Vida de Karl Marx y las Revoluciones del Siglo XIX: Contexto Histórico y Social

Apuntes Biográficos sobre Karl Marx

Karl Marx nació en 1818 en Tréveris (Alemania), de ascendencia judía. Abandonó el estudio del derecho por el de la historia y la filosofía, compartiendo el inconformismo propio de los jóvenes hegelianos. Se doctoró con una tesis sobre el materialismo de Demócrito y Epicuro. En 1842, trabajó como redactor de la Gaceta Renana, diario de la zona más industrializada de Alemania. Las dificultades con la censura le hicieron abandonar el puesto. Emigró a París, donde entró en contacto con las sociedades secretas socialistas y comunistas. En 1844, redactó los Manuscritos de economía y filosofía. Fue expulsado de Francia y, junto con Engels, emprendió una serie de trabajos: La sagrada familia, Tesis sobre Feuerbach, La ideología alemana y el Manifiesto del partido comunista. Durante la revolución de 1848, fue expulsado de Bélgica y se estableció definitivamente en Londres, donde combinó la actividad periodística con las investigaciones económicas, históricas y filosóficas. En 1867, publicó El Capital, considerada su obra maestra. En 1864, creó la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional), a la que aportó sus doctrinas hasta su disolución en 1876, y donde entró en polémica con otras corrientes comunistas y con el anarquista Bakunin. Murió en 1883.

El Siglo XIX: Panorama General

El siglo XIX es el siglo de las revoluciones, cuyas raíces se encuentran en el hundimiento del Ancien régime y las transformaciones económicas y sociales producidas por la extensión de la Revolución Industrial. Una vez desaparecidos los estamentos, la sociedad se dividió en clases. La burguesía —capitalista e industrial— triunfó y se benefició de la nueva situación. A su lado apareció el proletariado, que solo lentamente cobró conciencia de su propia condición. Crecieron las ciudades, donde se instalaron las nuevas industrias necesitadas de abundante mano de obra, y su configuración reveló la nueva estructura social: barrios burgueses y barrios en los que se hacinaba el proletariado; entre ambas clases se colocaron las clases medias.

El equilibrio que se intentó establecer después de la Revolución Francesa y las conquistas napoleónicas en el Congreso de Viena no se restableció. Las revoluciones —1830, 1848, 1871— se iniciaron en Francia y se extendieron por toda Europa. Los impulsos procedieron del liberalismo, los movimientos democráticos, el socialismo y el anarquismo. Otro movimiento fue el nacionalismo, que hacia fin de siglo derivó, en algunos casos, en el imperialismo colonialista.

La gran difusión de las ideas socialistas y anarquistas (Bakunin) se debió a que respondían a una situación real —miseria del proletariado y crisis del capitalismo liberal— y a su adopción por el movimiento obrero. En Francia, los primeros socialistas (Saint-Simon, Fourier, Proudhon) se enfrentaron a las consecuencias de la Revolución Industrial y propusieron programas de transformación social de carácter más o menos utópico, inspirados en Rousseau, ideales románticos y cierta mentalidad positivista. Marx considerará este socialismo como “utópico” y “acientífico”.

Las Revoluciones del Siglo XIX

Tanto en el panorama económico como en el social, el siglo XIX fue un periodo revolucionario. En el ámbito económico, se produjo una transformación profunda en la organización de la producción: la industrialización. Esta tuvo importantes y variados efectos en ámbitos diferentes al económico. Resumiéndolos, podríamos decir que comportó la consolidación de todo un nuevo sistema social: el capitalismo. En este sentido, alteró los grupos y las relaciones sociales; en concreto, sustituyó la anterior estructura estamental por otra en la que heredaron el protagonismo social dos nuevas clases: la burguesía empresarial y el proletariado. A pesar de que ambas tuvieron un peso fundamental en los cambios económicos, ninguna de las dos disfrutó del suficiente reconocimiento político. Este hecho, unido a los intentos de las monarquías europeas por restablecer los antiguos valores absolutistas, provocó una convulsión en Europa con las revoluciones liberales del siglo XIX.

La Revolución Industrial

Los historiadores entienden por Revolución Industrial la transformación económica que supuso el paso de la manufactura artesana a la producción fabril. Esta transformación en el sistema de producción comenzó a desarrollarse a partir de las postrimerías del siglo XVIII en Gran Bretaña, aunque se expandió rápidamente a otros puntos de Europa. Así, de una economía basada en la agricultura y en la manufacturación doméstica, se pasó a la producción mecánica en grandes fábricas, donde se concentraban los trabajadores y los medios de producción (maquinaria, herramientas, materias primas). Esto comportó un aumento de la producción y un rápido incremento del capital.

Si la industrialización se inició en Gran Bretaña, fue porque allí se dieron las condiciones que los historiadores han señalado como necesarias para ello: un panorama político suficientemente abierto y liberal, un aumento de la población que dotó de la mano de obra necesaria a las fábricas, innovaciones técnicas (explotación y aplicación de nuevas fuentes de energía, introducción de maquinaria especializada, nuevos medios de transporte) y existencia de un grupo social con capital para invertir en la construcción de fábricas y en la adquisición de máquinas. Veamos de qué manera estos factores contribuyeron a que la transformación industrial fuera posible:

  • El liberalismo, basado en una política no intervencionista del Estado, favoreció la industrialización porque no entorpeció las iniciativas particulares de la burguesía.
  • El aumento de la población, fruto directo del descenso de la mortalidad, dotó de la mano de obra necesaria para que pudieran funcionar las fábricas. Este incremento, además, dio lugar a un excedente de mano de obra que contribuyó a su abaratamiento.
  • Las innovaciones técnicas fueron decisivas en el aumento de la producción. El diseño de maquinaria especializada y su aplicación en la industria, así como el aprovechamiento de nuevas fuentes energéticas, posibilitaron fabricar más en menos tiempo y con menos hombres.
  • La existencia de capital resultaba muy necesaria, porque montar una fábrica y adquirir maquinaria requerían una gran inversión. Por ello, para poner en marcha el proceso, se precisaba un capital inicial que no todos poseían. Sin embargo, también es cierto que esta inversión se veía, a corto plazo, recuperada y multiplicada.

La convergencia de todos estos factores propició la Revolución Industrial y la consolidación del capitalismo. Este acabó siendo mucho más que un modelo de producción económica, esto es, se convirtió en un nuevo sistema político y social. Económicamente, podríamos caracterizarlo constatando el carácter privado de los medios de producción (maquinaria, fábricas) y la rápida acumulación de capital en unas pocas manos. Por otra parte, en el aspecto político, el liberalismo fue su gran ideología, que se plasmaba en el no intervencionismo estatal y en la máxima laissez faire (dejar hacer). Socialmente, destacó por una radical desigualdad entre clases sociales, sobre todo entre empresarios y proletariado. Estas diferencias abonaron el terreno para la aparición del movimiento obrero y para las revoluciones sociales de finales de siglo.

Las Revoluciones Liberales

Con el Congreso de Viena en 1815, se restituyeron las fronteras políticas, aproximadamente, como estaban antes de la Revolución Francesa y de las conquistas napoleónicas. La Restauración, que es como se conoce esta época histórica, fue más factible geográfica que política y socialmente. Los valores del Antiguo Régimen solo consiguieron consolidarse mediante la fuerza, después de vencer las resistencias que ofrecían las nuevas ideas liberales. La Santa Alianza, un acuerdo de ayuda y colaboración entre monarquías absolutistas (Francia, Prusia, Rusia y Austria), fue la encargada de velar por la restitución, la protección y la conservación de los antiguos valores: el poder absoluto e indiscutible del monarca, la legitimación divina de este, los privilegios de la nobleza. Sin embargo, esta alianza encontró numerosos obstáculos a la hora de hacer prevalecer el sistema tradicional. El liberalismo y las reformas políticas y sociales que se llevaron a cabo durante la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico eran difíciles de borrar de la memoria de la burguesía.

La Revolución Francesa había demostrado que era posible una forma de gobierno liberal, con una mayor participación y libertad ciudadanas. Las conquistas napoleónicas, por su parte, habían divulgado y dado a conocer estas ideas y reformas. Ello supuso que los conservadores, partidarios de las viejas y discriminatorias tradiciones, tuvieran muchos problemas al intentar acallar un liberalismo que iba ganando adeptos por todo el continente. El liberalismo, apoyado y promovido por la burguesía, fue el detonante de toda una serie de revueltas que minaron el panorama político europeo. Fueron levantamientos inspirados en las grandes revoluciones del siglo XVIII, y que estuvieron encabezados y dirigidos por la clase burguesa. Esta exigía más libertad y más participación política. Querían una monarquía constitucional (limitada por un marco legal que evitara las arbitrariedades y las injusticias) y la ampliación del sufragio más allá de los estamentos tradicionalmente privilegiados. Para conseguirlo, no dudaron en recurrir a las armas.

A pesar de ser dirigidas por la burguesía, las revoluciones del siglo XIX fueron radicalizándose y adquiriendo un carácter cada vez más social. El proletariado también tenía sus aspiraciones, y estas no siempre coincidían con las de la burguesía. En las revoluciones que vamos a comentar a continuación, observaremos un progresivo alejamiento entre las dos clases (burguesía y proletariado) que comenzaron luchando juntas.

  • Revolución de 1830. Estalló en Francia, pero se extendió rápidamente por otros países europeos. Fue la revuelta de carácter más burgués de todo el siglo XIX, pues básicamente constituyó una reacción contra la restitución del absolutismo en la figura del ultraconservador Carlos X. En el Estado francés, el estallido revolucionario tuvo como consecuencia la abdicación del monarca y su sustitución por Luis Felipe I (1830-1848), un rey constitucional que encarnaba mejor los nuevos ideales liberales de la burguesía.
  • Revolución de 1848. También se originó en Francia y tuvo como detonante la crisis económica que condenaba a los obreros al paro y el hambre, y ocasionaba pérdidas económicas incluso entre la acomodada burguesía. Fue una revolución más radical, ya que el proletariado no se limitó a secundar las reivindicaciones de la burguesía, sino que comenzó a manifestar sus propias exigencias: sufragio universal y mejoras sociales. Esta revolución fue la responsable de la abdicación del «rey burgués», Luis Felipe I, la proclamación de la República francesa y el inicio del movimiento obrero.
  • Revolución de 1871, la Commune de París. Esta fue una revuelta obrera. Aprovechando el vacío que se había producido en el gobierno francés a causa de la capitulación de París ante los prusianos, se instauró el primer gobierno proletario. Solo duró unos meses, aunque fue duramente reprimido, asentó las bases de las reivindicaciones obreras.