La lírica desde 1936 hasta la actualidad
Durante la dictadura franquista (1939-1975), la cultura estuvo condicionada por la pérdida de las élites intelectuales, la represión, la restricción de las libertades, la censura y la autocensura.
Los tres hitos fundamentales en la obra de Miguel Hernández, poeta de los años cuarenta, son El rayo que no cesa, Viento del pueblo, y Cancionero y romancero de ausencias. Años después, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, suponen el arranque de la poesía de posguerra, en la que se reconocen dos tendencias:
- La poesía desarraigada, con una visión pesimista y angustiada, cultivada por Blas de Otero (Ángel fieramente humano) o José Hierro (Tierra sin nosotros).
- La poesía arraigada, con poetas como Luis Rosales (La casa encendida) o Leopoldo Panero, que presentan una vivencia armónica del mundo y de la vida y cuyos temas son el amor, la religión y el paisaje.
La poesía social fue la dominante durante los años cincuenta. Con un tono cercano al himno, se concibe la poesía como un instrumento de transformación social. Podemos citar a Blas de Otero (Pido la paz y la palabra) y José Hierro (Cuanto sé de mí).
La obra de autores como Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo) y Ángel González (Palabra sobre palabra) se incluye dentro de la poesía del medio siglo. Se caracteriza por el autobiografismo, la amplitud temática, el lenguaje conversacional e intimista, y la ironía.
Reciben el nombre de novísimos los poetas incluidos en la antología de José M. Castellet (Félix de Azúa, Pere Gimferrer, entre otros). La poesía novísima se caracteriza por el culturalismo, el escapismo, el esteticismo y decadentismo (venecianismo), el barroquismo y la influencia de las vanguardias. Destaca Arde el mar, de Pere Gimferrer.
En los años ochenta y noventa se reconocen dos tendencias en la lírica:
- La poesía de la experiencia, con autores como Luis García Montero propone una poesía de ambientación urbana y contemporánea, con elementos narrativos y tono conversacional.
- En la poesía del silencio, autores como Antonio Gamoneda renuncian a lo sentimental para plantear la reflexión metalingüística. Se considera mentor de esta corriente a José Ángel Valente.
El teatro desde 1936 hasta la actualidad
Respecto al teatro, en los años cuarenta destacan los géneros de carácter evasivo:
- La comedia burguesa, con Joaquín Calvo Sotelo o Edgar Neville (El baile).
- La comedia del disparate, cultivada por Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Enrique Jardiel Poncela.
Los máximos representantes de teatro en el exilio son Rafael Alberti (El adefesio) o Max Aub (San Juan).
Los años cincuenta se caracterizan por un teatro comprometido con la realidad social y política del país, que oscila entre dos polos:
- El posibilismo de Antonio Buero Vallejo, (Historia de una escalera) que escribe tragedias con personajes históricos que sirven para reflexionar sobre el presente, con efectos de inmersión (La Fundación).
- El teatro de agitación política y social de Alfonso Sastre, cuyos dramas (Escuadra hacia lo muerte) denuncian injusticias sociales y la situación política de España.
Los autores fundamentales del teatro experimental de los años 60 y 70 se ven influidos por el surrealismo, el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad y son Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles) y Francisco Nieva (Pelo de tormenta).
El teatro desde 1976 está condicionado por el apoyo institucional y la pérdida de importancia del dramaturgo y del texto dramático.
En el teatro de los años ochenta y noventa se abordan temas de la sociedad contemporánea, la Guerra Civil, o los conflictos psicológicos, en obras que pretenden recuperar la conexión con el público. Destacan José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro) o la obra Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez.
En los últimos años han estrenado sus obras los autores de la generación Bradomín, que desarrollan dos tendencias: la experimentación radical (Angélica Liddell y Rodrigo García) y un teatro de la palabra, representado por Juan Mayorga (El chico de la última fila). A los anteriores hay que añadir una nueva promoción de dramaturgos, como Alfredo Sanzol
La narrativa desde 1975 hasta la actualidad
La renovación en la novela
Tras la muerte de Franco en 1975 se inicia en España la Transición a la democracia. Pese a serias crisis puntuales, España es después de 40 años una Democracia integrada en la Unión Europea y su literatura, poco a poco, se va abriendo también a las corrientes europeas y norteamericanas. En 1975 se publica La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, un cambio de modelo en la novela española. El experimentalismo del periodo anterior entra en crisis y se puede observar un regreso al placer de narrar. Por tanto, prima la historia sobre la trama. Aparte de esta tendencia, es difícil establecer generalizaciones para el periodo: la producción es enorme. Algunos de los narradores de las décadas anteriores continúan publicando con éxito, como Miguel Delibes (Los santos inocentes) o Camilo José Cela (Mazurca para dos muertos).
La tendencia más clara de los primeros años de la Transición fue el regreso al realismo, con historias capaces de entretener y atrapar al lector. Tal es el caso de la recientemente fallecida Almudena Grandes, con obras como El corazón helado o la novela publicada de manera póstuma Todo va a mejorar (2022). Los mejores ejemplos de la recuperación del placer de narrar son la novela negra o policíaca y la novela histórica.
- En la novela negra o policíaca destacan Manuel Vázquez Montalbán con Los mares del sur, o Lorenzo Silva (La niebla y la doncella). En estas novelas se reflejan las transformaciones del país y la corrupción e injusticia de la sociedad.
- En la novela histórica destaca Arturo Pérez-Reverte con la serie de El capitán Alatriste.
En la novela de este periodo también se reconocen algunas de las estrategias de renovación como el autobiografismo, la metaficción y la fusión de géneros, o el realismo sucio de la generación X. La literatura autobiográfica es una de las características del momento. Se pueden destacar las mejores obras de Francisco Umbral, como Mortal y Rosa, una recopilación de escritos sobre la muerte de su hijo.
La autoficción es una variante de la literatura del yo que consiste en confundir el nombre y las circunstancias del autor con las de un personaje de la novela. A menudo se mezcla con la metaficción, en la que se reflexiona sobre el propio proceso de escritura de la novela. Antonio Muñoz Molina introdujo elementos autoficcionales o autobiográficos en Ardor guerrero o Enrique Vila-Matas en El mal de Montano.
La fusión de géneros y la ruptura de los límites de la novela es otra constante de la novela de este periodo. La novela se mezcla con todo tipo de géneros, desde el ensayo, el reportaje o el libro de viajes. Así ocurre en El intruso, de Javier Cercas. Se puede hablar de otro tipo de renovación en la novela de la llamada generación X, formada por autores que empezaron a publicar en los años noventa. Destacan Historias del Kronen de Jose Ángel Mañas o Héroes de Ray Loriga, que hacen un retrato crudo de la juventud urbana.
Otro de los rasgos de la narrativa de este periodo es la renovación de la narrativa breve, tanto del cuento como del microrrelato. Destacan Bernardo Atxaga, con Obabakoak o Manuel Rivas que escribió en gallego ¿Qué me quieres amor?
En definitiva, en la novela a partir de 1975 se reconocen multitud de corrientes y tendencias, pero podemos afirmar que el afán por atrapar y entretener al lector prima en la mayoría de las narraciones de reciente publicación.