Descartes: Argumento Ontológico y Legitimación del Método

“Pues habituado… montaña sin valle.”

Descartes, tras sus dos primeras demostraciones de la existencia de Dios en su tercera meditación y establecer que un Dios absolutamente bueno y veraz no puede ser causa de los errores de nuestra razón, legitima nuestra confianza en ella en su cuarta meditación. En este texto de la quinta meditación, considera necesario demostrar definitivamente la existencia de Dios por medio de su famoso argumento ontológico. La idea principal de este texto es la existencia “necesaria” de Dios porque su existencia es una de las perfecciones incluidas en su esencia. La existencia de Dios, por tanto, no puede separarse de su esencia. De la esencia de un triángulo no podemos excluir que sus ángulos internos sumen 180 grados, y a la esencia de la idea de montaña no podemos sustraerle el considerar que refleja una elevación del terreno respecto a otro situado en un plano inferior.

Si esto es imposible para la razón –cosa evidente para todos–, tan imposible como lo anterior será concebir a Dios como inexistente, porque un ser concebido como sumamente perfecto y, por tanto, poseedor de todas las perfecciones, no puede carecer de ninguna de ellas. Y la existencia es una perfección: la existencia ontológica –independiente de la mente– es más perfecta que la mera existencia lógica.

Por lo tanto, la existencia de Dios se presenta a la razón con tanta claridad y distinción que, por evidente, no puede ser refutada. La existencia de Dios se muestra como una verdad tan intuitivamente captada por la razón como lo fue la verdad de su propia existencia.

“Primeramente, puesto que… existir sin el cuerpo.”

El punto de partida de este fragmento de la VI Meditación, tras la demostración de la existencia de Dios en su Tercera y Quinta Meditación y su análisis de la esencia divina en la Cuarta, establece la legitimidad que la omnipotencia y veracidad divinas confieren a una de las convicciones fundamentales de toda filosofía racionalista: que el ámbito del pensamiento se corresponde con el ámbito de la realidad.

En esta convicción se basará la definición cartesiana y racionalista de la sustancia: lo que se puede concebir por sí mismo, sin necesidad de recurrir a la idea de otra cosa, existe por sí mismo e independientemente de tal cosa.

El texto pasa a recordarnos que, desde la Segunda Meditación, estamos absolutamente seguros de la existencia de la “res cogitans” al tener una idea clara y distinta del “cogito” como algo pensante y no extenso. A partir de lo establecido, aun no habiendo demostrado Descartes todavía la existencia de la “res extensa” y la interacción de ambas sustancias, de lo que se ocupará posteriormente en esta Sexta Meditación, concluirá la autonomía del alma –res cogitans– respecto del cuerpo –res extensa– justificándola en la claridad y distinción con que el entendimiento percibe la independencia de ambas.

¿Cómo valida Descartes su método?

De la respuesta de Descartes a una objeción análoga a la de Huet en su carta a Clercelier, podría deducirse que la existencia del “cogito”, al justificar absolutamente la aplicación de la regla en todos los casos, haría innecesaria su legitimación divina.

Creo necesaria, por tanto, la siguiente aclaración: Descartes quiere decir que toda idea tan clara y distintamente concebida por la razón que no pueda ser puesta en duda, ni siquiera aceptando la hipótesis del genio maligno, no puede ser sino verdadera. Sin embargo, hemos de reseñar que la razón no puede concebir ninguna otra idea con tanta claridad y distinción como ha concebido la idea de su propia existencia. La razón no puede concebir ninguna otra idea con tanta claridad como para que sea verdadera independientemente de la existencia o no de un genio maligno que la manipule.

Por ello, precisará Descartes en última instancia de Dios para eliminar la hipótesis del genio maligno y legitimar sus reglas metódicas: solo quien no precise a su vez avalador puede avalar las pretensiones racionales. No puede ser sino un Dios omniperfecto, que por serlo ha de ser sumamente bueno y absolutamente veraz, y que al ser creador de nuestra razón no puede permitir, sin menoscabo de su perfección, que esta esté incapacitada para alcanzar el fin que le es propio: el conocimiento. Solo Él puede garantizar que nuestra razón es capaz de alcanzar la verdad cuando actúa convenientemente y contempla las reglas metódicas que ahora sí han sido definitivamente validadas.

Crítica de la idea innata de Dios de Descartes

La idea de Dios es para Descartes una idea innata, pero no demuestra que no pueda ser “fáctica”, es decir, elaborada por el “cogito” al negar límites a la idea de lo finito. El “cogito” podría ser causa de una idea aproximada e imperfecta de Dios o no poseer la idea de un ser absolutamente perfecto, aunque entendamos el significado del término “Dios”.

Crítica sobre la esencia divina

La deducción cartesiana de la bondad y veracidad divinas a partir de su omniperfección no proporciona certeza alguna sobre la esencia divina.

Una razón sin legitimar no puede establecer como certeza irrefutable, a partir de la omniperfección de Dios, su bondad y veracidad.

No podemos pretender conocer la naturaleza divina extrapolando a Dios nuestro código de valores morales. Además, si lo hacemos, limitaríamos la libertad y omnipotencia divinas. Es bueno aquello que quiere Dios y lo que Dios quiere no podemos saberlo.

La proposición que afirma la bondad y veracidad de Dios no es refutable. Es una proposición metafísica. Ocurra lo que ocurra, siempre puede seguir defendiéndose la bondad de Dios.