Contexto histórico y filosófico
Guillermo de Ockham, filósofo franciscano del siglo XIV, se sitúa en el periodo de la Filosofía Medieval. Representó una de las críticas más duras a la Escolástica medieval, defendiendo la radical separación entre razón y fe. Esta tesis se refleja en su postura sobre las relaciones entre el Emperador y el Papado.
Tema central
El tema principal es la separación entre el poder del Emperador y el del Papa. Ockham argumenta que el Papa no debe intervenir en asuntos de estado, y mucho menos amparándose en el poder concedido por Cristo.
Ideas principales
- El poder concedido a San Pedro y sus sucesores por Cristo no debe interferir en los derechos legítimos de los emperadores y reyes, siempre que estos no se opongan al honor de Dios ni a la ley evangélica.
- El poder de los emperadores se ejercía legítimamente antes de la institución de la Iglesia.
- El Papa no puede alterar este poder basándose en la autoridad de Cristo.
- Si el Papa atenta contra los derechos temporales del Emperador, su actuación es inválida, al ser emitida por un “juez no propio”, fuera de su jurisdicción.
Desarrollo de las ideas
Ockham defiende la restricción del poder papal al ámbito espiritual, sin injerencia en el poder temporal del Emperador. Argumenta que los derechos de emperadores y reyes existían antes del Papado, por lo que la Iglesia no puede restringirlos ni regularlos. Si el Papa interviene en asuntos temporales, su actuación es nula, al exceder su jurisdicción.
Separación de poderes y la disputa entre Luis IV y el Papa Juan XXII
Este texto se entiende en el contexto de la disputa entre Luis IV de Baviera y el Papa Juan XXII, en la que Ockham participó, lo que le valió la condena de la Iglesia. El Papa reivindicaba el derecho de la Santa Sede a designar e incluso gobernar el Imperio. Ockham defendía que este derecho pertenecía solo a reyes y emperadores, abogando por la separación de poderes.
Ockham argumenta que el poder otorgado por Cristo a la Iglesia exceptúa los derechos legítimos de los emperadores y reyes, siempre que no contradigan la ley evangélica. Se opone a la idea de un poder absoluto del Papa en asuntos terrenales, defendiendo que el Papa debe ser un servidor de los fieles.
Para reforzar su postura, Ockham recurre a la historia, señalando que los emperadores existían antes de la Iglesia. La autoridad del emperador no proviene de Dios ni es sagrada, sino del pueblo, que originalmente tenía la potestad de dictar leyes.
Ockham niega la plenitud de poderes del Papa y afirma su falibilidad, incluso en doctrina. Denuncia los afanes totalitaristas del Emperador y el Papa, considerando al Estado y la Iglesia como agrupaciones de individuos, no entes metafísicos. Su objetivo era defender la espiritualidad de la Iglesia, contaminada por el poder y las riquezas, en línea con los ideales franciscanos de pobreza.