La pérdida de la Guerra Civil española comportó la extinción absoluta de las instituciones republicanas y la eliminación sistemática de todos los organismos culturales. Abolidas las instituciones democráticas, declarados ilegales los partidos políticos y anulados los sindicatos, sin libertad de asociación, de prensa, de pensamiento ni de expresión, la miseria intelectual de la posguerra fue catastrófica. La cultura valenciana sufrió entonces un proceso intenso de españolización castellanizante.
Muchos escritores sufrieron depuraciones profesionales, deportaciones o penas de prisión. El número de los que eligieron el incierto camino del exilio fue también considerable. La dictadura del general Franco cortó de raíz la actividad de los escritores que habían comenzado antes de la Guerra Civil y, por otro lado, los que empezaron a escribir a partir de 1939 se encontraron con un panorama desolador, sin referencias.
La falta de escritores, de editores y público lector, así como el aislamiento de los modelos exteriores, hizo que la producción narrativa valenciana coetánea se mantuviera fiel a los géneros más tradicionales y desfasada respecto a las técnicas modernas. Los primeros veinte años de posguerra, en valenciano sólo se publicaron nueve novelas que, bien respondían al modelo del realismo del siglo XIX (1960: Enric Valor, La ambición de Aleix), bien presentaban un estilo de novela rosa, melodramática o sentimental (1962: Maria Ibars, Vidas planas; 1965: Maria Ibars, El último siervo), o bien transmitían inquietudes católicas (1953: Miquel Adlert, Y la paz) o sociales (1967: María Beneyto, La mujer fuerte).
En los años sesenta, como consecuencia de la recuperación económica, se acentuó la reanudación cultural salvando una cantidad enorme de obstáculos. El franquismo, presionado por la oposición y por la política internacional, tuvo que aceptar una ligera liberalización en algunos ámbitos de la vida pública y cultural.
Hasta finales de la década de los sesenta nuestros narradores cultivaron sobre todo la novela psicológica y realista, con algunas características peculiares, como la referencia constante a la Guerra Civil, tanto en La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda, como en Incerta glòria, de Joan Sales, las mejores del momento.
También se escribieron novelas realistas y de recreación de un mundo mitificado, como vemos en Los huertos, de Martí Domínguez Barberà, y en Bearn, donde Llorenç Villalonga noveló la vida de don Antonio de Bearn, un viejo aristócrata ilustrado, enciclopedista y escéptico de la Mallorca rural del siglo XIX.
La Obra de Enric Valor
La producción literaria de Enric Valor consta de dos grandes aportaciones:
- Las rondallas valencianas.
- Cinco novelas y algunos relatos breves.
Tanto en un tipo de obras como en otras, Valor usa la técnica del narrador omnisciente y subjetivo. Escribe con gran precisión, minuciosidad y exactitud por el detalle. Tiene un gran dominio de la lengua. Los recursos de lenguaje oral que utiliza, provienen directamente de la tradición popular, con los que el lector puede identificarse plenamente. Usa un modelo de lengua literaria muy equilibrada, que incluye las peculiaridades valencianas.
Sus cuentos están confeccionados a partir de un núcleo narrativo de procedencia oral más o menos completo o extenso, sobre el cual Valor opera una profunda transformación y reformulación del relato oral -estructura, situaciones, personajes- y nos propone, mediante una escritura mejorada, unos cuentos cultos, distintos de los cuentos tradicionales.
Los relatos breves, más próximos al estilo del siglo XIX, no destacan por un estilo trabajado, sino sobre todo por la riqueza de lengua. Se trata de pequeñas piezas amorosas y sentimentales.
La novelística presenta las mismas características estilísticas y lingüísticas que los cuentos, pero es donde más claramente vierte sus experiencias biográficas y sus conocimientos de la tierra. En sus novelas pretende hacer la crónica del período histórico que vivió, plasmando en él todas sus observaciones sobre el paisaje y la geografía, la toponimia, la fauna y la botánica. Sin la Tierra Prometida es la crónica de los primeros años del siglo XX y la Primera Guerra Mundial. Tiempo de Batida y Allá de l’horitzó, es la crónica de la Guerra Civil.
En ellas utiliza la narración en primera persona para ofrecer más adecuadamente el material de ficción y aumentar la complicidad del lector. Los protagonistas de las obras son la colectividad, algunas familias, la naturaleza, la montaña y el campo y la lengua.
Su espacio literario es Cassana con la geografía, la ruralidad, la llanura y la montaña, pero el espacio y el tiempo no se agotan en la concreción geográfica o cronológica. Según Vicente Escrivá: «Valor se constituye literalmente, y sin exageraciones, en toda nuestra tradición novelística. Sin su gran obra derramada en el Ciclo de Cassana, los valencianos perderíamos todo un siglo XIX. Es por ello que siempre situaremos a Enric Valor entre los grandes fabuladores históricos como Víctor Catalán y Narcís Oller. Y junto a los casi coetáneos Llorenç Villalonga y Mercè Rodoreda».
Enric Valor, en suma, es el hombre que ha sabido crear un riquísimo registro literario con el que ha hecho actuar todas las virtualidades expresivas de la lengua. También es el escritor que mejor representa la continuidad ininterrumpida de la tradición lingüística y literaria valenciana antes y después de la Guerra Civil.