Ser Perfectísimo e Inteligencia Ordenadora
En la cuarta vía, Santo Tomás concluye afirmando la existencia de Dios como ser perfectísimo, el cual es “muy veraz, muy bueno, muy noble”. Este máximo ser es causa de las perfecciones limitadas que se dan en las cosas. Estas perfecciones, que serían comunes a Dios y a las criaturas, son las propiedades trascendentales. No son restringidas, sino perfecciones absolutas. El texto menciona tres de estas perfecciones: la bondad, la verdad y la nobleza.
La bondad de la que se habla aquí es la bondad ontológica, la radical apetibilidad de todo ser justamente en tanto que ser. Esa verdad es la verdad ontológica, la propiedad trascendental que estriba en la inteligibilidad de todo ser, justamente también en cuanto ser. Todo ente es bueno y verdadero. Y también todo ente es algo noble. La nobleza es la “eminencia o la excelencia: algo de lo cual solo la nada puede estar desprovista”. Ser un ente es sobresalir, destacar respecto a lo absoluto o completo no-ser.
En suma, lo único que carece de toda bondad, de toda nobleza y de toda entidad es la nada pura o absoluta. Para Santo Tomás, estas perfecciones, que son limitadas o absolutas, se dan en las cosas del mundo realizadas de manera graduada, según un más y un menos, porque no pertenecen a la esencia de estas cosas, sino que han sido añadidas por una causa extrínseca. Dios posee esas perfecciones en grado máximo porque no las recibe de otro ser, sino que las posee por esencia. Dios, más que tener esas perfecciones, las será.
La última de las cinco vías demostrativas de la existencia de Dios desemboca en la afirmación de la existencia de un Supremo Ser Ordenador de todas las actividades de los seres que no tienen conocimiento. Este Ser es designado con la palabra “Dios”. Llama la atención el que Santo Tomás concluya su argumento afirmando la existencia de una inteligencia ordenadora que dirige todas las cosas naturales a su fin. Cada ser que se dirige a un fin y carece de inteligencia presupone la existencia de otro ser inteligente que lo dirige y ordena. Esto es ir más allá de lo que el principio de causalidad utilizado autoriza.
Suponiendo que existiera una inteligencia ordenadora de todas las cosas naturales a sus respectivos fines, no podría identificarse con Dios, pues dejaría fuera de su influjo a todos los seres inteligentes y libres. La respuesta a estas cuestiones es la siguiente: establecida la existencia de un ser inteligente que ordena y dirige a los agentes naturales, caben dos posibilidades:
- O esa inteligencia ordenadora es su misma intelección, se identifica con su propio acto de entender (Dios).
- O esa inteligencia ordenadora no es su intelección misma, sino que ha sido ordenada a entender por otra inteligencia, y si esta a su vez está también ordenada a entender, habrá que admitir otra inteligencia, así hasta llegar a un ser que sea su propio entender (Dios).
Existencia de Dios y Existencia del Mal
La primera objeción que presenta Santo Tomás en contra de la existencia de Dios plantea con toda claridad la aparente contradicción que parece haber entre la existencia del mal, por una parte, y la de Dios, por otra parte. Por mal se entiende lo que es contrario al bien. Se trata de una noción secundaria o derivada de su contrario. La noción de bien, por su parte, es primaria; inderivable de ninguna otra, excepto de la noción de ente, que es la primera que concibe el entendimiento.
Santo Tomás sigue a Aristóteles al definir al bien como aquello que es objeto de apetición. Aquello que apetecemos es siempre algo que tiene cierta perfección. El carácter apetecible de las cosas se funda en la perfección que cada una tiene. Todo lo que es, posee determinada perfección y todo ente es en cierta medida apetecible o deseable, bueno. Esta es la noción de bien ontológico. Desde esta perspectiva, Dios, en tanto que ser sumamente perfecto, constituye el bien supremo.
Dado que el mal es lo contrario del bien, y bueno es lo que posee cierta perfección, el mal consistirá en aquello que sea contrario a la perfección de cada cosa. Santo Tomás sostiene que el mal no tiene ser, sino que consiste precisamente en una ausencia de ser o perfección. No toda carencia de perfección es de suyo mal, sino solo la privación de un bien debido, la ausencia de una perfección que a un sujeto le corresponde por su naturaleza tener.
Además del bien ontológico, existe también un bien moral, el cual va adquiriendo cada hombre cuando hace un uso adecuado de su libertad. Para Santo Tomás, esto ocurre cuando la persona, mediante sus actos, obedece la ley natural. Por contraposición, el mal moral se produce cuando la persona obra desobedeciendo la ley natural. El bien y el mal ontológicos son diferentes del bien y el mal morales: los primeros dependen de lo que el individuo es; y los segundos dependen de lo que los hombres hacen.
La respuesta de Santo Tomás, que coincide con la de San Agustín, consiste en defender que Dios permite el mal para sacar de él un bien. Cabría preguntarse por qué Dios no saca el bien directamente. La respuesta, en lo que se refiere al mal moral, que es el que preocupa a Santo Tomás, es que Dios respeta la libertad humana, que Él mismo ha dado al hombre, permite que una persona haga un mal uso de esa libertad. Hay que tener en cuenta que los designios de un ser infinito como Dios han de ser en buena medida incomprensibles para unos seres tan limitados como nosotros.