Duda y certeza, pensamiento e ideas, alma y cuerpo en la filosofía de Descartes

NOCIONES DE DUDA Y CERTEZA

Duda y certeza son dos estados mentales respecto a la verdad. Se oponen entre sí: en la certeza, se está seguro de que se posee la verdad, mientras que, en la duda, el sujeto no sabe si es verdadero o falso su contenido mental. La duda, tal como aparece en el inicio de la cuarta parte del Discurso del método de Descartes, constituye el primer paso para la construcción de su sistema científico unificado. Es una consecuencia de las reglas del método que él mismo ha establecido, en la segunda parte de esa misma obra, para ayudar a la razón en su búsqueda de la verdad. Podríamos decir que la duda constituye la puesta en práctica de la primera regla de su método: Y, como dice en su texto, va rechazar como falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda hasta encontrar algo enteramente indudable. Mediante la duda, Descartes busca encontrar una primera verdad indubitable, cuya verdad y certeza estén aseguradas por el uso del método científico. La duda tiene por objeto deshacer los propios prejuicios y “certezas” espontáneas, adquiridas en la niñez, cuando aún confiábamos en los sentidos. No se trata de una duda escéptica o de una duda real, no es que yo realmente dude de que 2+2=4 o de que haya mundo, sino que se trata de una duda metódica: es una parte del método que debemos seguir para alcanzar la verdad. Por tanto, dudar no es el fin que se propone Descartes, sino un medio hacia la verdad. Lo contrario de la duda es la certeza. Por eso, aunque Descartes hable en estos textos de duda y verdad, de lo que está hablando es de obtener la certeza superando la duda. Por eso mismo, aunque se suele llamar “criterio de verdad” a la propuesta cartesiana de claridad y distinción, se trata en realidad de “criterio de certeza”. O sea, no se trata tanto de tener una verdad, como de estar cierto de un contenido de conciencia y superar así toda posible duda. Podemos, pues, decir que Descartes toma como sinónimos verdad y certeza. La extensión de la duda es universal: dudar de todo. No obstante, Descartes excluye de la duda la religión, pues la considera revelada y por encima de la razón y de sus métodos, y la moral, que no busca la verdad, sino la acción, y además mientras construimos la ciencia debemos vivir, por tanto necesitamos una moral, aunque sea provisional.


En el Discurso, Descartes da tres motivos que justifican la duda como punto de partida para alcanzar la verdad con total certeza:

  1. Los sentidos nos engañan frecuentemente. Se trata de las falacias de los sentidos, que nos inducen al error. Ciertamente pensamos que los sentidos habitualmente no nos engañan, pero sostiene Descartes que, si alguna vez nos han engañado, podría ser que siempre lo hicieran. Tal vez eso sea muy improbable, pero no imposible. Por tanto, hemos de dudar del testimonio de los sentidos.
  2. Cometemos errores al razonar, incluso en los temas más sencillos como la geometría. En consecuencia, aunque haya razonamientos que nos parezcan totalmente seguros, podría darse el caso de que nos hubiéramos equivocado. Debemos, pues, dudar también de nuestras argumentaciones.
  3. A veces confundimos la vigilia y el sueño, o sea, lo que estamos soñando lo tomamos como verdadero. De este modo Descartes lleva hasta el extremo la duda sobre el mundo. Alguien podría decir que es verdad que los sentidos nos engañan, pero, para ello, tiene que haber algo que afecte a nuestra sensibilidad. O sea, puede que veamos el remo torcido en el agua, pero algo hay fuera de nosotros. Sin embargo, Descartes argumenta que todo podría ser un sueño: que no hubiese nada fuera de nosotros.


En las Meditaciones, añade un cuarto motivo:

  1. La hipótesis de un genio maligno, que “me ha dado una naturaleza tal que me engaño incluso en aquellas cosas que me parecen más evidentes”. Se podría considerar que algunas verdades como que cuatro es la suma de dos más dos son verdadera incluso en el sueño. Pero Descartes argumenta que podría haber un espíritu maligno muy poderoso que me induce al error incluso es cosas elementales. Se trata, en definitiva, de la suposición de que el entendimiento humano es de tal naturaleza que yerra siempre al intentar conocer; o sea, que está mal hecho.


En suma, deseando Descartes obtener un cuerpo sistemático de verdades ciertas, apela a la duda como primer paso de su método. Duda y certeza son las dos primeras nociones de su sistema.


PENSAMIENTO E IDEAS

Para Descartes, el pensamiento (cogito) es el acto de pensar, del que nos hacemos conscientes en el propio acto de pensar. Pensar y tener conciencia de algo son, para Descartes, lo mismo: “Con el nombre de pensamiento entiendo todo lo que sucede en nosotros de manera que somos inmediatamente conscientes de ello”. Todas las demás actividades del alma, tales como dudar, querer, imaginar, sentir, etc. son igualmente pensamientos, puesto que somos conscientes de ellos. Dado que la actividad del yo se reduce a actividad pensante consciente, Descartes pasa a analizar los contenidos de esa actividad. Los contenidos de conciencia, del pensamiento, son las ideas. Descartes utiliza de forma muy vaga el concepto de idea, pero en coherencia con sus presupuestos, afirma que las ideas son puros contenidos de conciencia, que no es necesario que sean representaciones de la realidad, son puros objetos de conciencia o contenidos de pensamiento. Una tesis central en Descartes y totalmente novedosa es que lo que conocemos directamente no son las cosas, sino las ideas. El yo se encuentra encerrado en sus pensamientos, conociendo sólo sus ideas. Si tales ideas responden o no a cosas exteriores, o sea, si son representaciones suyas es algo que habrá que demostrar. Esto implica que el mundo no nos es dado inmediatamente a nuestra conciencia, sino que debemos demostrar su existencia. Todo habrá que demostrarlo a partir de las ideas, tal como veremos respecto a la existencia de Dios (argumento ontológico). Por todo esto, es clave en el pensamiento cartesiano el estudio de las ideas. Descartes se centra en distinguir las diversas dimensiones de las ideas, siempre con la finalidad de establecer la verdad o certeza frente a la duda o el error. Pero se distinguen por su contenido, por su realidad objetiva; o sea, una es la idea de perfección, otra la de cuerpo, otra la de caballo, otra la de sirena….


Sin embargo, lo más relevante en Descartes es la clasificación de las ideas por su origen. Según éste, las ideas son de tres tipos: innatas, adventicias (de adventus: venida) y facticias (de factus: hecho). Las ideas facticias son las que nosotros inventamos, como la de centauro o sirena: son los mundos que nosotros creamos a nuestro arbitrio o en los sueños. Las adventicias son las que parecen proceder del exterior, o sea, las que representan realidades que nos llegan por los sentidos. Decimos parece, porque sólo las conocemos en cuanto ideas nuestras; no tenemos ninguna garantía de que sean auténticas representaciones, o sea, se correspondan con las cosas exteriores. Ejemplos son las ideas de caballo, montaña, casa o mesa. La experiencia sensible es sólo ocasión para que la mente reconozca que algunas ideas corresponden con la realidad. Las ideas innatas son las que encontramos en nosotros, ni han sido hechas, ni podemos concebir que proceden del exterior. Ejemplos son la idea de Dios, de perfección, de substancia, de extensión, etc. Estas ideas son las más importantes. Han sido puestas en nosotros por Dios. Y, por tanto, son comunes a todos los hombres y no pueden variar. Por eso, en sus Principios de filosofía, las llama nociones comunes o verdades eternas. Son claras y distintas, a diferencia de las demás ideas, que son confusas. Son la base del sistema cartesiano, pues a partir de ellas se pueden construir todo el conocimiento. Por último, insistamos en una nueva problemática introducida en filosofía: lo que conocemos directamente son nuestras ideas, nuestros contenidos de conciencia, no el mundo ni lo exterior. ¡Ha nacido la posibilidad del idealismo!


ALMA Y CUERPO (RES COGITANS Y RES EXTENSA)

En su intento de construir un sistema científico en el que todas las verdades estén concatenadas de forma deductiva, después del descubrimiento de la primera verdad (cogito ergo sum), Descartes pasa a explicitar todo lo que puede conocer a partir de esa primera verdad. La siguiente verdad, vinculada con la primera es que el yo es una sustancia pensante (res cogitans). Descartes argumenta que podría fingir que no tenía cuerpo alguno, que no había mundo, pero que no podría suponer que dejara de pensar, pues si dejara de pensar, no existiría, aunque todo lo demás existiera. Por tanto, concluye Descartes. Descartes considera que el hombre es fundamentalmente una substancia pensante. En sus obras, Descartes usa de modo ambiguo el concepto de substancia (substance, substantia). En sus Principia philosophiae, escribe: “Por substancia no podemos entender ninguna otra cosa sino la que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Y, en verdad, substancia que no necesite en absoluto de ninguna otra sólo puede concebirse una: Dios”. Según esta definición y la explícita aclaración de Descartes, substancia sólo puede ser Dios, pues es el único autosuficiente. Sin embargo, como Descartes también sostiene que el cogito es una substancia, aunque dependa de Dios (lo ha creado y mantiene), considera también que, en sentido lato, substancia es aquello que no necesita de nada para existir, excepto de Dios. Por tanto, considera al yo como substancia: “Por eso, entendí que yo era una realidad (res) o substancia (substantia), cuya toda naturaleza o esencia consiste en pensar”. Tenemos, pues, una res cogitans, totalmente inmaterial, pues “no necesita, para existir, de lugar alguno, ni depende de ninguna realidad material o corpórea”. Es un “yo, o sea, un alma”, que es nuestra propia realidad “por la cual yo soy lo que soy”. Es, por tanto, “totalmente distinta del cuerpo” e independiente de él: “Aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es”. Es, pues, un alma inmortal. Es, además, más cognoscible que el cuerpo. En suma, es una realidad totalmente espiritual, cuya esencia es puro pensamiento. A diferencia de la res cogitans tenemos la res extensa.


Según Descartes, la idea de cuerpo es lo mismo que la idea de extensión: los cuerpos son realidades extensas. La extensión es la única idea clara y distinta, innata, que tenemos acerca de los cuerpos; las ideas de las cualidades corpóreas son oscuras y confusas. En el texto que comentamos, Descartes aún no ha probado la existencia de los cuerpos, pero puede afirmar que, si existen, son pura extensión: ésa es su naturaleza o esencia Para probar la existencia de los cuerpos, Descartes necesita probar previamente la existencia de Dios, de un Dios bueno que no permite que siempre me engañen los sentidos, haciéndome ver un mundo inexistente. De este modo, Descartes puede concluir que hay tres tipos de substancias: Dios o substancia infinita, el alma humana o res cogitans y el cuerpo o res extensa. Ahora bien, tenemos un caso peculiar, el ser humano, que parece que tiene alma y cuerpo. Como consecuencia de sus presupuestos, Descartes afirma un dualismo: el hombre no es una única realidad, sino simplemente dos realidades totalmente distintas en sí mismas y en sus propiedades. En sentido estricto, el hombre es su alma, su res cogitans, pero ésta está unida a un cuerpo a través de la glándula pineal, localizada en el cerebro. En verdad, la solución que intenta Descartes para la unión es absurda, pues dicha glándula es material y, por tanto, totalmente distinta del alma e imposible que se una a ella. En este punto, la tesis de Descartes depende de la tradición platónica. Así pues, el dualismo en Descartes es total. Tenemos dos substancias totalmente distintas. En cuanto substancia pensante, el hombre está dotado de voluntad, es libre y autónomo respecto a la materia, pero su cuerpo es pura extensión regido por las leyes de la mecánica y totalmente determinado.