La poesía de Claudio Rodríguez: 1939-1975

LA POESÍA DE 1939 A 1975. CLAUDIO RODRÍGUEZ

La Guerra Civil supone un corte profundo en la evolución natural de la literatura española y, por supuesto, de la poesía. Esta había sido muy importante durante la contienda, pues había sido utilizada como arma propagandística por los dos bandos. A esta ruptura contribuye la muerte de algunos poetas como Antonio Machado, el fusilamiento de Lorca, el exilio de la mayor parte de los poetas del 27, el encarcelamiento y la muerte posterior de Miguel Hernández y, sobre todo, el inicio de la dictadura franquista, que marca un nuevo tiempo presidido por el aislamiento internacional y la censura interna política e ideológica.

Miguel Hernández: puente entre dos etapas

Miguel Hernández, muerto en 1942, sirve de puente entre dos etapas de la poesía española: de una parte, su precocidad y sus contactos con el grupo del 27 hicieron que Dámaso Alonso le llamara “genial epígono”; de otra, por edad, se le incluye a veces en la Generación del 36. Caracterizado por sus tonos vigorosos y angustiados, su obra supone una superación de la deshumanización y una apuesta por el sentimiento y la implicación social.

Etapa vanguardista y social de Miguel Hernández

De su etapa vanguardista o gongorina (Perito en lunas, 1934) pasa a una poesía humanizada y de corte clásico con El rayo que no cesa (1936), donde se encuentran las obsesiones del poeta por el amor, la vida y la muerte. La producción de su última etapa, escrita durante la Guerra Civil, supone un antecedente extraordinario de la poesía social, pues un lenguaje desgarrado y emotivo impregna los libros Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939). Cancionero y romancero de ausencias, escrito en la cárcel y publicado póstumamente, supone una evolución hacia la intimidad, e incluye las “Nanas de la cebolla”, dedicadas a su hijo.

Poesía arraigada y desarraigada

En este momento solo hay dos caminos: aprobar la nueva situación o reflejar la desesperanza en el presente y en el futuro. Estas posturas son definidas por Dámaso Alonso como literatura arraigada y literatura desarraigada, respectivamente.

Poesía arraigada y poetas destacados

La poesía arraigada, cultivada por autores de la llamada Generación del 36, complacientes con el régimen de Franco, adopta una forma clasicista, con sonetos al estilo de Garcilaso. Destacan poetas como Luis Rosales (Abril, 1935), Leopoldo Panero (La estancia vacía, 1944) y Luis Felipe Vivanco (Tiempo de dolor, 1940).

Poesía desarraigada y su influencia

La poesía desarraigada, al contrario de la anterior, refleja la vivencia individual del ser humano en tiempo de angustia y de falta de fe en el futuro. Estos poetas, que empiezan a mostrar su disconformidad con el mundo circundante y su desasosiego existencial, se aglutinan en torno a la revista Espadaña, editada en León en 1944 por Antonio González de Lama.

Realismo social y compromiso poético

Hacia mediados de siglo, la literatura existencialista desemboca en el llamado realismo social. Los poetas toman conciencia de su función social y adoptan, como consigna, palabras como compromiso y solidaridad. Esta poesía de denuncia tiene antecedentes en las actitudes comprometidas adoptadas por Pablo Neruda o Rafael Alberti con anterioridad a la contienda.

Generación del 50 y renovación poética

Recibe el nombre de Generación del 50 el grupo de poetas que comienza a publicar a finales de la década de 1950 y marca el camino de la renovación poética de la década siguiente. Entre sus componentes sobresalen Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Francisco Brines y Antonio Gamoneda.

CLAUDIO RODRÍGUEZ (Zamora, 1934 – Madrid, 1999)

Su vida estuvo marcada por la muerte temprana de su padre y el asesinato de su hermana. Estudió Filología y fue lector de español en varias universidades inglesas, donde descubre a los poetas románticos ingleses. Se forma con las lecturas de la biblioteca paterna: clásicos españoles, en particular los místicos, y poetas franceses del siglo XIX, como Baudelaire, Verlaine y Rimbaud.

Premios y reconocimientos

A los diecinueve años (1953) gana el prestigioso premio Adonais con Don de la ebriedad, escrito en verso libre, pleno de metáforas, reflexivo y muy apegado al campo castellano donde había crecido. Lo fundamental en su poesía es el fervor lírico ante la vivencia inmediata y el contacto con la tierra, todo ello expresado con gran musicalidad.

Temas y estilo poético

Entre sus temas más frecuentes se encuentra la poesía misma, entendida como un don gratuito, el alma, la amistad, el amor, el conocimiento y la solidaridad. En su poesía, además, destaca el realismo metafórico, un recurso literario que consiste en tomar un elemento sencillo de la realidad y construir a partir de él un sentido universal y transcendente.

Obra destacada

Su segundo libro, Conjuros, insiste en el vitalismo del anterior y en su deseo de identificarse con las cosas sencillas y reconocerse en ellas. Contiene algunos de sus poemas más conocidos, como “A mi ropa tendida”, símbolo de su interior. El paso de las estaciones, las tradiciones del campo, la mirada infantil, el amor, la búsqueda de la verdad, el conocimiento de la vida, del mundo y de las gentes son algunos de los temas presentes.

Reconocimiento y legado

Publicó en 1991 Casi una leyenda, obra con la que se inicia su reivindicación como poeta, lo que le llevó a obtener premios como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana o el Príncipe de Asturias. Ingresa en la RAE con un discurso titulado “Poesía como Participación: Hacia Miguel Hernández”. A su muerte, dejó un libro inédito, publicado en facsímil.