La Trayectoria Lírica de Miguel Hernández: Del Vitalismo al Dolor

El Neogongorismo y la Influencia del Surrealismo

El neogongorismo permitió a Miguel Hernández elevar a categoría poética lo humilde, lo cotidiano, e incluso lo rastrero y zafio. Su segundo viaje, en 1934, le puso en contacto con los poetas del 27 y con Pablo Neruda, lo que propició una aproximación al Surrealismo.

El rayo que no cesa (1936): Un Punto de Inflexión

1936 fue un año crucial: la elegía a Ramón Sijé, el reconocimiento público y el elogio de Juan Ramón Jiménez marcaron este periodo. Antes de la publicación definitiva de El rayo que no cesa, existieron dos versiones previas: El silbo vulnerado e Imagen de tu huella. En ambas, se observa cómo Hernández simultaneaba la poesía religiosa, impulsado por Sijé, fundador de la revista El Gallo Crisis.

Poesía de Guerra y Preocupaciones Personales

El estallido de la Guerra Civil y su participación en ella dieron lugar a una poesía pesimista, íntima, de preocupaciones personales: Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (1939), y Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941).

En la evolución de Miguel Hernández, se observa una ruptura: la nueva voz del poeta mezcla en las tres obras poemas de veta populista (como El niño yuntero y Nanas), composiciones de tono cultista y versos amorosos.

El Compromiso y la Poesía Social

Durante la Guerra Civil, Miguel Hernández, como otros poetas de ambos bandos, creó poesía combativa, bélica y de propaganda. Sin embargo, su ruptura poética se gestó antes del conflicto. A finales de 1935, con la aparición de la revista Caballo verde para la poesía, Pablo Neruda defendía una poesía rehumanizada, que volviera a conectar con el hombre y sus preocupaciones. Miguel Hernández se sumó a esta corriente, poniendo su arte al servicio de la causa republicana. Introdujo en su poesía el sentimiento del “hombre de pueblo”. Destacan poemas de preocupación social como Aceituneros y El sudor, preciosas y graves síntesis de dolor compartido y denuncia contra la injusticia capitalista.

Los poemas imprecatorios, llenos de gritos, ira y cólera, hicieron que el poeta perdiera parte de su lirismo. Frente a la pasión desbordada y el optimismo inicial de Viento del pueblo, en El hombre acecha (1939) se percibe el dolor ante la tragedia de la guerra. El título evoca la sentencia de Hobbes, homo homini lupus.

En Llamo a los poetas, Hernández exalta la solidaridad entre poeta y pueblo. Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), marcado por la muerte de su hijo, contiene poemas de soledad, desánimo y amor por la esposa y el hijo ausentes. Sus versos se acortan para expresar sentimientos hondos y depurados.

Temas Recurrentes: Amor, Vida y Muerte

Los ejes temáticos de la obra de Miguel Hernández son el amor, la vida y la muerte. En sus primeros poemas, predomina el vitalismo y el optimismo. En Perito en lunas (1933), se entremezclan elementos tradicionales con la sensualidad y el vitalismo natural.

Las “heridas” hernandianas comienzan en El rayo que no cesa (1936), un cancionero de la pena amorosa y el sentimiento trágico del amor rechazado. El binomio amor-muerte se expresa mediante el símbolo del toro: imagen de virilidad, fuerza sexual y destino trágico.

Durante la guerra, el tema del amor se funde con la poesía de combate en la Canción del esposo soldado. A medida que avanza la contienda, el tono entusiasta se atempera en El hombre acecha (1939). En Cancionero y romancero de ausencias, el amor frustrado por la ausencia y la soledad conllevan desolación y dolor, pero el poeta ve en el amor una fuerza redentora.

La Vida y la Creación Lírica

La obra de Miguel Hernández refleja su vida: la ingenuidad inicial, el despertar al amor, la lucha por los ideales y el choque contra la adversidad y la muerte. En Perito en lunas, la poesía refleja la naturaleza y un vitalismo festivo e inconsciente. El rayo que no cesa presenta un vitalismo trágico, marcado por un presentimiento funesto. En Viento del pueblo, la muerte es parte de la lucha y de la vida. En El hombre acecha, el tono se vuelve pesimista ante el horror de la guerra. Finalmente, en Cancionero y romancero de ausencias, el poeta alcanza su madurez con una poesía desnuda, íntima y desgarrada, donde la muerte se presenta también como generadora de vida.