La Guerra Civil (1936-1939) deja un panorama desolador en las letras españolas. La rica efervescencia cultural de los años 30 da paso a unos duros años en los que los mejores autores están muertos (Lorca, Unamuno, Valle-Inclán), exiliados (Juan R. Jiménez, Alberti, Guillén, Cernuda, León Felipe…) o en el denominado “exilio interior” (Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso); esto es, permanecen en España pero autocensurándose. La figura de Miguel Hernández sirve de puente entre dos etapas de la poesía española: la Generación del 27 y la poesía social de posguerra, en la que tuvo gran influencia a pesar de estar prohibida. El dolor por el drama de la guerra de El hombre acecha (1939) da paso a la lírica más personal del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), escrito en la cárcel.
Poesía arraigada y poesía desarraigada
La cultura fue considerada por los vencedores un arma al servicio de la ideología oficial; a pesar de ello no faltaron obras que mostraban una visión diferente. Dámaso Alonso estableció la distinción entre dos corrientes: poesía arraigada y desarraigada.
Poesía arraigada (1936-1944)
Se la considera la “corriente oficial”. Sus primeras muestras se encuentran en las revistas “Escorial” (1940) y “Garcilaso” (1943). En la primera abunda la exaltación del pasado glorioso y de los vencedores de la guerra junto a poemas de tema amoroso y religioso. Se imitan las estrofas y metros clásicos. La segunda se centra en temas religiosos y en la descripción del paisaje castellano como símbolo de la espiritualidad española. Se trata de una poesía que expresa una visión optimista y armónica de la realidad. Los principales nombres de este grupo son Luis Rosales (Retablo de Navidad), Leopoldo Panero (Escrito a cada instante), Dionisio Ridruejo (Primer libro de amor) y José María Valverde (Versos del domingo).
Poesía desarraigada (1944-1956)
De tono muy distinto, su visión del mundo es caótica y angustiada. En 1944 hacen su aparición dos libros muy significativos, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso y Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre.
El libro nos ofrece una visión desoladora del mundo. Está escrito desde la angustia de ser hombre, el asco por la absurda injusticia. El segundo defiende que la poesía es, ante todo, comunicación entre los hombres y rechaza el esteticismo de los garcilasistas. También aquí hay una revista, “Espadaña” (1944), que acoge a los poetas de esta tendencia, encabezados por Victoriano Crémer (Nuevos cantos de vida y esperanza) y Eugenio García de Nora (Cantos al destino).
Los espadañistas pretenden plasmar la vida dramática del pueblo español. Adoptan un estilo apasionado, abundante en imágenes violentas y tremendistas. Utilizan el verso libre. Emplean el lenguaje cotidiano. Revalorizan el contenido (frente a la forma) y muestran el afán de reflejar la realidad, el tiempo histórico. Su religiosidad es de carácter trágico, marcada por la duda, la desesperanza, las continuas preguntas a Dios sobre el dolor y el mal en el mundo.
En estos años también comienza su larga trayectoria José Hierro (Quinta del 42).
1. Poesía social
A finales de los años 40 y en la década de los 50, se supera la anterior etapa de angustia existencial, pasándose a cantar al hombre en su dimensión colectiva. Se defiende un nuevo concepto de la poesía. Para Gabriel Celaya, la poesía debe «tomar partido» ante los problemas. Es un instrumento para transformar el mundo. Los poetas sociales se proponen «dar testimonio» de la realidad de España y dirigirse «a la inmensa mayoría». Los temas que más se reiteran son la preocupación por España, la injusticia social, la alienación, los deseos de libertad y paz. El estilo es llano, intencionadamente prosaico, e incorpora a veces fórmulas del lenguaje coloquial (Celaya habló de “escribir como quien respira”). En resumen: la preocupación por el contenido de los poemas es mucho mayor que el interés por los valores formales. Los principales representantes de este enfoque son Blas de Otero (Pido la paz y la palabra) y Gabriel Celaya (Las cartas boca arriba), pero uno y otro pronto se desengañan de que se pueda transformar el mundo con un libro de poemas. Haría falta que la poesía se musicara para que, años más tarde, llegara a una amplia audiencia a través de los cantautores (Paco Ibáñez, Raimon, Serrat, Labordeta).
Generación de los cincuenta (1956-1964)
Está constituida por un grupo de autores que comparten las siguientes características: posición crítica ante la realidad (aunque con tono menos dramático que el de la poesía social) junto a una vuelta a lo íntimo y lo subjetivo; lenguaje más cuidado, aunque sobrio; uso del humor, la ironía o el escepticismo; conciben la poesía también como una forma de experiencia personal y de exploración de la realidad. Los principales poetas de la Generación del 50 fueron Ángel González (Tratado de urbanismo), Claudio Rodríguez (Conjuros), Jaime Gil de Biedma (Compañeros de viaje) y José Agustín Goytisolo (El retorno).
Los Novísimos (1964-1975): la experimentación
En 1970 se publica la antología del crítico José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles, que representa en buena medida la nueva forma de concebir la poesía:
- Incorporan en su poesía los mitos cinematográficos y héroes de los medios de comunicación de masas (Marilyn Monroe, Los Beatles, Che Guevara).
- Rechazan la poesía social y reivindican a poetas extranjeros: Ezra Pound, Octavio Paz…
- En la temática encontramos lo personal (la infancia, el amor, el erotismo) junto a lo público (la guerra del Vietnam, la sociedad de consumo); también la poesía en sí misma (reflexión metapoética).
- La renovación del lenguaje poético se canaliza a través de la experimentación: ruptura del verso, disposición gráfica (poemas visuales), supresión de signos de puntuación, “collages” con textos, recortes de anuncios, escritura automática…, creando una poesía con frecuencia hermética, difícil.
En cuanto a los autores, Pere Gimferrer es el más significativo (en su obra en castellano), pues a los veinte años obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Arde el mar (1966), que marcó un hito. Otros “novísimos” fueron Guillermo Carnero (Libro de horas), Leopoldo María Panero (Canto personal), Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Moix y José María Álvarez. En estos años, fuera de la etiqueta “novísimos”, destaca Luis Alberto de Cuenca.
La poesía actual (a partir de 1975)
Inicialmente, encontramos a los “posnovísimos”, con Luis Antonio de Villena al frente, con una poesía muy vitalista y sensorial pero de fondo pesimista. Después se busca una poesía más sencilla y clara, más íntima y menos formalista.