El Cogito de Descartes: Fundamento de la Filosofía Moderna

TEMA I.

El juicio que afirma la certeza “pienso, luego soy” se dice en latín mediante la expresión cogito, ergo sum, de ahí que los historiadores de la filosofía se refieran a él abreviadamente como el cogito. La razón de que este juicio supere la duda radical cartesiana se debe a que esta solo puede afectar a los juicios del conocimiento, pero no a la actividad de pensar, sin la que esos juicios no son posibles. Afirmo que dos y dos son cuatro y, en una duda extrema, podría ser falso el contenido del juicio, pero no el hecho de su afirmación.

Con el cogito, el autor da respuesta a las dificultades planteadas por los escépticos a la posibilidad de la certeza. En esto, Descartes no es totalmente original, pues el cogito tiene antecedentes en la historia de la filosofía tan tempranos como el si fallor, sum de San Agustín. Pero es preciso también hacer notar la originalidad del planteamiento cartesiano al considerar el cogito como primer principio de la filosofía y, con ello, a la conciencia como la realidad fundamental.

En efecto, en su esfuerzo por encontrar ese punto indudable sobre el que edificar la filosofía (y, con ella, todo conocimiento), Descartes va a invertir los acentos del pensamiento clásico y medieval. Mientras toda la especulación filosófica greco-medieval giraba en torno al ser, entendido como aquello a lo que el pensamiento tiene que adecuarse para estar en la verdad, con Descartes se abre la nueva etapa filosófica en cuyo centro se impone el sujeto. Con ello, la investigación metafísica queda subordinada a la solución del problema gnoseológico.

Es más, este mismo problema se presenta con nuevos tintes, pues para Descartes “conocer” quiere decir tener representaciones o imágenes mentales de las cosas, “ideas” que se interponen entre el pensamiento y la realidad, y de las cuales se ignora, por lo tanto, la capacidad manifestativa. Esa misma interposición plantea, más allá de la polémica con los escépticos, la necesidad de un criterio de verdad por la amenaza del error llevada ahora al extremo: no es solo que la realidad pueda diferir de la imagen mental, sino que incluso puede no ser en absoluto evidente que exista realidad alguna “fuera” del pensamiento.

Como vemos, en Descartes el conocimiento se ha descompuesto en dos momentos: en su base está el cogito, esto es, la conciencia de la identidad del yo y de las representaciones que contiene; sobre este efecto subjetivo en la conciencia hay, después, que elevarse analíticamente hasta la causa extramental de tales representaciones. Todo depende, pues, en última instancia del cogito, así como de un correcto método de análisis de inspiración matemática, que, expuesto con detenimiento en las Reglas para la dirección del espíritu, fue posteriormente, en la parte segunda del Discurso del método, resumido en cuatro reglas.

Consideraciones sobre el Cogito

En cuanto al cogito, conviene notar:

  1. Que constituye, como decimos, el primer principio de la filosofía, incluida en ella la física, pues todos los conocimientos intelectivos han de alcanzarse de forma mediata, por demostración. Ahora bien, este primer principio no es tomado por Descartes en sentido formal —como sería el principio de no contradicción—, sino en sentido real, es decir, al modo en que Santo Tomás afirma que el principio de nuestro conocimiento es el ente. Con ello, Descartes va más allá de la simple proposición de un principio gnoseológico, generando una revolución en el pensamiento metafísico. Al presuponer que lo directa y propiamente conocido es el conocimiento, Descartes se opone al realismo aristotélico-tomista, para el que entender no es un acto originario y determinante, sino determinado: nadie entiende que entiende si no es porque entiende algo inteligible, que le es previo. Ahora, sin embargo, se independiza la autoconciencia de todo el proceso cognoscitivo que, partiendo de la captación de algo inteligible, la precede y condiciona.
  2. Que para ser verdadero principio y fuente de toda otra demostración, esa certeza ha de ser no demostrada, sino “mostrada”, esto es, ser conocida por intuición y no como conclusión de ningún razonamiento. La investigación filosófica de Descartes será fundamentalmente una justificación del acto intuitivo de la pura evidencia, que constituye la operación fundamental de la mente, descrita en las Reglas como la concepción que aparece tan sin esfuerzo y tan distintamente a una mente atenta y no nublada, que quedamos completamente libres de duda. Aunque dude, digamos, de que a la imagen mental del libro corresponda en realidad un libro, no es discutible que la imagen misma existe, pues de lo contrario, ni siquiera podría dudar de su correspondencia con la realidad.
  3. Que a partir del cogito se puede establecer el criterio para juzgar de la certeza de cualquier otro juicio, a saber: que se presente a nuestra mente con la misma claridad y distinción.

Si la raíz de la duda reside en la posible alteridad del ser con respecto al pensamiento, el cogito se revela como el único caso en el cual esta alteridad no puede subsistir. Solo queda transmitir a otras proposiciones la evidencia del cogito para constituir ese criterio que Descartes busca para la admisión de nuevas certezas.