Escultores de la Antigua Grecia
Fidias (hacia 500 – 431 a. e. c.)
Se trata de la principal personalidad de la escultura clásica (siglos V y IV a. e. c.). Nacido en Atenas, destacó también como arquitecto y pintor, colaborando con Pericles en la construcción de la nueva Acrópolis. Fidias imprime a sus personajes un aire majestuoso y divino, sean dioses u hombres. Es la expresión de una concepción de la belleza que radica en el equilibrio físico y moral. Este autor aporta la novedad formal de la “técnica de los paños mojados” (se representan los ropajes mediante pliegues que modelan los cuerpos que cubren). Existen referencias de numerosas obras suyas. Destacan las esculturas de dimensiones colosales en bronce (Atenea Prómacos, en la Acrópolis de Atenas), acrolíticas (Atenea Area de Platea), o criselefantinas (Atenea Pártenos, en el Partenón de Atenas, y el Zeus de Olimpia). Sin embargo, su obra más celebrada es la decoración del Partenón, que formaba parte del programa político y religioso de Pericles.
Policleto
Nació en Argos hacia el 480 a. e. c., y también fue broncista. Quiso representar una realidad sin imperfecciones, basándose en las proporciones matemáticas. Escribió un tratado o Canon sobre las proporciones ideales entre las partes del cuerpo. Considera la cabeza como unidad básica de medida. Plasmó sus teorías en el llamado Doríforo (portador de lanza), que conocemos a través de varias copias romanas en mármol. Lo vemos caminando, con la pesada lanza al hombro. Su trascendencia radica en el decidido esfuerzo por dominar la disposición de las distintas partes del cuerpo para sugerir el esfuerzo de los músculos y el movimiento resultante; es lo que se denomina contrapposto (contraposición, contrabalanceo). El rostro del atleta, en cambio, aparece sereno y armonioso, como corresponde a un héroe superior. Conservamos copias romanas de otras dos obras suyas: el Diadúmeno (atleta ciñéndose el cabello con una cinta), y una Amazona.
Praxíteles
Nació en Atenas hacia el 390 a. e. c. y adquirió pronto una gran fama. Las características básicas de su obra son la gracia, la delicadeza y la elegancia. Sus obras destacan por sus formas blandas y redondeadas, sin aristas ni rugosidades, lo que les da una calidad de piel casi táctil. La luz resbala suavemente por esta superficie, en tránsito imperceptible y difuminado hacia la sombra (sfumato). El cabello, en cambio, está formado por grandes mechones, que acentúan el contraste lumínico. Introduce la llamada curva praxiteliana, la disposición de las figuras en forma de S. La sensación que producen es la de esbeltez. Tenemos referencias de numerosas obras, pero la única original (o copia helenística) es su Hermes con Dionisos niño, en la que el dios adulto juega con el futuro dios del vino. Conocemos las restantes por copias romanas. Destaca el Apolo Sauróctonos (matador de lagarto), que muestra la pérdida del sentido heroico en el tratamiento de los dioses, o el Sátiro en reposo. Pero su mayor éxito, y de la que se conservan hasta medio centenar de copias, es la Afrodita de Cnido. La mirada es dulce y sonríe muy levemente. La trivialidad de la anécdota nos indica claramente la progresiva desacralización de los dioses griegos, pero al mismo tiempo el intento de establecer una relación novedosa entre escultura y espectador.
Lisipo
Nació en Sicione, y se dice que esculpió mil quinientas obras en su dilatada vida. En su tiempo surge una nueva aplicación para la escultura: el retrato, hasta entonces inexistente. Junto con el pintor Apeles, fue el retratista oficial de Alejandro Magno. Aparecen, por tanto, aspectos hasta ahora no representados: arrugas, fealdad…, aunque con frecuencia acompañados de una belleza interior, como en el Sócrates, cuyo original se le atribuye. Creará un nuevo canon, caracterizado por un mayor alargamiento de los miembros y la reducción de la cabeza, que pasa a ser 1/8 del cuerpo. Entre sus obras destacan el Apoxiomenos (atleta limpiándose después de la carrera) y el Heracles Farnesio, que muestra al héroe —de exagerada musculatura— reposando después del esfuerzo.
Arquitectos del Renacimiento Italiano
Brunelleschi, F. (1377-1446)
Orfebre, escultor y arquitecto renacentista italiano del Quattrocento, es el verdadero iniciador de la arquitectura renacentista. Sus obras más importantes se hallan en Florencia y suponen la transición plena desde las formas constructivas del gótico hasta el desarrollo de un nuevo lenguaje, el del arte renacentista, al que incorpora elementos de la antigüedad grecolatina, pero sobre todo las ideas de medida, armonía y proporción como aspectos rectores de la concepción arquitectónica. Sus obras más destacadas son: la cúpula de la Catedral Santa María de las Flores en Florencia, la Logia del Hospital de los Inocentes, la capilla Pazzi (1430), o las conocidas iglesias de San Lorenzo y el Santo Espíritu.
León Battista Alberti (1404-1472)
Es un humanista polifacético. Escribe De re aedificatoria, inspirada en Vitrubio, que ejercerá gran influencia. Entiende la arquitectura como una suma de elementos cuya armonía es la fuente de su belleza, como en la música. Prefiere las plantas centralizadas (especialmente circulares) a las basilicales. El interior debe caracterizarse por una penumbra interrumpida por zonas de luz blanca procedentes de vanos elevados, que ilumine imágenes y cuadros. También escribió De pictura, y De statua, dedicadas a las artes figurativas. Trazó numerosos proyectos, entre los que destacan la fachada de la iglesia de San Andrés de Mantua (1470, inspirada en los arcos de triunfo romanos), las iglesias de San Francisco de Rímini (el llamado templo malatestiano, inacabado, 1450), y de Santa Maria Novella de Florencia (1458).
Donato Bramante (1444-1514)
Nacido en Urbino, fue pintor y arquitecto. Trabajó sobre todo en Milán, donde sus obras presentan la característica riqueza ornamental del Quattrocento. Pero en 1499, los franceses ocupan esta ciudad, y Bramante, ya mayor, se refugia en la Roma papal. Allí sus edificios serán más sobrios y monumentales. El cambio se advierte ya en el pequeño San Pietro in Montorio (1502, de planta circular y proporcionada cúpula sobre tambor). De esta época son los patios de San Dámaso y de Belvedere en El Vaticano, el segundo con una colosal exedra al modo romano. Pero su proyecto más ambicioso fue el de la nueva basílica de San Pedro, encargo que le realiza el papa Julio II, para sustituir a la vieja basílica que cobijaba la tumba de San Pedro en la colina Vaticana desde el siglo IV.
Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564)
Es el prototipo del artista renacentista. Aunque se consideró ante todo escultor, su importancia en la arquitectura es capital. La concibe desde un prisma eminentemente plástico, y la dota de gran dinamismo, como se observa en la Biblioteca Laurenciana de Florencia (1524). En Roma intervino en numerosas obras, entre las que destaca la reforma de la Plaza del Capitolio (1547), en la que emplea un orden gigante en las fachadas de los palacios que la delimitan. Pero su obra cumbre es la continuación de la basílica de San Pedro (1547-1564), a la que le da sus características definitivas con la construcción de la enorme cúpula. Como escultor destaca su tratamiento de la anatomía, el volumen y la representación de sentimientos contenidos y tensiones emocionales que traduce en la “terribilitá”. Destacan su David, las tumbas mediceas o el sepulcro de Julio II. Entre sus mayores logros pictóricos debemos ineludiblemente señalar, los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina.