Franz Boas y la Crítica al Evolucionismo
A pesar de la popularidad que el evolucionismo cultural concitó a finales del siglo XIX, en las primeras décadas del siglo siguiente comenzaron a aparecer críticas al mismo. Las objeciones más importantes provinieron de uno de los grandes antropólogos de todos los tiempos: Franz Boas (1858-1942), padre de una teoría directamente opuesta al evolucionismo cultural: el particularismo histórico.
Boas cuestionó el evolucionismo aduciendo dos tipos de razones:
- Las propiamente científicas
- Las de índole política y moral
Razones Científicas
Según Boas, el evolucionismo practicaba el reduccionismo al suponer que todas las sociedades pasaban por las mismas fases. Frente a esa idea, Boas pensaba que cada sociedad poseía una historia única, fruto de sus circunstancias igualmente únicas y de la originalidad de cada pueblo para responder culturalmente a las mismas. La idea de que cada sociedad posee una historia original y propia, incomparable con la de los demás pueblos, recibió el nombre de particularismo histórico.
Razones Políticas y Morales
Además de ser científicamente incorrecto, el evolucionismo cultural, según Boas, era nocivo debido a que abría la puerta a la clasificación de pueblos y culturas en inferiores y superiores en la medida en que se alejen o se acerquen, respectivamente, a la llamada civilización moderna. Desde el momento en que medimos el grado de desarrollo de un pueblo por la distancia que le separa de dicha etapa civilizada, se está dejando abierta una puerta para justificar el dominio, ya sea violento o paternalista, de unas sociedades por otras. Para entender esto un poco mejor, debemos tener en cuenta que Boas había sido testigo de sucesos como el conflicto entre “civilizados” e indios en América del Norte, del imperialismo europeo en África y, al final de sus días, del nazismo en Alemania, con su creencia y su insistente propaganda acerca de pueblos superiores e inferiores y en los pretendidos derechos de los primeros sobre los segundos.
La obra de Boas marca, así, un cambio de tendencia en el modo de pensar en que las culturas evolucionan y se diferencian unas de otras: mientras para el evolucionismo cultural había culturas más evolucionadas o menos, para el relativismo cultural sólo había culturas diferentes, y no se podía afirmar que unas culturas estuvieran más avanzadas que otras porque cada una evolucionaba de una forma distinta, y no existía, como pensaban los evolucionistas, una serie de etapas que debiera recorrer cada sociedad. Eso exigía estudiar cada sociedad en sí misma, y entenderla desde dentro, en vez de compararla con otras más o menos evolucionadas.
Pero Boas no sólo fue enormemente influyente gracias a su obra, sino también a su labor como profesor. Él formó a algunos de los científicos sociales que más contribuyeron a que el relativismo cultural se convirtiera en la visión dominante de las ciencias humanas desde los años 30, pero sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial. Hablaremos de las ideas de dos de ellos y de las ideas que contribuyeron a revitalizar y a difundir.
Edward Sapir (1884-1939), que fue profesor de Benjamin Whorf, al cual se debe la formulación más famosa del relativismo lingüístico del siglo XX: la llamada hipótesis Sapir-Whorf. Esta hipótesis mantiene que cada lengua es una forma distinta de representar la realidad, y en consecuencia, los hablantes nativos de diferentes lenguas tienen una experiencia de la realidad diferente.
Margaret Mead, quien revitalizó el llamado “mito del buen salvaje”. Igual que en el caso de Sapir, la idea dista mucho de ser original, y sus raíces se hallan, por un lado, en el pensamiento indigenista español, sobre todo los frailes españoles Francisco de Vitoria (1483-1546) y, sobre todo, Bartolomé de las Casas (1484-1566) y, por otro, en Jean-Jacques Rousseau (1712-1778).
El Relativismo Lingüístico
El gran director de cine John Ford es sin duda el creador de westerns más famoso de la historia. A él mismo le gustaba presentarse diciendo “soy John Ford y hago películas del Oeste”. Una de ellas, rodada en 1924, se titula “El caballo de hierro” [The Iron Horse]. El título se refiere al modo en que los indios bautizaron el ferrocarril, un objeto ajeno a su cultura, a partir de dos conceptos que sí poseían: el de caballo y el de hierro. Es un ejemplo de cómo diferentes lenguas utilizan diferentes repertorios de conceptos para designar las mismas cosas. Además, las diferencias entre lenguas no se limitan a los repertorios de conceptos, sino que también las hay gramaticales. Por ejemplo, se pueden clasificar las lenguas según el modo en que estructuran las oraciones. Así, en español, en inglés o en chino (y en muchas otras más) las oraciones suelen tener una estructura denominada SVO. O sea: sujeto-verbo-objeto. Pero no todas las lenguas forman oraciones con esa estructura, sino que encontramos otras combinaciones posibles:
- Sujeto Verbo Objeto (por ejemplo, inglés, español, alemán, swahili, chino)
- Verbo Sujeto Objeto (por ejemplo, galés y árabe)
- Verbo Objeto Sujeto (por ejemplo, fijiano, paez)
- Objeto Sujeto Verbo (por ejemplo, xavante)
- Objeto Verbo Sujeto (por ejemplo, guarijío)
Pues bien, la cuestión que se plantea es la siguiente: las comunidades que expresan su experiencia en idiomas diferentes (con distintos repertorios conceptuales y con gramáticas igualmente distintas) ¿poseen también una experiencia distinta de la realidad? O, mejor dicho: en el caso de que su experiencia sea distinta, ¿lo es debido a hablar lenguas diferentes?
El relativismo lingüístico suele consistir en responder afirmativamente a esta última cuestión. El relativismo lingüístico, además, suele combinarse con otra idea: el determinismo lingüístico, de tal forma que lo usual es encontrar juntas las siguientes ideas:
- Determinismo lingüístico: El lenguaje determina el tipo de experiencia que tenemos de la realidad.
- Relativismo lingüístico: Puesto que en el mundo se hablan lenguas muy diferentes, sus hablantes tendrán también diferentes experiencias del mundo, e incluso inconmensurables entre sí.
La idea de que, en efecto, es así comenzó a sugerirse a finales del siglo XVIII por parte de pensadores alemanes. Quizá el primero de todos fue Johann Gottfried von Herder (1744-1803), uno de los primeros en plantear la idea de diversidad cultural en general. Pero quien formuló una tesis muy parecida de forma más clara fue Wilhelm von Humboldt (1787-1835), quizá el primero en defender que cada una de las distintas lenguas del mundo expresa, a su vez, una cosmovisión, una forma diferente de entender la realidad, por lo que la diversidad lingüística es una manifestación de la diversidad de formas de pensar. En palabras del mismo Humboldt: “La diversidad de lenguas no es sólo una diversidad de signos y sonidos, sino una diversidad de formas de entender el mundo [Weltanschauungen]”. Curiosamente, Humboldt no utilizó sus ideas sobre la diversidad lingüística para apoyar o defender el relativismo. A diferencia de las formulaciones de esa idea en el siglo XX, él pensaba que había lenguas más perfectas que otras por servir mejor al pensamiento humano. En particular, pensaba que las lenguas sintéticas (o flexivas), especialmente las indoeuropeas como el alemán, el inglés, el griego o el sánscrito, eran más perfectas que las lenguas analíticas, como el chino. De ese modo, aunque Humboldt inspiró el relativismo lingüístico del siglo XX, también sostuvo una visión etnocéntrica, tan propia del siglo XX, vinculada sobre todo a la ideología que surgió en torno a la lingüística indoeuropea.
La formulación más famosa del relativismo lingüístico en el siglo XX surgió, como otras formas de relativismo, de la matriz académica de Franz Boas. Se la conoce como hipótesis Sapir-Whorf, por el lingüista Edward Sapir (1884-1939) y su alumno Benjamin Lee Whorf (1897-1941). Sapir fue alumno de Boas, estudió varias lenguas de los nativos norteamericanos y, como tal, fue uno de los fundadores de la etnolingüística. En 1931 fue profesor de lingüística de Benjamin Whorf, que también realizó estudios sobre lenguas nativas de Norteamérica. Finalmente, incluyó el apellido de su maestro en la denominación de su idea más popular: la hipótesis Sapir-Whorf.