El Hombre en la Filosofía de Santo Tomás
La antropología tomasina, fundamentada en el aristotelismo, define al hombre a partir de la observación de los seres vivos y su capacidad de automoción. Esta capacidad, según Aristóteles, reside en la forma, no en la materia. La forma sustancial de los seres vivos es el alma, principio de su propia acción. Cuerpo y alma, por tanto, están unidos esencialmente.
Dentro de los seres vivos, existen diferentes grados de vida:
- Vegetativo: Capacidad de nutrirse, crecer y reproducirse.
- Sensitivo: Además de las funciones vegetativas, incluye conocimiento sensible, apetitos sensibles y locomoción.
- Racional: El grado más elevado, que añade al anterior el conocimiento intelectual (razón o inteligencia) y el apetito intelectual (voluntad).
Santo Tomás denomina alma espiritual al alma racional, donde reside la imagen de Dios en el hombre. Al sujeto con alma espiritual lo llama “persona”, definiéndola como “sustancia individual de naturaleza racional”, siguiendo a Boecio. Defiende la inmortalidad del alma con argumentos aristotélicos: la razón, distintivo del alma racional, puede existir separadamente del cuerpo.
El Conocimiento según Santo Tomás
Santo Tomás adopta la teoría del conocimiento de Aristóteles, que explica el conocimiento sensible e intelectual sin recurrir a un “mundo de Ideas”. Introduce el concepto de abstracción para explicar el paso del conocimiento sensible al intelectual.
El conocimiento, una captación de formas, se divide en:
- Sensible:
- Externo: Los cinco sentidos, facultades orgánicas que captan las formas accidentales (“cómo son las cosas”). Es un conocimiento singular y concreto.
- Interno: A partir del conocimiento sensible, el entendimiento agente eleva las imágenes a conceptos inteligibles.
- Intelectual: El entendimiento paciente percibe los conceptos, la forma abstracta de los entes materiales (“qué son las cosas”). Es un conocimiento abstracto y universal.
Aristóteles analiza los elementos del conocimiento humano (conceptos, juicios y razonamientos), sus reglas de funcionamiento y los errores (falacias), estudio denominado “Lógica” u “Órganon”.
Santo Tomás destaca por su explicación de la relación entre fe y razón. Propone que se complementan: la razón sin fe es limitada, y la fe sin razón no tiene valor. La fe, supra-racional pero “razonable”, permite a la razón conocer más y mejor. Ambos órdenes proceden de Dios, garantizando la armonía entre fe y razón. La razón reconoce el límite entre lo natural y lo sobrenatural, donde se encuentran verdades básicas para la fe, accesibles también a la razón (existencia de Dios, inmortalidad y libertad del alma), llamadas “preámbulos de la fe”.
La Ética en el Pensamiento de Santo Tomás
La ética tomasina, basada en la de Aristóteles, establece que toda acción persigue un fin. Existe una jerarquía de fines, culminando en un fin último: la felicidad. Esta se define como aquello que todo ser humano busca en última instancia y no se busca por otra cosa. Consiste en la contemplación de Dios en el Cielo, la “visión beatífica”.
Para alcanzar la felicidad, se requiere el auxilio divino (la gracia), ya que la naturaleza humana está afectada por el pecado original. Además, el hombre, al tener cuerpo, debe satisfacer necesidades materiales: bienes, placeres, honores y virtudes. La virtud es preeminente.
La virtud, hábito adquirido por repetición de actos, se divide en éticas (relativas a la libertad) y dianoéticas. Es un hábito bueno cuando no hay defecto ni exceso en el obrar, sino un término medio determinado por la recta razón.
La Ley natural, reflejo de la Ley eterna en las criaturas, es el criterio del bien y el mal. Proviene de Dios creador, cuya mente ha pensado cada ente y su naturaleza. Esta ley, previa a las criaturas, reside en la mente de Dios (Ley Eterna). La Ley natural permite al hombre, con su inteligencia, conocer el bien y el mal, y con su voluntad libre, obedecer libremente.