Cambio Social en España del XIX: Demografía, Clases Sociales y Movimiento Obrero

Transformaciones sociales. Crecimiento demográfico. De la sociedad estamental a la sociedad de clases. Génesis y desarrollo del movimiento obrero en España

  • Una constante que se observa en la sociedad española desde finales del siglo XVIII es que la evolución demográfica se mueve del centro a la periferia. Posiblemente el movimiento se puede explicar por el desfase existente entre las zonas. Mientras la periferia tiene, especialmente en el norte, una economía mucho más fuerte, el centro presenta un atraso creciente.

Las causas que explican este fenómeno demográfico serían las siguientes:

  • El crecimiento económico de las zonas costeras.
  • El despoblamiento del centro peninsular con las únicas excepciones de Madrid y Zaragoza.
  • La casi nula variación de abastecimientos y de precios en los alimentos básicos se tradujo en una inexistente influencia de las crisis de subsistencias en la población.
  • El mayor crecimiento biológico de estas zonas por la bajada de las tasas de mortalidad.
  • La emigración interna del centro a la periferia y en especial a las regiones industriales del norte.

En cuanto al crecimiento de la población, se aprecia un incremento a partir del siglo XVIII, puesto que hasta esta fecha las cifras oscilaban entre los 6 y 8 millones de habitantes. En el siglo XVIII la población creció tres millones, en el XIX siete millones y más de 20 en el siglo XX. Por lo tanto, hasta finales del siglo XX no se puede decir que se ha superado la transición demográfica y que los siglos anteriores responden a la fase de transición de Antiguo Régimen, más clara cuanto más nos acercamos al presente.

El crecimiento de la población fue posible por el mantenimiento de unas tasas de natalidad bastante elevadas durante el siglo XIX y un descenso generalizado de la mortalidad, con la excepción de las mortalidades puntuales de las epidemias típicas de Antiguo Régimen, como las de cólera, o hambrunas derivadas de crisis agrarias a razón de una o dos cada década del siglo XIX. En cualquier caso, la población española creció en el último tercio del siglo XIX de 16 a 18 millones. Un crecimiento lento, caracterizado por las altas tasas de natalidad y mortalidad, con epidemias masivas como la de cólera ya citada. La esperanza de vida siguió siendo muy baja, no sobrepasando los 35 años de edad hacia 1900. Estamos ante una transición demográfica muy retrasada.

Las emigraciones son de dos tipos: las exteriores y las interiores. Con respecto a las primeras, se aprecia que en el siglo XIX parte del excedente de población de la periferia marítima emigró hacia Ultramar, entendiendo por ello, a América y el norte de África.

A principios del siglo XIX se observa una triple dirección en la salida:

  • Argelia. A esta zona norteafricana emigran desde las provincias mediterráneas de Alicante, Murcia y Almería. Es una emigración temporal del tipo golondrina, pero que se incrementa en número a medida que avanza el siglo XIX.
  • América. Débil durante el siglo XVIII, y en aumento en el XIX, sobre todo a Cuba y Puerto Rico que se mantuvieron como colonias hasta finales de siglo. La mayor parte de los emigrantes procedían de Galicia, Asturias, País Vasco, Cataluña y Canarias.
  • Francia. Uno de los lugares constantes de emigración mayor a medida que avanza el siglo XIX.

Con relación a las segundas, el movimiento del campo a la ciudad es claro a partir de 1830 y se intensifica a partir de 1850. La mayor parte de los emigrantes proceden de ciudades medianas, capitales de comarca o en declive llegando a los núcleos en expansión por razones económicas. La emigración desde los pequeños pueblos no fue significativa en el siglo XIX, y normalmente los desplazamientos eran comarcales cuando se producían. Sólo hay una excepción, Madrid, que durante todo el siglo XIX recibirá emigrantes de todo el país. Habrá que esperar al siglo XX para que se den los grandes desplazamientos migratorios en el resto de España.

Aunque el fenómeno urbano es un hecho claro, también se puede concluir que, si lo comparamos con Europa, es infinitamente menor. La explicación sin duda está relacionada con la industrialización mucho más lenta en España que en el resto de la Europa Occidental. Pero a pesar de ello, existió y las ciudades tuvieron que cambiar urbanísticamente para acoger a sus nuevos inquilinos. Las transformaciones más visibles fueron la aparición de nuevos barrios y de la fisonomía de los edificios, ganando, por ejemplo, en altura. Pero también se construyó en nuevos espacios como huertas, que se hicieron urbanizables, o en zonas de conventos o monasterios desamortizados y nacionalizados. Cuando se agotó esta vía de expansión, se produjeron los ensanches de las ciudades o los planes de crecimiento a largo plazo.

La idea de que en la sociedad española del siglo XIX, apenas hubo cambios, responde a una anacrónica actitud que pretende encontrar las modificaciones similares a las producidas en el siglo XX y a las producidas en países del entorno en la misma época, pero con grados de desarrollo distintos.

La realidad es que un análisis de los censos disponibles desde 1797 hasta 1877, nos orientan al doble sentido de cambios y constantes. Los primeros fueron el pilar de los cambios del siglo XX, los segundos proporcionaron el estancamiento o la lentitud de la sociedad española con respecto a los demás países.

Aproximadamente el 86% de los españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX vivía en poblaciones de menos de 10.000 habitantes. En 1860 el porcentaje era muy parecido, el 85.5%. Si tenemos en cuenta las poblaciones de menos de 5.000 habitantes el porcentaje es 76% – 77,5% en los mismos años. Esto no significa que no hubiera un desarrollo urbano sino que el porcentaje de población urbana no era representativo en el total de la población. La población que vivía del campo descendió en este periodo del 70 al 62%, sobre 1.000.000 de personas. Aún así, se observa debilidad en las clases medias, que en las primeras décadas del siglo XIX comenzaron a incrementarse con diversos grupos.

Predominaba el analfabetismo, especialmente entre las mujeres, al sur del Tajo – Segura y en la España rural. Al inicio del siglo el porcentaje era del 94%, al final de la década de los 50 del 80% y en 1877 algo más del 75%. El descenso porcentual fue considerable, especialmente en los 50 primeros años del siglo, teniendo en cuenta que a la vez se estaba produciendo un crecimiento de población

Consecuencia de la desamortización, se produjo un incremento del número de jornaleros. El incremento de la población llevó a la emigración porque la agricultura no podía absorber el incremento de la mano de obra. Antes hemos visto el proceso, en la primera mitad del siglo XIX se constata una cierta movilización de población del campo a la ciudad. Afectó más al mundo urbano que al rural porque la mayoría de la población vivía en el campo. En el último tercio del siglo XIX el proceso de urbanización en España se aceleró, aunque de forma desigual. Mientras ciudades como Bilbao, Barcelona o Valencia, crecieron bastante por la incipiente industrialización y la aparición del proletariado industrial; otras como Madrid o Zaragoza no lo hicieron al mismo ritmo. De cualquier modo, la estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hizo necesario un ensanche para dar cabida a los nuevos habitantes llegados del campo. Muchas veces, estos ensanches fueron auténticos desafíos para los arquitectos de la época, y ejemplos de soluciones imaginativas las tenemos en Madrid con la Ciudad Lineal de Arturo Soria. En el caso de Barcelona el ensanche de Cerdá sirvió de modelo para Europa integrando barrios obreros, fábricas y servicios públicos con vías de comunicación. Estos barrios barceloneses contrastan con otros promocionados por la burguesía industrial  con manzanas cuadrangulares y con edificios que reflejan  el arte modernista catalán.

La transformación de una sociedad estamental en una sociedad de clases se produjo durante el siglo XIX. La revolución liberal contribuyó a ello, modificando no tanto la composición o influencia de sus miembros de los grupos sociales sino las condiciones jurídicas de los mismos. De este modo, la nobleza se reduce, sobre todo por motivos económicos, pero pensar que desaparece como en Francia, sería un error. En España como en el sur de Italia, la nobleza titulada necesitará un proceso de adaptación a los nuevos tiempos. Muchos se pondrán de hecho a la cabeza del liberalismo, el conservador, para que nada cambie. Por ejemplo, hubo muchos que aprovechando la desamortización se convertirán en nuevos propietarios ahora de una propiedad liberal, y en unas condiciones ventajosas por no decir ilegales, como ocurrió en ocasiones con la casa de Alba, comprando tierras a precio de tasación sin subasta. Por ello la nobleza salió bien parada de la revolución liberal española. Es verdad que perdió los ingresos procedentes de sus derechos jurisdiccionales pero se les compensó con Títulos de Deuda que en parte se utilizaron para comprar tierras desamortizadas. Así vivimos un crecimiento patrimonial considerable en la familia Alba y Medinaceli ya no sólo en tierras sino también en participación en empresas industriales y de servicios, aunque el porcentaje mayoritario de su propiedad sea sobre todo en propiedades rústicas, y no en industriales.

Sí hubo una parte de la nobleza que perdió sus tierras, en concreto, la de Valencia y Alicante con arrendamientos enfitéuticos, que no pudieron transformar sus señoríos en propiedad liberal y los arrendatarios acabaron por convertirse en propietarios en pleno derecho. Otros simplemente se adaptaron mal a la nueva situación, gastando más de lo que ingresaban con lo que generaron unas deudas que tuvieron que satisfacer vendiendo su patrimonio. Este es el caso de duques de Medina-Sidonia o los de Osuna que acabaron con sus fortunas. No se puede generalizar y pensar que a todos los nobles les sucedió lo mismo, de hecho la nobleza siguió ocupando su sitio en la sociedad, en la economía y en la política y otro dato significativo, la concesión de Títulos de nobleza como premio por parte del Rey a personas prestigiosas de campos diversos, es prueba de la trascendencia social de lo nobiliar.

En España hay un caso concreto de nobleza que es específico de la Península, los hidalgos. Los hidalgos son el grupo noble de menor rango, propietarios de pequeñas fincas, trabajadores de las mismas, pero con los privilegios de la nobleza. Su desaparición está asociada al liberalismo, al eliminarse los privilegios se convirtieron en nuevos propietarios liberales que mantuvieron su ritmo y nivel de vida.


Los eclesiásticos descendieron bruscamente, 1/3 en el clero regular durante el siglo XIX, si tenemos en cuenta el crecimiento poblaciones el descenso se aproxima a la mitad. El clero secular sin embargo no disminuyó. La nobleza se vio reducida en todos sus grupos, por la supresión de sus privilegios a lo largo del siglo, aunque su poder siguió siendo significativo.

En cuanto a la burguesía, en muchas ocasiones se confunde con clases medias, pero el profesor José María Jover, ha establecido una frontera meridiana entre unos y otros: la burguesía se dedica a los negocios. La burguesía de los negocios era muy reducida en número, aunque creciente. De acuerdo con los resultados del censo de 1860, de no fácil interpretación, representaba aún una pequeña parte en proporción al resto de la población, aunque se había multiplicado. Dentro de la burguesía, se distinguen distintos grupos, la alta burguesía está formada por industriales, banqueros, terratenientes, con un nivel de vida muy semejante al de la nobleza. La baja burguesía se diferenciaría de la alta por el volumen de negocio, las actividades en muchas ocasiones

coincidirían, pero con unas ganancias menores, aquí incluiríamos a comerciantes, pequeños empresarios, y medianos propietarios agrícolas. Muchos historiadores señalan que este grupo se englobaría dentro de las clases medias, por su forma de vida. En cualquier caso la burguesía no es el grupo dominante, sí lo es creciente a partir del siglo XIX, pero el retraso económico de España provocó que el crecimiento burgués llevara un retraso similar.

Las clases medias ocupan el escalón inmediatamente inferior. A la altura de 1835 no es una expresión política aún, es más un concepto sociológico de un grupo que aspira a ennoblecerse o aburguesarse. A partir de 1850 el grupo se consolidó y amplió su número por absorción de otros grupos que no consiguieron hacerse su sitio en la burguesía pero que evolucionaron de forma positiva a nivel económico y social, progresando y saliendo de las clases bajas, como fueron labradores, profesiones liberales, empleados públicos, oficiales del ejercito, etc.

El ejército y la armada arrastraron los efectos de las sucesivas guerras, acumulando un excesivo número de jefes y oficiales. El volumen total de nuestro ejército era de 150.000 efectivos, de los cuales, 50.000 eran profesionales y 100.000 procedían de las quintas. Muchos participaron en actividades políticas especialmente algunos de los oficiales, y otros desempeñaron trabajos técnicos de gran valía, los ingenieros, que deberían haber correspondido a civiles en una sociedad más avanzada. Los empleados públicos civiles se triplicaron durante el siglo XIX. El número de profesionales liberales también se duplicó, fruto del aumento de su actividad.

En definitiva es una sociedad preindustrial, con una inercia básica en nuestra evolución social. Lo determinante es que tiene una amplísima base de clases bajas que habita en el medio rural.

En 1877 España seguía siendo un país básicamente agrario, el campo aportaba la mayor parte de la renta nacional y empleaba a un elevado porcentaje de la población activa. La reforma agraria liberal había culminado ya al iniciarse la Restauración, su resultado más efectivo fue la privatización masiva del suelo, en manos de grupos reducidos, oligarquía agraria, y de algunos campesinos en la desamortización civil. El ordenamiento liberal vigente de la economía, no protegía a estos modestos propietarios que al final se veían conducidos a su expulsión, con la consiguiente emigración.

Durante el período de la Restauración, en el medio rural se podían distinguir estos grupos sociales:

  • Una pudiente oligarquía agraria, predominante en las dos Castillas, Extremadura y Andalucía. La composición de esta oligarquía agraria era diversa según zonas, pero se pueden distinguir tres grandes bloques: aristocracia, burguesía financiera y burguesía  rural. La aristocracia creció porque no sólo se conservaron los viejos títulos sino que también se incorporaron otros nuevos tras las reformas liberales y las grandes oportunidades que se presentaron en el mercado de la tierra. Destacados miembros de la burguesía financiera, dueña de las grandes empresas del país, compraron grandes propiedades agrarias, a miembros de la nobleza o entre ellos mismos. Fueron objeto de crítica por la pequeña burguesía, que veía en ellos a los culpables de la situación agraria, por su falta de iniciativa. En la sociedad española ser propietario rural, no sólo tenía un significado económico, sino también daba un prestigio social, por ello muchos hombres de negocio invirtieron sus rentas en la compra de tierras que bien a través de los procesos de desamortización, bien por las crisis económicas de la época llegaban de forma masiva al mercado.
  • Clases medias bajas, formadas por medianos propietarios, arrendatarios y aparceros.
  • Campesinos sin tierra, jornaleros o braceros, que sufren una situación de paro intermitente y que reciben muy bajos salarios. Con este proletariado se confunden los pequeños propietarios empobrecidos. Esta amplia masa de población sufre una situación caracterizada por la alimentación deficiente, las carencias sanitarias y higiénicas y la falta de una cultura elemental con unas tasas enormes de analfabetismo.

Esta estructura social permite comprender que periódicamente hubiera estallidos sociales violentos, duramente reprimidos por las autoridades. El lento desarrollo minero e industrial propició la lenta aparición de una sociedad más modernizada en determinadas zonas del país.                                                                                                                                                                                     

En el País Vasco con preponderancia de la industria siderúrgica y la banca más próspera del país y en Cataluña, cuya industria textil del algodón suponía el 90% de la oferta industrial española encontramos a una burguesía que había basado su éxito económico, además de en su empuje y dinamismo empresarial, en el proteccionismo del gobierno de la nación que le permitió prosperar sin tener que hacer frente a la competencia exterior. Junto a la alta burguesía industrial y financiera, en las ciudades encontramos una compleja estructura social:

Una heterogénea clase media entre la que, junto a los principales defensores de las posturas democráticas y republicanas, encontramos una amplia masa apolítica, apegada a los hábitos tradicionales, con un gran temor a cualquier tipo de cambio y fuertemente influenciada por la Iglesia.

Entre las clases trabajadoras debemos distinguir una masa mayoritaria de artesanos, ligados a empleos tradicionales, y un creciente número de obreros que, poco a poco, comienzan a organizarse política y sindicalmente.

Según José María Jover, en los inicios del movimiento obrero es conveniente distinguir entre las actitudes que brotan espontáneas del naciente proletariado español y el influjo de teorías y doctrinas extrapeninsulares:

Actitudes espontáneas:

  • Hay una tendencia, heredada de los gremios, a la organización social en el seno de cada localidad o comarca a lo sumo. La asociación se inicia tempranamente en Cataluña en cierta relación de continuidad con los antiguos gremios. En 1840, la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera, con un carácter mutualista y benéfico, respalda a una no tolerada Sociedad de Jornaleros. Los objetivos de estos obreros barceloneses, además del mutualismo, son obtener de las autoridades el reconocimiento del derecho de asociación, y de los patronos una mejora del salario. Los conflictos sociales tuvieron un carácter semejante al movimiento ludista inglés, que entrañaba una oposición a la mecanización. El primer episodio de destrucción de máquinas en la ciudad ocurrió en 1824, aunque ya había habido otro en Alcoy tres años antes. En 1835 los obreros prendieron fuego, al parecer, a la fábrica de Bonaplata, totalmente mecanizada. La primero huelga general de historia de España (verano de 1854) pretendía impedir la introducción de nuevos telares mecánicos (Shubert).
  • También existe una simpatía por los partidos políticos que, en parte, les apoyan en sus pretensiones (progresista, demócrata y republicanos) y que, a su vez, se benefician de la fuerza de choque que aporta un sector de las clases trabajadoras en las ciudades. Como consecuencia, la revolución de septiembre, en la que participan, reconocerá el derecho de reunión y asociación, con la limitación de practicarlo con independencia de todo país extranjero.
  • En lo que se refiere al proletariado agrícola, es habitual el recurso al motín a través del cual se manifiestan esporádicamente grupos aislados de los jornaleros del sur; o en escasísimas ocasiones algunos sectores urbanos o rurales de Castilla.

Influjos exteriores:

  • La primera importación de doctrinas socialistas corresponde al socialismo utópico de Fourier y Cabet, que penetrará en España por dos puertos: Cádiz y Barcelona. Desde Andalucía el fourierismo llegará a Madrid, donde encontrará como portavoz a Fernando Garrido.
  • El periodo revolucionario del sexenio democrático representa para el movimiento obrero español una fase decisiva: se establece contacto con la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Al congreso de la AIT de Bruselas de 1868 asistió un delegado español, Marsal Anglora, maquinista barcelonés que usó el pseudónimo de Saro Magallán. Simultáneamente, la Revolución de 1868 abrió la mano a las asociaciones obreras. Entonces llega a Madrid el italiano José Fanelli, que fundó la primera sección española de la AIT con 22 obreros. En mayo de 1869 funda otro núcleo en Barcelona y para entonces se estima que existían ya 195 secciones con 25.000 afiliados. Este crecimiento se explica por la decepción obrera ante el camino que seguía la revolución y los republicanos federalistas. En los distintos congresos celebrados (Barcelona 1870, Zaragoza 1872 y Córdoba 1873) se apreciaba la radicalización de las posturas y en el último la escisión de La Haya estuvo presente. Anselmo Lorenzo, que asistió como delegado a la Conferencia de Londres (septiembre de 1871) previa al Congreso de La Haya, manifestó la decepción por lo que pudo observar allí. Estas disensiones afectaron al movimiento obrero español, que en esta época estaba capitalizado por el anarquismo de Bakunin. La represión surgida a raíz de la Comuna de París acabó por eclipsarlo hasta llevarlo a la clandestinidad, y tras el golpe de Pavía en 1874 será duramente reprimido.

En 1879 nació en Madrid el Partido Socialista Obrero EspañaPSOE, con Pablo Iglesias como principal figura. En 1888, el PSOE celebró su primer congreso y se fundó la Unión General de Trabajadores, la UGT, sindicato socialista. Opuestos a los anarquistas, los socialistas mantuvieron una ideología colectivista, anticlerical y antiburguesa, pero más moderada que la de la otra gran corriente del movimiento obrero español. Partidarios de la lucha política, Pablo Iglesias fue elegido diputado en 1910.

En 1881 nació la Federación de Trabajadores de la Región Española. En la que destacó Anselmo Lorenzo, uno de los principales líderes de los inicios del movimiento anarquista. A partir de 1901 diversos grupos se organizaron en torno a la publicación “Solidaridad Obrera”. Finalmente en el Congreso en Barcelona (1910), nació la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT, el mayor sindicato español con gran fuerza entre los obreros agrícolas andaluces y los obreros industriales catalanes. Los anarquistas defendieron una ideología colectivista, libertaria, apolítica, anticlerical y revolucionaria.