Reinado de Isabel II: Guerras Carlistas y Evolución del Liberalismo en España

El Reinado de Isabel II. La Oposición al Liberalismo: Carlismo y Guerra Civil. La Cuestión Foral

Tras la muerte de Fernando VII y la promulgación de la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica, se facilitó que su hija Isabel fuera la heredera dinástica, dejando sin derecho al trono a su hermano, Carlos María Isidro. El 20 de junio de 1833, la princesa Isabel juró como heredera a la corona y la reina María Cristina de Nápoles asumió la gobernación del reino, con la desaprobación de Carlos María de Isidro. Así aparecieron los primeros partidos carlistas. Al mes de la muerte de Fernando VII estalló la primera guerra civil (1833-1839). En esta guerra dinástica destaca la preeminencia de la Iglesia católica al lado de Carlos, formada por bajo clero, campesinos, etc. Los isabelinos eran liberales moderados, socialmente configurados por el ejército, la alta jerarquía de la Iglesia, la burguesía y las profesiones liberales, apoyados por Francia, Portugal y Gran Bretaña.

Esta guerra se divide en tres fases:

  • Primera fase: Tiene lugar el manifiesto de Abrantes, en el que se reclaman los derechos dinásticos de Carlos María. Hay una insurrección vasco-navarra y tienen lugar los primeros éxitos de Zumalacárregui.
  • Segunda fase: Se producen las expediciones nacionales fuera del País Vasco, Navarra y el Maestrazgo, llegando hasta Madrid Carlos V, quien quería una solución negociada.
  • Tercera fase: Bajo la iniciativa isabelina, ocurre el “Abrazo de Vergara” en 1839 entre Maroto y Espartero. Carlos V se exilia a Francia.

En una cuarta fase, destaca la resistencia del Maestrazgo. Triunfan las fuerzas isabelinas.

Entre 1846 y 1849 tiene lugar la segunda guerra carlista, localizada en Cataluña. La dirección se ve en crisis debido a que el hermano de Carlos V, Juan, reconoce a Isabel II.

La tercera guerra carlista surge cuando los partidarios de Carlos VII, sobrino de Carlos V, atacan al ejército liberal tras el acceso de Amadeo I. Carlos VII estableció corte en Estella, universidad, casa de la moneda y tribunal de justicia. Victoria carlista en Montejurra que duró cuatro años, tomando La Seo d’Urgell y Olot. Más tarde, los carlistas fueron derrotados por las tropas de Martínez Campos y Primo de Rivera. La victoria se debe a la división interna en el carlismo, la superioridad numérica y la consolidación del régimen alfonsino.

Hay una serie de consecuencias, como la derrota del tradicionalismo carlista, un fuerte sentimiento regionalista tras la supresión de los fueros con Alfonso XII, un mayor prestigio de los militares liberales y su intervención política en el Estado, además del pesado lastre económico y la necesidad de las desamortizaciones.

Isabel II (1833-1843) Las Regencias

Tras la muerte de Fernando VII comienza la consolidación de la revolución liberal burguesa, proceso acompañado de una guerra civil entre liberales y carlistas. Para combatir el carlismo, la reina gobernadora transforma el régimen para atraer a los liberales. Cea Bermúdez ofrece reformas liberales muy moderadas que no contentaron a nadie, en concreto la división en provincias por Javier de Burgos.

Martínez de la Rosa elabora el Estatuto Real, que supone el inicio del liberalismo moderado. Este estatuto es una carta otorgada, una convocatoria a Cortes. No es una constitución, solo se limita a regular el funcionamiento del órgano legislativo, en el que las Cortes estaban compuestas por dos cámaras: Próceres y Procuradores.

La crisis de 1835 supone el final del Estatuto Real, debido principalmente a la epidemia de cólera, en la que se culpó a los frailes de envenenar el agua (fuerte anticlericalismo en el que se queman conventos y matan jesuitas). Tras esto, comienza el gobierno de Mendizábal, liberal progresista que introduce leyes de desamortización y reformas del Estatuto. Más tarde es sustituido por Istúriz, liberal conservador que trajo pronunciamientos como la Sargentada de la Granja. Como consecuencia, la reina es obligada a firmar el restablecimiento de 1812.

Después de esto llega la Constitución de 1837, que arranca de la de 1812 y es progresista. Pretende conciliar a moderados y progresistas. En ella se recoge: la soberanía nacional, una declaración de derechos, unas Cortes bicamerales con votación directa en la que interviene el rey en la designación, un sufragio censitario, atribuciones del rey como el derecho a veto o el nombramiento de ministros, la religión (se mantiene el culto católico pero se prohíben otros), la Milicia Nacional y la ley electoral con sufragio directo censitario.

El fin de la regencia de María Cristina supone el enfrentamiento entre moderados y progresistas. Los moderados quieren excluir a los progresistas de los municipios mediante la modificación de la Ley de Ayuntamientos, apoyados por María Cristina. Ante esto, los progresistas reaccionan y piden a la Junta de Madrid la intervención de Espartero, convirtiéndose en nuevo regente.

Tras el fin de la primera guerra carlista, Espartero, militar progresista, comienza su regencia en 1840. Presenta un programa revolucionario que ya había sido rechazado por María Cristina. Este programa fracasa debido a una serie de acontecimientos:

  1. La hostilidad de los moderados, que conspiran en 1841 asaltando el Palacio (Diego de León).
  2. La inclinación dictatorial que hace que se separen de su partido Joaquín María López y Salustiano de Olózaga.
  3. Levantamientos radicales.
  4. La política de desamortización que beneficiaba a los propietarios.
  5. La conspiración de María Cristina desde París.

Tras todo esto, es derrotado por una sublevación militar dirigida por Narváez, proclamando así reina a Isabel II y exiliándose Espartero a Inglaterra.