Economía Española del Siglo XIX: Transición y Modernización

La economía española del siglo XIX se caracterizó por un crecimiento lento y un atraso relativo con respecto a Europa. Desde 1840, el avance económico fue perceptible en todos los campos, aunque las guerras, las crisis institucionales, la falta de capital y las mentalidades mantuvieron a España en una etapa de transición hacia la modernización. El Estado estuvo permanentemente endeudado; para regular la deuda, creó en 1848 el Nuevo Banco Español de San Fernando, origen del Banco de España, apostó por un sistema bimetálico (oro-plata), aunque el oro dejó de circular en 1883, y en 1868 adoptó la peseta como unidad monetaria. El Estado asumió un fuerte protagonismo al regular la vida económica y fiscal, sustituyendo al empresario español privado, poco activo y nada emprendedor. Una consecuencia de este hecho fue el intervencionismo estatal en la vida económica y el predominio de capital extranjero en empresas situadas en el territorio español.

Proceso de Desamortización y Cambios Agrarios

España en el siglo XIX era un país en el que la economía dependía fundamentalmente del sector agrario. Los ilustrados habían intentado la modernización de la agricultura, y los liberales retomaron ese objetivo. En la primera mitad del siglo se desarrolló un amplio programa de reformas que removieron los obstáculos legislativos e institucionales que frenaban el desarrollo de la producción agraria. Entre esas reformas estaba la desamortización de las tierras vinculadas. Se perseguía implantar una propiedad libre, individual y plena: la propiedad privada, tal y como la concebía el liberalismo.

El proceso desamortizador se inició durante el reinado de Carlos IV. Godoy firmó la ley que enajenaba bienes eclesiásticos. Después, en 1813, las Cortes de Cádiz aprobaron un decreto desamortizador que no se aplicaría hasta el Trienio Liberal. En 1836-1837 (minoría de Isabel II), las leyes desamortizadoras del ministro de Hacienda Mendizábal afectaron a los bienes del clero secular. Su objetivo era sanear la Hacienda pública, muy afectada por la guerra carlista y la deuda heredada, y “crear una copiosa familia de propietarios”. Entre 1836 y 1840 se vendió el 60% de los bienes de la Iglesia en España.

La siguiente etapa del proceso se produjo en 1855 (Bienio Progresista) con la Ley de desamortización general del ministro Pascual Madoz. Afectó a bienes eclesiásticos, municipales y comunales. Las consecuencias del proceso de nacionalización de bienes inmuebles fueron:

  • El incremento del número de grandes terratenientes, antiguos y nuevos propietarios que tenían capital para comprar.
  • La puesta en cultivo de nuevas tierras.
  • La ruina, y con ello el empeoramiento de sus condiciones de vida, de muchos campesinos usuarios de tierras comunales o de tierras alquiladas a rentas muy bajas.
  • La pérdida de rentas de muchos ayuntamientos que alquilaban sus tierras comunales.
  • La desaparición de un buen número de bienes patrimoniales artísticos eclesiásticos.

Otras medidas liberales encaminadas a la modernización agraria fueron la supresión de los mayorazgos y la abolición de los señoríos jurisdiccionales, la supresión de los privilegios de la Mesta, la eliminación del diezmo y la libertad de cercamiento de tierras.

Desarrollo de una Agricultura de Exportación

En el primer tercio del siglo XIX, la agricultura española fue la tradicional, con el cereal como base de la producción. En la década de los años 40, en el continente europeo tuvo lugar un proceso de integración de los mercados. Los países industrializados empezaron a demandar, en cantidades crecientes, productos agrarios para alimentar a sus poblaciones en crecimiento. España se benefició de ello. Aprovechando el aumento de la población y la roturación de nuevas tierras, aumentó su producción en productos de mayor demanda, y con ello el valor de las exportaciones de productos agrarios representó entre el 50 y el 60% del valor total de todas sus exportaciones. El grueso de las exportaciones agrarias españolas estuvo integrado por productos mediterráneos: vid y derivados, aceite y cítricos.

a) Exportaciones Vinícolas. Dentro de estas exportaciones, habría que distinguir las exportaciones de vinos de calidad, vinos de Jerez, de las exportaciones de vinos comunes. Las exportaciones de vino común crecieron a finales de los 70 de manera sorprendente. El estímulo procedió del mercado francés. Desde finales de los 60, las cepas francesas empezaron a estar afectadas por la filoxera. Las medidas adoptadas por los productores franceses (tratamiento de las cepas enfermas, replantación con cepas californianas) se completaron con la importación de vinos comunes de España e Italia. Una plaga de filoxera, en los años 90, redujo considerablemente la producción.

b) El Aceite. Las exportaciones españolas de aceite de oliva se dirigían a satisfacer la demanda de aceites para alumbrado y lubricantes industriales. La introducción de prensas hidráulicas permitió mejorar la calidad de los aceites y orientar la producción hacia el consumo humano. Las exportaciones se dirigieron, a partir de ese momento, hacia América del Sur e Italia, desde donde eran reexportados, mejorada su calidad y envasados, hacia el mercado americano.

c) Los Cítricos. La comercialización de la naranja en los comercios exteriores fue tardía. A principios del XIX, los mercados internacionales estaban controlados por la naranja portuguesa como consecuencia de sus relaciones con Inglaterra. En 1834, las exportaciones valencianas se dirigían principalmente a Francia. El gran salto en las cantidades exportadas se produjo en los años 50, como consecuencia de la penetración en el mercado británico. Aumentó la superficie cultivable y de regadío.

Otros productos importantes, pero no exportables, fueron el cereal, que aumentó su producción gracias al arancel proteccionista hasta 1869, con unos precios altos que provocaban el hambre en años de malas cosechas; la patata y el maíz, en el norte, donde se convirtieron en productos básicos.

Las Peculiaridades de la Incorporación de España a la Revolución Industrial

La industrialización en España fue más tardía y menos importante que en los países de su entorno europeo. El retraso industrial puede explicarse por la falta de poder adquisitivo de la población, por un proteccionismo excesivo, la falta de capitales inversores y las malas comunicaciones terrestres que impedían unas redes comerciales suficientes. Alguno de estos problemas se resolvieron localmente, de ahí que la revolución industrial se produjese en dos zonas determinadas: Cataluña y el País Vasco.

En Cataluña se desarrolló la industria textil, sobre todo algodonera. Siguiendo modelos británicos, los industriales catalanes introdujeron maquinaria, nuevos diseños y, dejando a un lado el caro carbón, se situaron en las márgenes de los ríos Ter y Llobregat para aprovechar la energía hidráulica. En torno a las fábricas, los empresarios construyeron colonias obreras; en ellas había casas, economatos, capillas, escuelas, etc., lo que contribuyó al aislamiento de los obreros. Su momento de mayor expansión fue entre 1875 y 1886.

La industria catalana no podía competir con la inglesa, por lo que los industriales exigieron a los gobiernos sucesivos proteccionismo legal en precios e importación, además de asegurarse el monopolio de exportación a las Antillas (1882-1898). Ello condicionó su expansión y competitividad, ya que les acomodó en un mercado interior.

En otros lugares de España, la industria textil desapareció o quedó muy especializada en paños bastos, con mercados muy específicos (mantas, capotes, bayetas…).

La industria siderúrgica estuvo supeditada a las materias primas. La Ley de Bases de Minas de 1868 favoreció el auge de la minería (España se convirtió en la primera exportadora mundial de plomo), de mercurio, de cobre… A partir de 1871, la explotación de las minas de hierro convirtió a España en el primer exportador de Europa de este material a través del puerto de Bilbao.

Capitales vascos, como el de la familia Ybarra, iniciaron la construcción de altos hornos para la fabricación del hierro. El hierro vasco era muy adecuado para la fabricación de acero, a diferencia del hierro de las minas de Asturias. El carbón británico, muy barato, regresaba en los barcos que llevaban hierro. Aprovechando esta circunstancia, se desarrolló la industria siderúrgica vasca, concentrada en la ría de Bilbao.

Entre 1856 y 1871, la producción de acero se quintuplicó en Vizcaya, y a finales de siglo algunas empresas se fusionaron, dando lugar a Altos Hornos de Vizcaya.

La siderurgia vasca también fue protegida por leyes proteccionistas que impedían la entrada de productos británicos o alemanes y llevaban al monopolio interior. Derivada de la siderurgia, surgió una serie de empresas subsidiarias que formaron una isla industrial vasca y que atrajeron a un gran número de trabajadores.

Modernización de las Infraestructuras: El Impacto del Ferrocarril

La articulación de la economía del país necesitaba del comercio y del transporte para hacer llegar la producción a los mercados. El comercio estuvo fuertemente lastrado por las medidas proteccionistas y la escasa demanda interior. Pero un hecho básico es que no había una infraestructura viaria.

Las primeras obras de reforma del trazado de carreteras comenzaron en 1840. La ampliación fue lenta y, sobre todo, de escasa calidad. Solo el 40% de las carreteras españolas eran, en 1900, de primer o segundo orden.

El transporte marítimo mejoró por la ampliación de puertos y, a finales de siglo, la introducción de la navegación a vapor.

En 1844, una real orden iniciaba la línea de ferrocarril Barcelona-Mataró. En la real orden se incluía el ancho de vía. Se optó por 1,67 m, más ancho y distinto al resto de Europa, lo que lastraba decisivamente nuestras exportaciones y el paso de viajeros. También determinaba la disposición radial de la red ferroviaria.

La Ley de Ferrocarriles, necesaria para regular la construcción, acompañada de otras dos sobre bancos y sociedades de inversión de capitales en el ferrocarril, se aprobó en 1855 durante el Bienio Progresista. La ayuda estatal, la entrada de capital extranjero, sobre todo francés, y la bonanza económica estimularon el crecimiento de la red viaria básica. El trazado pasó de 100 km en 1853 a 13.200 km en 1900 y movía 16.000 millones Tm, frente a las 3.000 de 1870. Se crearon diversas compañías ferroviarias, que se redujeron por la crisis económica de 1866. Casi todas, mayoritariamente, eran de capital extranjero.