En la lengua, como en la vida, todo está sujeto al cambio, y ningún elemento lingüístico es más susceptible de cambio que el significado de las palabras. Las transformaciones sociales de una comunidad suelen llevar aparejados nuevos usos lingüísticos que expresan, con más acierto, otros modos de concebir el mundo y relacionarse con él: nuevos inventos y costumbres exigen nuevas palabras, por lo que una lengua viva está en permanente transformación. En cada nueva situación comunicativa vamos activando nuestra competencia hacia una actuación más rica y precisa, convirtiendo el léxico pasivo al léxico activo.
La lectura es el medio más eficaz para aumentar la competencia lingüística de un hablante, que depende de su conciencia lingüística, es decir, de los criterios de exigencia que este tenga al hablar, pero también, y sobre todo, de su cultura. Si un hablante tiene curiosidad intelectual, lee con continuidad y está atento al lenguaje de la cultura, conseguirá de una manera natural la propiedad o precisión léxica que consiste en expresar fielmente y con claridad lo que piensa y siente.
Desde su origen, en el latín vulgar, las palabras del castellano han ido cambiando. Por ejemplo, la palabra latina “parlamento” (de la familia léxica de hablar) antiguamente expresaba conversación y hoy en día se ha convertido en un tecnicismo político que designa la Asamblea Legislativa de la nación.
El cambio semántico da lugar a fenómenos semánticos como:
– Sinonimia:
Dos palabras son sinónimas cuando tienen distinto significante pero el mismo significado. Sin embargo, la sinonimia rigurosa exacta no existe, porque aunque dos voces expresen la misma idea, no pueden sustituirse en todos los contextos. Por ejemplo: Los verbos “levantar”, “alzar”, “izar”, “aupar”, “ascender”, “trepar”, “escalar”, “ensalzar”, “enardecer”, “elevarse”, “subir”… Pertenecen al campo semántico de “subir”, pero ninguno de ellos puede ser sustituido por cualquiera de los otros en todos los contextos. Podemos decir “levanta el brazo”, pero no “asciende el brazo”. Estos ejemplos nos indican que las distintas voces que pertenecen a un mismo campo semántico se emplean en contextos distintos, salvo excepciones.
Diferenciación de sinónimos:
A) Una palabra es específica de un contexto, como izar (subir) y arriar (bajar las velas o banderas), y no se usa fuera de él.
B) Unas voces son más intensas, como agarrar, repudiar, arrancar, crucial frente a colgar, rechazar, quitar, importante.
C) Algunas voces pertenecen al lenguaje familiar o coloquial: chaval, chiquillo, modorra, chuchería, melopea frente a muchacho, niño, sueño, golosina, borrachera…
D) Unas voces expresan una acción física, mientras que otras tienen un sentido conceptual o figurado: (izar = acción física de elevar la bandera o las velas) (Ensalzar, enaltecer, se usan para elevar a alguien en la consideración social).
E) Las voces pertenecen a distintos ámbitos: unos son propios del lenguaje técnico, como amigdalitis frente a anginas, o un código elaborado, más refinado o literario, óbito, deceso, defunción (palabras técnicas) frente a entregar el alma o exhalar el último suspiro (expresiones más cultas y elevadas). El lenguaje popular habla de irse, faltar, estirar la pata, cascar… etc.
– Antonimia:
Hay antónimos léxicos y antónimos gramaticales. Son antónimos léxicos las palabras que presentan en su lexema una oposición semántica, como: guapo/feo, alto/bajo, bueno/malo… Los antónimos gramaticales se forman mediante prefijos que añaden a la palabra el sentido de oposición, siendo los más importantes: in- (inútil), ir- (irreprochable), i- (ilegal) y des- (desmontar, desarticular).
– Polisemia:
Se produce en los significantes que remiten a varios significados. El contexto determina en cada caso el significado oportuno, como ocurre en:
Pico: (ese cuervo tiene un pico dorado) (he visto pasar a tu padre con el pico y la pala) (¡Ya son las nueve y pico!).
Paso: (aprendimos unos pasos de baile) (paso de lo que me digan) (los pasos de Semana Santa son impresionantes).
– Homonimia:
Con frecuencia, dos o más signos lingüísticos con distinto origen y significado presentan el mismo significante, esto es, presentan la misma forma. Este fenómeno es la homonimia.
“de” procedente de la forma verbal latina “dedi” (do: dar) y la “de” preposición de la preposición latina (de).
El presente exhortativo “sal” (tú) del verbo latino “salio”: salire (saltar) y el sustantivo común “sal” del latín (“sal-salis”).
El sustantivo “duelo” del latín (“tardío: dolus”) y “duelo” del latín (bellum) belli (guerra).
La forma de tratamiento “don” procedente del latín “dominus” (señor) y “don” del latín “donum”, que significa (regalo, dádiva).
– Paronimia:
Consiste en la proximidad de dos palabras que suenan muy parecidas pero son diferentes. Esta proximidad lleva a los hablantes a confusiones, como: (infligir: causar daño, castigo u ofensa) (infringir: quebrantar una ley).
Escritores y publicistas se valen de esta semejanza de significantes para crear un juego lingüístico o retórico llamado “paronomasia”. Este es el caso del anuncio que ofrece un “video portátil al mejor amigo del hombro”. La proximidad de hombro a hombre nos lleva al perro, que es el mejor amigo del hombre al que caracteriza su fidelidad. No hay duda de que, al vendernos este video, nos están vendiendo “Hi-Fi” (alta fidelidad).