedece, mientras que el alma se manda a sí misma. El alma advierte esa modificación que se ha producido en los sentidos y de inmediato elabora, de su propia sustancia, una imagen semejante a la del objeto que ha modificado los órganos sensoriales.
El conocimiento sensible se caracteriza por su inestabilidad. Las percepciones no constituyen el conocimiento auténtico, universal, necesario e inmutable. Cuando el hombre capta una verdad, capta algo que no es sensible, sino inteligible, válido para todos, que no puede ser de otra manera y, además, no puede cambiar. Existe otro tipo de conocimiento, el conocimiento intelectual, que lleva a cabo el entendimiento humano y que consiste en la captación de verdades universales, necesarias e inmutables. El ser humano no las puede obtener del conocimiento sensible. Tampoco las puede obtener de sí mismo, ya que también el ser humano es contingente, mudable. San Agustín admitirá que, en el interior del hombre, hay una realidad necesaria, inmutable, eterna, Dios, fuente de todos los conocimientos. Las ideas de las que habló Platón, Agustín de Hipona las sitúa en Dios. Son formas arquetípicas, permanentes, inmutables. Estas existen desde siempre y se hallan contenidas en la inteligencia divina. El hombre conoce las verdades por una iluminación divina (teoría de la iluminación). En el alma hay que distinguir entre la razón inferior, la cual utilizamos para hacer ciencia del entorno físico, sensible y mutable, y la razón superior en la cual actúa la iluminación, la búsqueda de las verdades divinas. Es en ella donde Dios actúa. El conocimiento intelectual del hombre es previo y necesario para el conocimiento de Dios. El conocimiento auténtico lleva al hombre más allá de sí mismo, le hace que se autotrascienda en un proceso de tres momentos: apartarse del mundo material, sensible, la introversión o hallazgo de lo espiritual, y el salto a la trascendencia, a Dios, que es la razón del mundo exterior e interior.
El Problema de la Política
San Agustín distingue dos clases de personas diferentes: aquellas que se aman a sí mismas hasta el desprecio de Dios y aquellos que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos. Los primeros constituyen la ciudad terrena o ciudad terrestre (pasiones egoístas, ambiciones, ley del más fuerte), mientras que los segundos constituyen la ciudad de Dios, la ciudad celeste (caridad, justicia y piedad). Agustín de Hipona, al mismo tiempo, posee la esperanza, fundada en la fe, de que el bien vencerá al mal. El bien supremo, el fin último de las dos ciudades será la paz. La razón por la que la paz se convierte en un bien por sí misma es que el hombre por naturaleza es un ser social y también por naturaleza busca la paz. La diferencia entre las dos ciudades es que la terrena busca la paz como un fin en sí mismo y la ciudad celestial como medio para alcanzar la paz eterna, la redención. Con la caída del Imperio Romano y el auge de la religión cristiana que acaba por convertirse en la columna vertebral de Europa, surgen otras interpretaciones de otros autores. Estos mantienen que el enfrentamiento entre dos poderes se produce entre el Papado (Iglesia), que se equipararía a la ciudad celeste, y el Emperador (Estado), que se equipararía a la ciudad terrenal. Surge con este enfrentamiento la duda de quién está por encima y quién queda sometido. El resultado, basándose en el pensamiento agustiniano, es que la Iglesia quedaría por encima del Estado, que estaría sometido a ella. Para San Agustín, los Estados tienen que preocuparse exclusivamente de organizar la convivencia entre los ciudadanos de forma pacífica y tratando de que todos tengan acceso a los bienes temporales.
Relaciones entre Razón y Fe
El cristianismo tiene como objetivo salvar al hombre. La filosofía utiliza la razón mientras que el cristianismo se apoya en la palabra de Dios, y tienes que creerlo, es decir, la fe. En este momento se plantea el problema de las relaciones entre razón y fe, entre filosofía y teología. Ante este problema surgen dos posturas:
- Postura conciliadora: Se esfuerza por vincular el mensaje cristiano con las creencias de un auditorio pagano presentándolo como complemento y perfeccionamiento de lo que la filosofía helenista había dicho sobre Dios. La inteligencia es un don divino y su actividad, que es la filosofía, no puede ser algo malo y condenable.
- Postura de oposición: Pensaron que existe una oposición radical entre la actividad filosófica y la creencia religiosa, por lo que defienden que el creyente debe de abandonar el uso de la razón y limitarse exclusivamente a creer.
Posición de San Agustín (conciliadora)
Agustín recalca que razón y fe tienen como misión el esclarecimiento de la verdad única que, como creyente, no puede considerar que sea otra que la verdad cristiana. Pero al mismo tiempo mantiene que hay que comprender lo que se crea. Para comprender la verdad cristiana, la razón y la fe colaboran de esta manera:
- La razón ayuda al hombre a alcanzar la fe: para San Agustín, el asentimiento a las verdades de la fe debe ir precedido por algún trabajo de la razón.
- La fe orienta e ilumina a la razón: la auténtica sabiduría no se la proporciona al hombre la filosofía, entendida como actividad racional centrada en el análisis de lo real, sino la actividad racional volcada sobre los contenidos de la fe. Sin fe no puede haber sabiduría, solo la creencia nos proporciona sabiduría.
- Finalmente, la razón contribuye al esclarecimiento de los contenidos de la fe: una vez aceptada la fe, la razón permite al creyente profundizar en lo que la fe dice. La filosofía es valorada pues como una técnica racional que ayuda al creyente a profundizar en su fe, permitiéndole alcanzar así la sabiduría.