Análisis de Obras Maestras: Del Jardín de las Delicias a la Tríada de Micerino

Jardín de las Delicias

Análisis de la Obra

El tríptico del Jardín de las Delicias es una alegoría sobre la naturaleza pecadora del ser humano, realizada al óleo sobre tabla en el siglo XVI por Jeroen Anthoniszoon van Aken, conocido como El Bosco. Actualmente se expone en el Museo del Prado de Madrid.

La estructura del tríptico sigue un orden de izquierda a derecha:

  • La primera tabla describe la creación de Eva.
  • La tabla central, el comportamiento del hombre en este mundo.
  • La tercera, sus consecuencias: la caída en el infierno.

El espacio está concebido en las tres de manera similar: bajo una línea de horizonte muy alta se extiende un espacio muy profundo representado con perspectiva aérea y lineal donde aparecen multitud de figuras en escenas independientes. En las tres tablas aparecen estanques. El espacio está saturado de figuras humanas, animales, seres monstruosos y símbolos de las bajas pasiones.

Su escala decrece en el sentido de la lectura del tríptico. La tabla de la creación de Eva tiene composición cerrada y simétrica.

  • En la tabla central, hombres y mujeres aparecen en actitudes desenfrenadas, inmersos en una locura inconsciente y envueltos en estructuras que parecen frutos.
  • En la tabla del infierno aparecen instrumentos musicales convertidos en instrumentos de tortura entre escenas de tormento. Predomina el dibujo donde no se ha utilizado el color ni la luz para dramatizar las escenas.

El Bosco reunió en ella imágenes que aparecen en los refranes flamencos alusivos a la naturaleza de los seres humanos, su propensión al pecado y la caducidad de las cosas en este mundo. Además, El Bosco no era ajeno a la moda de los grutescos, pero aquí están interpretados de manera inquietante como símbolos del error y de la inconsciencia de este mundo.

Santa Ana, la Virgen y el Niño

Análisis de la Obra

Leonardo, en 1510, se decide a hacer un cuadro a partir del cartón de Santa Ana que había ejecutado 10 años antes y que había suscitado la admiración de los florentinos: finalmente hizo un cartón representando a la Virgen, a Santa Ana y a Cristo. Cuando estuvo acabado fue expuesto dos días a todos quienes iban a verlo, quedaron admirados porque en el rostro de la Virgen había esa sencillez, belleza y gracia que caracterizan a la madre de Cristo, así como una modestia y humildad mezclada con la alegría de ver al niño que sostiene con ternura sobre sus rodillas, al mismo tiempo su mirada se dirige hacia el pequeño San Juan que está jugando con un cordero, mientras que Santa Ana expresa a través de su sonrisa la inmensa alegría que siente al contemplar a su descendencia terrenal asociada a la gloria celeste: consideraciones que forman parte de la naturaleza del talento de Leonardo.

La composición piramidal con la figura de María sentada en las rodillas de Santa Ana y pronta a tomar al niño en sus brazos, quien a su vez abraza a un cordero, es muy original. Esta escena tan tierna y doméstica adquiere una dimensión sobrenatural gracias al paisaje, a la vez real y fantástico, formado por picos y valles velados y azules que se pierde en el infinito detrás de los personajes. El amor terrestre y el amor divino van unidos en este cuadro que emana una ternura y espiritualidad raramente igualadas.

La composición tiene una especie de movimiento giratorio de las figuras que queda circunscrito a la composición piramidal. Este es una especie de corriente de transmisión del amor de la madre hacia la hija, de la hija hacia el hijo y del hijo hacia el cordero del sacrificio.

En Londres se marca el inicio de la madurez del artista. Hallamos la misma atmósfera de ternura del cuadro del Louvre y la fuerza expresiva de los personajes de la Última Cena. La increíble dulzura de la mirada de María es idéntica en el cartón y en el cuadro del Louvre, pero la mirada de Santa Ana en el segundo pierde la intensidad que caracteriza al primero.

Anunciación

Análisis de la Obra

Leonardo empieza a pintar este cuadro para el convento de San Bartolomé di Monteoliveto y en él se encuentra todos los elementos y las características de su pintura. Se deja guiar por la relación que existe entre los colores fundamentales y complementarios, une el rojo y el azul en las ropas de la Virgen y el verde y el rojo en las del ángel como unos colores cuya unión proporciona, gracias a la una y al otro… La unión de los colores es la unión de la propia naturaleza que se basa en el espectro solar, es decir, la consecución ininterrumpida de colores que corresponden a la descomposición de la luz por refracción en un prisma que Leonardo señala en los reflejos de una gota de agua.

La composición del cuadro se encuentra dentro de la tradición iconográfica de la Anunciación, con el ángel que aparece a la izquierda y la Virgen que recibe el mensaje situada a la derecha. La narración acaba con un elemento que la cierra: un nicho, un balancín y una pared. Leonardo sitúa delante de la Virgen una especie de pupitre con sus menores detalles. La escena se cierra en el ángulo de los muros almohadillados que hacen resaltar las superficies planas. La figura de María se destaca sobre el fondo oscuro de las paredes. Leonardo alinea los árboles de formas diferentes. La secuencia se interrumpe en el centro que se abre sobre un paisaje que llena el espacio situado entre el ángel y la Virgen. Este paisaje de tonos azulados se hunde en la transparencia del horizonte y contrasta con la oscura cortina que forman los árboles. Las plantas y las flores del cuadro están situadas con una precisión y conocimiento que revelan la profundidad del estudio de Leonardo sobre los vegetales.

Divide el rectángulo del cuadro en cinco partes. En las dos primeras inscribe el triángulo de la figura del ángel y en las dos últimas la de la Virgen. En el centro, el rectángulo del cielo y de las montañas. Se trata de una obra de juventud. La correspondencia de los movimientos del ángel y de la Virgen es perfecta: al brazo derecho del ángel en actitud de bendecir, mientras que el izquierdo sostiene el lirio, el brazo derecho de la Virgen apoyado en el pupitre, mientras que su mano izquierda abierta se levanta en señal de aceptación.

Virgen de las Rocas

Análisis de la Obra

En 1483 los hermanos De Predis y Leonardo reciben el encargo de decorar el altar de la capilla de San Francisco Grande de la cofradía de la Concepción en Milán. Leonardo ejecuta la Virgen de las Rocas, una primera versión se conserva en el Louvre y una segunda en Londres.

La Virgen de las Rocas emana una atmósfera extraña, humana y divina al mismo tiempo. Dos elementos son característicos del arte de Leonardo: la gracia natural de las cuatro figuras unidas por el juego de miradas y las manos, y la decoración con plantas y rocas que sirve de fondo y sumerge a los personajes en las profundidades fantásticas que evocan el misterio divino. Leonardo precisa que el pintor debe mostrar las abruptas cimas de las montañas con sus plantitas achaparradas, luego a medida que se desciende hacia el valle las plantas se han de representar cada vez con mayor vigor y llenas de ramas y de hojas, sin olvidar las especies de los bosques… Y la extraordinaria sensación de asistir a un diálogo sobrenatural, de una poesía misteriosa, ritmada por las expresiones de los rostros y de las manos rodeados por el paisaje encantado de las rocas. El cuadro debía tener una gran fuerza plástica y una gran profundidad para evitar que se perdiera entre la decoración que adorna el altar.

En este cuadro las manos, al igual que las miradas, dialogan entre sí. Con su mano derecha el ángel muestra a Jesús a San Juan Bautista, que a su vez le bendice, estando Jesús arrodillado y con las manos juntas, las manos protectoras de la Virgen se apoyan en este diálogo ideal.

Tríada de Micerino

Análisis de la Obra

En esta imagen se observa la escultura de la Tríada de Micerino. Es una escultura de bulto redondo y pertenece al arte egipcio.

El conjunto escultórico está realizado en piedra granítica. Las figuras se encuentran adosadas a una pilastra dorsal que sirve como elemento unificador, pero que también indica que la pieza fue diseñada para ser observada frontalmente.

Las esculturas están representadas en una actitud hierática, con los brazos a los lados del cuerpo y los puños fuertemente cerrados. El monarca ocupa el eje central, aunque está flanqueado por la diosa Hathor y la representación de un nomo. Se pueden apreciar varias convenciones: las mujeres tienen un tamaño menor y el faraón lleva los símbolos de poder. Los ojos almendrados y rostros sin expresión, la mirada tensa, la rigidez en la manera de doblar cualquier articulación, sirven a un lenguaje que no busca la representación de la vida, sino retratos del alma para la eternidad.

En definitiva, la composición es un magnífico ejemplo de las características de la escultura egipcia, ajustándose perfectamente a sus ideales estéticos: hieratismo, frontalidad, simbolismo e idealismo en la representación de los faraones.