Pintura Española del Siglo XVII: Zurbarán, Ribera, Velázquez y Murillo

La Pintura Española del Siglo XVII: Zurbarán, Ribera, Velázquez y Murillo

Introducción

El siglo XVII, considerado el Siglo de Oro de la pintura española, vio emerger a algunos de los pintores más reconocidos de la historia del arte español. Tres focos principales de pintura barroca española destacan en este periodo: Valencia, Sevilla y Madrid. Además de los rasgos propios del barroco, la pintura española del siglo XVII se distingue por:

  • Realismo y religiosidad: Se empleaban tipos reales y escenarios cotidianos para hacer más comprensibles los temas religiosos.
  • Predominio de la temática religiosa: Especialmente en su expresión ascética o mística.
  • Retratos y temas mitológicos: Estos géneros también tuvieron una presencia significativa.
  • Bodegones: Constituyen un género característico, sobre todo en la obra de Zurbarán.
  • Ausencia de sensualidad: Influenciada por la vigilancia de la Iglesia.
  • Tenebrismo: Este estilo, que expresa valores de religiosidad extrema, tuvo gran éxito en España.

La Escuela Valenciana: José Ribera

José Ribera, conocido como “il spagnoleto”, es considerado el primer gran maestro del barroco español. De origen valenciano, se trasladó joven a Italia, donde recibió la influencia de Caravaggio. Allí, en contacto con ambientes humildes, representó en su obra mendigos, pobres y desamparados con crudeza y realismo.

Su estilo fusiona profunda emoción religiosa con el dominio del color y la luz. Obras como El niño cojo (El patizambo) y La mujer barbuda muestran su realismo y naturalismo. En el género religioso, destacan grandes composiciones como el Martirio de San Felipe, donde la precisión del dibujo, las pinceladas pastosas y la corporeidad de las figuras son notables.

La Escuela Sevillana: Zurbarán, Murillo y Valdés Leal

Sevilla, la ciudad más poblada de la Península y centro del comercio con las Indias, fue el núcleo de la pintura barroca española.

Francisco de Zurbarán, pintor extremeño, tuvo sus principales clientes en conventos sevillanos y extremeños. Contemporáneo de Velázquez, Zurbarán se centró en temas monacales, destacando como un cantor de la religiosidad severa. Su tenebrismo peculiar, donde las figuras irradian una intensa iluminación, se aprecia en obras como La aparición de San Pedro apóstol al padre Nolasco y San Hugo en el refectorio de los cartujos. También cultivó con maestría el género del bodegón, imponiendo una sobria ordenación e inmaterialidad a través de la luz blanca.

Bartolomé Esteban Murillo, pintor sevillano, gozó de gran popularidad en Europa, especialmente en el siglo XVIII. Su pintura, llena de gracia y delicadeza, se refleja en obras como Muchachos comiendo uva y melón y La Sagrada Familia del Pajarito. A través de la delicadeza y la gracia, Murillo acercó la religión a la vida cotidiana, culminando en sus Vírgenes y Niños, como El Buen Pastor.

Valdés Leal, otro pintor sevillano, se dedicó a la pintura religiosa. Su estilo se define en la serie de pinturas del hospital de la Caridad (In ictu oculi, Finis gloriae mundi), con una clara intención moralizante.

La Escuela Madrileña: Diego de Silva y Velázquez

Diego de Velázquez, pintor sevillano, se formó en el taller de Pacheco. En su etapa sevillana, mostró una evidente devoción por el tenebrismo, con obras como El aguador de Sevilla y La vieja friendo huevos. Estas obras demuestran sus grandes recursos pictóricos y su notable técnica lumínica.

En la corte, como pintor de cámara regio, se dedicó principalmente a retratos y temas mitológicos, influenciado por Rubens. Su viaje a Italia lo llevó a abandonar el tenebrismo y a explorar el color, el desnudo y la perspectiva aérea. La fragua de Vulcano es una obra representativa de este periodo.

Velázquez se consolidó como el gran retratista de la corte, con retratos ecuestres del príncipe Baltasar Carlos, del conde duque de Olivares y la larga serie dedicada al rey Felipe IV. También retrató personajes curiosos como los bufones (El niño de Vallecas, El bufón calabacillas). La rendición de Breda (Las lanzas) es una obra cumbre de este periodo, donde, más allá de los retratos, se despliega un paisaje luminoso y brumoso sobre el campo de combate.