1. Biografía y Obra de Hannah Arendt (1906-1975)
Filósofa alemana de ascendencia judía, nació en Hannover en 1906 y murió en 1975 en los EEUU. A los 22 años obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Con la subida al poder de Hitler se exilió en París hasta 1940. Desde allí contribuyó a la defensa de los judíos. Se instaló en Nueva York y en 1951 se nacionalizó estadounidense.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el trabajo de Arendt se centró en estudiar el fenómeno del totalitarismo que diera lugar al régimen nazi y al sistema estalinista. En 1951 publica Los orígenes del totalitarismo, obra que la convierte en una figura fundamental en el campo de la teoría política contemporánea. Posteriormente, en su libro La condición humana, desarrolla una original filosofía de raíz existencialista que se separa de las propuestas de Heidegger.
Hannah Arendt se convirtió en una figura muy conocida cuando en 1961 asistió en Israel al juicio contra el criminal nazi Adolf Eichmann, en calidad de corresponsal de la prestigiosa revista The New Yorker. Sus crónicas sobre este juicio, donde Arendt introduce el concepto de “banalidad del mal”, provocaron una enorme polémica por el modo en que cuestionaban el papel de los judíos en el Holocausto. La investigación de Arendt dio lugar a la obra Eichmann en Jerusalén.
2. La Crítica al Totalitarismo. La Condición Humana en Hannah Arendt
2.1. Los Orígenes del Totalitarismo
Con su obra Los orígenes del totalitarismo (1951), Hannah Arendt realizó una contribución decisiva al pensamiento político contemporáneo. En este libro se aclara qué distingue a los sistemas totalitarios de otras formas de dictadura y se explica cómo fue posible que estos regímenes basados en el terror alcanzasen el poder y se mantuviesen en él tanto tiempo.
El totalitarismo, según Arendt, es un fenómeno nuevo surgido en el siglo XX que únicamente se puede dar en una sociedad de individuos atomizados y aislados. Tanto el nazismo como el estalinismo son ejemplos de sistemas totalitarios, que a pesar de sus notables diferencias tienen muchos trazos en común.
Ambos se presentan como movimientos de masas que explotan la frustración y el resentimiento de quienes se sienten aislados y marginados en la sociedad, ofreciendo a estas personas dominadas por el miedo un sentido de pertenencia y un lugar en el mundo, pero lo hacen exigiendo a cambio una obediencia ciega y una lealtad total e incondicional a su líder.
Para ejercer el poder y extender su dominación hacen uso de la propaganda y del terror, que dividen y aíslan a los individuos privándolos de sus derechos. Los sistemas totalitarios ejercen un control de todos los ámbitos de la sociedad, incluida la esfera de la vida privada, creando un clima de inseguridad y desconfianza permanente.
La aspiración última del totalitarismo sería la de reducir a todas las personas a la sumisión y la obediencia, eliminando en ellas toda forma de singularidad y espontaneidad. Lograría así el poder total e ilimitado, pero para eso haría falta transformar a los seres humanos para que abandonasen por completo su capacidad de pensar, su aspiración a la libertad y sus sentimientos de solidaridad con los demás.
Por eso los sistemas totalitarios aspiraban a modificar la naturaleza humana, transformando a los individuos para que se acomodasen a un modelo de “sociedad perfecta” profetizada por el líder.
2.2. La Banalidad del Mal: El Caso Eichmann
El interés que Hannah Arendt sentía por comprender el totalitarismo le llevo a cuestionarse los motivos por los que tantos alemanes aceptaron el régimen de terror impuesto por los nazis. Para entender mejor esta cuestión, asistió en calidad de corresponsal de prensa de la prestigiosa revista The New Yorker al juicio contra el criminal nazi Adolf Eichmann, responsable de enviar a miles de judíos a los campos de concentración en los que iban a ser exterminados.
Tras la guerra, logró huir a Argentina, pero posteriormente fue capturado y trasladado a Israel para ser juzgado por sus crímenes. Ante los jueces, Eichmann declaró que no sentía ningún odio a los judíos y que simplemente se limitó a obedecer las órdenes de sus superiores. Insistió en que él tan solo cumplía con su deber. Los verdaderos responsables, según Eichmann, eran los que dictaron las órdenes.
Durante el juicio, a Arendt le llamó poderosamente la atención el contraste entre el carácter gris y anodino de Eichmann y la monstruosidad de sus actos. Se trataba de uno de los mayores criminales de la historia, pero su aspecto era el de un aburrido y mediocre funcionario ¿Cómo era posible que alguien así cometiese semejantes crímenes?
Para Arendt, lo verdaderamente grave es que Eichmann no estaba mintiendo ni inventando excusas cuando insistió en que él cumplía con su deber. Eichmann no era un monstruo, sino un burócrata incapaz de pensar o de cuestionar las órdenes que recibía. A esto es a lo que Arendt se refiere cuando habla de la banalidad del mal que explica que personas aparentemente “normales” puedan terminar cometiendo actos de una crueldad inimaginable, sin dar importancia a lo que hacen porque nunca se pararon a reflexionar sobre las órdenes que ejecutan y sobre las consecuencias de sus actos.
2.3. La Recuperación de la Política
Por tanto, su análisis del totalitarismo conduce a la necesidad de una reflexión orientada a recuperar la buena política, que es la más excelente actividad humana, como ya decía Aristóteles. El poder no es ejercer violencia sino que se deriva de la capacidad humana de actuar en común. La política debe ser ejercida por una ciudadanía responsable y plural dispuesta a llegar a acuerdos en el ámbito de una verdadera democracia.
Por tanto, hay que reestablecer un espacio público que asegure la relación adecuada entre lo privado y lo público, garantice la igualdad política de todos, así como los derechos civiles, los derechos de las minorías y de los refugiados, y el derecho a disentir. Para ello tendrá que favorecer los debates, la asociación de los ciudadanos y toda forma de acción en común.
En definitiva, Arendt defiende un valor esencial en el ser humano: la vida activa.
2.4. La Condición Humana
En su obra La condición humana, Arendt hace una lectura de los peligros de nuestra época y destaca la importancia de recuperar el espacio público y político porque la sociedad puede acabar “en la pasividad más mortal y estéril de todas las conocidas en la historia”.
En esta obra analiza la vida activa del ser humano distinguiendo tres actividades fundamentales:
- Labor: hace referencia a las actividades biológicas y naturales como el crecimiento, la alimentación.
- Trabajo: se refiere a las actividades por las que el ser humano se distingue de la naturaleza, es el ámbito de lo creado.
- Acción: es la actividad que se da entre los seres humanos que necesitan convivir en la pluralidad. Es, por lo tanto, el ámbito de la esfera pública donde se toman las decisiones que afectan a todos los ciudadanos y el ámbito de la verdadera libertad.
Este ámbito de la vida en común que constituye la política es lo más propiamente humano de la condición humana.
2.5. Conclusión
En conclusión, el ser humano puede actuar en un mundo común, cambiarlo y construirlo, junto con sus iguales, en el ámbito de una verdadera democracia. Esta es la única esperanza de que la banalidad del mal, la destrucción y el sinsentido no se extiendan en nuestro mundo.