Apolo y Dafne de Bernini
Apolo y Dafne es una de las esculturas más célebres de Gian Lorenzo Bernini, uno de los máximos exponentes del Barroco italiano. La obra pertenece al grupo de esculturas realizadas para el cardenal Scipione Borghese, su primer mecenas, junto con Eneas y Anquises, El rapto de Proserpina y David.
Representa un episodio de la mitología clásica, narrado por Ovidio en su obra “Las Metamorfosis”. Dafne, una ninfa, era amada por Apolo, pero ella no le correspondía. Ante la insistencia del dios, huyó de él, hasta que, vencida por la fatiga y a punto de ser alcanzada por su enamorado, suplicó a su padre Peneo, dios-río de Tesalia, que cambiase su figura para librarse de Apolo. Su padre la transformó en laurel, y es precisamente el momento de la transformación el que ha elegido el artista para su representación.
Estamos ya ante una concepción plenamente barroca de la escultura. En primer lugar, la obra nos sorprende por su magistral captación del movimiento. Las figuras están corriendo, y así nos lo indican la posición de las piernas y la agitación de los paños y cabellos. El esquema compositivo utilizado se ajusta a una diagonal abierta: brazos, piernas y cabellos se lanzan al espacio en todas las direcciones, potenciando el dinamismo de la escena.
Pero además del movimiento, el artista ha sabido captar de forma extraordinaria el tiempo, el instante fugaz, el momento más dramático, en el que Dafne empieza a metamorfosearse en laurel, llevándonos a una reflexión sobre la constante transformación de las apariencias.
Igualmente extraordinaria es la representación de los sentimientos humanos: Dafne refleja en su rostro, intensamente expresivo con la boca entreabierta, el horror ante lo que le está sucediendo y Apolo la sorpresa ante la transformación de la ninfa. El dramatismo de toda la escena le confiere una gran teatralidad muy propia del Barroco.
Muy barroca también es la fusión entre el espacio real y el ficticio, de forma que el espectador queda incluido en la acción representada.
La utilización del mármol permitió a Bernini mostrar su virtuosismo técnico logrando plasmar a la perfección las diversas texturas: las ropas, la suavidad de la piel, la rugosidad de las ramas y el tronco del laurel, la fragilidad de las hojas, la textura áspera de la roca que sirve de base al grupo.
Aunque se trata de una obra de juventud, todavía muy influida por la escultura clásica, como lo refleja la belleza idealizada de los cuerpos, sin embargo, podemos decir que ya aparecen en ella las características que definen plenamente al arte barroco: la captación del movimiento, el naturalismo en la representación, la expresión de los sentimientos, la teatralidad.
La vocación de San Mateo de Caravaggio
La vocación de San Mateo es una de las obras más representativas de Michelangelo Merisi da Caravaggio, conocido como Caravaggio, y un ejemplo paradigmático del Barroco en la pintura.
El cardenal Contarelli encargó a Caravaggio la decoración de una capilla en la Iglesia de San Luis de los Franceses con tres lienzos que representaban escenas de la vida de San Mateo. Sobre el altar se encuentra San Mateo y el ángel y en los laterales, La vocación de San Mateo a la izquierda y El martirio de San Mateo a la derecha.
El artista ilustra en su pintura el pasaje evangélico en el que se nos cuenta la conversión de San Mateo: “Pasando Jesús por allí, vio a un hombre sentado en el despacho de impuestos, de nombre Mateo, y le dijo: Sígueme. Y él levantándose, le siguió”.
A la derecha del cuadro aparece Cristo que, acompañado por San Pedro, está llamando a Mateo, sentado junto a cuatro acompañantes en torno a una mesa. Al sentirse interpelado, deja de contar las monedas y mira a Cristo pareciendo decir: “¿Te refieres a mí?”.
Caravaggio, fiel a su voluntad naturalista, utiliza en sus obras tipos humanos tomados de los barrios populares romanos, que él frecuentaba. Podría tratarse de una taberna cualquiera. Únicamente el leve halo sobre la cabeza de Cristo confiere a la representación carácter religioso. De esta forma las escenas sagradas podían resultar más cercanas a la gente sencilla.
El uso de la luz en Caravaggio
La luz desempeña en la obra un papel fundamental iluminando selectivamente la escena y dejando amplias zonas en la oscuridad. Entra por una ventana que está fuera del cuadro y sirve de nexo de unión entre los personajes. Ilumina primero el rostro de Cristo, destaca su mano, que llama poderosamente nuestra atención, y recorre después los rostros de los personajes.
El fuerte tenebrismo tiene un claro simbolismo. La luz es la luz de la Verdad que penetrando bruscamente en las tinieblas llega, junto a la voz de Cristo, al corazón del recaudador de impuestos que se convierte en San Mateo el evangelista.
Estudio psicológico de los personajes
Caravaggio hace un magnífico estudio de las reacciones de los personajes. Mateo se señala a sí mismo con asombro, mientras dirige la mirada hacia Cristo, los dos jóvenes más cercanos muestran sorpresa, mientras que los personajes más alejados siguen absortos en su ocupación.
La división horizontal del lienzo en dos partes, la inferior, ocupada por las figuras y la superior, desde donde entra la luz, casi vacía, intensifica el efecto dramático de la acción.
En este cuadro aparecen ya muy claramente las características de la obra de Caravaggio que encontraremos en sus obras posteriores: el tratamiento naturalista de las escenas sagradas que las acerca al pueblo, el magistral uso de la luz (tenebrismo), el estudio de los rostros humanos y de sus reacciones.