La Caída de los Dogmas de Hierro
A partir de 1989, con el final de la Guerra Fría, una era de la historia de la humanidad llegaba a su fin. La aparición de nuevos y numerosos Estados-nación desde entonces trae consigo la descomposición de un orden territorial que se había mantenido estable desde agosto de 1945. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte había conseguido cierto protagonismo en el concierto internacional de posguerra gracias al apoyo incondicional que recibía de los EE. UU., país hermano con el que siempre ha mantenido una férrea alianza en cuestiones de política exterior.
El panorama en Francia no era mejor, y si bien de 1945 en adelante había recuperado Alsacia y Lorena, los eternos territorios de la disputa continua franco-alemana, sus posesiones ultramarinas, bien temprano, iban a reclamar una a una su total independencia de París. Alemania y Japón se iban a transformar en grandes potencias económicas gracias a la ayuda de Norteamérica, a la fortaleza de sus Estados y la no gestación de ejércitos nacionales que absorbiesen sus presupuestos en proporciones peligrosas. Italia y los países pequeños de la Europa del Oeste estaban bajo tutela norteamericana, mientras en España y Portugal se desarrollaban dictaduras de resabios fascistas.
Este hecho no significó el final de las guerras en el mundo cuando se acabó la confrontación tradicional EE. UU.-URSS. El periodo comprendido entre 1990 y 2005 no ha sido mejor como se ve en el drama de los conflictos étnico-civiles en Ruanda, por la Primera Guerra del Golfo de 1991, por la Segunda Guerra del Golfo en 2003, por los atentados integristas islámicos en Nueva York en 2001, en Madrid 2004, en Londres 2005 o por la invasión norteamericana de Afganistán en 2002. Dejábamos el siglo XX con 190 millones de muertos. En 2013 existen 9000 cabezas nucleares en todo el mundo. La mayoría 20 veces más potentes que las de Hiroshima y Nagasaki. Y además de la caída de los Estados marxistas y de la victoria del capitalismo americano, se produjeron revoluciones en el mundo islámico en 2011, 2012 y 2013.
Una idea parece clara en esta etapa inicial del siglo XXI y es que la fortaleza del Estado es vital para el auge y el desenvolvimiento de la economía en cualquier país, incluso aunque se pronostique, fomente y se actúe en pro de las virtudes de la libertad de producción, comercio y empresa. Actualmente existe una correlación entre Estados fuertes, desarrollo y generalización de clases medias. EE. UU. trata de evitar que aumente el número de naciones con armas de destrucción masiva y pretende frenar cualquier amenaza terrorista. Pretende ser árbitro en conflictos locales y llevar el modelo pluripartidista democrático a todo el mundo. La economía ha ido sustituyendo la ocupación militar y se tiende a intervenciones puntuales salvo cuando EE. UU. considera que hay riesgo de núcleos de gestación de terrorismo internacional. EE. UU. busca la generalización del capitalismo en el mundo.
Sin embargo, en una parte significativa del planeta no se ha conseguido erradicar la pobreza y las tragedias en el medio ambiente, existen gobiernos corruptos y hay estados totalitarios que no respetan los derechos humanos. A partir de 1989 surgieron numerosos conflictos de nacionalidades y religiosos, con un auge de integrismo islámico. Por ello, la política exterior de ayuda al desarrollo de la ONU y de las participaciones humanitarias de las ONG.
Actualmente nos encontramos en una complicada situación caracterizada por la posguerra de Irak, control de territorios africanos y asiáticos que fueron colonias europeas, conflictos en Oriente Medio, por la emigración y por la derrota de EE. UU. en Somalia con las milicias armadas de Mohamed Aidid en 1993 y 1994.
Senderos sin Gloria
La general creencia neoliberal expandida a comienzos de los años 90 del siglo XX de que el comercio internacional sin limitaciones permitiría el acercamiento en riqueza desde los países pobres a los desarrollados no se corresponde con la realidad actual. Quienes han crecido han sido las naciones que han aplicado políticas de fomento del desarrollo nacional a través de Estados fuertes, como es el caso de China. Estamos ante el hecho de cómo hacer que el mundo desarrollado distribuya la riqueza en beneficio de los ámbitos geográficos no desarrollados. Y de cómo hacer en estos últimos que la repartición sea equitativa.
Desde el siglo XIX el Estado-nación había ido ampliando sus funciones y sus poderes de forma gradual e ininterrumpida, habiendo tenido un papel clave en la modernización de las estructuras económicas y en la calidad de vida de sus habitantes. Pero a finales del siglo XX estaba a la defensiva de un nuevo orden económico caracterizado por no controlar totalmente su economía como la UE.
El primer fantasma del subdesarrollo, es por tanto, el tiranicidio político de sus gobernantes de estos países. Se pretendía a partir de 1990 la universalización de la doctrina político-económica capitalista norteamericana, una vez desaparecido el enemigo comunista. Así las corporaciones privadas y las norteamericanas tendrían mayor presencia. Los logros sociales, la riqueza de los países desarrollados y la consecuencia del comunismo y capitalismo actual han hecho que el debate político sea más atractivo que nunca. Pero muchos países en el mundo no son democráticos, no cumplen el código internacional de derechos y deberes cívicos como Arabia Saudí, Corea del Norte, China o Sudán.
Dentro del ámbito actual de la economía mundial podemos decir que no hemos conseguido después de 1945 lograr un desarrollo equitativo planetario. Y es que no ha habido importante transformación alguna en el pasado que no haya estado promovida por razones de interés mercantilista, económico y de acumulación de bienes y de poder. Actualmente muchos son los trabajadores del mundo que ganan menos de 1€ al día. La economía-mundo podemos decir por tanto que como solución estaría encaminada a la compra-venta entre los 5 continentes, la liberación del comercio y la supresión de las subvenciones.
El Mundo después del 11-S
El 11 de septiembre de 2001 el mundo entero se sobrecogió ante el atentado terrorista más espectacular y más dañino de cuantos hemos conocido. Los terroristas militantes integristas islámicos, bajo la dirección de Osama bin Laden, secuestraron varios aviones de pasajeros de líneas regulares que hicieron estrellar contra las Torres Gemelas de Nueva York, en plena hora de alta actividad laboral. El balance final fue de casi 3.000 muertos. Se reforzaron todas las medidas de seguridad en el país, se abrió una investigación que puso en entredicho la coordinación de los cuerpos y fuerzas de seguridad en EE. UU. y el presidente Bush prometió castigar a quienes habían hecho tanto daño. Así, el enemigo a batir, o los enemigos, ya no serían Estados-nación con ideología maliciosa, perversa o anticapitalista, como en otros tiempos. Para Bush había que perseguir hasta su destrucción a aquellos países que, bajo gobiernos tiranicidas, formasen, alojasen o diesen publicidad a grupos terroristas, o que guardasen armas de destrucción masiva. Este nuevo enemigo es el terrorista radical islámico y los países tiranicidas que los protegen.
Ante esto, China se vuelca en su desarrollo interior y la Rusia de Putin acepta el orden norteamericano. Hay un interés de Bush por conectar con los ciudadanos estadounidenses para conseguir su apoyo. Las alertas son constantes en EE. UU. ante posibles ataques terroristas (nuevo pánico social).
Bush recibe apoyo de países como Japón, Israel, Reino Unido y España. Supone un nuevo orden de las relaciones internacionales encabezado por los planteamientos y políticas exteriores de los EE. UU.
Empieza una expansión militar de EE. UU. Establece nuevas bases norteamericanas en Oriente Medio y por el mundo, conllevando esto enormes gastos económicos.
Surgieron críticas posteriores por no encontrar armas de destrucción masiva en Irak, tanto en EE. UU. como en el resto del mundo.
Los EE. UU. suministraban la mayor cantidad de crudo, pero hoy se calcula que durarán 20 años y que más de la mitad del consumo de este país proviene del exterior. Hay grandes productores como Rusia, México, EE. UU. y Nigeria. EE. UU. consume el 25% mundial. Oriente Medio y Venezuela disponen de más de 50 años de reserva de petróleo. El petróleo es el mayor negocio legal del mundo, pues las necesidades energéticas del planeta se cubren con este combustible. La previsión de su fin hace pensar en otras tecnologías y combustibles diferentes. Aunque su coste es aún más elevado. Su uso conlleva a la alta contaminación global, y al calentamiento del planeta.