La Existencia de Dios y del Mundo en Descartes
El Problema del Solipsismo
Descartes demuestra su propia existencia a través del cogito “pienso, luego exist”). Sin embargo, esta primera evidencia no le permite confirmar la existencia de nada más, ni de su cuerpo ni del mundo exterior, que son puestos en tela de juicio a través de la duda metódica (imposibilidad de distinción entre el estado de vigilia y el estado de sueño). Por consiguiente, se encuentra sumergido en el solipsismo, pues tiene lugar un problema en relación al conocimiento del mundo exterior. De ahí que recurra a Dios, cuya demostración llevará a cabo a través de distintos argumentos. Hemos de indicar que se trata de un dios filosófico que será clave en su pensamiento, no es por tanto el Dios profundamente cristiano y religioso de la filosofía medieval.
Las Pruebas de la Existencia de Dios
La Causa de la Idea de Dios
La primera prueba a la que aludimos se basa en la causa de algunas ideas que posee el ser humano. Las ideas que representan cosas naturales no plantean problema, pues las he podido producir yo mismo. Sin embargo, no es así con la idea de Dios, esto es, la idea de un ser perfecto e infinito que poseo. Si me pregunto por el origen de esta idea, comprendo que no puede provenir de la experiencia sensible, pues nada se da como infinito en ella. Pero tampoco puede provenir de mí mismo, en la medida en que no poseo toda la perfección que representa esta idea. Además, el mero hecho de dudar ya es síntoma de imperfección. Por tanto, la causa de esta idea ha de ser infinita: ha tenido que ser puesta en mí por un ser de esas características, perfección e infinitud, esto es, por Dios, tratándose de una idea innata.
La Finitud del Yo Pensante
Una segunda prueba tiene que ver con la finitud existencial del yo pensante. Yo soy un sujeto finito e imperfecto, tal como muestra el mismo hecho de dudar, de modo que si yo fuese la causa de mí mismo, me habría dado todas las perfecciones que están contenidas en la idea de Dios. En consecuencia, resulta evidente que ha debido crearnos un ser que reúna todas las perfecciones cuya simple idea yo poseo.
La Perfección de Dios Implica Existencia
Una tercera demostración de la existencia de Dios se encuentra en relación con una interesante discusión que Descartes lleva a cabo con los geómetras. Estos pueden demostrar que existe la idea del triángulo y que a su esencia corresponde, por ejemplo, que la suma de sus ángulos internos suma dos rectos (intuido con claridad y distinción). Sin embargo, no pueden demostrar que dicha idea se corresponde con un ser existente en sí. No ocurre lo mismo con la idea de Dios, pues es la idea de un ser perfecto en cuya esencia, entre todas sus perfecciones, contiene la existencia. Dios existe como ser perfecto y necesario, pues no puedo no haber existido (existencia intrínseca). Esta prueba tiene sus raíces filosóficas en el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, que reconocía la idea de Dios como la idea de un ser mayor que el cual nada puede ser pensado.
Confirmación de la Existencia del Mundo
Dios es un ser perfecto e infinito, por tanto, ha de caracterizarse por la bondad y no puede permitir que me engañe acerca de la existencia del mundo, esto es, que lo perciba y que pueda estar soñando, así como un genio maligno me engañe en relación a las verdades matemáticas más simples. Como consecuencia de ello, las ideas de cosas materiales que cualquier sujeto cree recibir de fuera (ideas adventicias) tienen que corresponderse con realidades físicas y extramentales. En definitiva, hay que admitir la existencia de cuerpos materiales distintos del pensamiento, incluida la existencia de un cuerpo con el que cada yo pensante esté unido formando un todo.
Dios garantiza la existencia de los cuerpos materiales fundamentalmente a nivel de cualidades primarias, a saber, la longitud, la anchura y la profundidad, expresables en términos matemáticos y que se encuentran en relación con la extensión. Deja de lado las cualidades secundarias, a saber, colores, olores, frío y calor, sonidos. En definitiva, concibe los cuerpos como sustancia extensa: todo se reduce a extensión y movimiento, lo que hace posible hacer ciencia.
Las Tres Sustancias
Hemos de entender el concepto de sustancia en Descartes como aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. En este sentido, únicamente Dios, la sustancia infinita, es verdaderamente sustancia puesto que su concepto incluye la existencia (mayor perfección), tratándose de un ser necesario.
Sin embargo, la sustancia finita constituida por la res cogitans y la res extensa no resulta ser verdaderamente sustancia, ya que no tiene autonomía existencial: en su esencia, entre las notas que la definen, no está contenida la existencia, sino que esta es incorporada desde fuera en virtud de la acción de Dios (es extrínseca). De ahí que sea contingente, existe pero podría no haber existido si no hubiese tenido lugar tal intervención divina. Solamente habrá de ser como tal por analogía con la sustancia infinita.
El Cogito Ergo Sum como Fundamento
El presente fragmento se encuentra ubicado en el Discurso del Método, concretamente en la cuarta parte. Se pone de relieve la pretensión de Descartes por establecer una primera evidencia absolutamente indudable, que constituya la base firme sobre la que se edifique su sistema filosófico y, al mismo tiempo, como fundamento de su vida. El método que trata de seguir para investigarla consiste en dudar de todo aquello de lo que sea posible dudar. Así, en primer lugar, duda del testimonio de los sentidos, pues dado que en alguna ocasión nos han engañado, pueden hacerlo siempre. En segundo lugar, la imposibilidad de distinción entre el estado de vigilia y el estado de sueño (carácter real y vivo de nuestros sueños) conduce al autor a dudar de la propia existencia del mundo exterior. Y, en tercer lugar, llevando la duda al extremo más radical, acaba poniendo en tela de juicio las verdades matemáticas más simples mediante la hipótesis del genio maligno.
Tras un escepticismo inicial, tal como se refleja en el fragmento, Descartes es iluminado por una intuición: dudo de todo, pero no puedo dudar de que dudo (pienso). De ahí que sea menester que sea alguna cosa: cogito ergo sum. Puedo fingir que no tengo cuerpo (cuando lo percibo, ¿cómo saber que no estoy soñando?) ni lugar alguno en que me encuentre; sin embargo, no puedo dudar de que soy, en los propios términos del texto, una sustancia cuya nota que me define es pensar (ni los más escépticos serán capaces de derribar esta evidencia).
Continuando nuestra lectura, la primera verdad se presenta a la mente con claridad (es tan cierto que para pensar es preciso ser que no es posible dudar acerca de ello) y con distinción, como un conocimiento preciso. En consecuencia, en base a la primera evidencia, admite Descartes como criterio de certeza que las cosas verdaderas serán aquellas que intuimos, esto es, inmediata y distintamente, de modo separado e inconfundible. Tras algunas dificultades para concretarlas, como se manifiesta en el fragmento, acaba haciendo alusión a algunas ideas que posee la mente desde siempre (una visión propiamente racionalista), admitiendo que tampoco son muchas: las derivadas de la primera verdad, a saber, pensamiento y existencia, y también podemos mencionar la más importante, la idea de Dios (ser perfecto e infinito).