Felicidad como Motor de la Acción Moral
Se entiende que la acción moral tiene como finalidad alcanzar una vida buena. Diferentes corrientes filosóficas la han identificado con la conquista de la felicidad. Normalmente, se ha entendido la felicidad como la posesión de un determinado bien. Las teorías éticas que identifican el sumo bien con la felicidad se denominan habitualmente eudemonistas. Eudemonismo es un término de origen griego que significa: “Literalmente, posesión de un «buen demonio», es decir, goce o disfrute de un modo de ser por el cual se alcanza la prosperidad y la felicidad” -José Ferrater Mora-. Este tipo de éticas se llaman también éticas de fines o de bienes, porque la acción moral persigue un fin muy concreto. Kant las llamó éticas materiales, ya que obedecen al esquema si quieres ser feliz, debes hacer X. Estas posturas se caracterizan también por identificar de forma plena la virtud o la excelencia moral con el bien supremo y la felicidad.
Aristóteles: la Felicidad como Actividad Racional
Aristóteles denomina de forma general «política» a la ciencia que abarca la actividad moral de los hombres, ya sean considerados como individuos o como ciudadanos. Esta «política», también llamada filosofía de las cosas del hombre, se subdivide a su vez en ética y en política propiamente dicha. La ética se subordina a la política, ya que para él, el individuo existe en función de la ciudad. El bien supremo debe ser siempre un bien común. En sus diferentes acciones, el ser humano persigue siempre algún fin, fundamentalmente, de dos tipos:
- Fines relativos: Los que perseguimos para conseguir fines y bienes últimos.
- Fin absoluto: Fin último y supremo al cual tiende toda acción humana.
Aristóteles considera que el bien supremo y el fin absoluto de toda acción es la felicidad. Aristóteles analiza aquellos bienes que diferencian a la clase de personas:
- El vulgo y los más groseros identifican la felicidad con el placer.
- Las personas más desarrolladas y cultas consideran que el bien supremo y la felicidad residen en el honor. Ahora bien, para Aristóteles este es un bien individual, alejado del «bien común» de la polis.
- Aristóteles también analiza el tipo de vida dedicada a amasar riquezas. Para este pensador, los bienes materiales solo sirven como medio para conseguir otras cosas.
El Bien Supremo
Todo ser posee una función que le es propia y que viene determinada por su naturaleza. Este «llevar a cabo lo que le es propio a cada ser» es denominado virtud (Es la disposición a obrar bien conforme a la actividad que le es propia a cada ser). Para Aristóteles, el bien supremo del ser humano está en el desarrollo de lo que al hombre le es propio y le distingue del resto de seres: la actividad y el cultivo de la razón. La encargada de proporcionar seguridad y tranquilidad para el desarrollo de la virtud es la polis. Por este motivo, la ética se supedita a la política.
Las Virtudes Éticas
Las virtudes éticas se derivan de la costumbre y de los hábitos a la hora de actuar. Tienen como función principal orientar nuestra conducta hacia el bien, dominando para ello los instintos irracionales. Dicho control se realiza, según Aristóteles, al situar nuestros actos en el justo medio entre el exceso y el defecto. De esta manera, son catalogadas como virtudes éticas:
- El valor, justo medio entre la temeridad y la cobardía.
- La templanza, situada entre el libertinaje y la insensibilidad.
- La generosidad, entre la prodigalidad y la avaricia.
- La justicia. En un sentido, puede entenderse como respeto a las leyes del Estado. En el sentido específico de la ética, Aristóteles la vincula al reparto equitativo. Es la virtud ética más importante.
Las Virtudes Dianoéticas
Están relacionadas con la actividad racional del hombre. Estas virtudes son propias de la razón y deben ser aprendidas mediante el ejercicio intelectual: la educación. Entre ellas se encuentra:
- La sabiduría: es el aprendizaje de los primeros principios y de los efectos que derivan de ellos.
- La prudencia: consiste en la habilidad intelectual para distinguir las cosas necesarias de las innecesarias, así como para saber elegir lo bueno y rechazar lo malo. Esta virtud es la guía de las demás virtudes morales.
Los Límites de la Ética Aristotélica
La ética de Aristóteles plantea algunos problemas. Considera que para ser bueno, el hombre debe orientar su acción hacia fines buenos. Sin embargo, solo puede reconocerlos como tales si previamente el propio hombre es bueno. Así, el hecho de que la felicidad y la moral dependan del conocimiento hace que su propuesta se sitúe en un círculo vicioso de difícil solución. La teoría de Aristóteles también ha sido criticada desde otras posturas éticas, porque sitúa la felicidad en un marco social, dejando al individuo y a la naturaleza en un segundo plano, y porque elimina el goce físico y el placer de la bondad de las acciones.
Felicidad es Vivir Conforme a la Naturaleza
La caótica situación social en la que se encuentra el mundo helénico tras la muerte de Alejandro Magno propicia que la reflexión ética se centre en el concepto de naturaleza, entendida como un todo armonioso del que forma parte el hombre.
Los Cínicos, una «Vida de Perros»
Los «cínicos» eran un grupo de pensadores que integraban la escuela filosófica fundada por Antístenes. Otros miembros destacados son Diógenes de Sínope y Cates de Tebas. El cínico busca una vida virtuosa y completamente libre como fuente absoluta de felicidad. Para ello, desprecia las normas sociales y busca la virtud viviendo conforme a la naturaleza. Este tipo de vida se apoya en el desprecio de todo bien material y el ideal de la autosuficiencia individual (autarquía).
El Estoicismo, la Felicidad Tranquila
Crisipo, Séneca, Epícteto y Marco Aurelio son, junto con Zenón, los principales representantes de esta corriente. Todo el sistema filosófico estoico gira en torno a la ética. Para esta corriente existen unas leyes naturales que actúan de forma inexorable sobre todos los seres, incluido el ser humano. La ética estoica puede resumirse en la siguiente sentencia: vive de acuerdo con la naturaleza. Por ello, solo podemos alcanzar la felicidad si conocemos en profundidad las leyes naturales que rigen nuestro destino y las aceptamos de forma serena. Esta serenidad surge cuando ejercemos un control absoluto sobre nuestras pasiones (apatheia). Una vez controladas dichas pasiones y comprendido el orden natural que envuelve al ser humano, el sabio alcanza la ataraxia, es decir, la imperturbabilidad del espíritu. De esta forma, entra en sintonía con la naturaleza y accede a un estado de serena felicidad.