Evolución de la Moda: Transformaciones Estilísticas a Través de los Siglos

Siglo XX: Chanel y la Revolución de la Moda

Coco Chanel fue la modista más influyente del siglo XX. Autodidacta y de origen humilde, reaccionó contra la estética de la Belle Époque. Introdujo elementos como pieles bronceadas, lentes de sol, cabello corto y pantalones, transformando lo masculino en femenino y lo útil en estético. Fue una creativa que supo vender su propio estilo de vida e imagen.

A partir de 1920, con la simplificación del vestido femenino, la moda se hizo accesible. La verdadera elegancia pasó a ser discreta, y la ostentación del lujo, un signo de mal gusto. Chanel vistió a la mujer con prendas provenientes del vestuario masculino y del mundo del trabajo.

En 1922, lanzó su petite robe noire, un vestido en crêpe de China negro, apto tanto para el día como para la noche. Introdujo el tejido de tweed y de punto (utilizado en la ropa interior masculina), así como la bisutería, incorporando la comodidad y la libertad propias de la indumentaria tradicional masculina.

Su estilo, tras su reaparición a mediados de la década de 1950, permaneció invariable: el vestido simple negro, las perlas de bisutería, los zapatos bicolor, el bolso acolchado con cadena y el traje sastre de tweed. Sus vestidos se adaptaban de tal forma al cuerpo que se decía que las mujeres que los llevaban eran esculturas en movimiento. Su aportación fue el corte al bies. Los vestidos de Chanel, aunque fueran sencillos, siempre tuvieron detalles de elegancia, y eran copiados y admirados. En el siglo XX aparece la mujer andrógina (vestimenta masculina).

Siglo XVIII: Evolución y Revolución en la Vestimenta

A lo largo del siglo XVIII, la vestimenta experimentó una evolución marcada por los acontecimientos históricos. A principios de siglo aparecieron el vestido volante, compuesto por un corpiño con grandes pliegues en la espalda ajustados por el corsé, y el vestido a la francesa, que fue el vestido de etiqueta de la corte francesa hasta la Revolución de 1789.

La Revolución adoptó una manera de vestir como objeto de propaganda ideológica de la nueva era. Aquellos que todavía vestían ropas de seda extravagantes y de vivos colores eran considerados antirrevolucionarios. De esta manera, el vestido camisero, llamado así por su parecido con una camisola de ropa interior, se convirtió en la moda dominante. Su simplicidad marcaba un fuerte contraste con los complicados vestidos rococó de la época anterior.

Prendas Clave del Siglo XVIII

  • Vestido a la francesa: Vestido con falda y sobrefalda, y un peto triangular que cubría el pecho y el estómago bajo la abertura del vestido. Con mangas abombadas y volantes. Eran prendas que se elevaban encima del corsé y guardainfantes, la estructura encargada de dar forma a la silueta.
  • Casaca: Larga hasta la cadera, con corte hasta la cintura y pliegues en los laterales que parten de un botón. Los faldones se decoraron con carteras de bolsillos. La manga, tres cuartos con vuelta de forma triangular. Este tipo de petos cerraban por delante los vestidos femeninos del siglo XVIII: jubones, casacas y batas, conocidas como robe à la française.
  • Vestido a la polonesa: Estuvo de moda durante el reinado de Carlos III. El rasgo más característico de este vestido fue la falda abullonada en tres partes por medio de un cordón deslizante. La identidad la dan los elementos decorativos, como el drapeado de las hombreras que tapan las costuras.
  • Jubón: Entallado al torso y con gran escote redondo. La manga es larga y estrecha. La espalda rematada con un borde interior en una cola.
  • Hombre: Chupa con cuello a la caja y bolsillos con carteras. Los delanteros están cortados en una pieza, cuerpo y faldones, estos con perfiles rectos. La chupa fue una prenda imprescindible en el traje a la francesa. Se vestía sobre la camisa y debajo de la casaca.
  • Traje masculino: Compuesto por casaca, chupa y calzón, en tafetán de seda con aplicación de bordado recordado y aplicado en sedas policromas. La casaca, larga hasta las rodillas con pliegues en los laterales y abertura en la espalda. La manga larga con forma en el codo y vuelta decorada con botones. La chupa con cuello a la caja, cuerpo de perfiles rectos y faldón trapezoidal.
  • Zapatos: Chilenas altas, realizadas con fondo de gros de Nápoles en seda color marrón, brocado y seda policromas. Tiene la punta estrecha y corta y el tacón de carrete forrado en cuero, igual que la suela. Lleva la boca ribeteada con una cinta flecada de seda de color salmón. Los zapatos femeninos del periodo rococó se caracterizan por su elevado tacón, situado en la combadura del pie para dar mayor estabilidad. Durante el siglo XVIII no hay diferencia en la horma entre el pie izquierdo y el derecho.

Siglo XVII: Influencias y Características

En el siglo XVII, el jubón se hizo menos voluminoso. Las gorgueras en los Países Bajos aumentaron, mientras que en Francia e Inglaterra disminuyeron, siendo sustituidas por el cuello caído. Los tejidos predominantes eran la seda, con control de su entrada en Francia, y la lana.

La vestimenta femenina seguía siendo complicada. El traje femenino estaba formado por enaguas y vestido. El cuerpo tenía escote ovalado, extravagante en ocasiones, con decoración de encaje en los cuellos y cintas de seda. Las mangas eran amplias y acuchilladas o hinchadas. Se llevaban dos o más faldas superpuestas, con la sobrefalda recogida hacia arriba cayendo en pliegues blandos y mostrando la de debajo y las enaguas.

Moda masculina: Calzones largos muy anchos y costumbre de usar lazos en las vestimentas. Casaca larga y peluca in folio. Las botas pasaron de ser militares a uso cotidiano. La primera característica barroca fue el tacón, usado por hombres y mujeres en Francia y luego en parte de Europa. El color del zapato era un símbolo de la clase social. Zuecos de madera cubiertos de piel que se calzaban sobre zapatos.

Imágenes Descriptivas de la Época

Imagen 1: El vestido camisa, con cintura alta y cuerpo y falda de una sola pieza, tenía una línea clara y tubular. El material más utilizado era el simple algodón. Los zapatos se sustituyen por botas, los chalecos se acortan y los cuellos adquieren gran altura, y los pañuelos, más voluminosos, tapando en ocasiones la boca. Las pelucas caen en desuso, al igual que los polvos, y el cabello se lleva desordenado. Chaqueta de caza de larga cola y calzones estrechos.

Imagen 2: El cuerpo presenta una abertura rellena de una especie de bordados de flores, adornada con una serie de lazos que disminuyen de tamaño a medida que se acercan a la cintura. El cuerpo se ata por detrás. El traje abierto posee una abertura en la parte delantera en forma de V invertida, permitiendo que se vieran las enaguas, que están acolchadas y, a veces, adornadas.

Imagen 3: Doña Inés, condesa de Monterrey, lleva un guardainfante voltereta con jubón entallado al torso hasta la cintura, cortado al pecho con forma de barca, mangas largas y abultadas con grandes volantes.

Siglo XIX: Del Estilo Imperio a la Moda Tapicera

Durante las dos primeras décadas del siglo XIX, hay una continuidad del estilo Imperio que había empezado en el siglo anterior. El traje femenino llegaba hasta el tobillo y tenía un amplio escote, lo que puso de moda enormes chales para cubrirse. Las conquistas napoleónicas también influían en el vestir; tras la expedición de Napoleón a Egipto, la moda se tiñó de cierta orientalidad y se puso de actualidad el turbante. La Guerra de la Independencia volvió a despertar interés hacia lo español. Los hombres adoptaron nuevamente la capa española, y la mantilla, la peineta y el abanico reclamaban la atención de las mujeres.

El vestuario masculino acusó una gran influencia inglesa. Aparece el fenómeno del dandy, el hombre que destaca por su elegancia sin llamar la atención. Se ponen de moda los fracs, chalecos y corbatas. A partir de ahora, será la mujer la que se convierta en la gran protagonista de la moda.

Alrededor del año 1820, se acusa un cambio bastante brusco en la silueta de la mujer. Vuelve la cintura alta, las faldas se ensanchan y las mangas se inflan. Los manguitos y el abanico se convierten en accesorios imprescindibles, y los sombreros se adornan con flores y plumas.

Hacia los años 50, aparece la crinolina, unas enaguas a las que se les añadían aros de acero para hacerlas más rígidas, en España conocido como miriñaque. Esta moda se popularizó en España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Como el volumen de la prenda no permitía usar abrigos, se usaban capas y grandes chales.

Con el tiempo, el miriñaque se fue aplanando, dando origen al polisón. El vuelo de las faldas se concentraba hacia atrás, de forma que se sostenía con un pequeño cojín sujeto a la enagua. Se le denominó “Moda Tapicera”, ya que el juego de las faldas con sus pliegues recordaba a los cortinajes que decoraban las casas.

La moda masculina sigue siendo sencilla. Triunfa el uso del redingote, un abrigo abrochado por delante y abierto en la parte inferior. Se popularizan también nuevas prendas, como la americana, que encuentra una amplia aceptación entre la gente joven, y la ropa de deporte, usándose la chaqueta “Norfolk” para la caza.

En la última década del siglo XIX, desaparece el polisón del vestuario femenino. Los vestidos se hacen de línea más fina, y se usan tejidos como la seda y los encajes para blusas y enaguas.

Charles Frederick Worth y la Alta Costura

La política seguía influyendo en la moda. En 1858, Charles Frederick Worth abre el primer taller de costura de la historia. Desde el primer momento, tuvo un éxito espectacular, llegando a contar con nueve reinas entre su clientela. Aunque suaviza el vestuario femenino, este seguía siendo rígido: puntillas alrededor del cuello, incómodos sombreros, plumas de avestruz y corsés para afinar la figura.

El principal cambio que aportó Worth a la moda fue el sistema de trabajo: instituye la preparación anticipada de modelos que presentaba sobre maniquíes, las clientas elegían y se realizaba después el modelo a su medida; además, inicia los primeros pases de modelos sobre maniquíes vivientes en su casa de Alta Costura de París, y presenta cada temporada una nueva colección, introduciendo así el cambio de temporada como un incentivo para aumentar las ventas.

A partir de ahora, la moda no será sólo una industria de creación, sino también un espectáculo publicitario al que sacar el máximo partido. En estos momentos, la industria de la moda empezó a ser la primera fuente de divisas para Francia, y las élites culturales y la aristocracia serán sus principales consumidores.

A principios del siglo XX, la moda aparece dominada por el afán de lujo, fiestas y boato que caracteriza a la sociedad del momento; es la llamada “Belle Époque”. La forma de S define la silueta de la mujer. El cuerpo permanece rígido, con el busto hacia delante apuntalado por el corsé y las caderas hacia atrás. La falda, ajustada en las caderas, se acampana en el bajo, dando opción a una pequeña cola. La rigidez de la línea encuentra su contrapunto en la exagerada exuberancia de los accesorios y adornos.

Paul Poiret y la Liberación del Corsé

En 1908, se producirá un ligero cambio en la silueta femenina:

  • El busto ya no se echa tanto hacia delante, ni las caderas hacia atrás.
  • Se dejan de llevar blusas flojas por encima de la cintura.
  • Aparece un “vestido imperio” que poco tiene que ver con la época anterior, ya que hace las caderas más estrechas.
  • Este efecto se ve aumentado por las grandes alas de los sombreros.

En 1910, asistimos al cambio fundamental en el atuendo femenino. Esto se debe a la llegada del Ballet Ruso (Scheherazade) y a las creaciones de Paul Poiret, que realiza este cambio:

  • Consiste en una gran ola de orientalismo en los trajes.
  • Cambia los tonos pálidos y difuminados por colores llamativos e incluso chillones.
  • Ropa más suave, que deja atrás los rígidos corpiños y las faldas acampanadas.

Paul Poiret es reconocido por su contribución a la moda del siglo XX, comparándose a la de Picasso en el arte. Se le atribuye la liberación de la mujer del corsé, por lo que se le llamó “El rey de la moda”. En 1908, revivió el estilo Imperio, popular en Francia durante el régimen de Napoleón Bonaparte.

La naturalidad en el vestuario femenino nació de la abolición del corsé, pero se le recuerda por diseñar la falda de medio paso, a la que después añadió decorados ceñidos desde el muslo hasta la rodilla. En sus creaciones, adornaba con borlas capas y chales, con plumas de colores y estolas de zorro, dando un aire escénico a sus diseños.

Giacomo Balla y el Futurismo en la Moda Masculina

Giacomo Balla diseñó trajes para el hombre futurista, desestructurando los trajes al descomponer visualmente la anatomía del usuario. Su objetivo era el uso del corte asimétrico y los colores intercalados para obtener un efecto dinámico similar al de la pintura futurista.

1910-1920: La Falda Trabada y la Primera Guerra Mundial

  • Las faldas se hacen más estrechas en el dobladillo, denominándose también faldas trabadas, que dificultan que la mujer pueda dar varios pasos. Para evitar que en uno de esos pasos largos se rompiera la falda, se utilizaron grilletes de trencilla.
  • En plena época de cambios y emancipación, la mujer parecía estar en un harén oriental.
  • Se acompañaban de enormes sombreros, destacando los de forma de triángulo invertido.
  • En 1913, los cuellos de los vestidos se transforman en cuellos en V, produciendo un gran alboroto y desconcierto. Se decía que eran una exhibición indecente, e incluso los médicos vieron en él un peligro para la salud.
  • Al mismo tiempo, aparece una blusa con un púdico triángulo en el pecho, denominada blusa pulmonía.

Pero el cambio más radical en la moda femenina fue el cabello corto. Durante todo este período, será fundamental la ilustración de moda. Los más famosos ilustradores trabajarán para estas revistas.

Justo antes del inicio de la I Guerra Mundial, se modifica una parte de la línea principal del vestido femenino: la falda.

  • Sobre la falda existente, estrecha y larga hasta el tobillo, se coloca otra. Es una especie de túnica que llega justo por debajo de la rodilla.
  • También cambian los sombreros, ahora más pequeños y pegados a la cabeza.
  • Las plumas siguen de moda, situadas en el ala del sombrero.

Con la guerra y la incorporación de la mujer a las fábricas, se dejó solamente la túnica o sobrefalda y se desecha la otra.

  • Los trajes-sastres triunfan, dejando de lado las extravagancias, impropias de una época de guerra.
  • Tras la guerra, se intentará introducir un vestido estándar y utilitario: “una prenda para dentro y fuera de casa”.