Comparativa del Pensamiento Filosófico y Ético de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y San Agustín

1. Santo Tomás, Art. 2, Suma Teológica, 2ª Parte: Reflexiones sobre la Demostración de la Existencia de Dios

Reflexiona sobre la demostración de la existencia de Dios (si es demostrable)

2. Teología de Santo Tomás

Tal vez lo más conocido de él son las famosas Cinco Vías, sus pruebas de la existencia de Dios, que se hallan en la Summa Theologica. Se trata de pruebas a posteriori, que parten de la experiencia, y que se basan en el principio de causalidad, por tanto de un carácter muy distinto al argumento ontológico. El antecedente principal de estas pruebas es Aristóteles, pero la influencia de Platón tampoco está ausente, sobre todo en la Cuarta Vía.

La Primera Vía es la del movimiento: todo lo que se observa en la experiencia está sometido al movimiento; ahora bien, según el principio aristotélico, todo lo que se mueve es movido por otro, pero esta serie no puede ser infinita, porque si así fuera no habría un primer miembro de la serie, ni por tanto un segundo, ni lo que de hecho hay; por tanto, la serie tiene que tener un primer motor inmóvil, y éste es Dios.

La Segunda Vía es la de la causalidad eficiente, y se razona de forma totalmente similar que tiene que haber una causa primera.

La Tercera Vía es la de la contingencia y la necesidad. Todos los seres que vemos en la experiencia son contingentes, esto es, existen pero podrían no existir, su existencia no es necesaria, estos entes alguna vez no han sido, y si todos los seres fueran contingentes, habría habido un tiempo sin nada, y nada habría llegado a ser. Como de hecho hay algo, ha de ser porque entre los seres hay algo necesario, es decir, Dios.

La Cuarta Vía, la de los grados de perfección. Razona, de forma platónica, que en los seres hay diversos grados de perfección, que se aproximan más o menos a una perfección absoluta, es decir, que estos grados tienen que ser por referencia a una perfección absoluta.

La Quinta Vía es la del gobierno del mundo o prueba teleológica, y es la preferida de Santo Tomás. Los seres inteligentes obran por un fin propio, pero la naturaleza (a diferencia de Aristóteles) no. De tal modo que este orden que se observa, que no puede ser casual, al azar, debe estar guiado por una finalidad y una inteligencia externas, Dios.

En todas las Vías se razona de forma similar a partir de la experiencia, y apoyándose en el principio de causalidad se concluye en la existencia de Dios. Aunque hay una prueba específica de la causalidad, la segunda, todas ellas se apoyan en este principio para razonar que tiene que haber una causa que explique los efectos que se observan. Esto es lo que significa que son a posteriori. La idea fundamental que anima estas pruebas es que Dios, invisible e infinito, es demostrable por sus efectos finitos y visibles. Pero esto no significa que se sepa de la esencia divina, ni que se conozca perfectamente a Dios; se sabe de su existencia, en cambio su esencia es conocida de forma imperfecta. Además, las pruebas no están destinadas a los ateos, es decir, que no trata Santo Tomás de suplir la fe con la razón. Se trata de llegar con la razón y la teología hasta donde es posible, de razonar hasta donde se puede. Respecto a la creación del mundo, Santo Tomás cree que es indemostrable racionalmente que Dios lo creó en el tiempo, como dice la revelación. Admite, por tanto, que la razón y la fe pueden no concordar.

3. Dios en Aristóteles

La metafísica de Aristóteles desemboca inevitablemente en una teología. Todas sus teorías desembocan en ella, de ahí, por ejemplo, el aprovechamiento de la metafísica aristotélica que hizo Santo Tomás.

Su teoría hilemórfica desemboca en la idea de forma pura, su teoría del movimiento en la de acto puro, etc.

Aunque en varios pasajes de la Física y la Metafísica formula Aristóteles algo parecido a lo que luego serían las pruebas de la existencia de Dios, Aristóteles no cree en realidad que sea necesario demostrar la existencia de Dios, pues para él, la existencia de algo contingente, que es lo que existe, podría no existir, implica necesariamente la existencia de Dios.

Para Aristóteles decir que las cosas son contingentes implica que tienen sus fundamentos en otra, y así sucesivamente. Esta serie de cosas contingentes que se fundamentan unas a otras puede, según Aristóteles y, a diferencia de Santo Tomás, ser infinita, pero aún así necesita de algo que sea el fundamento de toda la serie, algo, en definitiva, necesario, que no reciba la existencia, sino que tenga en sí la razón o la causa de su existir.

Y esto es hablando de lo contingente y lo necesario, pero igual ocurre si consideramos el movimiento; en efecto, todo lo que se mueve es movido por otro, tiene en otro la causa de su movimiento. Pero ha de haber un primer motor inmóvil al que llama Dios. Sólo en un ser sin composición, ni de materia y forma, ni de potencia y acto, el acto puro o forma pura, hay una existencia necesaria. Y a ese ser se le llama Dios. Esta doctrina la amplió Santo Tomás, y es más cristiana que aristotélica.

El Dios de Aristóteles no es el creador del mundo, puesto que éste es eterno; es la causa primera del mundo, porque es la causa primera del movimiento; es acto puro, sin movimiento; es forma pura, sin materia.

Este ser inmaterial, todo acto, no puede tener otra actividad que pensar, y no puede pensar más que en sí mismo. Dios es un ser sin composición, que implicaría imperfección: es acto puro, forma pura. La teología de Aristóteles termina con resonancias de puro intelectualismo en que Dios es llamado “pensamiento del pensamiento”, “noesis noesos”.

4. Ética de Aristóteles

Aristóteles tiene dos conceptos centrales en su ética, el de felicidad y el de virtud, y ambos están entrelazados.

La ética de Aristóteles es teleológica porque considera un fin último, y todo lo demás medios. Es eudaimonista porque ese fin es la felicidad. Es intelectualista porque la felicidad consiste en la vida contemplativa. El fin último del hombre es la felicidad, que consiste en la vida contemplativa. Esta frase resume en buena medida la ética de Aristóteles.

Considera como virtud suprema la sabiduría, en la medida en que la vida contemplativa, dedicada al pensamiento, es el fin máximo: el hombre tiene una naturaleza o esencia, es un animal racional, y si la desarrolla, si desarrolla las tendencias de esa naturaleza, entonces es virtuoso. Se trata de la virtud entendida en sentido griego, la excelencia o areté.

El hombre debe desarrollar, sobre todo, su parte racional, porque ésta es la que lo define. Por otra parte, con esto, Aristóteles se mueve en el ámbito de Sócrates o Platón, que también tenían éticas intelectualistas, porque también consideraban una virtud el conocimiento, algo que se olvidó luego en el cristianismo, pasando a considerarse virtudes sólo las estrictamente morales.

Otro de los conceptos clave de la ética aristotélica es el de virtud, pero en su caso, y en general en los griegos, las virtudes pueden ser de dos clases, dianoéticas, o relacionadas con el conocimiento, y en este sentido, lo son la sabiduría y la prudencia, o puramente morales o relacionadas con la voluntad, y en este caso, lo son la justicia, la fortaleza y la templanza. Al tener en cuenta la voluntad, Aristóteles se aleja algo del intelectualismo, en la medida en que se da cuenta de que una cosa es saber qué es el bien o la virtud, y otra hacerlo. Así pues, la virtud máxima es la vida contemplativa.

Las virtudes en general son definidas por Aristóteles como términos medios entre dos vicios, así por ejemplo, la valentía sería el término medio entre la temeridad y la cobardía. En relación con esto algunos han querido ver en la ética aristotélica algo así como la defensa de la mediocridad moral. Este malentendido se soluciona si acudimos a la aclaración de Hartman, que distingue entre un plano ontológico, de acuerdo con el que así definimos a la virtud, y en este sentido sí que la virtud es algo mediocre, un término medio, y el plano axiológico o de los valores, y en este sentido, la virtud en modo alguno es un medio, sino un extremo, porque uno de los términos sería el bien o la virtud, y la otra el mal.

Las virtudes son definidas también como hábitos, esto implica también que Aristóteles es realista, y consciente de que hacer las cosas bien requiere un esfuerzo, y, como él mismo dice, un arquitecto logra la excelencia en su arte construyendo, y en el ámbito moral logramos la excelencia haciendo repetidamente el bien, es decir, practicándolo de manera que se cree en nosotros una especie de segunda naturaleza que nos haga cada vez más fácil y más automático el actuar de acuerdo con la virtud. Así pues, en este sentido, Aristóteles vuelve a apartarse del intelectualismo, de la misma manera que cuando habla de la felicidad identificándola con la vida contemplativa se acerca a él.

1. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro II: Trata de la Virtud

Si no se practica la justicia, uno no es justo. La virtud no es cuestión de teoría sino cuestión de práctica. Si no hay práctica no hay repetición de los buenos actos, y no llegaremos a ser buenos solo con la teoría.

2. Ética en Aristóteles. 3. Ética de Santo Tomás

En los griegos la pregunta por la naturaleza como norma de conducta puede plantearse de dos maneras radicalmente distintas, inquiriendo qué es lo que de hecho mueve a los hombres a obrar, o planteándose cuál es el fin a cuyo cumplimiento está orientado el ser humano. La primera manera corresponde a la línea emprendida por sofistas y epicúreos; la segunda fue iniciada por Platón y desarrollada por Aristóteles, y en ella no se trata de saber qué es lo que de hecho mueve al hombre, sino de descubrir dónde se halla el perfeccionamiento y la plenitud humanas. Esta orientación da lugar a la ética de los fines, una ética cuyo concepto fundamental es el de perfección-excelencia-areté.

El Aquinate se adhiere a esta concepción teleológica de la naturaleza humana, así como acepta también la idea aristotélica de que la felicidad es el fin último del hombre. Afirma que el hombre, al igual que cualquier otro ser natural, posee ciertas tendencias enraizadas en su naturaleza, ahora bien, se distingue del resto de los seres por su racionalidad. Puede conocer sus propias tendencias, y, por tanto, puede deducir ciertas normas de conducta encaminadas a dar a éstas el cumplimiento adecuado. De este modo se demuestra, a juicio de Tomás de Aquino, la existencia de la ley natural.

Así pues, uno de los conceptos fundamentales en la ética tomista, es el de ley natural-moral. El contenido de la ley moral es el conjunto de obligaciones morales que surgen de las tendencias de los hombres en tres órdenes distintos: 1) en tanto que sustancia, al igual que cualquier otro ser, el ser humano tiende a conservar su propia existencia, por tanto será un deber moral la conservación de la vida; 2) en tanto que animal, el ser humano tiende a procrear, de lo cual cabe deducir que será también un deber la procreación y el cuidado de los hijos, y 3) en tanto que ser racional, el hombre tiende a conocer la verdad y a vivir en sociedad.

En esto también sigue Santo Tomás a Aristóteles, para quien la convivencia es necesaria para conseguir el fin específicamente humano, es la idea del hombre como zoon politikon. Y también sigue a Aristóteles en su intelectualismo, en su identificación de la felicidad con la vida contemplativa, si bien él añade que la felicidad estriba en la beatitud, en la contemplación de Dios.

Por otro lado, Santo Tomás no deja todo a la ley natural, como Aristóteles, porque según él esta ley natural-moral, no es sino el reflejo en el hombre de la ley divina-eterna, que lo rige todo. Este concepto procede en última instancia de Heráclito, pero él pudo tomarlo del propio pensamiento cristiano, de San Agustín, por ejemplo. Además, esta ley natural exige la existencia de la ley positiva, del derecho, que supone, si es legítimo, una prolongación y un desarrollo de aquélla.

4. Realidad en San Agustín

No pretendió elaborar pruebas sistemáticas ni racionales que demostraran la existencia de Dios. Sin embargo, en sus escritos es posible encontrar dos argumentos que tratan de probarla:

  1. Por el orden y la belleza del mundo, pues, según San Agustín, el universo en su conjunto manifiesta que no se ha hecho a sí mismo, sino que ha sido hecho.
  2. Por las ideas o verdades eternas que encontramos en nuestra mente, porque éstas no pueden provenir de nosotros mismos.

Por otro lado, San Agustín distingue esencia y existencia en Dios. Aún admitiendo su existencia, el conocimiento de su esencia nos excede. Consideró que todos los nombres que se atribuyen a Dios son insuficientes para entender su esencia. En todo caso, el nombre que mejor expresa su naturaleza es el que Él se dio a sí mismo cuando se reveló a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo). Sin embargo, aunque no podamos alcanzar un conocimiento pleno de Dios, podemos atribuirle diversas perfecciones. Dios es inmutable, siempre el mismo, sin cambio alguno ni mutación; es perfección pura, no se le puede añadir ni quitar nada; es el bien sumo, es el bien sin restricción de donde procede todo bien creado; es absolutamente simple, las diversas perfecciones no son sino modos de denominar a la esencia divina en la que no hay composición ni partes; y, finalmente, es uno y único, es decir, hay un solo Dios que es principio de todas las cosas.

Con respecto a la creación, el de Tagaste sostuvo que Dios creó todas las cosas a partir de la nada, libremente y de acuerdo con unas ideas contenidas en su inteligencia. De modo semejante a como una obra de arte se contiene en la inteligencia del artífice antes de realizarla, las esencias de las cosas se hallan como ejemplares o modelos en la mente divina antes de crearlas. Esta doctrina agustiniana sobre la creación ha sido denominada ejemplarismo y se inspiró, una vez más, en la teoría de las Ideas de Platón y en el neoplatonismo. En la creación hay que distinguir dos aspectos. Dios crea a partir de los modelos ejemplares, es decir, no desde la nada; pero con respecto a la materia la creación sí es ex nihilo. Además, la creación procede de una decisión libre y por amor. La creación material se lleva a cabo por medio de las rationes seminales o copias de las ideas ejemplares que Dios inserta en la materia.