Miguel Hernández absorbió desde sus ávidas lecturas de adolescente a nuestros clásicos y a los poetas del 27. Dámaso Alonso lo nombró “genial epígono”; era un elogio a medias, no exento de ironía. Los poetas del 27 lo consideraban un “provinciano” y no lo veían como uno de los suyos. Hernández aprendió la poética del 27; de ahí que la fusión entre tradición y vanguardia sea una característica que una a Hernández y al grupo poético del 27. En esa fusión se aprecia la pulsión de diferentes vectores:
La Tradición Literaria
- Los clásicos de nuestro Siglo de Oro, desde San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Garcilaso de la Vega hasta los poetas del Barroco, y la metáfora culterana de la poética de Góngora.
- La poesía de Bécquer, presente en los comienzos de los jóvenes del 27.
- El neopopularismo, versión culta de nuestras formas populares. Los mismos poetas del Barroco habían cultivado la fusión entre la poesía culta y la poesía popular. Se apreciaría en los “cantares” y “decires” de Machado y sería recogido en el neopopularismo de romances y canciones.
El Magisterio de la Generación Inmediatamente Anterior
- La poesía simbolista-modernista de Rubén Darío es fundamental para la modernización poética de nuestras letras.
- La poética de Juan Ramón Jiménez, el maestro primigenio de la Generación del 27: su “poesía desnuda” orientó la trayectoria poética de los primeros años 20.
Las Vanguardias Literarias
Dentro del concepto de la “deshumanización del arte” que busca una “poesía pura”, las vanguardias buscaron un lenguaje propio que hiciera del poema un “artefacto artístico” basado en la audacia de la metáfora. En este entorno se mueve el Ultraísmo de Guillermo de Torre y el Creacionismo de Huidobro. Tanto Hernández como los poetas del 27 absorbieron estas audacias vanguardistas en su primera etapa, en los años 20. Lo hacen de una forma innovadora, cribando las estridencias: absorben la audacia metafórica, sin romper el hilo “humanizado”, porque la tradición y el magisterio siempre están presentes. Con los años 30, irrumpe otro movimiento de vanguardia, el Surrealismo, que implica una “rehumanización del arte”, un nuevo romanticismo e irracionalismo que dará cabida a lo humano, social y político. Implicará una renovación de la imagen poética y una reivindicación de la “poesía impura”, uno de sus máximos exponentes es el poemario La destrucción o el amor de Aleixandre. No podemos olvidar al pionero de las vanguardias en España, Ramón Gómez de la Serna. De él queda el espíritu de la greguería, el trabajo poético para encontrar la metáfora insólita y conceptual.
Etapas en la Poesía de Miguel Hernández
Etapa de Aprendizaje
En su etapa de aprendizaje, Miguel Hernández lee y absorbe en su poesía a Virgilio, Garcilaso y Fray Luis. Es la etapa que se encuentra bajo el influjo de Ramón Sijé. El poeta oriolano entra en contacto con Góngora a través de la Generación del 27. Desde ese momento, los modelos para Hernández serán Lorca y la “poesía pura” de Jorge Guillén. Perito en lunas se adscribe a la “poesía pura” que alumbró los primeros pasos de la Generación del 27; de ahí las citas explícitas de Paul Valéry, Góngora y Jorge Guillén. La estética de este primer poemario se concreta en tres ejes que fusionan tradición y vanguardia:
- El gongorismo, que le proporciona el esquema métrico de la octava real.
- Un vanguardismo tardío, cubista y ultraísta, que enriquece el hermetismo y la imaginería de sus poemas.
- El hermetismo intenso y lúdico que convierte al poema en “acertijo poético”. Un clasicismo vanguardista a la hora de abordar la “poesía pura”.
El Rayo que no Cesa
En El rayo que no cesa, Miguel vive una crisis amorosa y personal. El poeta abandona ya el influjo religioso y clasicista de Sijé y sigue la estela de Neruda y Vicente Aleixandre, de la mano del Surrealismo que implica una “rehumanización del arte”. Es la estela de la segunda etapa de la Generación del 27 y su entorno. Este poemario de amor trágico funde esa concepción poética con la tradición: trabaja la métrica clásica; la estructura y los componentes temáticos nos remiten al modelo del “cancionero” de la tradición del “amor cortés” petrarquista; la “herida” de amor encuentra sus modelos clásicos en el “doloroso sentir” del lamento garcilasiano y en el “desgarrón afectivo” de Quevedo.
Viento del Pueblo
Miguel se convierte en un “poeta soldado” con Viento del pueblo: comienza la poesía comprometida, poesía de guerra y denuncia, y poesía de solidaridad con el pueblo oprimido. Busca una poesía más directa que recrea su carácter oral, el empleo abundante del romance y del octosílabo; también cultiva metros más solemnes, de tono épico. “La poesía como arma” que domina Viento del pueblo implica que lo lírico cede a lo épico. La imagen vanguardista, la metáfora surrealista, se funden con el neopopularismo en el tono y la métrica.
Cancionero y Romancero de Ausencias
Con Cancionero y romancero de ausencias, intenso diario íntimo de un tiempo de desgracias, Miguel completa el profundo proceso de intimismo desde El hombre acecha. El correlato del proceso de esencialización y de desnudez poética repercute también en las formas poemáticas, que se ciñen a los escuetos esquemas de la canción tradicional o se encauzan en la corriente revitalizadora del “cantar” y que dominará en el neopopularismo de la Generación del 27. La tradición ofrece sus moldes a la vanguardia.