Causa:
Con Aristóteles, la física recuperó su valor científico al centrarse en el estudio de las causas y principios que rigen a los seres naturales. Sin embargo, definir claramente qué es una causa según Aristóteles no es sencillo. Según él, una causa es aquello por lo cual algo es y se comporta como lo que es, siendo los principios últimos en los que todo ser depende para realizarse. Aristóteles identificó cuatro tipos de causas: la material, que es el sustrato indeterminado que puede recibir cualquier forma; la formal, que determina la forma específica que adopta la materia; la eficiente, que provoca los movimientos o cambios; y la final, que establece el propósito o fin al que apunta el cambio. En los seres naturales, las causas formal, eficiente y final a menudo coinciden, ya que la forma determina el fin y también actúa como agente que conduce al cumplimiento de ese fin. Aristóteles sugiere que la causa final está presente desde el principio en la causa formal, reflejando su idea de teleología, donde todo tiene un propósito intrínseco que guía su desarrollo hacia la perfección.
Felicidad:
Aristóteles considera que la felicidad es el bien supremo, alcanzado a través de la realización de la actividad propia y natural de cada ser, especialmente la actividad intelectual en los humanos. Para él, la felicidad implica la perfección y la actividad de comprender la realidad y vivir de acuerdo con la razón. Destaca la importancia de las virtudes intelectuales y morales, especialmente la prudencia y la justicia, para alcanzar la felicidad, las cuales implican saber qué es correcto en la vida práctica y elegir el término medio entre actitudes extremas. La justicia, en particular, es vista como la virtud integral que incluye todas las virtudes y consiste en el cumplimiento de las leyes que determinan modos virtuosos de comportarse.
Potencia-Acto:
Los conceptos de potencia y acto provienen de las ideas de Aristóteles sobre cómo cambian las cosas. Para él, algo puede ser algo en potencia, lo que significa que podría llegar a serlo, o puede ser algo en acto, lo que significa que ya lo es. Aristóteles dice que cuando algo cambia, puede ser un cambio en lo que es fundamentalmente (como convertirse en una nueva cosa) o un cambio en cómo se ve o se comporta (como cambiar de color o moverse de un lugar a otro). En cualquier tipo de cambio, algo nuevo aparece, algo viejo desaparece y algo permanece igual. Por ejemplo, cuando una semilla se convierte en un árbol, la semilla desaparece, el árbol aparece, pero la materia que compone el árbol permanece. Aristóteles también habla de la materia y la forma. La materia es lo que está hecho algo y la forma es cómo se ve o funciona ese algo. Según él, siempre hay una relación entre la materia y la forma, es decir, no hay materia sin forma. Aristóteles también dice que la forma y el acto son más importantes que la materia y la potencia. Esto significa que lo que algo es y cómo se ve o funciona son más importantes que simplemente de qué está hecho. Finalmente, Aristóteles habla de un ser que es pura forma y acto, sin potencia. Él lo llama Dios, y lo describe como un ser que nunca cambia y que es la causa de todos los demás cambios en el mundo.
Aristóteles-Hobbes:
Aristóteles y Hobbes presentan perspectivas opuestas sobre la naturaleza humana y la organización de la sociedad. Para Aristóteles, el hombre es, por naturaleza, un ser social que busca vivir en comunidad. Según él, esta tendencia hacia la vida en sociedad es esencial para el desarrollo y la realización plena del individuo. Desde su punto de vista, las relaciones humanas comienzan en la familia, luego se extienden a la comunidad local y finalmente se consolidan en la polis o ciudad-estado. Esta progresión hacia formas más complejas de organización social tiene como objetivo principal la búsqueda del bien común y el desarrollo del potencial humano. En contraste, Hobbes plantea una visión más pesimista de la naturaleza humana. Para él, en el estado de naturaleza, es decir, en ausencia de leyes y autoridad, los seres humanos están en constante conflicto y competencia unos con otros. Hobbes resume esta situación con la famosa frase “el hombre es un lobo para el hombre”. Según su análisis, el miedo al caos y la inseguridad lleva a las personas a buscar protección mediante la creación de un gobierno fuerte y centralizado. Este gobierno, para Hobbes, debe tener un poder absoluto y el monopolio del uso legítimo de la fuerza para mantener el orden y la estabilidad social. Desde estas perspectivas, mientras que Aristóteles ve la sociedad como un reflejo natural de la esencia humana y aboga por la promoción del bien común a través del gobierno, Hobbes percibe la sociedad como un medio para protegerse de las tendencias destructivas de la humanidad, con un enfoque en la seguridad y la estabilidad a través del poder estatal.
Aristóteles-Hume:
Tanto Aristóteles como Hume comparten la idea de que la sociedad surge debido a la percepción de que es beneficioso para los individuos unirse y colaborar. Hume argumenta que nos unimos en sociedad debido a nuestra capacidad de simpatizar con los demás y preocuparnos por su bienestar, lo que nos lleva a buscar el bien común. Por otro lado, Aristóteles también sostiene que la sociedad ofrece ventajas y utilidades a los individuos, lo que los motiva a formar comunidades. Ambos filósofos reconocen la importancia de la cooperación social para la supervivencia y el progreso humano. Sin embargo, Aristóteles destaca la influencia central de la familia en el desarrollo y mantenimiento de la sociedad, destacando su papel en la transmisión de valores y normas sociales. En contraste, Hume no profundiza tanto en este aspecto y se centra más en la interacción social en general. Además, Hume se distancia de la idea de un estado de naturaleza marcado por la guerra constante, como lo propone Hobbes. En cambio, sugiere que la sociedad civiliza a los individuos y promueve la armonía y la cooperación. Según él, nuestra moralidad y nuestros juicios éticos se basan en la utilidad percibida de nuestras acciones. Considera que una acción es buena si es útil para uno mismo y para los demás, y que nuestras virtudes y méritos se derivan de su contribución al bienestar general. Clasifica las virtudes en categorías según su utilidad y placer, destacando la importancia de la benevolencia y la simpatía en nuestras interacciones sociales. Hume sostiene una ética utilitarista, donde el bien moral se define en términos de utilidad y felicidad general. Según esta perspectiva, lo que es moralmente correcto es lo que promueve el mayor bienestar para la mayoría de las personas. Por lo tanto, aprueba lo que es útil y beneficioso para la sociedad en su conjunto, y desaprueba lo que es perjudicial o pernicioso.